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La gran fauna
del Pleistoceno Superior (llamado Lujanense) es un valioso ejemplo
del atractivo de la paleontología. Diez mil años atrás,
es decir, hace un instante en términos geológicos, habitó
toda Sudamérica, una fauna de mamíferos de gran diversidad,
rareza y tamaño: osos, tigres dientes de sable, llamas de una tonelada,
y extrañas criaturas emparentadas sólo lejanamente con animales
modernos, como los perezosos terrestres bípedos de varios metros
de altura; animales completamente acorazados, relacionados con las mulitas,
pero del porte de un hipopótamo; caballos, milenios antes de que
los conquistadores españoles los volviesen a introducir.
Rivalizando en espectacularidad con los famosos dinosaurios, cuentan con
varias ventajas sobre ellos, como su proximidad en el tiempo, que nos
permite inferir más confiablemente su modo de vida, y, eventualmente,
extraer su material cromosómico con gran factibilidad.
El término megafauna ha sido definido para comprender al conjunto
de animales -en particular mamíferos- de la misma región,
cuya masa adulta excede la tonelada. Una tonelada es un millón
de gramos, y para esa cantidad se usa el prefijo mega. La megafauna pleistocena
de Sudamérica es impresionante cualquiera sea la definición
que se use. Si consideramos los 122 géneros citados en la literatura
científica, alrededor de 15 tienen más de una tonelada de
masa, y los mayores de 100 kg llegan cerca de la cincuentena. Compárese
esta cifra con la fauna actual de África, compuesta por cinco especies:
el elefante, el rinoceronte blanco, el rinoceronte negro, el hipopótamo
y la jirafa.
Nombre
común: Perezoso (scelidoterio)
Clasificación: Orden Edentata, Familia Mylodontidae, Subfamilia
Scelidotheriinae, Género Scelidotherium, Masa estimada: Unos 500
kg.
Restringidos
hoy a dos especies que viven en lo más alto de los árboles
de las selvas tropicales de nuestro continente, los perezosos fueron mamíferos
muy abundantes durante el Terciario y el Pleistoceno, y cuando se levantó
el istmo de Panamá hace 3 millones de años, invadieron América
del Norte y el Caribe. Dentro de los representantes lujanenses, el scelidoterio
era de los más pequeños por lo que podemos suponer que no
compartían con sus primos vivientes el hábito arborícola,
además escaso en la zona.
El Milodonte
de una tonelada y el Glosoterio algo mayor, eran otras especies
de Perezosos, siendo superados por el Lestodonte de unas tres toneladas,
este último tenía el primer molariforme muy desplazado hacia
adelante, con forma de canino y proyectado hacia afuera, conformando una
defensa, lo que debe de haber dado a su rostro una apariencia muy poco
amigable.
De todos modos, el campeón de los pesos completos entre los perezosos
fue el Megaterio, otro perezoso de figura más familiar que pesaba
entre 4 y 5 toneladas y uno de los mamíferos bípedos más
grandes de todos los tiempos, como se sabe por las huellas que dejó.
Poseía las fuertes garras características de los perezosos
lujanenses, pero desarrolladas al extremo. Se ha propuesto que le servían
para descascarar árboles y comer su corteza, pero hipótesis
recientes las asocian a usos más agresivos. De ser correcta esa
hipótesis, sería el mamífero terrestre comedor de
carne más grande que haya existido. Dámaso Larrañaga
le dedicó su atención.
El Tigre dientes de sable era un temible predador de 400 kg. (una
vez y media la de un león adulto moderno). De miembros relativamente
cortos, no parece haber sido apto para la persecución de su presa
sino más bien para la emboscada. Sus miembros anteriores son extraordinariamente
robustos. La dentadura está reducida al mínimo indispensable
para apuñalar, desgarrar y cortar. En Arizona, EE.UU., fue encontrado
un cráneo de un gliptodonte juvenil con dos perforaciones de forma
oval, probablemente debidas al ataque de uno de estos enormes felinos.
Hoy en día existe una sola especie de osos en Sudamérica,
el oso de anteojos, un vegetariano relativamente pequeño que habita
los grandes bosques de las vertientes andinas. En el Lujanense, en cambio,
existía este género de gran porte de unos 600 kilogramos
cuyos restos son encontrados en nuestro territorio.
El Armadillo Gigante, bastante cercanamente emparentado con los tatús
modernos pesaba unos 200 Kgs. su pariente, el Gliptodonte pesaba una tonelada,
incluso otras especies de Gliptodonte superaban estas dimensiones llegando
a las dos toneladas.
El Mastodonte
pesaba 4 toneladas, la Macrauquenia de alrededor de una tonelada de peso
era algo semejante al camello con trompa; el Toxodonte alcanzaba el tamaño
de un rinoceronte; las llamas gigantes vagaban por estas llanuras con
un peso de una tonelada conviviendo con los pacíficos caballos,
extinguidos ya varios milenos antes de que desembarcaran los españoles;
en las orillas de ríos y arroyos abundaba el carpincho gigante
de unos 150 kilogramos de peso. Aunque se lo conoce todavía de
manera fragmentaria, puede decirse que era muy semejante a su pariente
viviente, pero duplicándolo o más en tamaño.
Extinciones
El estudio de las extinciones masivas ha tenido ultimamente un extraordinario
auge.
Siempre se afirmó que hubo una extinción diferencial, en
la cual los mamíferos de estirpe norteamericana sustituyeron a
aquellos cuyo grupo se originó por acá después del
intercambio faunístico. Sin embargo, si tomamos los 122 géneros
citados para el Pleistoceno tardío (conocido como Lujanense) de
toda América del Sur, se ve que en realidad el origen geográfico
del grupo no tiene mucho que ver, y sí su tamaño: como en
otros casos, los animales grandes son más propensos a la extinción
que los chicos.
Esta gran
fauna vivió aquí antes de la colonización humana,
y llegó a coexistir con los humanos, al punto tal que se menciona
su influencia como causa de extinción. De hecho, el único
factor diferente entre el tiempo de la extinción y cualquier otro
del Pleistoceno es, precisamente, la presencia humana. El clima varió,
pero no más que a lo largo del Pleistoceno, por lo que se puede
saber estudiando la dispersión de ciertas plantas, a través
de su polen. En Chile y en el norte de Sudamérica, hay estudios
bien documentados de la caza de mastodontes y su posterior consumo por
un grupo de humanos, y en América del Norte un autor propuso el
término blitzkrieg (guerra relámpago, terminología
bélica de la II Guerra Mundial), para denominar la sobrecaza y
consecuente extinción masiva.
Esta interpretación
es polémica, pero tiene la ventaja de explicar bien la mayor extinción
de los animales de gran tamaño, y de ser coherente con el impacto
humano en los respectivos continentes a medida que nuestra especie los
iba poblando, aunque no se puede descartar que el hombre no haya sido
más que el golpe de gracia para una fauna que venía en falsa
escuadra. Por citar otra hipótesis, la presencia de enfermedades
traídas por los contingentes de origen norteamericano y quizá
también por los humanos, pudo haber sido una causa de gran importancia.
Este documento
ha sido elaborado por Richard Fariña, de 43 años y
Licenciado en Ciencias Biológicas, Magister en Paleontología
y Doctor en Ciencias Biológicas. Es docente en el Departamento de
Paleontología de Facultad de Ciencias. Montevideo. Correo electrónico:
[email protected]. Versión
de: Diciembre de 1997
Ubicación: Rau.edu.uy/
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El
estudio de los mamíferos fósiles en la Argentina
El
importante desarrollo que alcanzó en la Argentina el estudio de
los mamíferos fósiles, la paleomastozoología, está
relacionado con la abundancia de sus yacimientos, que abarcan temporalmente
a la mayor parte de la evolución de estos vertebrados.
Eduardo
P. Tonni
Facultad de Ciencias Naturales y Museo. Universidad Nacional de La Plata.
CIC (Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia
de Buenos Aires)
Ricardo
C. Pasquali
Universidad Tecnológica Nacional. Facultad Regional Haedo
El importante desarrollo que alcanzó en la Argentina el estudio
de los mamíferos fósiles, la paleomastozoología,
está relacionado con la abundancia de sus yacimientos, que abarcan
temporalmente a la mayor parte de la evolución de estos vertebrados.
Entre los primeros restos de mamíferos fósiles descubiertos
en la Argentina se encuentran aquéllos que fueron atribuidos a
una raza de humanos gigantes. Así, en la segunda mitad del siglo
XVI, fray Reginaldo de Lizárraga observó "...una muela
de un gigante" procedente de Córdoba. Otro hallazgo de restos
de supuestos gigantes había realizado el capitán Esteban
Álvarez del Fierro en el pago de Arrecifes. En enero de 1766
se dirigía por nota al Alcalde de Buenos Aires haciéndole
saber del descubrimiento y solicitándole el envío de varias
personas entendidas con el fin de que reuniesen ese material, por sospechar
que los huesos podrían haber sido de racionales, esto
es, de seres humanos. Poco después arribaron a Arrecifes los enviados
del Alcalde y procedieron a extraer los restos óseos del sepulcro
o sepultura Los restos fueron llevados a Buenos Aires para embarcarlos
con destino a España. Previamente a su embarco fueron examinados
por tres cirujanos, y uno de ellos, llamado Matías Grimau,
opinó bajo juramento que eran humanos. Una vez en España,
los académicos de la Real Academia de la Historia dictaminaron
que los huesos no eran de "racionales", y que probablemente
pertenecían a algún animal "parecido al elefante".
El dictamen de los académicos españoles no era erróneo,
ya que los restos en cuestión pertenecían a mastodontes,
parientes extintos de los elefantes cuyos enormes molares se asemejan
someramente a los humanos.
El primer
descubrimiento de restos de un gliptodonte, pariente de los armadillos
provisto de un grueso caparazón rígido, lo realizó
el jesuita inglés Thomas Falkner en 1760, a orillas del
río Carcarañá, en la provincia de Santa Fe.
En 1787, el fraile dominico Manuel Torres desenterró de las barrancas
del río Luján los restos óseos de un megaterio,
un gigantesco animal extinguido emparentado con los perezosos. Obtenido
el apoyo para la gestión respectiva del Virrey Marqués
de Loreto, el esqueleto fue remitido a España con una extensa
nota del Virrey el 2 de marzo de 1788. Es tal el interés que despertó
este enorme esqueleto de cerca de cinco metros de largo, que el rey Carlos
III reclamó el envío de un ejemplar vivo, o en su defecto
desecado y relleno de paja. Reconstruido en el Real Gabinete de Historia
Natural de Madrid, el fósil fue estudiado por el naturalista francés
Georges Cuvier en 1796. De esta forma, Megatherium americanum
como denominó Cuvier a este gigante de las pampas se
convirtió en el primer vertebrado fósil del Nuevo Mundo
conocido por la ciencia. El esqueleto de este megaterio se conserva actualmente
en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, siendo el primer vertebrado
fósil montado para fines de exhibición.
En 1825,
el Museo de Historia Natural de París comisionó a
Alcides Dessalines DOrbigny para visitar, explorar y estudiar
la fauna y la flora de las regiones australes de América del Sur.
Asesorado por famosos científicos, como Cuvier y Humboldt, partió
para el Nuevo Mundo como naturalista viajero en 1826, llegando a Buenos
Aires en enero de 1827, durante la breve presidencia de Bernardino
Rivadavia. Los resultados de sus observaciones fueron publicados entre
1834 y 1847 en la monumental obra en nueve volúmenes Voyage
dans lAmerique Méridionale Viaje a la América
Meridional, en la que figuran noticias acerca de la geología,
paleontología, botánica, zoología y antropología
argentinas, además de algunas referencias históricas relacionadas
con las regiones visitadas. DOrbigny describió los restos
del gliptodonte que había descubierto Thomas Falkner en 1760 y
recogió fósiles principalmente en las barrancas del río
Paraná, muchos de los cuales fueron descriptos por Laurillard.
El naturalista inglés Charles Robert Darwin formó
parte de la expedición que realizó el capitán
Robert Fitz-Roy a bordo del Beagle entre el 27 de diciembre
de 1831 y el 2 de octubre de 1836. Luego de breves etapas en Brasil y
Uruguay, el Beagle llegó en 1833 a la desembocadura del río
Negro, donde se encontraban las poblaciones más meridionales exceptuadas
las aborígenes de América, de las cuales la más
importante era Carmen de Patagones. Siguiendo la línea de postas
protegidas del ataque de los indios, hizo minuciosas anotaciones sobre
aspectos geológicos, paleontológicos, botánicos y
faunísticos de esa poca explorada zona. Descubrió el yacimiento
fosilífero de Punta Alta, de donde extrajo restos de un caballo
fósil y un megaterio, además de otros correspondientes a
mamíferos extinguidos desconocidos hasta entonces, como el celidoterio,
el glosoterio, el milodonte, la macrauquenia y el toxodonte. Estos fósiles,
como los que Darwin descubrió posteriormente, fueron depositados
en el Colegio de Cirujanos de Londres y descriptos por Sir Richard
Owen. En setiembre de 1833 viajó por tierra de Bahía
Blanca a Buenos Aires y de ahí a Santa Fe, en cuyo trayecto descubrió
restos de mastodonte, de un armadillo gigante, de toxodonte
y de un caballo fósil. Pasó luego a Uruguay, donde
descubrió un cráneo bastante incompleto de un toxodonte
sobre la orilla del arroyo Sarandí, afluente del río Negro.
En diciembre partió con el Beagle hacia Puerto Deseado e inició
un recorrido por la Patagonia y en enero de 1834 halló nuevos restos
de macrauquenia. Luego remontó el río Santa Cruz, para dirigirse
después a Tierra del Fuego e Islas Malvinas. En 1835 vuelve a entrar
a Argentina desde Chile y descubre un bosque de araucarias petrificadas
en la Región del Agua de la Zorra en el Paramillo de Uspallata,
al norte de la provincia de Mendoza. Esta flora, de edad triásica,
fue estudiada en la década de 1990 por la paleobotánica
Mariana Brea, del Museo de La Plata, y fue el tema de su tesis
doctoral, presentada en 1995.
Un hito importante en la historia de los estudios paleontológicos
en la Argentina está señalado por la descripción,
en 1845, del esqueleto de Smilodon populator, un enorme felino de dientes
de sable hallado en las barrancas del río Luján. La descripción
fue obra del médico Francisco Javier Muñiz, el primer
naturalista argentino según Florentino Ameghino. Además
de su destacada actuación como médico, Muñiz fue
el precursor de los estudios paleontológicos en el suelo argentino.
Precediendo a Darwin fue el primero que empezó a excavar sistemáticamente
el terreno de la pampa, descubriendo en él los extraordinarios
seres extintos que llegaron a convivir con los primitivos pobladores humanos
de estas tierras. En 1825, por disposición del general Soler,
marchó como cirujano a Chascomús. En esa oportunidad reveló
condiciones particulares de paleontólogo, dando a conocer algunos
fósiles desenterrados por él en las proximidades de la laguna.
A partir de ese momento comenzó a recolectar y estudiar huesos
fósiles que le dieron renombre en el exterior y provocaron la atención
de Darwin. Cuando tenía 33 años fue designado por el gobernador
Dorrego médico en el departamento de Luján, cargo
que le permitió dedicarse a las exhumaciones paleontológicas,
a los estudios sobre higiene y a la climatología de la provincia
de Buenos Aires. En los veinte años que estuvo en Luján,
Muñiz colectó y describió una gran cantidad de mamíferos
fósiles. Esta tarea de Muñiz lo coloca como el precursor
de la paleontología argentina, no habiendo ninguna personalidad
que pueda comparársele hasta la aparición de Florentino
Ameghino.
Muñiz
fue miembro fundador de la Asociación Amigos de la Historia
Natural del Plata, creada en 1854 para dar al entonces Museo de Historia
Natural de Buenos Aires una organización capaz de hacerlo salir
del estado de abandono en que se encontraba durante la larga dominación
de Rosas. La Asociación prosiguió sus tareas durante una
década, siendo sustituida en 1866 por la Sociedad Paleontológica,
fundada por el científico alemán Carlos Germán
Burmeister, que desde 1862 se desempeñaba como director del
Museo Público de Buenos Aires. Ésta fue una de las primeras
asociaciones del mundo dedicadas a la paleontología.
Burmeister era un científico conocido internacionalmente por sus
trabajos paleontológicos y zoológicos, en especial de insectos.
En 1861 renuncia a su cátedra en Halle y acepta el ofrecimiento
que le hicieron Mitre y Sarmiento del cargo de director del Museo Público
de Buenos Aires. Creó la revista Anales del Museo
Público de Buenos Aires, que empezó a publicarse
en 1864, en la que ofició personalmente de redactor, ilustrador
y corrector. Desde sus páginas dio a conocer e ilustró los
descubrimientos sobre mamíferos extinguidos, con litografías
y grabados ejecutados de su propia mano. Con la obra de Burmeister Los
caballos fósiles de la Pampa argentina, el gobierno argentino participó
de la Exposición de Filadelfia de 1876. Su actividad científica
en el Museo incluía a la zoología, botánica y paleontología.
En 1870, Sarmiento designó a Burmeister comisionado extraordinario
para dirigir la nueva Facultad de Ciencias Matemáticas y Físicas
en la Universidad de Córdoba, autorizándolo para
proponer el primer plantel de profesores. En 1873 se fundó la Academia
de Ciencias de Córdoba bajo la dirección de Burmeister,
cuyos miembros estaban obligados a dictar clases en la Universidad. Las
obras científicas producidas por los integrantes de la Academia
serían publicadas en las Actas y en el Boletín de la Academia
Argentina de Ciencias Exactas. En 1878 se resuelve separar la Academia
como cuerpo científico de la Universidad de Córdoba, pasando
a ser una corporación científica sostenida por el gobierno
de la Nación. El centro de gravedad de la ahora Academia Nacional
de Ciencias se desplaza de las ciencias exactas a las ciencias naturales.
Una de los
trabajos más monumentales publicados en las Actas de la Academia
Nacional de Ciencias es Contribución al conocimiento de los mamíferos
fósiles de la República Argentina, formado por un volumen
de texto y un atlas. Esta obra, escrita por Florentino Ameghino y publicada
en 1889 en el tomo VI, fue premiada en la Exposición Universal
de París.
Ameghino llevó a cabo su monumental aporte a la paleontología
en forma de una importante y voluminosa obra escrita, de una magnitud
tal que Alfredo Torcelli editó 24 grandes tomos con las
obras completas y correspondencia científica del sabio. No hay
otro investigador sudamericano en antropología, geología
o paleontología con una obra de esa dimensión y calidad.
Sus estudios se iniciaron sobre los mamíferos fósiles de
la provincia de Buenos Aires, involucrando luego a todo el territorio
argentino. Entre 1885 y 1886 creó el Museo de Antropología
y Paleontología de la Universidad de Córdoba, que abandonó
en 1886 para trasladarse a La Plata y asumir el cargo de subdirector y
secretario del Museo de La Plata. En febrero de 1888 renuncia por
sus discrepancias con el director, Francisco Pascasio Moreno, dejando
como principal legado una importante colección de restos de mamíferos
del Mioceno temprano de Santa Cruz y que fuera reunida por su hermano
Carlos. Desde 1902 hasta su muerte, ocurrida en 1911, fue el primer
director de nacionalidad argentina del Museo Nacional de Buenos Aires.
En 1906, muchos años después de haber dejado La Plata, Ameghino
es nombrado Profesor de Geología y Miembro del Consejo Académico
del Instituto del Museo de la Universidad de La Plata. Sin embargo, renuncia
a esos cargos para dedicarse exclusivamente a sus tareas en el Museo Nacional
de Buenos Aires. Bajo su dirección, este museo incrementa extraordinariamente
las colecciones paleontológicas, su biblioteca se transforma en
la mejor dotada en la especialidad e incorpora a científicos de
la talla del botánico Carlos Spegazzini, el zoólogo
Eduardo Holmberg y el antropólogo Juan Bautista Ambrosettti, convocados
personalmente por Ameghino.
Ameghino
fue el precursor de los estudios filogenéticos en la Argentina.
Enfocó las investigaciones paleontológicas principalmente
desde los puntos de vista taxonómico, involucrando el estudio muchas
veces exhaustivo de las diversas jerarquías, y el bioestratigráfico,
caracterizando a los sedimentos portadores por su contenido fosilífero.
A este sabio se debe el cuadro geológico del Cenozoico era
geológica que abarca los últimos 65 millones de años
de la Argentina, que el gran paleontólogo estadounidense George
Gaylord Simpson propuso como patrón para toda América
del Sur. Ameghino fue el primer científico que aportó pruebas
sustanciales sobre el intercambio faunístico entre América
del Sur y América del Norte que comenzó hace algo más
de tres millones de años, evento que en la década de 1970
fuera bautizado como Gran Intercambio Biótico posteriormente
Faunístico Americano.
Cuando se
retiró del Museo de La Plata, Ameghino fue reemplazado por el suizo
Alcides Mercerat, que no hizo aportes significativos a la paleontología
de vertebrados, y por Santiago Roth, de la misma nacionalidad,
pero de labor mucho más fecunda. Roth había realizado expediciones
a Patagonia que rivalizaban con las que hacía simultáneamente
Carlos Ameghino, que tuvieron lugar en las temporadas de 1896-97, 1898-99
y en 1902. Roth y los Ameghino se ocultaban celosamente los datos sobre
las localidades que visitaban, ocasionando cierta confusión en
las tareas de los posteriores revisores. Florentino Ameghino no tuvo discípulos
directos, pero fue su hermano Carlos, al frente de la Sección Paleontología
del Museo Nacional, y luego en la dirección del mismo, quien transmitió
el legado del sabio lujanense a una nueva generación que trabajó
en el Museo hasta 1930: Lucas Kraglievich, Alfredo Castellanos, Carlos
Rusconi y Lorenzo Parodi.
Kraglievich
abandonó la carrera de ingeniería mecánica que tenía
casi terminada para dedicarse a la paleontología. En 1912, seis
meses después que Ameghino había fallecido, y en compañía
del ingeniero Juan Carlos Ortuzar, realizó una expedición
a Chubut y Santa Cruz, donde efectuó abundantes hallazgos paleontológicos.
En 1916 ingresó en el Museo Nacional de Historia Natural de Buenos
Aires y a los tres años se lo nombró ayudante técnico
en paleontología. Ocupó la dirección del Museo en
1925 y hasta 1929, la Jefatura de la Sección Paleontológica,
en reemplazo de Carlos Ameghino, y en 1931 se radicó en Uruguay,
falleciendo al año siguiente a la edad de 46 años. Kraglievich
creó 21 familias y subfamilias de vertebrados y 74 géneros
de mamíferos y aves. Al igual que Florentino Ameghino, fue por
sobre todo un investigador de gabinete, y su trabajo de campo fue limitado
si se lo compara al de Carlos Ameghino y Santiago Roth.
Castellanos, Rusconi y Parodi dan los primeros pasos en su carrera científica
junto con Kraglievich. La mala relación con Martín Doello
Jurado, director del Museo de Buenos Aires, no sólo determinó
la radicación de Kraglievich en Uruguay, sino también la
de Castellanos y Rusconi en el interior del país, donde crearon
importantes centros paleontológicos. Parodi, por el contrario,
y luego de un período en que se desempeñó en el Jardín
Zoológico, se incorporó en 1937 a la Sección Paleontológica
del Museo de La Plata como preparador. Parodi provenía de una familia
en la que había varios aficionados a la paleontología. Nadie
posiblemente en el mundo llegó a superar el nivel de
conocimientos empíricos al que había llegado Parodi. Estando
en Buenos Aires hacía competencias con Kraglievich para ver quién
reconocía un resto fósil mas rápidamente. Una de
esas competencias consistía en colocar las manos detrás
del cuerpo e identificar un hueso al tacto. Contrastando con sus extraordinarios
conocimientos empíricos, la producción científica
de Parodi fue escasa.
Castellanos creó un centro de investigaciones sobre paleontología
de vertebrados en el Instituto de Fisiografía de la Universidad
del Litoral, en Rosario. Realizó importantes labores de campo
en las provincias de Córdoba, Catamarca, Tucumán y Santa
Fe, en las que descubrió nuevos yacimientos de vertebrados del
Cenozoico. La producción de Castellanos está dedicada especialmente
a los edentados acorazados armadillos y gliptodontes, a la
estratigrafía y a la paleoantropología.
Desde 1930,
año en que se aleja del Museo Nacional en solidaridad con Lucas
Kraglievich, Rusconi no vuelve a tener contacto con esta institución
ni con el Museo de La Plata. Creó la revista Ameghinia,
y luego el Boletín Paleontológico de Buenos Aires. En el
tomo X de las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, impreso en 1937,
publicó Contribución al conocimiento de la geología
de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores y referencia de su fauna,
basado en un extenso trabajo de campo realizado entre 1918 y 1936 en las
obras portuarias, en excavaciones para las líneas de subterráneos,
de centrales eléctricas, de Obras Sanitarias de la Nación
y de grandes edificios, y la rectificación del Riachuelo. En 1937
se trasladó a Mendoza, donde fue nombrado director del Museo de
Historia Natural Juan Cornelio Moyano. A partir de entonces
realizó una importante actividad científica en la que dio
a conocer la existencia de faunas de vertebrados mesozoicos y cenozoicos
de la provincia de Mendoza. Los hallazgos de vertebrados triásicos
y jurásicos que efectuó en Mendoza hacen que se dedique
principalmente al estudio de los peces, anfibios y reptiles terrestres
y marinos que poblaron la región cuyana.
En el Museo
de La Plata, la actividad paleontológica es mantenida por Santiago
Roth hasta 1924, año en que fallece. Roth efectuó importantes
trabajos de campo y varias publicaciones sobre ungulados, trabajando en
estrecha conexión con Lucas Kraglievich, que entonces se desempeñaba
en el Museo de Historia Natural de Buenos Aires. A la muerte de Roth,
Kraglievich no acepta la jefatura de la Sección Paleontología
que le ofrece Luis María Torres, el director del Museo de La Plata.
Por este motivo, Torres contrató en 1925 al mastozoólogo
zoólogo especializado en mamíferos español
Ángel Cabrera como jefe del Departamento de Paleontología
y profesor de Paleontología, quien estaba a cargo de la Sección
de Mamíferos del Museo de Ciencias Naturales de Madrid.
Cabrera,
por su condición de zoólogo, introdujo un nuevo enfoque
en el estudio de los vertebrados fósiles, rompiendo las fronteras
que separaban a la paleontología de la zoología. Su labor
como paleontólogo se caracterizó por una metodología
eminentemente biológica, desvinculada en cierta medida de los problemas
geológicos. En Argentina, fue el primer paleontólogo que
pudo encarar con igual profundidad tanto el estudio de los mamíferos
como de los peces, anfibios, reptiles y aves.
Con el alejamiento de Kraglievich, Castellanos, Rusconi y Parodi, comienza
en el Museo Argentino de Historia Natural la actividad de Alejandro Bordas,
y posteriormente, de Noemí Violeta Cattoi. Estos investigadores
realizan una importante labor en la organización de la Sección
Paleontología de Vertebrados de la nueva sede del Museo, en el
Parque Centenario, que incorpora la colección Ameghino. Con los
trabajos de Bordas y Cattoi, el Museo Argentino de Historia Natural se
dedicó predominantemente a la paleomastozoología. Cattoi
llegó a ocupar el cargo de jefa de la División Paleozoología
Vertebrados, y desde 1948, hasta el momento de su muerte,
fue profesora de Geología y de Paleontología en el Instituto
Superior del Profesorado de la ciudad de Buenos Aires.
Por causa de su desentendimiento con las nuevas autoridades, Bordas se
retira del Museo de Buenos Aires, e inician sus actividades Jorge Lucas
Kraglievich hijo de Lucas Kraglievich y Osvaldo Reig. Jorge
Kraglievich publicó sus primeras investigaciones a los dieciséis
años de edad. En las décadas de 1940 y 1950 publicó
varios trabajos sobre mamíferos fósiles, producción
que decrece notablemente más tarde debido a su afección
a las bebidas alcohólicas. Una de sus últimas publicaciones,
de 1965, trata sobre la geología glacial en Ecuador.
Osvaldo Reig se inclinó por el estudio de los fósiles
desde muy joven, compartiendo estas precoces inquietudes con Jorge Lucas
Kraglievich. A la edad de 17 años fue designado secretario científico
del Museo Municipal de Ciencias Naturales y Tradicional de Mar del
Plata y comenzó la organización y la determinación
de las ricas colecciones, tarea que luego continuó Jorge Kraglievich.
Este Museo se fundó en la década de 1940 a partir de las
colecciones de Lorenzo Scaglia, quien logró reunir, en su chacra
de las afueras de Mar del Plata, una importante muestra de los mamíferos
extinguidos de la región. Galileo, uno de los hijos de Lorenzo
Scaglia, se hizo cargo de la continuidad del Museo y fue quien designó
a Reig su secretario científico. Debido a sus convicciones políticas,
Reig debió abandonar sus estudios en la Universidad Nacional
de La Plata y continuó sus investigaciones paleontológicas
en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, y luego en el Instituto
Miguel Lillo de Tucumán. Entre 1960 y 1966 se desempeñó
como profesor de Vertebrados en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales
de la Universidad de Buenos Aires. Alejado de Argentina después
del golpe militar de 1966 que derrocó al presidente Arturo Illia,
se incorporó sucesivamente a la Facultad de Ciencias de la Universidad
Central de Venezuela, Universidad Austral de Chile, Universidad de los
Andes y Universidad Simón Bolívar. En 1966 trabajó
en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard
y en 1972 en el Museo Británico, donde obtuvo el título
de Doctor en Filosofía en el área de Zoología y Paleontología.
En 1984 vuelve a la Argentina como Profesor Titular del Departamento de
Ciencias Biológicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales
de la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña hasta su
fallecimiento, ocurrido en 1992. Reig fue uno de los más destacados
biólogos evolutivos de América del Sur. Su trabajo de investigación
se inició con el estudio de roedores, marsupiales y anuros fósiles.
En 1957 y 1961 publicó las descripciones de los anuros fósiles
más antiguos conocidos hasta entonces. Su inquietud por los aspectos
sistemáticos y evolutivos lo llevó al estudio de la anatomía
de los anuros actuales, para pasar desde 1965 al estudio evolutivo y genético
de los roedores. En 1955, junto con otros investigadores, fundó
la Asociación Paleontológica Argentina, la que presidió
entre 1957 y 1959.
En la vieja imprenta Coni de la calle Perú en la ciudad de
Buenos Aires, y en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, se
reunían Reig, Pedro Stipanicic y Armando Leanza con
el fin de crear una asociación de paleontólogos. Pronto
se sumaron al grupo Carlos Menéndez, Rosendo Pascual, Horacio
Camacho, Noemí Cattoi, Hildebranda Castellaro, Andreína
de Ringuelet y Raúl Ringuelet. De esta forma, el 25
de noviembre de 1955, y bajo la presidencia de Armando Leanza, inició
sus actividades la Asociación Paleontológica Argentina,
que dos años después el 22 de enero de 1957
comenzó a publicar Ameghiniana, revista científica cuyo
prestigio es reconocido internacionalmente.
Entre 1946 y 1947, en el Museo de La Plata se produjo el alejamiento,
por razones exclusivamente políticas, de Ángel Cabrera.
Como consecuencia, faltó por un lapso relativamente largo un docente
especialista en paleontología de vertebrados en la institución.
Recién en 1957, Rosendo Pascual, que había actuado
como auxiliar docente, se hizo cargo en forma interina de la cátedra
de Paleontología y simultáneamente de la División
Paleontología Vertebrados y a partir de 1959 hasta hoy, del Departamento
Científico Paleontología Vertebrados. Pascual se doctoró
en Ciencias Naturales en 1949 con una tesis sobre observaciones geológicas
en la Alta Cordillera de Mendoza. Presidió la Asociación
Paleontológica Argentina en dos oportunidades: en los períodos
1961-1963 y 1973-1975; durante el segundo período organizó
el Primer Congreso Argentino de Paleontología y Bioestratigrafía,
realizado en San Miguel de Tucumán en 1974. Pascual se dedicó
casi exclusivamente al estudio de los mamíferos del Terciario y
del Mesozoico. Junto con otros paleontólogos del Museo de La Plata
describió los restos de un primitivo mamífero del Paleoceno,
al que denominó Sudamerica ameghinoi, que formaba parte del primer
grupo conocido de mamíferos derivado de antepasados originarios
de Pangea el único continente que existía desde el
Triásico hasta comienzos del Jurásico diferenciado
en Gondwana, supercontinente donde se encontraba América del Sur
a mediados del Mesozoico. En los mismos sedimentos en los que se descubrió
a Sudamerica apareció también un único molar del
primer ornitorrinco hallado fuera de Oceanía, al que Pascual bautizó
como Monotrematum sudamericanum, el monotrema sudamericano.
La carrera
de Licenciatura en Paleontología de Vertebrados se crea en La Plata
en 1959, principalmente a instancias de Rodolfo Casamiquela. Entre
los primeros egresados del país en esta disciplina figuran Jorge
Zetti y Eduardo Pedro Tonni. Zetti realizó algunas investigaciones
sobre mamíferos fósiles su primera publicación
apareció en Ameghiniana en 1964 y sobre poblaciones de peces.
Colaboró con el Museo Municipal de Ciencias Naturales de Mercedes
hasta 1967 y en 1972 se doctoró, bajo la dirección de
Rosendo Pascual. Pocos años después fallece. Tonni abordó
varias temáticas, como el estudio de aves cenozoicas, la paleontología
arqueológica, la paleoclimatología y la bioestratigrafía.
En la década de 1970, Tonni hizo las primeras investigaciones de
Argentina sobre la fauna de vertebrados asociada a los yacimientos arqueológicos
y comenzó sus trabajos sobre las condiciones climáticas
y ambientales del Cuaternario, principalmente de la provincia de Buenos
Aires, sobre la base del registro de mamíferos y otros vertebrados.
Estos estudios paleoclimáticos y paleoambientales los continua
actualmente junto a Alberto Cione. Estos investigadores propusieron en
la década de 1990 un nuevo esquema bioestratigráfico para
el límite entre el Terciario y el Cuaternario.
Del grupo inicial de alumnos de Paleontología en el Museo de La
Plata, muchos abandonaron los estudios formales. Este es el caso de Casamiquela,
Dolores Gondar, Enrique Ortega Hinojosa y Juan Arnaldo Pisano.
Casamiquela fue pionero en América Latina en icnología,
el estudio de huellas fósiles. En 1964 publicó Estudios
Icnológicos, una obra de más de doscientas páginas
dedicada a las pisadas de reptiles y mamíferos mesozoicos de Patagonia.
En 1974 describió una serie de pisadas de un megaterio descubiertas
en la margen septentrional del río Negro, al sur de la provincia
de Buenos Aires, y de su estudio concluyó que este gigantesco mamífero
extinguido podía caminar en posición bípeda. Organizó
un museo regional en Jacobacci, provincia de Río Negro, en el que
concentró material paleontológico de la zona. Cuando comenzaba
a destacarse como paleontólogo, Enrique Ortega Hinojosa termina
como guerrillero en Bolivia con el nombre de Víctor Guerra
y muere durante la última etapa de la guerrilla comandada por el
Che Guevara en ese país. Pisano era oriundo
de Mercedes, provincia de Buenos Aires. En 1947, junto con un grupo de
jóvenes mercedinos integrado por José Fernando Bonaparte,
Rodolfo Capaccio, Albor Ungaro, Aníbal Cueto, Italo Landi y
Octimio Landi, fundó el Museo Popular de Ciencias Naturales
"Carlos Ameghino", que inicialmente funcionaba en el salón
de actos que poseía la Casa del Pueblo del Partido Socialista.
Este fue el antecedente del Museo Municipal de Ciencias Naturales y
Tradicional de Mercedes, creado en 1965, cuyo primer director fue
Pisano. Pisano fallece a los pocos días y es reemplazado por Jorge
Luis Petrocelli, que lo dirige desde entonces.
Unos años después que Tonni y Zetti egresó Gustavo
Scillato-Yané, considerado como uno de los mayores especialistas
en edentados o xenartros, el grupo de mamíferos que incluye a los
armadillos, gliptodontes, osos hormigueros y a los grandes perezosos terrestres
extinguidos y a los perezosos arborícolas. Sus investigaciones
se centran principalmente en la sistemática.
El primer paleontólogo de vertebrados del noroeste argentino es
Jaime Eduardo Powell, egresado de la Universidad Nacional de
Tucumán. Powell, que se desempeña en el Instituto
Miguel Lillo, se dedicó principalmente al estudio de los dinosaurios,
aunque también realizó importantes contribución a
la paleomastozoología. Este instituto fue creado por la Universidad
Nacional de Tucumán sobre la base del legado del naturalista tucumano
Miguel Lillo, un autodidacto que se dedicó a la botánica,
zoología y meteorología. Al fallecer en 1931, Lillo lega
a la Universidad sus importantes colecciones botánicas, ornitológicas
y entomológicas, así como su biblioteca, la casa quinta
en la que están instaladas y una importante suma de dinero para
su conservación. Desde entonces, el Instituto realiza una intensa
actividad científica, editando varias publicaciones, como Acta
Geológica Lilloana, que incluye importantes contribuciones
a la paleontología.
El Laboratorio
de Vertebrados Fósiles del Instituto Miguel Lillo nucleó
a figuras excepcionales, como José Bonaparte, Galileo Scaglia
y Osvaldo Reig. Scaglia, a pesar de no haber sido un investigador
científico, colectó fósiles en forma continua en
las barrancas de la región de Chapadmalal al sur de Mar del
Plata; exploró con Reig los depósitos terciarios de
Chubut, Santa Cruz y de Chasicó, y los triásicos de Ischigualasto,
que ambos empezaron a recorrer en 1958. Su Museo de Mar del Plata atrajo
a científicos de todo el mundo, como George Simpson, Bryan Patterson,
Gordon Edmund, Robert Hoffstetter y Larry Marshall. Bonaparte
realizó más de cien trabajos de investigación en
vertebrados mesozoicos, entre los que se encuentran mamíferos primitivos
y sus ancestros, los cinodontes. En 1985 describió al primer resto
de un mamífero cretácico de la Argentina, Mesungulatum
houssayi que significa ungulado mesozoico dedicado a Houssay,
representado por la corona de un único molar. En una campaña
a Neuquén del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino
Rivadavia, organizada por Bonaparte, se descubren los
restos de nueve ejemplares de un mamífero cretácico Vincelestes
neuquenianus, dedicado al técnico Martín Vince,
los más completos conocidos en la Argentina para un mamífero
mesozoico. En Chubut descubre el yacimiento paleoceno de Punta Peligro,
donde más tarde se hallaría el diente del primer ornitorrinco
hallado fuera de Oceanía. En el Museo Argentino de Ciencias
Naturales, Bonaparte formó profesionalmente a un grupo de jóvenes
colaboradores, a quienes en más de una ocasión les permitió
describir nuevas especies descubiertas por él. Capacitó
a sus discípulos tanto en las duras labores de campo como en las
delicadas tareas de preparación de los materiales recolectados
y en su exhaustivo estudio.
La Facultad
de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires
no posee una tradición en paleontología de mamíferos
como la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional
de La Plata. Sin embargo, algunos de sus egresados, como Miguel
Fernando Soria (h), se destacaron en esta disciplina. Soria desarrolló
una intensa labor a lo largo de diez años en el Museo Argentino
de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia hasta que falleció
en 1990, a la edad de 37 años, como consecuencia tardía
de un accidente automovilístico. Se dedicó a estudiar principalmente
la diversidad y la evolución de los ungulados mamíferos
con pezuñas fósiles sudamericanos, como los astrapoterios,
xenungulados y notoungulados.
Otro científico brillante que falleció tempranamente en
1988, a los 36 años de edad fue Juan Carlos Quiroga,
recibido de médico en la Universidad Nacional de La Plata y
posteriormente de Doctor en Medicina con una tesis sobre la evolución
del cerebro de los reptiles mamiferoides cinodontes del Triásico.
Quiroga nunca ejerció la medicina. Trabajó en el Museo de
La Plata, donde se especializó en estudios paleoneurológicos
a partir de moldes endocraneanos, naturales y artificiales, de mamíferos
fósiles. Su labor, pionera en Argentina, es continuada por su discípula,
María Teresa Dozo, egresada de la Facultad de Ciencias
Naturales de la Universidad de La Plata y que actualmente se desempeña
en el Laboratorio de Paleontología del Centro Nacional Patagónico,
Puerto Madryn, Chubut. La tesis doctoral de Dozo, presentada en
1992, trató sobre estudios paleoneurológicos en edentados.
Otro investigador que realizó estudios paleoneurológicos
fue Adan Tauber, del Museo de Paleontología de la Universidad Nacional
de Córdoba. En 1991 publicó la descripción del molde
endocraneano, obtenido artificialmente, de un mono del Mioceno temprano
de la provincia de Santa Cruz, Homunculus patagonicus. Este estudio aportó
algunos indicios sobre las relaciones filogenéticas y hábitos
de ese pequeño primate patagónico.
Sergio Vizcaíno, Alfredo Carlini y Marcelo Reguero, del Museo de
La Plata, fueron los primeros investigadores argentinos que describieron
un mamífero fósil continental proveniente de la Antártida.
El fósil era un fragmento mandibular de un marsupial emparentado
con las comadrejas, hallado en 1987 en sedimentos marinos del Eoceno tardío
de la Isla Vicecomodoro Marambio. Vizcaíno además es pionero
en Argentina en biomecánica. Su primer trabajo en esta nueva disciplina,
aparecido en 1994 en Ameghiniana, tuvo como finalidad inferir los principales
movimientos en la actividad masticatoria de un armadillo del Mioceno temprano
de Patagonia e hipotetizar acerca de sus exigencias alimentarias.
Seguramente
el mayor reto para los paleomastozoólogos argentinos del próximo
milenio será desentrañar los complejos árboles genealógicos
de los mamíferos de América del Sur. Para ello será
necesario un intenso trabajo de campo que permita descubrir nuevos yacimientos
paleontológicos de épocas de las que hoy no se tienen registros
de mamíferos fósiles, complementada con una no menos ardua
labor en los gabinetes. De estos trabajos de campo también se beneficiarían
otras líneas de investigación, como los estudios paleoambientales
y paleoclimáticos, que ayudarán a pronosticar la evolución
futura del clima del planeta.
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TONNI, E., CIONE, A. Y BOND, M., en prensa. Quaternary Vertebrate
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and Antartic Peninsula.
Autores:
Eduardo P. Tonni
Facultad de Ciencias Naturales y Museo. Universidad Nacional de La Plata.
CIC (Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia
de Buenos Aires)
Ricardo
C. Pasquali [email protected]
Universidad Tecnológica Nacional. Facultad Regional Haedo
Web: www.paleolatina.com.ar
Eduardo
P. Tonni - Ricardo C. Pasquali |
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