La formación de las estrellas en la actualidad no debe diferir mucho a lo que ocurrió en el inicio de los tiempos tras la gran explosión.
Cuando habían transcurrido unos 2 500 millones de años después del Big Bang, las galaxias empezaron a constituir condensaciones de gas bastante homogéneas. Las nubes de gas, cuyo movimiento tiene una velocidad en función de la temperatura, comenzaron a verse involucradas en una serie de corrientes o turbulencias, dando lugar a condensaciones de partículas que se acabaron constituyendo en núcleos gravitatorios, suficientemente importantes como para iniciar el proceso de acumulación de partículas. Era el inicio de la creación de las estrellas, lo que denominamos protoestrellas, o estrellas en formación.
En la actualidad con los modernos telescopios se observan en determinadas nebulosas condensaciones que son estrellas en proceso de formación en distintos estadios evolutivos, incluso con discos de polvo a su alrededor que acabarán formando planetas.
Tanto la nebulosa de Orión, como el Saco de Carbón, como la Cabeza de Caballo también en Orión, son hogares galácticos en los que empieza la vida de las estrellas.
En cambio en la nebulosa del Cangrejo (M 1) encontramos
los restos mortales de una estrella (ver el apartado Explosiones Súbitas de las
Estrellas: Novas y Supernovas). Lo que ahora vemos como una pequeña mancha en
forma de neblina brilló en el año 1054 durante casi un mes a plena luz del día
cuando entró en explosión la estrella y se convirtió en supernova. La nebulosa
es el residuo deshilachado de aquel cataclismo, pero de aquel sol queda todavía
un cuerpo que puede clasificarse entre los más vertiginosos del Universo,
porque da unas 30 vueltas sobre si mismo cada segundo. Se trata de un púlsar,
denominación que los astrónomos dieron en la década de los sesenta cuando se
descubrió la existencia de estrellas de neutrones que rotaban sobre si mismas a
espectaculares velocidades.
Se sabe hoy que los púlsares son la estación
intermedia en el mortal camino de una enana blanca hacia su transformación en
agujero negro, un objeto que delata su presencia por su increíble atracción
gravitatoria sobre los demás cuerpos que se hallan en sus inmediaciones y que
se caracteriza porque esa misma gravedad ni siguiera deja escapar la luz. Los
agujeros negros son el colapso final de las estrellas masivas, a las que la
gravedad conduce inexorablemente hacia otro estadio del espacio y el tiempo.