¿Quién
ordenó viniese a la esfera insegura
la que después
de cuna sirve de sepultura
al que si bien nace debe,
entonces, morir?
Para que así se
cumpla la lejana profecía
del monje visionario
que recorrió la vía
en su carro de fuego
y tuvo que partir.
¡Quién díjole
a la larvada figura que su mundo
era entonces de agua
como lo es su segundo
y su cuerpo asteroide
que debe de girar
en torno del gran astro
de esencia incomparable
que al querer imitarlo
se pone a balbucear?
¿Quién dijo
que en la cara de la terráquea esfera
a dos metros del suelo,
pusieran calavera
mirando lo que el hombre
nunca acaso miró?
¿Y quién,
con gran misterio, en todo el universo
esparce la semilla de
vida como un verso
medido de antemano y
el ser multiplicó?
Soy átomo imperfecto
que pregunta a los astros
por la vida del mundo
que va dejando rastros
en seres que se marchan
del presente al ayer.
Aunque a veces parece
que de pronto la gente
desde lo ignoto surge
o desde el subconsciente
donde todo está
a punto de nacer o volver.