La reseña bibliográfica* Se me ocurre primero establecer los tipos de reseña;
propongo dos: a)
Por su extensión 1.
Breves: media cuartilla a dos. Sirven para secciones culturales en
periódicos, publicaciones estudiantiles o revistas de corte misceláneo y
sin alto grado de especialización. 2.
Medianas: tres a cuatro cuartillas. Periódicos o suplementos
culturales. 3.
Largas: cinco a ocho cuartillas o poco más: revistas
especializadas (culturales, históricas, médicas, legales, científicas)
de circulación quincenal, mensual, bimensual o semestral. b)
Por su tema 1.
Literarias (cuento, novela, poesía, prosa poética, teatro, ensayo
literario, diccionarios, obras de referencia). 2.
Cine (guiones, ensayos, historias, biografías). 3.
Políticas (libros con temas de
coyuntura, crónicas, biografías). 4.
Científicas (especializadas,
divulgativas). 5.
Históricas (especializadas, divulgativas). 6.
Filosóficas (especializadas, divulgativas). Distinguir
a las reseñas, esquemáticamente, por su extensión y por tema sólo
tiene como finalidad poner los naipes sobre la mesa para lograr un mayor
entendimiento de los no iniciados. Por supuesto, si afirmamos que la crítica
periodística de novedades editoriales pude escribirse sobre cualquier
libro, damos por hecho que la reseña es tan diversa temáticamente como
lo es la producción de títulos. Las recensiones de tipo literario son
las más frecuentes, en efecto, pero no podemos pensar que con ellas es
suficiente. Aplico la lógica: si de lo
que se trata es de recomendar la lectura, y si la producción de libros es
abundante y diversa, aunque siempre inferior a lo deseable, ¿por qué no
reseñar las novedades editoriales de corte científico o político? Para
mí cualquier libro es reseñable, incluso los pésimos, aunque en mi
ideal, y dado que voy a invertir tiempo en ello, siempre he preferido
comentar lo que me gusta (es decir, lo que leo), no lo que me disgusta y
que me niego a consumir. Esta
introducción no podría estar completa, incluso como borrador, si no
planteo un mínimo camino a seguir. No es un croquis concluyente ni único.
Yo mismo podría estar inconforme o en desacuerdo con algunos puntos, pero
los ofrezco porque siento que condensan de manera breve, general, mi
arquetipo de reseña. A diferencia de las recetas gastronómicas, en ésta
podemos omitir algún ingrediente sin lesionar el resultado final del
pastel: 1.
Título atractivo: si reseñamos Cien años de soledad o Libertad
bajo palabra, la reseña no puede llevar como encabezado Cien años
de soledad o Libertad bajo palabra, dado que esos son los títulos
de los libros asediados, no de nuestro comentario. Lo que sí se puede
hacer es complementarlos, decir, por ejemplo, “Cien años de soledad
y el mito de Macondo” o “Nuevo encuentro con Libertad bajo palabra”.
El caso es encontrar un título atractivo, literario, apetecible a primera
vista. El título de la reseña puede
prescindir del título del libro y conformarse con una idea enigmática;
menciono tres hipotéticos: “Humor y desacato de Nicanor Parra”,
“Panorama de la aldea global”, “A dos años del 11-S”. 2.
Idea gancho: iniciar una reseña con la crítica directa del libro no me
parece lo más recomendable. Creo que un párrafo introductorio es
necesario para atraer a los lectores, para seducirlos. Hay que buscar una
idea gancho, un comentario más o menos general sobre lo que vayamos a
tratar en concreto más adelante. No desdeño para el caso la entrada
anecdótica o personal, aquella que acomete de buen talante o
campechanamente lo que después podrá tornarse más solemne. El caso es
no ingresar de manera abrupta al libro, el caso es preambular en pocas
palabras con algún detalle digno de ser resaltado. Por ejemplo, si se
reseña un libro de Nicanor Parra, podríamos iniciar el texto con una
reflexión sobre la seriedad con la que generalmente se escribe y se
consume la poesía, eso para desembocar en la insubordinación antipoética
del chileno en el libro que vamos a catar. 3.
Biografía del autor: con el internet a merced ya es demasiado fácil
encontrar carretonadas de datos biográficos sobre cualquier autor, mucho
más si se trata de un consagrado como Saramago o Chomsky o Sagan o
cualquiera de ese tamaño. La biografía deberá entrar en la reseña de
manera discreta, inteligente. Si la reseña aborda a un tótem como García
Márquez, un error grave es escribir quince o veinte líneas sobre su
vida. Eso es demasiado. Afirmar en un párrafo tieso que nació en
Aracataca, Colombia, en 1927, que escribió Cien años de soledad,
que ganó el Nobel en el 82, es trillar lo ya muy conocido. El reseñista
debe tomar en cuenta el medio en el que publicará el texto y su tipo de
lectores antes de suministrar un kilo (o sólo dos o tres líneas) de
datos biográficos. Si se reseña a un autor primerizo o ya fogueado pero
poco conocido, no está de más mencionar, en una buena cantidad de líneas,
lo más sobresaliente de su trayectoria (origen, edad, títulos académicos,
premios, empleos, obras anteriores si las tiene), dado que además del
libro se presenta en sociedad al autor. En todo caso se impone la mesura:
la reseña es un escaparate para el libro, no tanto para su autor. 4.
Acotaciones prologales: no todos los libros abren con prólogos,
noticias preliminares, prefacios, introducciones o proemios, pero cuando
estos pórticos son parte de la obra no está de más aludir a ellos,
sintetizar al lector lo ya de por sí sintetizado en este tipo de
antesalas. Recuérdese que esas partes del libro son por lo general una
condensación que suministra de forma esquemática la información que el
lector presuntamente encontrará en la obra y, por tanto, es útil para la
configuración de una reseña. Al final hay que decir si se cumplió o no
lo prometido en dichas antesalas. 5.
Estilo: es indispensable hablar del estilo si reseñamos un libro
literario. En este caso aludiremos a la economía o riqueza del lenguaje,
al tono, al dominio de los instrumentos verbales y en general a la calidad
de su prosa o su poesía, si es experimental o lúdica, poética,
innovadora o tradicionalista, si se corresponde con otros textos del mismo
autor, si manifiesta alguna influencia, en fin, todo lo que tenga que ver
con la forma de esa escritura. En este caso pienso también en el estilo
de la reseña; he comprobado que, como ocurre en muchos casos similares,
la prosa del crítico puede y hasta debe adaptarse (siempre sutilmente) al
tipo de libro que comenta. Pongo por caso dos extremos: si reseñamos un
nuevo libro de José Agustín podemos usar un lenguaje y una prosa más
festivos, más frescos; no hacemos lo mismo con un nuevo libro de Fernando
Savater. Sin que sea absolutamente mimética, la prosa del reseñista
puede encontrar alguna sintonía con el estilo o el tema del libro que
comenta. En este mismo punto hay que añadir, sin dogmatismo, que el reseñista
procure no construir párrafos demasiado largos y que, en general, por la
naturaleza misma del lugar donde aparecen las reseñas, no se incluyan llamadas
ni notas al pie de página, “aparato erudito”. 6.
Perspectiva del reseñista: cada vez son más los medios impresos
que siguen un “manual de estilo” propio, ajeno o mixto. En dichos
manuales se ofrecen, entre otras muchas recomendaciones, consejos para
manejar con propiedad lo que podríamos denominar “perspectiva del reseñista”,
determinada ésta a partir de la persona del verbo con la que se escribe.
Es común que recomienden evitar, en el caso de los textos informativos,
la primera persona del singular y del plural. En el caso de los textos
opinativos hay más lasitud en este sentido, aunque algunos medios25
tienen como política solicitar a sus colaboradores el uso de verbos
impersonales, decir “se nota” en vez de “noté” o “notamos”,
escribir “se puede opinar” en vez de “opino” u “opinamos”. En
el caso de la reseña, mi parecer es que, por tratarse de un texto
subjetivo, puede ser escrito, indistintamente, en primera persona o de
manera impersonal. Sin embargo, para evitar conflictos en éste y en otros
terrenos de la escritura periodística, el reseñista puede solicitar
información sobre el manual de estilo —si lo hay— usado por el medio
donde colaborará. 7.
Estructura externa: fundamental es describir, grosso modo, las
partes del libro, la totalidad de sus secciones. Si es una novela, aludir
a su número de capítulos, a su extensión; si un poemario, a su
segmentación y a la cantidad de piezas que lo componen; si un ensayo
(literario, filosófico, político), igual. En este mismo lugar hay que
hablar de los prólogos, apéndices, índices onomásticos o temáticos,
gráficas, fotografías, viñetas, epígrafes y demás piezas del libro,
de suerte que el lector se haga una idea global (como la que ofrece un
mapa) sobre todo el conjunto. 8.
Estructura interna: vale para los libros que muestran un diseño unitario,
que se presentan en un bloque, como las novelas o los ensayos monotemáticos.
En el caso de las ficciones —y como acota Trejo Fuentes en Faros y
sirenas— “Es indispensable referirse a la estructura de la obra:
¿Sigue una disposición convencional, lineal (con inicio, clímax y
desenlace), o recurre a planteamientos distintos (trastrocamiento del
tiempo y del espacio organizados adecuadamente, etcétera)? ¿Inaugura una
forma de estructuración novelística?”. En el caso del ensayo podemos
aludir a la disposición de los materiales, al seguimiento —¿el crítico
historia el hecho, avanza de lo general a lo particular, cómo desmenuza
el tema, lo concluye adecuadamente?— que el autor hace de lo ofrecido en
las páginas introductorias. 9.
Ejemplos/citas: como el reseñista articula afirmaciones resulta lógico
que, cuando lo crea prudente, se apoye en fragmentos del libro que le
parezcan útiles para mostrar en vivo algún ejemplo sobre lo que
opina. La reseña no debe contener grandes ni abundantes citas textuales,
pero puede, pensemos en un libro de poesía, traer a la recensión algunos
cuantos versos juiciosamente elegidos para evidenciar que lo afirmado por
el reseñista es cierto. Lo mismo puede decirse de casi cualquier libro:
algo se puede citar para ver el estilo, el tono, el lenguaje, la
argumentación, etcétera, del texto sobrevolado. Con ese tipo de citas el
lector entra en el libro sin tenerlo a la mano. El reseñista funge
pues de puente, de enlace: con unas pizcas del libro analizado invita directamente
a la lectura o, en su envés, para el caso concreto del libro examinado,
la desalienta. 10.
Opiniones prestadas: cuando así lo precise, el reseñista puede apelar a
otros autores con el fin de confirmar, apuntalar, contradecir, argumentar
cualquier punto de su reseña. Por ejemplo, si analiza algún libro de
cuentos puede apoyarse en Teoría y práctica del cuento, de
Enrique Anderson Imbert, o si comenta algún poema puede recordar las
palabras de Paz asentadas en El arco y la lira. Puede reseñarse a
un escritor y de pasada citar —textual o resumidamente— a otros críticos
que hayan opinado sobre las obras anteriores del mismo autor, si es que
las hay. No se trata de armar un conjunto abrumador de referencias, como
en el ensayo literario con sello académico, sino de una ampliación crítica
que abrirá a los lectores la posibilidad de escuchar otros pareceres. 11.
Importancia de la obra: en algún momento de la reseña debe quedar
sugerida la importancia del libro examinado. El crítico debe afirmar en
qué o por qué vale una obra. Puede
resaltar alguna virtud —el estilo, los personajes, la estructura,
los ambientes, la anécdota, la potencia de los versos, la calidad de la
investigación, la originalidad del estudio, la belleza de las fotos, en
fin, lo que sea—, o hablar, si la hay, de la afortunada conjunción de
factores que hacen de ese libro un objeto atractivo, conjunción que no
excluye la calidad de la edición, sobre todo en el caso de las
publicaciones de arte. Se da por descontado que esa opinión puede ser
también parcial o totalmente adversa al libro. 12.
Calidad de la edición: la reseña puede darse algún tiempo para evaluar
los elementos vinculados estrictamente al trabajo editorial, más cuando
por su tipo el libro haya sido confeccionado con novedad y esmero
peculiares. Recuérdese que, antes de comprar un libro, muchos lectores
aprecian la fisonomía del volumen, la belleza de sus fotos o
ilustraciones, sus forros, su papel, la pulcritud de su impresión, la
tipografía, el interlineado, las cornisas, la caja, la calidad de los
medios tonos o de la selección de color, etcétera. Pero insisto: los
libros que se prestan para hablar sobre la calidad editorial son ante todo
aquellos que fueron elaborados con voluntad artesanal, los libros de arte
o fotografía, por ejemplo, y muy raras veces los de literatura, historia,
ciencia y demás. 13.
Remate: el cierre de una reseña debe resumir el o los valores del libro.
Recuérdese que los lectores esperan que en la última opinión se les
sugiera —implícita o explícitamente— leer o no leer el libro, y por
qué. En el remate, más que una idea original, se retoma de manera
concluyente algún comentario ya trazado en el cuerpo de la reseña. 14.
Ficha: la reseña ya publicada suele llevar en algún sitio fuera del
texto los datos editoriales más generales. Se recomienda pues que el reseñista
refiera el título del libro, el autor, la editorial, el lugar, la fecha y
el número de páginas. En algunos casos puede agregarse la colección (si
el libro forma parte de una serie), el nombre del traductor, del
ilustrador o fotógrafo (si los hay) y el isbn.
Aunque algunos de esos datos (el título y el autor, por ejemplos) ya se
asentaron en el cuerpo de la reseña, es importante anexar la ficha con
los datos de referencia completos, dado que en el diseño final ya
publicado en periódico o en revista muchos lectores ven de un solo golpe
y con tipografía destacada los datos globales de la edición. 15.
Imagen de la portada: el reseñista no es el responsable de ilustrar sus
textos. Este trabajo suele corresponder al editor y al diseñador. Sin
embargo, con frecuencia el periódico o la revista no cuentan con una
imagen de la portada, y cuando esto sucede el reseñista puede facilitar
al medio una imagen fotocopiada o escaneada. Recuérdese que para muchos
lectores resulta importante ver el libro, darse una idea de su
aspecto exterior. *Tomado de Tientos y mediciones, breve paseo por la reseña periodística, Jaime Muñoz Vargas, UIA Torreón-Icocult, Torreón, 2004, pp. 25-33. |