Entre signos:

el hilo y la madeja

Jaime Muñoz Vargas

Cuatrocientos millones, más los que se acumulen con el paso de los años, no es una cifra pequeña. Ése es el número aproximado de hispanoparlantes en el planeta, nada más ni nada menos que el 6% de la población mundial. Con estas cantidades, el español se ubica en la cuarta posición del top ten de los idiomas, sólo por debajo del chino, del inglés y del hindi. Una friolera de usuarios tan grande nos debe obligar a la reflexión constante de nuestra lengua, como de hecho está ocurriendo, y tal vez por eso en el famoso encuentro de hispanistas celebrado en Zacatecas hacia 1997, Octavio Paz aseguró que el castellano “goza de cabal salud” pese a sus mil y pico de años.

Oportunamente, la vitalidad de nuestra lengua se puede ver favorecida por aportes como el que hace Entre signos, obra de Luis Fernando Brehm Carstensen (1941), doctor en Letras por la Universidad de Cornell, en Nueva York, autor de varios libros de ensayo (México ficticio), de poesía (Encuentro de palabras) y novelas (Los brazos del agua y El canto del silencio). Brehm Carstensen tiene, además de la académica y la artística, una ya larga trayectoria como funcionario en el terreno cultural, pues fue director del Instituto Estatal de Cultura de Guanajuato durante las gubernaturas de Carlos Medina Plascencia y de Vicente Fox. Ahora tiene la cartera de Coordinador Nacional de Vinculación con Universidades e Institutos de Educación Superior del conaculta. Eso, más lo que ignoramos, ayuda a comprender la pasión de este autor, en general, por la cultura, y en particular, por el idioma que le cupo en suerte, como lo testimonian las páginas del volumen aquí reseñado a salto de cuartilla.

Un fanático de nuestra lengua tal vez encuentre redundante el esfuerzo de Brehm Carstensen, dada la oceánica bibliografía que por suerte se dedica al estudio, siempre inacabado, del español y sus recovecos. A ese hipotético lector le insistiría sin pizca de vacilación que nunca serán suficientes los intentos emprendidos para desenredar, al menos como intento, la urdimbre —una auténtica madeja— del idioma, desde su lexicografía hasta su fonética, desde su etimología hasta su morfología, peculiaridades todas que pueden ser estratificadas por regiones, épocas, clases socioeconómicas, gremios, etcétera. Por eso, celebro de antemano la tarea de Luis Fernando Brehm, una tarea que pone al alcance del lector de a pie lo que con frecuencia se nos ofrece abstruso, inasequible, envuelto en macizos tratadotes sólo aptos para especialistas de barba cerrada y lente grueso.

Obras como Entre signos continúa a su modo una larga historia en la exploración del castellano. Es un libro tatararrecontranieto de la Gramática de Nebrija publicada en 1492, el abuelo de todos los que con ciencia o sin ella se han abocado a escudriñar los pliegues del código verbal que fatigaron Quevedo y Borges, por citar sólo a dos cúspides. En esa rica tradición de estudiosos, traigo a la mesa el famoso comentario de Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua, aquél que nos avisa sobre el prestigio que había alcanzado el castellano en tierras extranjeras donde estudiarlo, hablarlo y escribirlo era tenido por signo, diríamos ahora, de estatus; De Valdés lo enunció así: “... porque, como véis, ya en Italia assí entre damas como entre caballeros se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano”. Hoy, pese a que en la globalidad el inglés aparece como lengua predominante, aunque no necesariamente favorita, no está lejos el español del gusto mundial y, a decir de los expertos, para el 2050, si todavía el mundo no es aniquilado por el progreso, habrá de nuestra palabra 550 millones de usuarios, 150 más que al arrancar el milenio. Como en los tiempos de Juan de Valdés, el español es una herramienta que por razones de estatus, o menos suntuarias y más prácticas, tiene un elevado número de aprendices. Fernando Lafuente, ex director del Instituto Cervantes, observa por ejemplo que “En Alemania hay 650.000 estudiantes de lengua española, y casi una cuarta parte de los profesores de idiomas de las universidades británicas son profesores de español. En Japón, lo estudian 60.000 universitarios, y en China hay 60 candidatos por cada plaza de estudiante. En Canadá, en la Universidad de Calgary, había hace dos años 400 estudiantes de lengua española; el año pasado, eran 3.000. El español es el segundo idioma en las provincias francófonas, pero también en las anglófonas”. Todo apunta, en resumidas palabras, a valorar el libro de Brehm Carstensen como valioso y oportuno, digno de ser considerado como texto introductorio a los quehaceres de la lengua.

Cinco capítulos articulan este recinto de papel. En ellos se vuelca la experiencia del autor en, dice en el prologuito, cursos, talleres y demás espacios consagrados al oficio de rastrear con lupa las minucias de la palabra. La quinteta de módulos puede parecer a veces inconexa, dado que cada segmento suele ser encarado por los especialistas con independencia de los otros. Así, el capítulo primero relativo a la lingüística da, desde Sassure, para armar tratados donde se demanda al lector un cierto grado de especialización, una escalera grande y otra chiquita; así pasa también en las gramáticas convencionales, donde no importan demasiado las elucubraciones sobre la materia lingüística, o en algunos libros de redacción que ponen énfasis en la ubicación de los géneros literarios con deliberada omisión de cuanto atañe al uso gramatical.

Sin perder erudición, más bien exhibiéndola, Entre signos procede no por el dictado de la especialización, sino por el de la preferencia divulgativa. La portada, que a veces dice muy poco acerca de que contiene un libro, en este caso cumple con exactitud su sentido etimológico de puerta y desde la mismísima entrada consigna el ánimo abarcador, generalizante, que acostumbran tener las obras de divulgación. Así es: en este libro se dan cita la ortografía y la semiótica, la semántica y la novela, la significación y la poesía, todo imbricado con una claridad que tiene el interés, hasta donde lo permite cada tema, de enseñar sin que el lector sienta el amago de lo inalcanzable.

Si entre signos vivimos, muy oportuno es que la introducción dé cuenta de la ubicuidad del signo y, por tanto, del significado. Todo significa, en efecto, incluso lo insignificante. Y entre todo lo que significa, nada más significante que el idioma y su infinita combinatoria. Por eso, es necesario recorrer el tramo del primer capítulo: he allí la esencia, la razón de ser, de todo empeño por desenmarañar los códigos que posibilitan la comunicación, como es el caso que nos ocupa.

Luego viene un amplio sector del libro dedicado a la vislumbre panorámica de la lingüística. Acompañado por algunas otras obras que sirven de cuña, el Curso de lingüística general —sin lágrimas— preside estas páginas. Estamos todavía en un nivel ciertamente difícil, es el terreno donde la palabra se hermana —como signo que es— a otros muchos signos y donde la glosa de todo lo que significa impide focalizar nuestra mirada en la concreción de la escritura. Tal concreción se consuma en el apartado tercero, donde una mezcla de la gramática moderna con la tradicional engarza con escrupulosidad las partes de la oración y su manera de enhebrarse para edificar el discurso. Llama la atención la vistosa y transparente acumulación de ejemplos, como cumple a todo trabajo que aspire a servir de sumario didáctico en cualquier materia.

Cada lector, de acuerdo a sus necesidades y su conocimiento previo, puede destacar los capítulos de su mayor agrado. En mi caso, encontré de suyo interesantes el cuarto (dedicado al cuento y la novela) y el quinto, consagrado a la radiografía compendiosa de la poesía, acaso la más alta prenda de la escritura. No me tiembla el teclado cuando afirmo que estos trancos de Entre signos serían profundamente útiles en las clases de narrativa y poesía, ya que dan cuenta, en apretada sinopsis, de los puntos finos que debe conocer, para obtener el mayor jugo posible, quien se vea en la feliz circunstancia de leer literatura.

Si pensamos en términos pragmáticos, hay libros cuya utilidad es borrosa, indefinible, aunque asombrosamente innegable (¿para qué sirve el Quijote?, por ejemplo). Hay otros que de golpe se pueden convertir en instrumentos de trabajo cuya uso facilita aprendizajes concretos, inmediatos. Entre signos, de Luis Fernando Brehm Carstensen, es uno de ellos. Los vistazos que nos ofrece Entre signos entroncan dignamente con la vieja tradición de enseñar nuestra lengua a quienes vayan rezagados en esa asignatura. Es, para decirlo con una imagen poética tal vez ya desgastada pero sin duda todavía útil, un hilo de la madeja que es nuestra lengua, un hilo de 145 páginas, breve y abarcador, útil en suma. Recomendar su adquisición me parece tan justo como necesario, y así lo hago.

Entre signos, Luis Fernando Brehm Carstensen, Paradigma Ediciones, México, 2001, 145 pp.

erie . 2), 2002, Torreón, 85 pp.

 

 
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