El bichito hallado: Nombre común: Perezoso (scelidoterio) Clasificación: Orden Edentata, Familia Mylodontidae, Subfamilia Scelidotheriinae, Género Scelidotherium, Masa estimada: Unos 500 kg.
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La gran fauna del Pleistoceno Superior (llamado Lujanense) es un valioso ejemplo del atractivo de la paleontología. Diez mil años atrás, es decir, hace un instante en términos geológicos, habitó toda Sudamérica, una fauna de mamíferos de gran diversidad, rareza y tamaño: osos, tigres dientes de sable, llamas de una tonelada, y extrañas criaturas emparentadas sólo lejanamente con animales modernos, como los perezosos terrestres bípedos de varios metros de altura; animales completamente acorazados, relacionados con las mulitas, pero del porte de un hipopótamo; caballos, milenios antes de que los conquistadores españoles los volviesen a introducir.
Rivalizando en espectacularidad con los famosos dinosaurios, cuentan con varias ventajas sobre ellos, como su proximidad en el tiempo, que nos permite inferir más confiablemente su modo de vida, y, eventualmente, extraer su material cromosómico con gran factibilidad.
El término megafauna ha sido definido para comprender al conjunto de animales -en particular mamíferos- de la misma región, cuya masa adulta excede la tonelada. Una tonelada es un millón de gramos, y para esa cantidad se usa el prefijo mega. La megafauna pleistocena de Sudamérica es impresionante cualquiera sea la definición que se use. Si consideramos los 122 géneros citados en la literatura científica, alrededor de 15 tienen más de una tonelada de masa, y los mayores de 100 kg llegan cerca de la cincuentena. Compárese esta cifra con la fauna actual de África, compuesta por cinco especies: el elefante, el rinoceronte blanco, el rinoceronte negro, el hipopótamo y la jirafa.

Nombre común: Perezoso (scelidoterio)
Clasificación: Orden Edentata, Familia Mylodontidae, Subfamilia Scelidotheriinae, Género Scelidotherium, Masa estimada: Unos 500 kg.

Restringidos hoy a dos especies que viven en lo más alto de los árboles de las selvas tropicales de nuestro continente, los perezosos fueron mamíferos muy abundantes durante el Terciario y el Pleistoceno, y cuando se levantó el istmo de Panamá hace 3 millones de años, invadieron América del Norte y el Caribe. Dentro de los representantes lujanenses, el scelidoterio era de los más pequeños por lo que podemos suponer que no compartían con sus primos vivientes el hábito arborícola, además escaso en la zona.

El Milodonte de una tonelada y el Glosoterio algo mayor, eran otras especies de Perezosos, siendo superados por el Lestodonte de unas tres toneladas, este último tenía el primer molariforme muy desplazado hacia adelante, con forma de canino y proyectado hacia afuera, conformando una defensa, lo que debe de haber dado a su rostro una apariencia muy poco amigable.
De todos modos, el campeón de los pesos completos entre los perezosos fue el Megaterio, otro perezoso de figura más familiar que pesaba entre 4 y 5 toneladas y uno de los mamíferos bípedos más grandes de todos los tiempos, como se sabe por las huellas que dejó. Poseía las fuertes garras características de los perezosos lujanenses, pero desarrolladas al extremo. Se ha propuesto que le servían para descascarar árboles y comer su corteza, pero hipótesis recientes las asocian a usos más agresivos. De ser correcta esa hipótesis, sería el mamífero terrestre comedor de carne más grande que haya existido. Dámaso Larrañaga le dedicó su atención.


El Tigre dientes de sable era un temible predador de 400 kg. (una vez y media la de un león adulto moderno). De miembros relativamente cortos, no parece haber sido apto para la persecución de su presa sino más bien para la emboscada. Sus miembros anteriores son extraordinariamente robustos. La dentadura está reducida al mínimo indispensable para apuñalar, desgarrar y cortar. En Arizona, EE.UU., fue encontrado un cráneo de un gliptodonte juvenil con dos perforaciones de forma oval, probablemente debidas al ataque de uno de estos enormes felinos.
Hoy en día existe una sola especie de osos en Sudamérica, el oso de anteojos, un vegetariano relativamente pequeño que habita los grandes bosques de las vertientes andinas. En el Lujanense, en cambio, existía este género de gran porte de unos 600 kilogramos cuyos restos son encontrados en nuestro territorio.
El Armadillo Gigante, bastante cercanamente emparentado con los tatús modernos pesaba unos 200 Kgs. su pariente, el Gliptodonte pesaba una tonelada, incluso otras especies de Gliptodonte superaban estas dimensiones llegando a las dos toneladas.

El Mastodonte pesaba 4 toneladas, la Macrauquenia de alrededor de una tonelada de peso era algo semejante al camello con trompa; el Toxodonte alcanzaba el tamaño de un rinoceronte; las llamas gigantes vagaban por estas llanuras con un peso de una tonelada conviviendo con los pacíficos caballos, extinguidos ya varios milenos antes de que desembarcaran los españoles; en las orillas de ríos y arroyos abundaba el carpincho gigante de unos 150 kilogramos de peso. Aunque se lo conoce todavía de manera fragmentaria, puede decirse que era muy semejante a su pariente viviente, pero duplicándolo o más en tamaño.

Extinciones
El estudio de las extinciones masivas ha tenido ultimamente un extraordinario auge.
Siempre se afirmó que hubo una extinción diferencial, en la cual los mamíferos de estirpe norteamericana sustituyeron a aquellos cuyo grupo se originó por acá después del intercambio faunístico. Sin embargo, si tomamos los 122 géneros citados para el Pleistoceno tardío (conocido como Lujanense) de toda América del Sur, se ve que en realidad el origen geográfico del grupo no tiene mucho que ver, y sí su tamaño: como en otros casos, los animales grandes son más propensos a la extinción que los chicos.

Esta gran fauna vivió aquí antes de la colonización humana, y llegó a coexistir con los humanos, al punto tal que se menciona su influencia como causa de extinción. De hecho, el único factor diferente entre el tiempo de la extinción y cualquier otro del Pleistoceno es, precisamente, la presencia humana. El clima varió, pero no más que a lo largo del Pleistoceno, por lo que se puede saber estudiando la dispersión de ciertas plantas, a través de su polen. En Chile y en el norte de Sudamérica, hay estudios bien documentados de la caza de mastodontes y su posterior consumo por un grupo de humanos, y en América del Norte un autor propuso el término blitzkrieg (guerra relámpago, terminología bélica de la II Guerra Mundial), para denominar la sobrecaza y consecuente extinción masiva.

Esta interpretación es polémica, pero tiene la ventaja de explicar bien la mayor extinción de los animales de gran tamaño, y de ser coherente con el impacto humano en los respectivos continentes a medida que nuestra especie los iba poblando, aunque no se puede descartar que el hombre no haya sido más que el golpe de gracia para una fauna que venía en falsa escuadra. Por citar otra hipótesis, la presencia de enfermedades traídas por los contingentes de origen norteamericano y quizá también por los humanos, pudo haber sido una causa de gran importancia.

Este documento ha sido elaborado por Richard Fariña, de 43 años y Licenciado en Ciencias Biológicas, Magister en Paleontología y Doctor en Ciencias Biológicas. Es docente en el Departamento de Paleontología de Facultad de Ciencias. Montevideo. Correo electrónico: [email protected]. Versión de: Diciembre de 1997
Ubicación: Rau.edu.uy/
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Los restos fósiles del Scelidoterio hallado en pleno centro de General Rodríguez. Esta foto y la de los hermanos Pallero son gentileza de la Municipalidad de General Rodríguez
El estudio de los mamíferos fósiles en la Argentina

El importante desarrollo que alcanzó en la Argentina el estudio de los mamíferos fósiles, la paleomastozoología, está relacionado con la abundancia de sus yacimientos, que abarcan temporalmente a la mayor parte de la evolución de estos vertebrados.

Eduardo P. Tonni
Facultad de Ciencias Naturales y Museo. Universidad Nacional de La Plata. CIC (Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires)

Ricardo C. Pasquali
Universidad Tecnológica Nacional. Facultad Regional Haedo


El importante desarrollo que alcanzó en la Argentina el estudio de los mamíferos fósiles, la paleomastozoología, está relacionado con la abundancia de sus yacimientos, que abarcan temporalmente a la mayor parte de la evolución de estos vertebrados.
Entre los primeros restos de mamíferos fósiles descubiertos en la Argentina se encuentran aquéllos que fueron atribuidos a una raza de humanos gigantes. Así, en la segunda mitad del siglo XVI, fray Reginaldo de Lizárraga observó "...una muela de un gigante" procedente de Córdoba. Otro hallazgo de restos de supuestos gigantes había realizado el capitán Esteban Álvarez del Fierro en el pago de Arrecifes. En enero de 1766 se dirigía por nota al Alcalde de Buenos Aires haciéndole saber del descubrimiento y solicitándole el envío de varias personas entendidas con el fin de que reuniesen ese material, por sospechar que los huesos podrían haber sido de “racionales”, esto es, de seres humanos. Poco después arribaron a Arrecifes los enviados del Alcalde y procedieron a extraer los restos óseos del “sepulcro o sepultura” Los restos fueron llevados a Buenos Aires para embarcarlos con destino a España. Previamente a su embarco fueron examinados por tres cirujanos, y uno de ellos, llamado Matías Grimau, opinó bajo juramento que eran humanos. Una vez en España, los académicos de la Real Academia de la Historia dictaminaron que los huesos no eran de "racionales", y que probablemente pertenecían a algún animal "parecido al elefante". El dictamen de los académicos españoles no era erróneo, ya que los restos en cuestión pertenecían a mastodontes, parientes extintos de los elefantes cuyos enormes molares se asemejan someramente a los humanos.

El primer descubrimiento de restos de un gliptodonte, pariente de los armadillos provisto de un grueso caparazón rígido, lo realizó el jesuita inglés Thomas Falkner en 1760, a orillas del río Carcarañá, en la provincia de Santa Fe. En 1787, el fraile dominico Manuel Torres desenterró de las barrancas del río Luján los restos óseos de un megaterio, un gigantesco animal extinguido emparentado con los perezosos. Obtenido el apoyo para la gestión respectiva del Virrey Marqués de Loreto, el esqueleto fue remitido a España con una extensa nota del Virrey el 2 de marzo de 1788. Es tal el interés que despertó este enorme esqueleto de cerca de cinco metros de largo, que el rey Carlos III reclamó el envío de un ejemplar vivo, o en su defecto desecado y relleno de paja. Reconstruido en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, el fósil fue estudiado por el naturalista francés Georges Cuvier en 1796. De esta forma, Megatherium americanum –como denominó Cuvier a este gigante de las pampas– se convirtió en el primer vertebrado fósil del Nuevo Mundo conocido por la ciencia. El esqueleto de este megaterio se conserva actualmente en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, siendo el primer vertebrado fósil montado para fines de exhibición.

En 1825, el Museo de Historia Natural de París comisionó a Alcides Dessalines D’Orbigny para visitar, explorar y estudiar la fauna y la flora de las regiones australes de América del Sur. Asesorado por famosos científicos, como Cuvier y Humboldt, partió para el Nuevo Mundo como naturalista viajero en 1826, llegando a Buenos Aires en enero de 1827, durante la breve presidencia de Bernardino Rivadavia. Los resultados de sus observaciones fueron publicados entre 1834 y 1847 en la monumental obra en nueve volúmenes Voyage dans l’Amerique Méridionale –Viaje a la América Meridional–, en la que figuran noticias acerca de la geología, paleontología, botánica, zoología y antropología argentinas, además de algunas referencias históricas relacionadas con las regiones visitadas. D’Orbigny describió los restos del gliptodonte que había descubierto Thomas Falkner en 1760 y recogió fósiles principalmente en las barrancas del río Paraná, muchos de los cuales fueron descriptos por Laurillard.
El naturalista inglés Charles Robert Darwin formó parte de la expedición que realizó el capitán Robert Fitz-Roy a bordo del Beagle entre el 27 de diciembre de 1831 y el 2 de octubre de 1836. Luego de breves etapas en Brasil y Uruguay, el Beagle llegó en 1833 a la desembocadura del río Negro, donde se encontraban las poblaciones más meridionales –exceptuadas las aborígenes– de América, de las cuales la más importante era Carmen de Patagones. Siguiendo la línea de postas protegidas del ataque de los indios, hizo minuciosas anotaciones sobre aspectos geológicos, paleontológicos, botánicos y faunísticos de esa poca explorada zona. Descubrió el yacimiento fosilífero de Punta Alta, de donde extrajo restos de un caballo fósil y un megaterio, además de otros correspondientes a mamíferos extinguidos desconocidos hasta entonces, como el celidoterio, el glosoterio, el milodonte, la macrauquenia y el toxodonte. Estos fósiles, como los que Darwin descubrió posteriormente, fueron depositados en el Colegio de Cirujanos de Londres y descriptos por Sir Richard Owen. En setiembre de 1833 viajó por tierra de Bahía Blanca a Buenos Aires y de ahí a Santa Fe, en cuyo trayecto descubrió restos de mastodonte, de un armadillo gigante, de toxodonte y de un caballo fósil. Pasó luego a Uruguay, donde descubrió un cráneo bastante incompleto de un toxodonte sobre la orilla del arroyo Sarandí, afluente del río Negro. En diciembre partió con el Beagle hacia Puerto Deseado e inició un recorrido por la Patagonia y en enero de 1834 halló nuevos restos de macrauquenia. Luego remontó el río Santa Cruz, para dirigirse después a Tierra del Fuego e Islas Malvinas. En 1835 vuelve a entrar a Argentina desde Chile y descubre un bosque de araucarias petrificadas en la Región del Agua de la Zorra en el Paramillo de Uspallata, al norte de la provincia de Mendoza. Esta flora, de edad triásica, fue estudiada en la década de 1990 por la paleobotánica Mariana Brea, del Museo de La Plata, y fue el tema de su tesis doctoral, presentada en 1995.
Un hito importante en la historia de los estudios paleontológicos en la Argentina está señalado por la descripción, en 1845, del esqueleto de Smilodon populator, un enorme felino de dientes de sable hallado en las barrancas del río Luján. La descripción fue obra del médico Francisco Javier Muñiz, el primer naturalista argentino según Florentino Ameghino. Además de su destacada actuación como médico, Muñiz fue el precursor de los estudios paleontológicos en el suelo argentino. Precediendo a Darwin fue el primero que empezó a excavar sistemáticamente el terreno de la pampa, descubriendo en él los extraordinarios seres extintos que llegaron a convivir con los primitivos pobladores humanos de estas tierras. En 1825, por disposición del general Soler, marchó como cirujano a Chascomús. En esa oportunidad reveló condiciones particulares de paleontólogo, dando a conocer algunos fósiles desenterrados por él en las proximidades de la laguna. A partir de ese momento comenzó a recolectar y estudiar huesos fósiles que le dieron renombre en el exterior y provocaron la atención de Darwin. Cuando tenía 33 años fue designado por el gobernador Dorrego médico en el departamento de Luján, cargo que le permitió dedicarse a las exhumaciones paleontológicas, a los estudios sobre higiene y a la climatología de la provincia de Buenos Aires. En los veinte años que estuvo en Luján, Muñiz colectó y describió una gran cantidad de mamíferos fósiles. Esta tarea de Muñiz lo coloca como el precursor de la paleontología argentina, no habiendo ninguna personalidad que pueda comparársele hasta la aparición de Florentino Ameghino.

Muñiz fue miembro fundador de la Asociación Amigos de la Historia Natural del Plata, creada en 1854 para dar al entonces Museo de Historia Natural de Buenos Aires una organización capaz de hacerlo salir del estado de abandono en que se encontraba durante la larga dominación de Rosas. La Asociación prosiguió sus tareas durante una década, siendo sustituida en 1866 por la Sociedad Paleontológica, fundada por el científico alemán Carlos Germán Burmeister, que desde 1862 se desempeñaba como director del Museo Público de Buenos Aires. Ésta fue una de las primeras asociaciones del mundo dedicadas a la paleontología.
Burmeister era un científico conocido internacionalmente por sus trabajos paleontológicos y zoológicos, en especial de insectos. En 1861 renuncia a su cátedra en Halle y acepta el ofrecimiento que le hicieron Mitre y Sarmiento del cargo de director del Museo Público de Buenos Aires. Creó la revista “Anales del Museo Público de Buenos Aires”, que empezó a publicarse en 1864, en la que ofició personalmente de redactor, ilustrador y corrector. Desde sus páginas dio a conocer e ilustró los descubrimientos sobre mamíferos extinguidos, con litografías y grabados ejecutados de su propia mano. Con la obra de Burmeister Los caballos fósiles de la Pampa argentina, el gobierno argentino participó de la Exposición de Filadelfia de 1876. Su actividad científica en el Museo incluía a la zoología, botánica y paleontología. En 1870, Sarmiento designó a Burmeister “comisionado extraordinario” para dirigir la nueva Facultad de Ciencias Matemáticas y Físicas en la Universidad de Córdoba, autorizándolo para proponer el primer plantel de profesores. En 1873 se fundó la Academia de Ciencias de Córdoba bajo la dirección de Burmeister, cuyos miembros estaban obligados a dictar clases en la Universidad. Las obras científicas producidas por los integrantes de la Academia serían publicadas en las Actas y en el Boletín de la Academia Argentina de Ciencias Exactas. En 1878 se resuelve separar la Academia como cuerpo científico de la Universidad de Córdoba, pasando a ser una corporación científica sostenida por el gobierno de la Nación. El centro de gravedad de la ahora Academia Nacional de Ciencias se desplaza de las ciencias exactas a las ciencias naturales.

Una de los trabajos más monumentales publicados en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias es Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, formado por un volumen de texto y un atlas. Esta obra, escrita por Florentino Ameghino y publicada en 1889 en el tomo VI, fue premiada en la Exposición Universal de París.
Ameghino llevó a cabo su monumental aporte a la paleontología en forma de una importante y voluminosa obra escrita, de una magnitud tal que Alfredo Torcelli editó 24 grandes tomos con las obras completas y correspondencia científica del sabio. No hay otro investigador sudamericano en antropología, geología o paleontología con una obra de esa dimensión y calidad. Sus estudios se iniciaron sobre los mamíferos fósiles de la provincia de Buenos Aires, involucrando luego a todo el territorio argentino. Entre 1885 y 1886 creó el Museo de Antropología y Paleontología de la Universidad de Córdoba, que abandonó en 1886 para trasladarse a La Plata y asumir el cargo de subdirector y secretario del Museo de La Plata. En febrero de 1888 renuncia por sus discrepancias con el director, Francisco Pascasio Moreno, dejando como principal legado una importante colección de restos de mamíferos del Mioceno temprano de Santa Cruz y que fuera reunida por su hermano Carlos. Desde 1902 hasta su muerte, ocurrida en 1911, fue el primer director de nacionalidad argentina del Museo Nacional de Buenos Aires. En 1906, muchos años después de haber dejado La Plata, Ameghino es nombrado Profesor de Geología y Miembro del Consejo Académico del Instituto del Museo de la Universidad de La Plata. Sin embargo, renuncia a esos cargos para dedicarse exclusivamente a sus tareas en el Museo Nacional de Buenos Aires. Bajo su dirección, este museo incrementa extraordinariamente las colecciones paleontológicas, su biblioteca se transforma en la mejor dotada en la especialidad e incorpora a científicos de la talla del botánico Carlos Spegazzini, el zoólogo Eduardo Holmberg y el antropólogo Juan Bautista Ambrosettti, convocados personalmente por Ameghino.

Ameghino fue el precursor de los estudios filogenéticos en la Argentina. Enfocó las investigaciones paleontológicas principalmente desde los puntos de vista taxonómico, involucrando el estudio muchas veces exhaustivo de las diversas jerarquías, y el bioestratigráfico, caracterizando a los sedimentos portadores por su contenido fosilífero. A este sabio se debe el cuadro geológico del Cenozoico –era geológica que abarca los últimos 65 millones de años– de la Argentina, que el gran paleontólogo estadounidense George Gaylord Simpson propuso como patrón para toda América del Sur. Ameghino fue el primer científico que aportó pruebas sustanciales sobre el intercambio faunístico entre América del Sur y América del Norte que comenzó hace algo más de tres millones de años, evento que en la década de 1970 fuera bautizado como “Gran Intercambio Biótico –posteriormente Faunístico– Americano”.

Cuando se retiró del Museo de La Plata, Ameghino fue reemplazado por el suizo Alcides Mercerat, que no hizo aportes significativos a la paleontología de vertebrados, y por Santiago Roth, de la misma nacionalidad, pero de labor mucho más fecunda. Roth había realizado expediciones a Patagonia que rivalizaban con las que hacía simultáneamente Carlos Ameghino, que tuvieron lugar en las temporadas de 1896-97, 1898-99 y en 1902. Roth y los Ameghino se ocultaban celosamente los datos sobre las localidades que visitaban, ocasionando cierta confusión en las tareas de los posteriores revisores. Florentino Ameghino no tuvo discípulos directos, pero fue su hermano Carlos, al frente de la Sección Paleontología del Museo Nacional, y luego en la dirección del mismo, quien transmitió el legado del sabio lujanense a una nueva generación que trabajó en el Museo hasta 1930: Lucas Kraglievich, Alfredo Castellanos, Carlos Rusconi y Lorenzo Parodi.

Kraglievich abandonó la carrera de ingeniería mecánica que tenía casi terminada para dedicarse a la paleontología. En 1912, seis meses después que Ameghino había fallecido, y en compañía del ingeniero Juan Carlos Ortuzar, realizó una expedición a Chubut y Santa Cruz, donde efectuó abundantes hallazgos paleontológicos. En 1916 ingresó en el Museo Nacional de Historia Natural de Buenos Aires y a los tres años se lo nombró ayudante técnico en paleontología. Ocupó la dirección del Museo en 1925 y hasta 1929, la Jefatura de la Sección Paleontológica, en reemplazo de Carlos Ameghino, y en 1931 se radicó en Uruguay, falleciendo al año siguiente a la edad de 46 años. Kraglievich creó 21 familias y subfamilias de vertebrados y 74 géneros de mamíferos y aves. Al igual que Florentino Ameghino, fue por sobre todo un investigador de gabinete, y su trabajo de campo fue limitado si se lo compara al de Carlos Ameghino y Santiago Roth.
Castellanos, Rusconi y Parodi dan los primeros pasos en su carrera científica junto con Kraglievich. La mala relación con Martín Doello Jurado, director del Museo de Buenos Aires, no sólo determinó la radicación de Kraglievich en Uruguay, sino también la de Castellanos y Rusconi en el interior del país, donde crearon importantes centros paleontológicos. Parodi, por el contrario, y luego de un período en que se desempeñó en el Jardín Zoológico, se incorporó en 1937 a la Sección Paleontológica del Museo de La Plata como preparador. Parodi provenía de una familia en la que había varios aficionados a la paleontología. Nadie –posiblemente en el mundo– llegó a superar el nivel de conocimientos empíricos al que había llegado Parodi. Estando en Buenos Aires hacía competencias con Kraglievich para ver quién reconocía un resto fósil mas rápidamente. Una de esas competencias consistía en colocar las manos detrás del cuerpo e identificar un hueso al tacto. Contrastando con sus extraordinarios conocimientos empíricos, la producción científica de Parodi fue escasa.
Castellanos creó un centro de investigaciones sobre paleontología de vertebrados en el Instituto de Fisiografía de la Universidad del Litoral, en Rosario. Realizó importantes labores de campo en las provincias de Córdoba, Catamarca, Tucumán y Santa Fe, en las que descubrió nuevos yacimientos de vertebrados del Cenozoico. La producción de Castellanos está dedicada especialmente a los edentados acorazados –armadillos y gliptodontes–, a la estratigrafía y a la paleoantropología.

Desde 1930, año en que se aleja del Museo Nacional en solidaridad con Lucas Kraglievich, Rusconi no vuelve a tener contacto con esta institución ni con el Museo de La Plata. Creó la revista Ameghinia, y luego el Boletín Paleontológico de Buenos Aires. En el tomo X de las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, impreso en 1937, publicó “Contribución al conocimiento de la geología de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores y referencia de su fauna”, basado en un extenso trabajo de campo realizado entre 1918 y 1936 en las obras portuarias, en excavaciones para las líneas de subterráneos, de centrales eléctricas, de Obras Sanitarias de la Nación y de grandes edificios, y la rectificación del Riachuelo. En 1937 se trasladó a Mendoza, donde fue nombrado director del Museo de Historia Natural “Juan Cornelio Moyano”. A partir de entonces realizó una importante actividad científica en la que dio a conocer la existencia de faunas de vertebrados mesozoicos y cenozoicos de la provincia de Mendoza. Los hallazgos de vertebrados triásicos y jurásicos que efectuó en Mendoza hacen que se dedique principalmente al estudio de los peces, anfibios y reptiles terrestres y marinos que poblaron la región cuyana.

En el Museo de La Plata, la actividad paleontológica es mantenida por Santiago Roth hasta 1924, año en que fallece. Roth efectuó importantes trabajos de campo y varias publicaciones sobre ungulados, trabajando en estrecha conexión con Lucas Kraglievich, que entonces se desempeñaba en el Museo de Historia Natural de Buenos Aires. A la muerte de Roth, Kraglievich no acepta la jefatura de la Sección Paleontología que le ofrece Luis María Torres, el director del Museo de La Plata. Por este motivo, Torres contrató en 1925 al mastozoólogo –zoólogo especializado en mamíferos– español Ángel Cabrera como jefe del Departamento de Paleontología y profesor de Paleontología, quien estaba a cargo de la Sección de Mamíferos del Museo de Ciencias Naturales de Madrid.

Cabrera, por su condición de zoólogo, introdujo un nuevo enfoque en el estudio de los vertebrados fósiles, rompiendo las fronteras que separaban a la paleontología de la zoología. Su labor como paleontólogo se caracterizó por una metodología eminentemente biológica, desvinculada en cierta medida de los problemas geológicos. En Argentina, fue el primer paleontólogo que pudo encarar con igual profundidad tanto el estudio de los mamíferos como de los peces, anfibios, reptiles y aves.
Con el alejamiento de Kraglievich, Castellanos, Rusconi y Parodi, comienza en el Museo Argentino de Historia Natural la actividad de Alejandro Bordas, y posteriormente, de Noemí Violeta Cattoi. Estos investigadores realizan una importante labor en la organización de la Sección Paleontología de Vertebrados de la nueva sede del Museo, en el Parque Centenario, que incorpora la colección Ameghino. Con los trabajos de Bordas y Cattoi, el Museo Argentino de Historia Natural se dedicó predominantemente a la paleomastozoología. Cattoi llegó a ocupar el cargo de jefa de la División Paleozoología –Vertebrados–, y desde 1948, hasta el momento de su muerte, fue profesora de Geología y de Paleontología en el Instituto Superior del Profesorado de la ciudad de Buenos Aires.
Por causa de su desentendimiento con las nuevas autoridades, Bordas se retira del Museo de Buenos Aires, e inician sus actividades Jorge Lucas Kraglievich –hijo de Lucas Kraglievich– y Osvaldo Reig. Jorge Kraglievich publicó sus primeras investigaciones a los dieciséis años de edad. En las décadas de 1940 y 1950 publicó varios trabajos sobre mamíferos fósiles, producción que decrece notablemente más tarde debido a su afección a las bebidas alcohólicas. Una de sus últimas publicaciones, de 1965, trata sobre la geología glacial en Ecuador.
Osvaldo Reig se inclinó por el estudio de los fósiles desde muy joven, compartiendo estas precoces inquietudes con Jorge Lucas Kraglievich. A la edad de 17 años fue designado secretario científico del Museo Municipal de Ciencias Naturales y Tradicional de Mar del Plata y comenzó la organización y la determinación de las ricas colecciones, tarea que luego continuó Jorge Kraglievich. Este Museo se fundó en la década de 1940 a partir de las colecciones de Lorenzo Scaglia, quien logró reunir, en su chacra de las afueras de Mar del Plata, una importante muestra de los mamíferos extinguidos de la región. Galileo, uno de los hijos de Lorenzo Scaglia, se hizo cargo de la continuidad del Museo y fue quien designó a Reig su secretario científico. Debido a sus convicciones políticas, Reig debió abandonar sus estudios en la Universidad Nacional de La Plata y continuó sus investigaciones paleontológicas en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, y luego en el Instituto Miguel Lillo de Tucumán. Entre 1960 y 1966 se desempeñó como profesor de Vertebrados en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Alejado de Argentina después del golpe militar de 1966 que derrocó al presidente Arturo Illia, se incorporó sucesivamente a la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela, Universidad Austral de Chile, Universidad de los Andes y Universidad Simón Bolívar. En 1966 trabajó en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard y en 1972 en el Museo Británico, donde obtuvo el título de Doctor en Filosofía en el área de Zoología y Paleontología. En 1984 vuelve a la Argentina como Profesor Titular del Departamento de Ciencias Biológicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña hasta su fallecimiento, ocurrido en 1992. Reig fue uno de los más destacados biólogos evolutivos de América del Sur. Su trabajo de investigación se inició con el estudio de roedores, marsupiales y anuros fósiles. En 1957 y 1961 publicó las descripciones de los anuros fósiles más antiguos conocidos hasta entonces. Su inquietud por los aspectos sistemáticos y evolutivos lo llevó al estudio de la anatomía de los anuros actuales, para pasar desde 1965 al estudio evolutivo y genético de los roedores. En 1955, junto con otros investigadores, fundó la Asociación Paleontológica Argentina, la que presidió entre 1957 y 1959.
En la vieja imprenta Coni de la calle Perú –en la ciudad de Buenos Aires–, y en el Museo Argentino de Ciencias Naturales, se reunían Reig, Pedro Stipanicic y Armando Leanza con el fin de crear una asociación de paleontólogos. Pronto se sumaron al grupo Carlos Menéndez, Rosendo Pascual, Horacio Camacho, Noemí Cattoi, Hildebranda Castellaro, Andreína de Ringuelet y Raúl Ringuelet. De esta forma, el 25 de noviembre de 1955, y bajo la presidencia de Armando Leanza, inició sus actividades la Asociación Paleontológica Argentina, que dos años después –el 22 de enero de 1957– comenzó a publicar Ameghiniana, revista científica cuyo prestigio es reconocido internacionalmente.
Entre 1946 y 1947, en el Museo de La Plata se produjo el alejamiento, por razones exclusivamente políticas, de Ángel Cabrera. Como consecuencia, faltó por un lapso relativamente largo un docente especialista en paleontología de vertebrados en la institución. Recién en 1957, Rosendo Pascual, que había actuado como auxiliar docente, se hizo cargo en forma interina de la cátedra de Paleontología y simultáneamente de la División Paleontología Vertebrados y a partir de 1959 hasta hoy, del Departamento Científico Paleontología Vertebrados. Pascual se doctoró en Ciencias Naturales en 1949 con una tesis sobre observaciones geológicas en la Alta Cordillera de Mendoza. Presidió la Asociación Paleontológica Argentina en dos oportunidades: en los períodos 1961-1963 y 1973-1975; durante el segundo período organizó el Primer Congreso Argentino de Paleontología y Bioestratigrafía, realizado en San Miguel de Tucumán en 1974. Pascual se dedicó casi exclusivamente al estudio de los mamíferos del Terciario y del Mesozoico. Junto con otros paleontólogos del Museo de La Plata describió los restos de un primitivo mamífero del Paleoceno, al que denominó Sudamerica ameghinoi, que formaba parte del primer grupo conocido de mamíferos derivado de antepasados originarios de Pangea –el único continente que existía desde el Triásico hasta comienzos del Jurásico– diferenciado en Gondwana, supercontinente donde se encontraba América del Sur a mediados del Mesozoico. En los mismos sedimentos en los que se descubrió a Sudamerica apareció también un único molar del primer ornitorrinco hallado fuera de Oceanía, al que Pascual bautizó como Monotrematum sudamericanum, el monotrema sudamericano.

La carrera de Licenciatura en Paleontología de Vertebrados se crea en La Plata en 1959, principalmente a instancias de Rodolfo Casamiquela. Entre los primeros egresados del país en esta disciplina figuran Jorge Zetti y Eduardo Pedro Tonni. Zetti realizó algunas investigaciones sobre mamíferos fósiles –su primera publicación apareció en Ameghiniana en 1964– y sobre poblaciones de peces. Colaboró con el Museo Municipal de Ciencias Naturales de Mercedes hasta 1967 y en 1972 se doctoró, bajo la dirección de Rosendo Pascual. Pocos años después fallece. Tonni abordó varias temáticas, como el estudio de aves cenozoicas, la paleontología arqueológica, la paleoclimatología y la bioestratigrafía. En la década de 1970, Tonni hizo las primeras investigaciones de Argentina sobre la fauna de vertebrados asociada a los yacimientos arqueológicos y comenzó sus trabajos sobre las condiciones climáticas y ambientales del Cuaternario, principalmente de la provincia de Buenos Aires, sobre la base del registro de mamíferos y otros vertebrados. Estos estudios paleoclimáticos y paleoambientales los continua actualmente junto a Alberto Cione. Estos investigadores propusieron en la década de 1990 un nuevo esquema bioestratigráfico para el límite entre el Terciario y el Cuaternario.
Del grupo inicial de alumnos de Paleontología en el Museo de La Plata, muchos abandonaron los estudios formales. Este es el caso de Casamiquela, Dolores Gondar, Enrique Ortega Hinojosa y Juan Arnaldo Pisano. Casamiquela fue pionero en América Latina en icnología, el estudio de huellas fósiles. En 1964 publicó Estudios Icnológicos, una obra de más de doscientas páginas dedicada a las pisadas de reptiles y mamíferos mesozoicos de Patagonia. En 1974 describió una serie de pisadas de un megaterio descubiertas en la margen septentrional del río Negro, al sur de la provincia de Buenos Aires, y de su estudio concluyó que este gigantesco mamífero extinguido podía caminar en posición bípeda. Organizó un museo regional en Jacobacci, provincia de Río Negro, en el que concentró material paleontológico de la zona. Cuando comenzaba a destacarse como paleontólogo, Enrique Ortega Hinojosa termina como guerrillero en Bolivia con el nombre de Víctor Guerra y muere durante la última etapa de la guerrilla comandada por el “Che” Guevara en ese país. Pisano era oriundo de Mercedes, provincia de Buenos Aires. En 1947, junto con un grupo de jóvenes mercedinos integrado por José Fernando Bonaparte, Rodolfo Capaccio, Albor Ungaro, Aníbal Cueto, Italo Landi y Octimio Landi, fundó el Museo Popular de Ciencias Naturales "Carlos Ameghino", que inicialmente funcionaba en el salón de actos que poseía la Casa del Pueblo del Partido Socialista. Este fue el antecedente del Museo Municipal de Ciencias Naturales y Tradicional de Mercedes, creado en 1965, cuyo primer director fue Pisano. Pisano fallece a los pocos días y es reemplazado por Jorge Luis Petrocelli, que lo dirige desde entonces.
Unos años después que Tonni y Zetti egresó Gustavo Scillato-Yané, considerado como uno de los mayores especialistas en edentados o xenartros, el grupo de mamíferos que incluye a los armadillos, gliptodontes, osos hormigueros y a los grandes perezosos terrestres extinguidos y a los perezosos arborícolas. Sus investigaciones se centran principalmente en la sistemática.
El primer paleontólogo de vertebrados del noroeste argentino es Jaime Eduardo Powell, egresado de la Universidad Nacional de Tucumán. Powell, que se desempeña en el Instituto Miguel Lillo, se dedicó principalmente al estudio de los dinosaurios, aunque también realizó importantes contribución a la paleomastozoología. Este instituto fue creado por la Universidad Nacional de Tucumán sobre la base del legado del naturalista tucumano Miguel Lillo, un autodidacto que se dedicó a la botánica, zoología y meteorología. Al fallecer en 1931, Lillo lega a la Universidad sus importantes colecciones botánicas, ornitológicas y entomológicas, así como su biblioteca, la casa quinta en la que están instaladas y una importante suma de dinero para su conservación. Desde entonces, el Instituto realiza una intensa actividad científica, editando varias publicaciones, como Acta Geológica Lilloana, que incluye importantes contribuciones a la paleontología.

El Laboratorio de Vertebrados Fósiles del Instituto Miguel Lillo nucleó a figuras excepcionales, como José Bonaparte, Galileo Scaglia y Osvaldo Reig. Scaglia, a pesar de no haber sido un investigador científico, colectó fósiles en forma continua en las barrancas de la región de Chapadmalal –al sur de Mar del Plata–; exploró con Reig los depósitos terciarios de Chubut, Santa Cruz y de Chasicó, y los triásicos de Ischigualasto, que ambos empezaron a recorrer en 1958. Su Museo de Mar del Plata atrajo a científicos de todo el mundo, como George Simpson, Bryan Patterson, Gordon Edmund, Robert Hoffstetter y Larry Marshall. Bonaparte realizó más de cien trabajos de investigación en vertebrados mesozoicos, entre los que se encuentran mamíferos primitivos y sus ancestros, los cinodontes. En 1985 describió al primer resto de un mamífero cretácico de la Argentina, Mesungulatum houssayi –que significa ungulado mesozoico dedicado a Houssay–, representado por la corona de un único molar. En una campaña a Neuquén del Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, organizada por Bonaparte, se descubren los restos de nueve ejemplares de un mamífero cretácico –Vincelestes neuquenianus, dedicado al técnico Martín Vince–, los más completos conocidos en la Argentina para un mamífero mesozoico. En Chubut descubre el yacimiento paleoceno de Punta Peligro, donde más tarde se hallaría el diente del primer ornitorrinco hallado fuera de Oceanía. En el Museo Argentino de Ciencias Naturales, Bonaparte formó profesionalmente a un grupo de jóvenes colaboradores, a quienes en más de una ocasión les permitió describir nuevas especies descubiertas por él. Capacitó a sus discípulos tanto en las duras labores de campo como en las delicadas tareas de preparación de los materiales recolectados y en su exhaustivo estudio.

La Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires no posee una tradición en paleontología de mamíferos como la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata. Sin embargo, algunos de sus egresados, como Miguel Fernando Soria (h), se destacaron en esta disciplina. Soria desarrolló una intensa labor a lo largo de diez años en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” hasta que falleció en 1990, a la edad de 37 años, como consecuencia tardía de un accidente automovilístico. Se dedicó a estudiar principalmente la diversidad y la evolución de los ungulados –mamíferos con pezuñas– fósiles sudamericanos, como los astrapoterios, xenungulados y notoungulados.
Otro científico brillante que falleció tempranamente –en 1988, a los 36 años de edad– fue Juan Carlos Quiroga, recibido de médico en la Universidad Nacional de La Plata y posteriormente de Doctor en Medicina con una tesis sobre la evolución del cerebro de los reptiles mamiferoides –cinodontes– del Triásico. Quiroga nunca ejerció la medicina. Trabajó en el Museo de La Plata, donde se especializó en estudios paleoneurológicos a partir de moldes endocraneanos, naturales y artificiales, de mamíferos fósiles. Su labor, pionera en Argentina, es continuada por su discípula, María Teresa Dozo, egresada de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad de La Plata y que actualmente se desempeña en el Laboratorio de Paleontología del Centro Nacional Patagónico, Puerto Madryn, Chubut. La tesis doctoral de Dozo, presentada en 1992, trató sobre estudios paleoneurológicos en edentados. Otro investigador que realizó estudios paleoneurológicos fue Adan Tauber, del Museo de Paleontología de la Universidad Nacional de Córdoba. En 1991 publicó la descripción del molde endocraneano, obtenido artificialmente, de un mono del Mioceno temprano de la provincia de Santa Cruz, Homunculus patagonicus. Este estudio aportó algunos indicios sobre las relaciones filogenéticas y hábitos de ese pequeño primate patagónico.
Sergio Vizcaíno, Alfredo Carlini y Marcelo Reguero, del Museo de La Plata, fueron los primeros investigadores argentinos que describieron un mamífero fósil continental proveniente de la Antártida. El fósil era un fragmento mandibular de un marsupial emparentado con las comadrejas, hallado en 1987 en sedimentos marinos del Eoceno tardío de la Isla Vicecomodoro Marambio. Vizcaíno además es pionero en Argentina en biomecánica. Su primer trabajo en esta nueva disciplina, aparecido en 1994 en Ameghiniana, tuvo como finalidad inferir los principales movimientos en la actividad masticatoria de un armadillo del Mioceno temprano de Patagonia e hipotetizar acerca de sus exigencias alimentarias.

Seguramente el mayor reto para los paleomastozoólogos argentinos del próximo milenio será desentrañar los complejos árboles genealógicos de los mamíferos de América del Sur. Para ello será necesario un intenso trabajo de campo que permita descubrir nuevos yacimientos paleontológicos de épocas de las que hoy no se tienen registros de mamíferos fósiles, complementada con una no menos ardua labor en los gabinetes. De estos trabajos de campo también se beneficiarían otras líneas de investigación, como los estudios paleoambientales y paleoclimáticos, que ayudarán a pronosticar la evolución futura del clima del planeta.

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Autores:
Eduardo P. Tonni
Facultad de Ciencias Naturales y Museo. Universidad Nacional de La Plata. CIC (Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires)

Ricardo C. Pasquali [email protected]
Universidad Tecnológica Nacional. Facultad Regional Haedo
Web: www.paleolatina.com.ar

Eduardo P. Tonni - Ricardo C. Pasquali

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