El almirante redivivo: una
inmersión en las profundidades Jaime Muñoz Vargas La profesión ensayística demanda a sus oficiantes, si no me engaño, facultades que de ordinario no se encuentran reunidas en el hombre. Para ensayar es necesario inscribir la vida en un lato proceso de maduración intelectual aparejado siempre a un arduo, y siempre inacabado, empeño de lector. He aquí, me parece, la médula de la actividad crítica: vida y lectura se confabulan para servir de trampolín al hombre que desea bucear en las profundidades del conocimiento con el afán de pesquisar tesoros. Pero eso no es suficiente: hace falta escribir, plasmar en la cuartilla el testimonio verbal de las indagaciones que el ensayista emprende. Así pues, vivir, leer, criticar, escribir es el derrotero que describe la existencia de aquellos hombres que han decidido pisar sobre las huellas de papá Montaigne. Nadie que no haya vivido, que no haya leído, que no haya criticado y que no haya escrito puede decirse ensayista. Gerardo
García Muñoz (Torreón, Coahuila, 3 de julio de 1957) es de los pocos
que, en La Laguna, pueden incluirse en la nómina de los escritores auténticamente
vocados para las tareas del ensayo literario. Aunque ingeniero de profesión,
García Muñoz ha decidido, desde hace más de una década, corresponder
su insaciable apetito lectural con la pulimentación de textos que lo
exaltan como uno de los críticos literarios más sagaces del norte del país.
El elogio, aparentemente desmesurado, es tan cierto como fehaciente: miles
de renglones son ya el producto de su quehacer inquisitivo, decenas de
obras han probado el escalpelo de este cirujano literario. Del ya copioso
elenco de escritores auscultados por nuestro forense de la palabra, basta
mencionar a los que conocemos por su obra édita: Adolfo Bioy Casares y
Alberto Gironella. Si ambos libros —El
sueño creador… y Las paráfrasis plásticas…— se erigen como evidencia inconcusa
del talento explorativo que acredita a García Muñoz como uno de nuestros
detectives literarios más eficaces, El
almirante redivivo y otros ensayos
apuntala, como arbotante de castillo medieval, la certeza que he
tratado de exponer hace alguna líneas: pocos, de veras pocos ensayistas
como Gerardo en la región que nos acoge. Su disciplina, su indeclinable
consumo de libros fascinantes, su paciencia de escritor que no persigue el
efímero flashazo de la fama, su rastreo de fuentes documentales, en suma,
su talento de ensayista químicamente exento de parasitarios lastres,
hacen de este autor lagunero un paradigma de que el género crítico por
antonomasia también puede frutecer, así sea en unos cuantos árboles,
dentro de la comarca. El
elogio de García Muñoz no se me dificulta porque sé que no arriesgo
nada al enunciarlo. El también maestro universitaria hará —lo hace
ya— que el elogio se convierta en dividendo inexorable de sus tareas
literarias. Gracias a esa costumbre cada vez más infrecuente entre los
hombres, la amistad, he visto crecer la obra de Gerardo con interés y
admiración. Me pasó con sus dos libros anteriores: vi cómo nacieron y cómo
llegaron a su desembocadura editorial; ahora, por suerte, me sucede lo
mismo con El almirante redivivo y
otros ensayos. Orgulloso me siento de comentar dicho volumen a los
lectores potenciales ya que, como digo, he visto, aunque tal vez
borrosamente pues Gerardo es reservado al momento de mostrar sus borradores,
la gestación y el desarrollo de los ensayos que componen el libro que aquí
funge como protagonista de la reseña. El
almirante redivivo…
aloja cuatro ensayos de diferente extensión y paralela calidad. Los
cuatro, porque el bisturí de García Muñoz es especialista en escudriñar
el organismo de la narrativa, se refieren a obras de ficción prosística:
tres novelas (El poder y la gloria,
Vigilia del almirante y El
perfume) y un cuento (“El destino del barón de Leisenbogh”). A
partir de tales títulos el crítico avanza en su labor y deja en claro
que, bien trabado, el ensayo es un género cuya estatura es tan literaria
como la de cualquier otro molde, es decir, para subir al cielo del ensayo
se necesita una escalera grande, buena prosa, mucha lectura, gran
imaginación y, por supuesto, talento, la onza que si natura no da,
Salamanca nunca otorga, para decirlo a la manera de los antiguos españoles. Abre
el volumen un escrupuloso desmenuzamiento de El
poder y la gloria, la novela más famosa, sin linaje de duda, de
Graham Greene. Inspirada en el México bárbaro de los treintas, The Power and the Glory (1940) es abordada por nuestro crítico
desde dos ángulos: la “sólida estructura” que guarda semejanzas con
la composición teatral tan cara a Greene en su juventud literaria, y la
“caracterización de los tres personajes que forman la sustancia de la
intriga”. A la luz de estos dos propósitos, García Muñoz emprende la
travesía por la novela del escritor inglés que narra, como sabemos, una
historia donde la persecución religiosa, auspiciada por el gobierno
mexicano, quiso liquidar raigalmente a los curas para que tal exterminio
sirviera como tónico del progreso nacional. Con
recursos más que solventes, el artífice del libro enhebra sus juicios
cimentado en un notabilísimo aparato referencial. Sobre este punto es
insoslayable observar que el método de trabajo gerardiano elude, hasta
donde esto es posible, la comisión de argumentos líricos, o en otras
palabras, el hermeneuta hunde su mirada en los textos preparado siempre en
el gimnasio de la lectura previa, de la búsqueda extenuante de la
bibliografía capaz de servirle a sus ensayos no de adobo, sino de
cimiento en donde apoyar los juicios que permitan ver la claridad en una
jungla narrativa como la ofrecida —es el caso del examen que obertura el
libro— por El poder y la gloria.
En
este sentido, García Muñoz no se muestra devoto de la crítica
literaria que en México suele encaramarse con ese nombre y ese
apellido, sobre todo, en las publicaciones periódicas. El autor de El almirante redivivo… no converge, entonces, en la tradición
—por cierto bastante chafera— de quienes se dicen ensayistas cuando a lo mucho son —trato de ser generoso—
metralletas de apresuradas reseñitas semanales, despachadores de
cuartillas por kilo, cejijuntos críticos que sobre las rodillas y al ahi se va son capaces de levantarle la mano, por ejemplo, a la
erudita memoria de don Alfonso Reyes. Gerardo
García Muñoz no es de esos. Su escuela, como la de Reyes en sus obras de
mayor envergadura, es la escuela de la crítica europea, de la
norteamericana. Eso se nota, volvamos al ensayo sobre El
poder y la gloria, en el silencioso esmero que presupone, desde la
comarca lagunera, la búsqueda de información en torno a Greene. Doble mérito,
pues. Encontrar referencias en el primer mundo es relativamente fácil;
hacerlo en Torreón, casi en el desierto, requiere una vocación y una
paciencia graníticas. Pero
no se piense que Gerardo ha dejado en la pura colección de referencias
documentales su ambición exegética. Hay más, mucho más en sus ensayos.
Con los bártulos de la intuición y de la lucidez, que son de empleo básico
en la faena ensayística, el autor lagunero penetra a fondo, hasta el
hueso de las obras, sus enguantados dedos de cirujano literario. Llega
entonces, luego del trajín que exige toda labor vinculada al oficio de la
crítica, a las certezas que se corresponden con lo que siempre anuncia
—como buen conocedor del género—
al inicio de los ensayos. En el caso de Greene, pongo por ejemplo,
García Muñoz traza el perfil de la novela —su esqueleto (la
estructura) y su carne (los personajes)— para convalidar que el
novelista británico se horrorizó ante la bárbara violencia —física y
sicológica— imperante en este país que al católico Greene le permitió
mostrar que la Gloria es alcanzable aunque se habite en la ruindad y en la
purulencia. El
ensayo siguiente, que por cierto da su nombre al libro, lleva como título
“El almirante redivivo”; aquí se cartografían varias coordenadas
implícitas en el territorio de la novela Vigilia
del Almirante, de Augusto Roa Bastos. El acceso a la ficción creada
por el narrador paraguayo se da desde cuatro puertas: “escrutinio de las
voces relatoras”, “examen de los fundamentos estructurales” que
soportan la historia, “peritaje de las relaciones intertextuales” y
“estudio de la caracterización dialéctica del personaje”. Se
advierte, en este ensayo, la multiplicidad de redes que puede lanzar un
ensayista a una obra como la de Roa Bastos; el objetivo de la redada, por
supuesto, es la mejor inteligencia del texto cuya complejidad impide a los
lectores no iniciados una comprensión totalizadora, radiográfica, de los
valores estéticos subsumidos bajo la piel del discurso narrativo. Vigilia
del Almirante, una novela cuya complejidad arredraría a otros críticos,
no intimida a Gerardo García Muñoz. Muy al contrario, lo difícil
estimula su agudeza y con microscopio en ristre examina cada milímetro
cuadrado de la novela escrita por el autor de Yo
el Superemo. Al cierre de su cuádruple tiento, García Muñoz logra
demostrar que la novela roabastiana restaura la humanización, no la
divinidad, de Cristóbal Colón. Éste es, sí, un ensayo complejo y al
mismo tiempo placentero, porque muestra al Gerardo que nutre su prosa con
la fortaleza de quien sabe que labrar crítica no obliga a convivir con un
vocabulario seco, austero. Al contrario, su continua voluntad estilística
le imprime a sus párrafos un sabor que pudieran disfrutar los más
exigentes catadores de la prosa. El
escritor austriaco Arthur Schnitzler es trabajado por Gerardo en el tercer
ensayo: “Schnitzler: la destreza del artificio literario”. La obra anatomizada (este verbo lo inventó García Muñoz) es un cuento
titulado “El destino del barón Leisenbogh”. Como en el caso de “El
almirante redivivo”, tuve la fortuna de conocer este ensayo antes de su
aparición en el libro. Por las vías que Gerardo usa para interrogar al
relato, sospecho que su cata no sólo es una lección para los ensayistas,
sino también para quienes dediquen sus horas a la fabulación cuentística.
Gracias a la pericia de Schniztler y a los escolios de García Muñoz, el
cuento analizado descubre las estratagemas de la creación narrativa, en
una palabra, el “artificio literario” que sólo puede ser clasificado
por una mano crítica como la de Gerardo. Cierra
el volumen un texto que, para mí —y ya se lo señalé personalmente al
autor— es el más entusiasmante; “La cifra de los perfimes” consiste
en un acercamiento al sentido profundo de una de las obras más exitosas
de la narrativa actual: la novela El
perfume, de Patrick Süskind. Otra vez, y para demostrar
que las narraciones de extraordinaria complejidad son sus
predilectas, Gerardo García nos regala con una glosa acabada de la vida y
los milagros ocurridos en torno a la vida de Jean Baptiste Grenouille,
deslumbrante protagonista de El
perfume. Lo he leído un par de veces y sostengo que este ensayo es,
indiscutiblemente, perfecto, pues logra a cabalidad el propósito esencial
de la crítica: tocar con los dedos el cogollo de la historia examinada y,
de paso, invitar a los lectores a esa palpación. Por todo, El almirante redivivo y otros ensayos es un libro no sólo agradecible, sino necesario. El ensayo literario de nuestra región cuenta en Gerardo García Muñoz a uno de sus más notables adeptos. Valorar su trabajo, comprar y leer su obra, es el pago equitativo a la observancia de su vocación ensayística, una de las más silenciosas y encomiables de la región.
El
almirante redivivo y otros ensayos, Gerardo García Muñoz, Instituto
Estatal para la Cultura y las Artes, s/l, 1997, 95 pp. y Laura Pollastri, Cuadernos de Norte y Sur (nueva serie
no. 2), 2002, Torreón, 85 pp. |