Grandeza, miseria e insuficiencia del vitalismo. Savater de cuerpo entero Jaime Muñoz Vargas Las
posturas éticas son ubicuas. Aunque no lo queramos, cualquier toma de
partido, cualquier elección, cualquier abstinencia conlleva una posición
frente a la ética. Quienes más deliberadamente se alejan de ella, pues,
no saben que su propósito es necio: parafraseo a Borges, quien alguna vez
afirmó que si el espacio y el tiempo son infinitos, siempre estamos en el
centro del espacio y en el centro del tiempo; pasa lo mismo con la ética:
querámoslo o no, huyamos o nos quedemos, siempre estamos en el centro de
esa rama de la filosofía en la cual se ponen en juego nuestro bien y el
bien común. Javier
Prado Galán (Torreón, Coahuila, México, 1959) sabe que la omnipresencia
de la ética exige una reflexión permanente y a ella se ha dedicado en
los lustros recientes; tanto sus clases como sus conferencias nos hablan
de un intelectual consagrado de tiempo completo a las labores del
pensamiento filosófico, y como prueba menos pasajera allí está una
voluminosa cantidad de ensayos publicados no sólo en revistas de
divulgación y especializadas, sino también en libros que han merecido
urgentes reimpresiones, como fue el caso de Ética
sin disfraces. Una aproximación a la antropología, la cultura y la ética
de nuestro tiempo. A este libro habría que sumar Ética, profesión y medios. La apuesta por la libertad en el éxtasis
de la comunicación, Globalización
y ética en Hamui-Halabe (comp.), Efectos
sociales de la globalización y su más reciente aportación a este
debate: Fernando Savater: grandeza y
miseria del vitalismo, obra que se ha convertido desde su salida (dada
en el amanecer del 2002), en combustible para la polémica. Con ella, por
ejemplo, Prado Galán logró que El
Mundo, uno de los diarios más influyentes de España, publicara un
cable sobre la presentación en México de su asedio a Savater. En la
nota, el periódico español toma palabras del jesuita torreonense y señala
“que más allá de la defensa que hace
el escritor español del proyecto democrático, también refleja ‘la
insuficiencia de una teoría de la justicia en su planteamiento. Fernando
Savater: grandeza y miseria del vitalismo se refiere a esa
insuficiencia en la obra del escritor español, principalmente respecto de
América Latina, y que tiene que ver con la falta de una teoría de la
justicia’”. Fernando
Savater... es
un libro amplio y escrito una vez más en clave divulgativa, aunque no
deja de exigir una mínima capacitación previa a los lectores. La
estructura ósea de su índice nos refleja que este doctor en filosofía
torreonense ha querido poner sobre la mesa sus capacidades no sólo como
enjuiciador, sino también, y primero, como investigador de fuentes y
luego como cuidadoso lector. El libro acoge un pórtico titulado “Para
comenzar”, seis capítulos, una conclusión llamada “Para terminar”
y un apartado bibliográfico donde se anudan 72 ítems, entre los que
destaca buena parte, casi la totalidad, más bien, de la producción
savateriana. Esto último vale la pena destacarlo porque nos revela que un
libro de esta naturaleza no puede nacer de la nada, sino que debe estar
firmemente atornillado a un pedestal de obras que le den macizura. Uno
de los gestos que más se agradece a un escritor de estos asuntos es el de
la transparencia. Aunque muchas veces los autores corren el albur de ser
considerados filósofos sin cafeína, en el caso de la ética —a
diferencia de lo que ocurre con la metafísica o la epistemología— es
prudente permitir que los lectores puedan entrar al debate sin mayores
complicaciones. Javier Prado lo hace, incluso en esos trancos de Grandeza
y miseria... en los que se ve obligado, para efectos de
contextualización, a transitar por las peliagudas rutas de Kant, Spinoza,
Nietzsche, Ortega, Ciorán y muchos otros que nunca dejarán de ser densos
para el lector no iniciado en estos oráculos. Prado Galán lo sabe, y sin
renunciar de ser profundo, logra que su discurso sea como una linterna que
ilumina la cueva donde se refugian los grandes pensadores de la ética que
confluyen en el vasco. Una
lectura lineal del ensayo pratense nos arroja un saldo de números negros:
la comprensión que podemos alcanzar del filósofo español es mucha
debido a que el lagunero enmarca su hacer en una tradición: Savater no
existe sin Kant, sin Unamuno, sin Ortega, sin Zubiri. Así, el primer capítulo
nos introduce al caldo de cultivo de la ética a partir de los aportes del
filósofo de Königsberg (una moral sin contingencias materiales). El
segundo capítulo da un salto hasta la fuente de toda la ética
occidental, al Estagirita; abre pues un paréntesis que empieza en el
eudemonismo de Aristóteles y se cierra en Zubiri y su idea del bien como
“constitutivamente fundado en el carácter moral del hombre”. El capítulo
tres (uno de los más solventes y esclarecedores de Grandeza
y miseria...) examina con puntualidad la tierra donde enraiza el
pensamiento del donostiarra: Spinoza, Nietzsche y Ciorán, de quienes
Savater palpa el vitalismo, la noción de divinidad en el hombre y el
risueño escepticismo, respectivamente. En
los últimos tres capítulos Prado Galán hunde su mirada directamente en
las posturas de Savater frente a la ética y la política (ya enunció
antes, por supuesto, que el pensamiento del guipuzcoano es ético-político).
Javier Prado examina la “ética como amor propio” defendida por
Savater, articula alguna pincelada biográfica no innecesaria y, más
importante aún, la evolución de su obra, del pensamiento ético en su
obra, para decirlo mejor, y así hasta llegar a su definición: “... no
hay otro motivo ético que la búsqueda y la defensa de lo que nos es más
provechoso, de lo que más nos conviene; toda ética es rigurosamente
autoafirmativa”. Los
capítulos de cierre nos acercan la ética de Savater al terreno de la
realidad, de allí la necesidad de examinar los juicios del vasco en el
telar de la democracia y del quehacer político, de donde se desprende que
para el autor de Ética para Amador
“el ideal ético es intrínsecamente social”. En
“Para terminar”, el filósofo de Torreón no deja de reconocer los méritos
de Fernando Savater (su obsesión democrática “como revolución
antitotalitaria”), pero insiste también, como ya lo destacó Javier
Prado para El Mundo, en la
insuficiencia de ese pensamiento con respecto a la necesidad de
reflexionar en la ética como un reconocimiento no sólo de nuestra
individualidad o amor propio
sino, más que nada, del otro, esto pensado sobre todo en contextos como
el de América Latina o África, ámbitos asolados por la desigualdad y,
por tanto, urgidos siempre de una reflexión ética que, allende el
vitalismo, incorpore la desigualdad al marco de sus imperativos, que
piense en “el modo de integrar la conservación y afirmación de la vida
de las mayorías”, como bien concluye Javier Prado Galán su expedición
por la vida y el pensamiento —espléndidos ambos— de filósofo español. Fernando
Savater.
Grandeza y miseria del vitalismo, Javier Prado Galán, Universidad
Iberoamericana, México, 2002, 247 pp.
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