El salinato a la luz

de dos moneros

Jaime Muñoz Vargas

La historia puede ser narrada de maneras disímbolas. Un académico seco y riguroso podrá escoger el severo tono de don Edmundo O'Gorman o la sapiencia en torrente de, por ejemplo, don Silvio Zavala; alguien gustará de las tendenciosas crónicas aposentadas en los polémicos libros de texto; la más reciente novela latinoamericana ha puesto en boga los temas históricos en textos como Noticias del Imperio, La vigilia del Almirante, Tinísima o Guerra en el paraíso, obras que continúan y amplían el gusto carpenteriano por impulsar la ficción desde el trampolín de la realidad; la fotografía y el video, harto accesibles ahora, han hecho de la historia un divertimento casero nada desdeñable; asimismo, el frescor de José Agustín, en sus Tragicomedias, hacen de nuestros últimos cuarenta años un recorrido por demás sabroso. Una variante de todas esas formas útiles para contar el pasado —lejano o próximo— es, como lo veremos aquí, el mono, la caricatura, la narración mejor conocida corno historieta, modalidad tan válida como sus congéneres antes mencionadas.

En El sexenio me da risa (la historieta no oficial), Antonio Helguera y Rafael Barajas "El Fisgón" arman un sarcástico y demoledor periplo en torno al salinato. Ambos moneros (rótulo peyorativo en apariencia, pero ellos lo portan con orgullo) deambulan el sexenio que aún padecemos y se ajustan a lo mejor de la tradición mexicana del cartón editorial. No yerra el politólogo Lorenzo Meyer cuando afirma que los dos artífices del volumen recogen y prosiguen la herencia de, en orden de aparición, José Guadalupe Posada (época revolucionaria), Abel Quezada (posrevolucionaria) y Eduardo del Río Rius (1968), a quien por cierto está dedicado el volumen.

En su lúcida introducción, Meyer describe la atmósfera de este mundo raro que es la caricatura política. Señala que "los moneros van directo al grano, y de una sola mirada el lector capta y asimila, sin esfuerzo, su mensaje (...) La caricatura política se define como el dibujo distorsionado exagerado, de una persona, tipo o situación, hecho con intención de burla o sátira". Luego Meyer historia sucintamente el decurso de la caricatura, oficio de añeja data, pues ya Aristóteles menciona a un tal e "infame Poson", primer monero de que se tenga memoria.

Después, el prologuista observa las virtudes que deben poseer quienes deseen saltar al ruedo del cartón: "La caricatura política requiere, para ser efectiva, no sólo que el autor domine la técnica del dibujo —en realidad la técnica es secundaria— sino, sobre todo, una no muy común combinación de técnica, sensibilidad y conocimiento (...) Se necesita, además, que el artista domine información cotidiana y los elementos centrales del análisis político —no necesariamente como un especialista, pero sí, al menos, como un buen amateur—, elementos de economía, muchas lecturas históricas y contacto constante con la realidad de su público". También es importante, según Meyer, "indignación moral frente a la injusticia, la corrupción y el engaño". Vale insistir que a esas habilidades debe añadirse, como esencia del oficio, la capacidad sintética del monero, la pericia necesaria para conglobar con unos cuantos rayones y un breve texto (si se requiere), un acontecimiento que en otros casos, con el puro verbo, exige desmenuzamientos mucho mas aparatosos. Para el monero, así, el análisis consiste en mirar una cara, la más reveladora, del poliedro que es la realidad, e imprimirle a la tal cara agudeza y arte de ingenio, como
escribiera Gracin.

Virgilianamente, la dupla conformada por Helguera y El Fisgón nos conduce por los primeros cinco años del mandato salinista. Aunque el libro establece en su pie de imprenta que empezó a circular en 1994, obvio es deducir que su contenido abarca del 88 al 93, lo que excluye acontecimientos, sin duda capitales, del año presente. Sin embargo, este librito de monos es una curiosa y quizá involuntaria profecía de lo que hoy es tamos viendo con lo de Chiapas, con lo de Colosio, con lo del pri que cruje y con el presidencialismo y la paz social cuestionados como nunca antes. Ver los monos del Fisgon y Helguera es entender, un poco más, este año proceloso.

El sexenio me da risa apela a un recurso narrativo original: cuatro personajes entran en acción para contar la historia del salinato. En el barrio perdido "Luis Donaldo Colosio", la goyesca Beba Toloache, especialista en ciencias ocultas y políticas, es capaz de adivinar el pasado, el presente y el futuro"; allí en su arrabal la pitonisa recibe la visita del "Diputado Sí, Prospero Herario Hurtado de Hidalgo" y de su guarura "Bronco", siempre vigilados por el quisquilloso perro de la Beba, "Rumor".

El diputado Sí, tecnocratilla trepador, pretende que la Beba le esclarezca el futuro, su futuro. La Beba Toloache lo convence de que antes de escudriñar el provenir, es prudente examinar en la omnisciente bola mágica el presente sexenal, lo que determina el jocoso arranque del análisis al sexenio. Pasan revista, bajo la mirada irascible del Diputado y Bronco, a las medidas que el salinato ha tornado para llevamos al quimérico Primer Mundo, desde los recortes a la burocracia hasta la firma del tlc, pasando por los Pactos, las maniobras electorales, el desmantelamiento de sindicatos (petrolero y educativo), el caso Buendía, la imposición de mesé Córdoba como segundo (tal vez primer) mandamás de Los Pinos, las reprivatizaciones, la reforma del 27, la tecnocraciaa en pleno ascenso, todo hasta arribar a este 1994, año fatídico que está dando demasiadas sorpresas y que derruyó de sopetón a un sexenio que hizo más agudos los vicios de un sistema ya sexagenario: el presidencialista mexicano.

Le asiste por completo la razón a Lorenzo Meyer: El Fisgón y Helguera han cumplido a cabalidad su hilarante cometido, éste: "... desligitimar el autoritarismo disfrazado de democracia; poner arte, ingenio, conocimiento y sensibilidad al servicio de la exigencia moral y práctica de la democratización formal y real de Mexico". 1994 apuntala el presagio de estos dos moneros y ratifica, de nuevo, el innegable poder de la historieta política.

El sexenio me da risa. La historieta no oficial. El Fisgón y Helguera, prólogo de Lorenzo Meyer, Grijalbo, México, 1994, 174 pp.

, Torreón, 85 pp.

 

 
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