Luis Alvarez Icaza*

Cuotas fuera de la UNAM

La UNAM se empieza a inquietar. Sí, la posibilidad de erupción en el volcán del Pedregal ha aumentado en los últimos días. Los organismos que clasifican este tipo de emergencias le han dado a la situación una clasificación precautoria. Comienzan los primeros signos de alarma.

Hace cosa de tres semanas el rector de la UNAM presentaba a la opinión pública su propuesta para modificar el reglamento de pagos que rige el cobro de servicios a los estudiantes de esta casa de estudios.

En la presentación de este proyecto se empiezan a mostrar ya los elementos que han caracterizado conflictos estudiantiles en la UNAM en el pasado. El rector presenta su proyecto frente a distintas autoridades universitarias: la Junta de Gobierno, el Patronato Universitario y El Colegio de Directores1. Los consejeros universitarios que no son directores: estudiantes, profesores e investigadores no son invitados al acto. Las semanas que siguen a este peculiar destape repiten otro ingrediente necesario en la conformación de conflictos universitarios. Los medios de comunicación hacen suya instantáneamente la propuesta del rector y nos bombardean repetidamente con la naturaleza ridícula de las cuotas actuales. Las reacciones de apoyo al establecimiento de cuotas en los medios de opinión tienen distintos tonos que van desde la indignación frente a los posibles opositores, hasta quienes mesuradamente piensan que en esta propuesta está el futuro de la UNAM. La secuencia se sigue repitiendo. Los consejos técnicos emiten, a propuesta del rector, su opinión sobre el asunto. La aplanadora de la autoridad universitaria sigue funcionando. Sólo unos pocos de estos consejos técnicos manifiestan dudas respecto al proyecto y únicamente uno se opone francamente. Los consejos técnicos se componen minoritariamente por estudiantes. La Comisión de Presupuesto del Consejo Universitario emite un primer dictamen favorable a la propuesta del rector. Los consejeros universitarios estudiantes que pertenecen a esta comisión se quejan de nueva cuenta de la "aplanadora" de las autoridades, que no permitió ampliar la discusión. La Comisión de Legislación del propio Consejo Universitario se prepara para emitir su opinión, seguramente también aprobatoria, del proyecto. Veremos quizá también en próximos días al Consejo Universitario aprobando la propuesta. El voto de los consejeros universitarios estudiantes será, de darse el caso, mayoritariamente opuesto a la propuesta del rector.

En paralelo, en los espacios universitarios donde se gesta la conciencia real de la UNAM --los auditorios de sus escuelas y facultades, los patios, pasillos, las cafeterías-- los estudiantes se empiezan a mover, o en el argot universitario, se empiezan a "movilizar". Empiezan, con el retraso que da la falta de una organización viva, a gestar reactivamente la versión actualizada del Consejo Estudiantil Universitario. La primera marcha de protesta frente al proyecto fue convocada el jueves 25 de febrero. La reacción estudiantil será, como otras veces, una fiesta de protesta juvenil. Una fiesta, como todas ellas, con excesos: en las demandas, en las muestras públicas, en los performances, en la cultura de la protesta, en la solidaridad. Una fiesta alimentada por los rituales de las autoridades universitarias y por la opinión pública que no entienden que en la ceguera de su indignación confirman a los jóvenes lo acertado de su lucha.

Los escenarios y los rituales se repiten de una manera curiosamente similar. Los acontecimientos alrededor de la propuesta que presentó el rector se parecen a historias pasadas por la UNAM en 1987 y años posteriores. Las historias de los líderes estudiantiles, nuevos o pasados, historias académicas y personales, serán motivo de publicación en los periódicos y, muy seguramente, de una cuidadosa difusión en Hechos o en el hijo de 24 Horas. Veremos asambleas innumerables e interminables, desplegados indignados2, posiblemente huelga. Veremos pues la brecha, insalvable, entre los jóvenes estudiantes y las viejas autoridades.

Al final de todo esto, si nuestros jóvenes estudiantes universitarios consiguen, que no lo dudo, armar la fiesta en grande, el proyecto del rector, aun aprobado por el Consejo Universitario, será echado para atrás. Tiene, lamentablemente, pecado de origen. Las cuotas en la UNAM no son, no pueden ser, un problema académico. Las cuotas en la UNAM son un problema de política nacional. Eso, muy afortunadamente, lo perciben nuestros estudiantes universitarios.

Lo paradójico de esta narración de sus rituales y tiempos, de estudiantes omnipresentes y autoridades que no los pueden ver, de sus buenos o malos augurios, es que el debate sobre las cuotas no es un debate de la UNAM. Es hora de que la UNAM lo regrese a donde pertenece: al ámbito de la política nacional. Leí el artículo de Octavio Rodríguez Araujo publicado en La Jornada3 que argumenta, inobjetablemente, sobre la naturaleza de la UNAM como organismo público descentralizado y por ello como parte del Estado. En ocasiones una lectura en buen español es suficiente para desenredar los hilos4. La Constitución indica, hasta hoy, que la educación impartida por el Estado será gratuita. La UNAM es parte del Estado. Mientras nuestro Congreso no cambie esto, mientras las Cámaras de Diputados y Senadores no decidan explícitamente una política de financiamiento distinta a la gratuidad para la educación pública superior, no sólo para la UNAM sino también para las otras instituciones públicas federales de educación superior, y la plasmen en nuestras leyes, la propuesta de nuestro rector, o la de cualquiera otro será incorrecta. Si nuestros legisladores cambian la legislación federal, pueden decidir que en el caso de la educación pública superior deba existir aporte individual, que no sea gratuita. Entonces nuestros estudiantes tendrán derecho a plantarse en San Lázaro o en Belisario Domínguez y hacer sentir el peso de su inconformidad, el peso de su fiesta rebelde, a hacer política pues. Entonces también nuestras autoridades podrán proponer un reglamento de pagos. Mientras tanto, por favor, en congruencia con el discurso tantas veces repetido de separar lo político de lo académico, dejemos el asunto de las cuotas en la UNAM en paz. El trabajo de ponerlas, si lo quieren, es de nuestros legisladores.

 

* Investigador del Instituto de Ingeniería, UNAM.

1 El Colegio de Directores no es una autoridad universitaria formal, aunque sí está constituido por directores de escuelas, facultades e institutos, todos ellos autoridades universitarias.

2 Eso sí, normalmente pagados con recursos de la UNAM.

3 Octavio Rodríguez Araujo. "UNAM, organismo estatal descentralizado". La Jornada, 25/02/99.

4 Que luego los abogados e interpretadores insisten en volver a enredar.

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