Lodo: novela

sobre el fango

Jaime Muñoz Vargas

Los caminos de la eficacia literaria son inescrutables. Un filósofo empobrecido (¿no es esto un pleonasmo?), una despachadora de Seven Eleven con piernas de lujo, un departamento decrépito y una ciudad minuciosamente hostil han sido capaces de condimentar una novela-confesión que resume de manera espléndida las innumerables perversidades del sistema en el que subhabitamos. Muy lejos de asumir algún afán denunciativo o edificante, la historia configurada en Lodo, novela más reciente de Guillermo Fadanelli, hunde su mirada en una realidad aterradora pero con actitud ajena al lloriqueo, con un tono siempre fresco, relajado, ferozmente digresivo y en todo renglón dueña del humor acre que caracteriza a las ficciones de este autor nacido en México, df, hacia 1960.

         Cuadrada en 31 capítulos, la novela tiene como personaje central a Benito Torrentera, pobresor de filosofía que gana cincuenta pesos por clase, sujeto que de tan anodino resulta estrafalario, secreto reflexionador de todo lo que circunda su gris trayecto por la vida. Narrador personaje, este confidente nos revela sus minúsculas verdades sin saber que allí, detrás de cada sentencia sobre el cotidiano arte de sobrevivir en México, detrás de cada parecer sobre los salvajes que cohabitan con él sobre la urbe, se esconde como ácido el peso de la verdad, una verdad que nadie tiene el apetito de escuchar, es cierto, pero que en la sensibilidad del lector/voyeur se impone porque no queda de otra: Torrentera tiene razón en todo o casi todo lo que afirma, y no queda más remedio que aceptarlo como oráculo manual de nuestros tiempos.

         Aceptar, por ejemplo, que todos en este país estamos permanentemente haciendo cuentas, como dice el profe de filosofía cuando, debido a la estrechez de sus recursos, duda al comprar una mugre en el triste escenario de un Seven Eleven. En efecto, somos contadores de tiempo completo, igual que los millonarios, pero en nuestro caso, en el caso de la legión de pobres que nos infralimentamos en el amplio mapa de la cornucopia mexicana, lo que contamos es el precio de las tortillas, de la renta, de la luz, de los cigarros, de los servicios elementales que requerimos para desligarnos un poco de nuestra esencial condición de damnificados. Motivo recurrente en toda la novela, el estribillo de Torrentera no se anda por las ramas y quién lo puede machacar con más credibilidad que este filósofo desarrapado, que este avinagrado rumiador de ideas, que este mistagogo sin autoestima. El crack financiero de toda la nación se nota precisamente en el refrigerador de Benito Torrentera; ¿cómo se pueden oponer los discursos populistas sobre el progreso macroeconómico a la humilde, a la modesta pero apabullante verdad de un refri siempre a medio camino entre la desolación y tres o cuatro huevos y un cuartito de mortadela? Por ese camino se llega a otro motivo cíclico en el microuniverso de Lodo: los gobernantes de este país han sido, son y acaso fatalmente serán bribones de siete suelas, seres que se dedican a delinquir en despachos bien caobados y con lap top sobre el fichero.

         Pocas veces una novela puede aparentar tan endiablada sencillez, como ocurre con Lodo. Lo que sucede es que esta ficción ha sido contada con inmejorable puntería. En apariencia, digo, un don nadie iluminado, un heterodoxo anónimo despotrica en su interior contra todo lo visible y lo invisible. Eso puede provocar la sensación de muy imitable sencillez; terrible error de cálculo. Fadanelli sortea con hábiles recursos el problema de contar la vida de un "derrotado" (las comillas indican que hablo desde la perspectiva del "éxito") sin tropezar en el tedio, en la redundancia, en el bostezo. El protagonista no vale un quinto para los demás, pero en sus muy bien informadas vísceras se almacena un tanque lleno de ponzoña que, al ser vaciado en el molde novelístico, deja tieso a cualquier amable defensor del hermoso planeta donde vivimos. Veo un caso, uno entre los miles localizables en este vademécum de la malditez enjuiciadora: cuando Torrentera considera la posibilidad de comprar una pizza de cuarenta y nueve pesos, obligado por su bolsillo siempre balaceado piensa irremediablemente: "Una hora de discernir acerca de filosofía moral era equivalente en el mercado a una pizza de chiles verdes".

         En ese riel camina la mente de Benito Torrentera durante todo Lodo. Nada se salva de su escarnio, de su herética pupila, ni él mismo siquiera. El mercado, la vida universitaria, sus alumnos, las necesidades alimenticias y etílicas, el sexo, los libros, la filosofía, la familia, su calva, los políticos, el ser y la nada, la novela y el ensayo como géneros, los periodistas, todo es atravesado a flechazos como si la vida fuera un San Sebastián al que es necesario meterle unas pullas con el fin de que entienda: a todos nos engaña, menos a este Torrentera que no está dispuesto a chuparse el dedo gordo y por lo menos en su fuero íntimo atreve este largo berrinche desolado.

         Aunque se cuida mucho de no caer en exquisiteces estilísticas (hay que recordar a los potenciales lectores que esta es una novela que se huele a sí misma las axilas, metaliteraria), Fadanelli llega en Lodo a la consumación de un estilo; supongo que ya se lo han dicho, pero no está de más repetirlo: el punto de equilibrio de todo este relato está sellado por la punzante armonía de la prosa: como ocurre en otros lados de su ya abultada obra, en esta hay humor a mares, hay ironías a torrenteros torrentes, hay desenfado y gracia, coraje, garra. No hay por fortuna tantos ex abruptos, tanta escatología, tanta maldición, lo que sin duda hubiera sobrecargado a la novela de tirria contra el género humano, y por tanto de inverosimilitud; el filósofo parece saberlo todo, y todo lo expresa con frescura y rostro impasible, sin aspavientos.

Sobre este punto hay que abundar en el diestro uso de las digresiones; es, a mí juicio, lo más valioso de todo el conjunto. Esos pasajes que los críticos de aula suelen llamar metadiegéticos, amplísimos a veces y en los que la cabeza de Torrentera opina sobre su inmediatez, se entrometen en las peripecias de la historia pero nunca molestan, nunca parecen apéndices gratuitos del relato principal. Si Torrentera es un filósofo, justo es que su mente ataque todos los puntos de la realidad que tiene la desgracia de padecer. Las digresiones de este profesor han sido sutilmente administradas, y piénsese por tanto que nunca rompen el hilo narrativo; al revés, son un contrapunto fascinante en cada página. La técnica ha sido usada pues con eficacia; mientras el maestro cuenta alguna acción, su acerbo cerebro entra en escena, vomita dos o tres verdades de a kilo y de vuelta cede la cancha al ordinario vivir en el inframundo. A propósito, hay un capítulo que trabaja una sabrosa reflexión sobre la multicitada crisis de los géneros: la novela se ha vuelto ensayo; el ensayo, novela, como sucede en el digresivo Lodo.

         Por eso creo que la historia en sí misma es atractiva pero, al menos para mí, insisto, menos deslumbrante que la máquina mental de Torrentera. Es cierto que Flor Eduarda y su estúpido crimen lubrican la narración; es cierto que la pareja que arman el filósofo y la ninfeta es tan extraña como una tortilla con mermelada, es cierto que la descripción de sus andanzas tiene atornillada la atención del lector a un suspenso que desemboca sin evasión posible en la fatalidad, pero no es menos cierto también que lo anecdótico hubiera servido de muy poco sin la ojeriza existencial, filosófica, de Benito Torrentera.

         En suma, y fuera de hipérboles irresponsables, Lodo es el primer verdadero Everest conquistado por el escritor mexicano Guillermo Fadanelli, y la mejor prueba de este logro es haber sido una de las diez finalistas en el premio Rómulo Gallegos 2003. Quienes le exigían un libro incontestable aquí lo tienen. Benito Torrentera, mientras no le quitemos mucho tiempo a su retozar con Flor Eduarda, está dispuesto a responder todas nuestras inquietudes siempre con lucidez, siempre con buena prosa y siempre con exuberante humor.

Lodo, Guillermo Fadanelli, Debate, México, 2002, 300 pp.

 

 
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