ZOO-INIRIDA

Los perros iniridenses son semi-callejeros. Casi todas las casas tienen solar, la gente lo cierra con troncos, madera, alambre de púa o latas de zinc. Ninguno de estos es obstáculo para que los perros salgan, siempre hay un orificio lo suficientemente grande como para que ellos quepan. Uno los ve por todas partes, en corrillos oliéndose los unos a los otros. Si de pura casualidad hay una perra en calor, se forma toda una jauría detrás de ella. Se pueden ver perros finos callejiando como cualquiera, en medio de los sarnosos.

La mayoría de la gente deja que la basura se acumule afuera, en un tambor de gasolina vacío. Los perros se las arreglan para subirse en ellos, escarbarlos, tumbarlos y sacar lo que les interesa. Donde quiera que uno se siente a comer siempre aparece un perro y le vela hasta que acabe. Cualquier migaja que caiga la atrapan en segundos. La gente los cuida y los deja ir. Sólo por la noche, cuando se sientan en frente de las casas, algunas de ellas mal iluminadas, es que comienzan a hacer bulla. Salir de noche en algunos sectores significa despertar a todos los perros del pueblo. Gracias a , los realmente bravos se pueden contar con los dedos. Son tantos y tan libres que unos ya empezaban a pensar en dispararles para controlar la población. La mayoría se escandalizaba ante una propuesta de ese tipo. De todos modos, pueden transmitir enfermedades a granel y la necesidad de un control se siente.

Poco antes de venirme, en la celebración del día del campesino pude conocer una danta, en vivo y en directo. La habían traido de Chaquita, una comunidad cercana al río Atabapo, para vendérsela al gobernador. Lo normal es que sean piezas de caza para los indígenas, junto con las lapas (en el Pacífico las llaman guaguas). Después de adquirirla, el gobernador la llevó a la casa oficial, que está rodeada de zonas verdes y un muro. Apenas la ví la reconocí como un tapir, tal y como las había conocido en los libros y revistas de vida natural. Era asustadiza como un conejo y grande como un burro. Tenía la barriga gorda, la cara de un oso hormiguero y cada casco partido en tres partes. Los pobladores de Chaquita la habían domado, a punta de comida y paciencia. La volvieron parte de la comunidad y los niños jugaban con ella. Cuando la vendieron ya no temía a los humanos. Si se le acercaban a acariciarla, comenzaba a lamerse, como quien espera un buen bocado.

Muchos iniridenses tienen animales salvajes en sus casas, o los dejan pasar, porque abundan. En los techos y las copas de los árboles, gritan a todo pulmón los loros. Más abajo se ven las
iguanas tomando sol, o buscándolo. A veces se meten en los baños, en las piezas o donde puedan y apenas las pillan, salen enfletadas para la calle. Se ven guacamayas, micos, loros de un color, loros de otro. En un hotel tenían una lechuza pequeña y una pava de una especie que no sabía que existía, con las pluma de la cabeza blancas y las del cuerpo negras. Por todas las calles se ven lagartijas grandes y multicolores, que corren como saetas apenas lo ven a uno. Cuando están quietas, levantan dos patas y se apoyan en las otras dos, para que el calor del piso no se las recaliente.

Todos los gallos del pueblo parecen locos. Se despiertan a la madrugada y comienzan a cantar. Como no son poquitos, se juntan con todos los otro pájaros, domésticos y salvajes, y arman una bullaranga la tenaz. Al rato se detienen, hay un pequeño silencio y vuelven a empezar. Al principio me despertaban convencido de que ya había salido el sol; pero a los pocos días ya no les comía cuento.

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Esta es una pava tuerta que llegó al Safari. Cuando la capturaron le echaron saliva en la cabeza y se quedó para siempre. Es de una especie que no conocía ni en fotos.

Inírida es todo un zoológico, donde se encuentran especies de pájaros que probablemente no se vean en otra parte, conviviendo con la gente, como gallinas. En las comunidades indígenas aledañas pude ver que les hacían una especie de jaula labrada en mimbre, en un diseño de triangulitos y polígonos. Los capturan, los alimentan como por dos meses dentro de este tejido y luego los sueltan. Después el pájaro va, pasea y vuelve, pues sabe que tendrá comida fija; ya no le tiene tanto miedo a los humanos. Por eso las aves andan sueltas por ahí, brincando en la mesa o en algún muro, esperando que les den comida. También les hacen hamaquitas a los micos, para que duerman y hagan siesta, como cualquier miembro de la familia.

Pero no todos los monos son tan afortunados. La mayoría de los colonos ha probado la "carne de monte" (de danta, lapa, armadillo y todo lo que haya sido cazado en la selva) y atestigua que es muy sabrosa. De la misma manera, se quejan de la impresión que les causó ver micos cocinados, como un plato más de la dieta indígena. Ver una cabeza, con ojos y todo, o una mano en medio del arroz y las papas, fue para varios una impresión que les impidió comer. Los indígenas se extrañaban al ver que no sentían lo mismo por las vacas o los marranos.

En comida no es raro que las opiniones se dividan. Como con el mañoco y el casabe. Unos dicen que son muy sabrosos para acompañar las comidas, otros que no pueden ni olerlos. Personalmente, creo que tienen un sabor muy especial, como el de un cereal de caja, sólo que con un toque agrio. El casabe es casi lo mismo que un pan ácimo. A los nativos les encanta echarle polvo de ají seco a las comidas, y en cantidades alarmantes. Un plato típico es el ajisero, pescado hervido con harto ají y bien sazonado. Los que lo han probado dicen que si uno aguanta el picante es delicioso.

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USOS DEL SUELO Y DE LOS HOMBRES

Las viviendas son casi todas parecidas. Un día me subí al tanque del acueducto (de más de 25 metros de altura) y pude ver que la mayoría de las casas de Inírida tienen solar. Me asombró no encontrar el gris y el color teja típico de los techos caleños, sino el verde de los solares cubriéndolo casi todo. En Inírida es normal que la gente le dedique casi la mitad del lote a los árboles frutales y ornamentales. Sólo los más pudientes los han eliminado y lo han llenado de piezas para alquilar.

De todas maneras, son pocas las casas que sobresalen por su tamaño o por sus lujos. Todo el mundo sabe quién es el dueño del pueblo, Tiberio Mora, y donde queda su casota de la calle principal. De resto, todos los barrios iniridenses se parecen en su mezcolanza de medio ricos, medio pobres y pobres. La diferencia más grande está entre los pocos barrios que tienen alcantarillado, y los que se inundan en una pequeña porción en cada invierno.

En toda la población se descubrían pequeños murales, pintados sobre las paredes blancas de los edificios públicos. Estaban llenos de color, formas planas y trazos gruesos, como en los murales mexicanos, en un estilo muy latinoamericano. Había varios en el hospital, otros en la plaza principal, en la escuela y en la casa de la cultura. Su autor era un caleño hippiesco, que trabaja como profesor en el colegio. También había uno que pintó Botero, la única vez que estuvo en el departamento. Estaba en una pared de la escuela, era un poco más rústico, en blanco y negro. Representaba a una mujer gorda, con un vestido de pepas y montañas como fondo.

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El edificio de la gobernación y la cancha de fútbol (el "estadio"), vistos desde el tanque del barrio Berlín. Nótese el verde de los alrededores.

Los edificios de dos pisos son pocos, casi todos están en el sector comercial. Sólo hay uno que sobresale en todo el pueblo: El Palacio de la Gobernación, anteriormente el Palacio Comisarial. Es el único rodeado de zonas verdes y su techo está por encima de todos los demás. Ocupa una cuadra entera, en el corazón mismo del pueblo.

La construcción del palacio, el gobierno de Belisario Betancur y otras obras en barrios y comunidades, significaron el clímax de la carrera política de "Doña Graciela Ortíz de Mora". Ella, la casi vitalicia representante por el Guainía, hablaba con orgullo de "sus auxilios" y aseguraba haber dado de mamar a la región. Junto con Gilberto Brito, el representante liberal, manejaba los intríngulis políticos y la burocracia local. Cada uno planeaba ataques sutiles entre liberales y conservadores, movía sus fichas y lanzaba rumores y panfletos.

El gobernador y el alcalde tuvieron la suerte de ser elegidos en un movimiento "multipartidista", pero no pudieron ocultar su origen conservador. La mayoría liberal de la asamblea ya lo sabía y el departamento se volvía ingobernable a ratos. Los liberales bloqueaban cualquier propuesta del gobernador, denunciaban que varias personas habían sido despedidas de la gobernación por ser liberales y exigían que se continuara con el plan de desarrollo del gobierno anterior, también liberal. El gobernador era criticado por ser tan lento en proponer un plan de desarrollo y él hacía llamados conciliadores y largas explicaciones. Se la pasaba en Bogotá y en reuniones del Corpes, buscando fondos.

El despelote nacional tiene un trasfondo político y el Guainía no podía ser la excepción. Fueron muchos los empleados del municipio que no recibieron sueldo durante la crisis financiera de los municipios. Más de uno se vio colgado buscando ayuda en medio de tal o cual partido.

En Inírida el comercio y la política se mezclan en la defensa de sus propios intereses. Todo aquel que tuviera su negocito probablemente también era líder comunal, concejal, diputado o tenía un familiar metido en política que velara por sus negocios. El único que parecía ser "bien del pueblo" era un zapatero, conocido más por su cojera. Justamente esgrimió su origen popular para hacerse elegir diputado. Pero ya se oían quejas entre sus seguidores por ser uno en campaña y otro en la asamblea. Decían cosas como «ya no más uno lo elige, y ahí no más que lo deja uno de ver»; aunque todavía lo consideraban uno de los suyos, sentían que ya sólo hablaba con los "duros".

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CAMINANDO POR CALLES ARENOSAS

Recuerdo a la señora de trencitas y sombrero de fibra, bien campesina, como de unos 60 años o más, que caminaba por la calle principal en compañía de su esposo. También a aquella joven de ropa ajustada, peinada a la moda, a veces con anteojos oscuros, paseándose en moto con su novio. Los llaneros saludaban "¿Qué-hay-que-hacer?" así como nosotros saludamos "quihubo", los chocoanos golpeaban la mesa con las fichas del domino, discutiendo ruidosamente cuando alguien hacía trampa. Las niñas paisas vestían muy a la moda, vivían con sus familias en casas grandes, con parientes en Medellín que las visitaban de vez en cuando y por ahí derecho armaban su negocito. Todo en el mismo camino, en el mismo barrio.

Las arenas de las calles se metían por todas partes, se pegaban en los zapatos, en las medias, en cualquier cosa que se te cayera en la calle. Las lluvias torrenciales de invierno, las chispitas pasajeras del verano y el sol, siempre el sol, inclemente sobre las cabezas, las nucas, las caras, los sombreros. El mismo que vaciaba las calles al mediodía. Obligaba a todos a guardarse en su casa o quedarse en el restaurante, para no tostarse y soportar la modorra.

Todos los que llegan por aire pasan por Bogotá o Villavicencio. Los que pasamos por el frío bogotano sentimos los primeros días el sopor pegado al cuerpo y la humedad del ambiente, persiguiéndonos aún debajo de la sombra. Tocaba bañarse dos veces al día, hasta acostumbrarse. Hay quien nunca lo hace y sigue bañándose dos veces y hasta más. Los niños pequeños de los colonos se enferman más fácilmente de la piel y de los pulmones que los de los indígenas. Por lo menos eso fue lo que vi; las estadísticas médicas son escasas y permanecieron fuera de mi alcance.

El polvo se levanta con cada carro que pasa y se ve como niebla en la noche. Cada vez que alguien quema basura se liberan humos de sustancias desconocidas, quién sabe en que pulmón vayan a parar. Con la humedad no sólo salen plantas. ¡Hay 7 u 8 especies de insectos peleándose por la sangre de uno! El toldillo es indispensable para poder dormir en la zona del Guaviare, pero en las de los demás ríos hay tantos zancudos como en las zonas secas de Cali. En el Inírida, sólo a escasos centímetros de la orilla se siente la cantidad de mosquitos, mosquitas y jejenes picándole a uno en la espalda. ¡Ah, insectos hábiles! Parece que supieran para donde uno mira, pues pican justo donde no se les puede ver. Los habitantes se quejan de los nacidos, que le salen donde menos esperan. La humedad vuelve muy propensa la piel a las infecciones y "rascarse una roncha mal rascada" es cosa seria. Más de uno vi caminando raro por esa causa.

En el mestizo bogotano conocí el racismo, expresado en ironías hacia el negro o llamándolos sucios o bullosos, siempre en su ausencia. En todos los demás, sólo vi un afán de burla, con chistes de pastusos y del negro chambimbe, pero de una manera que podría cambiar de dirección y burlarse de cualquiera, como de algún "santo cachón" que apareciera por ahí.

Chismes van, chismes vienen y entre ellos se me dijo que había muchos infieles en Inírida. Casi todo el mundo está casado por unión libre y el colombiano no se distingue justamente por su fidelidad. La Iglesia es muy respetada, el matrimonio no. En las comunidades indígenas son muy raras las madres solteras, en Inírida ya son frecuentes.

El crecimiento de la población ha traído las mismas patologías sociales de la gran ciudad. Ya se hablaba de jóvenes que se reunían todas las noches en los sitios de baile sólo a poner problema. Dos o tres, muy dotados para las artes gráficas, consumían marihuana de forma discreta y todo el mundo sabía quiénes eran. Se distinguían por su barba y su aspecto desaliñado. Oí, entre murmullos, que algunos pensaban "darles un susto" para desanimarlos. Las raíces de la limpieza social llegan lejos, muy lejos.

Uno de los peludos, Humberto Amaya, escribe "El Cronista", el diario "chévere y querido" de los iniridenses. El es su dueño, fundador, redactor, diagramador y único vendedor. Desataba ironías sutiles y descaradas en hojas con membrete, cada una de diferente institución. Se encargaba de hacer leer su estilo jocoso y popular en todas y cada una de las oficinas. Vino desde Arauca a puro remo, escribió en publicaciones nacionales, fue alabado por críticos alemanes y últimamente quería promocionar una canción de su autoría. ¡Hasta terminó en la cárcel por decirle la verdad en la cara al procurador regional!

Pasa lo mismo que en Cali, donde los recicladores pueden perder la vida por hacer lo que todo el mundo debería hacer. Aquel que torna la basura en mercancía, que ve en lo que tú botas una esperanza, recibe sólo tu desprecio o tu indiferencia. Tal vez en Inírida el tesoro es bien visible.

También está "el bacán", un moreno alto y delgado. Le dicen así porque él llama a todo el mundo «¡hey, bacán!». Se le ve en los bebederos, en las calles, en las reuniones. Todos lo conocen por lo confianzudo y por su vozarrón. Una vez surgió el rumor de que llevaba tres días sin aparecer y algunos ya lo daban por muerto. Pero de pronto salió como si nada, con una perra de tres días, tal y como lo contó "El Cronista". Ojalá el pueblo no pierda nunca el valor de la vida, grandiosa y bullanguera, que nosotros ya perdimos.

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¿Quién manda aquí?

El principal empleador es sin duda el estado, en todas sus versiones: Municipio, institutos descentralizados, departamento, policía y fuerzas armadas. El primero es el que más mano de obra local ocupa. Los demás "importan" profesionales y técnicos del resto del país.

Nunca se me quitó la sensación de estar en algún país africano, donde no hay universidades, los ricos y los gobernantes son blancos y extranjeros y el 70% de la población casi no participa en su gobierno.

Viví en Inírida, donde los foráneos son mayoría. Los vi gobernar, en su típica maraña partidista, fingiendo oposiciones, cuando el dueño de todos es el mismo grupo. Supe que en la asamblea departamental no había un sólo diputado indígena, así fueran el 80% de la población. Una vez hubo dos, pero lo hicieron tan mal que la gente no los volvió a escoger. Pero ¿no sucede lo mismo en todo el país? Los pobres son mayoría, la clase media-baja es inmensa y... ¿Gobierna?

Había dos diputados cabucos, o hijos de indígena y colombiano, o viceversa. Una de ellos era una bella mujer de San Felipe. Ella sólo reconoció su origen cuando le expuse la injusticia de la mayoría excluida. De por sí los cabucos son un grupo difícil de identificar. Los del común ya no querían sentirse indios y preferían decir que eran "blancos". Pasaba igual que con los hijos de colombianos en E.U., que dicen «mí no gustar español» y se avergüenzan de que sus padres lo hablen.

En todas las tiendas de Inírida se conseguía la "preparada", a 100 pesos o menos, y no era otra cosa que Fresco Royal, Kool-Aid o algo parecido. A veces le echaban un poquitico de jugo de fruta, pero eran tan pocas que parecía una equivocación. Algunos decían que era peligrosa para la salud, pues a veces no hervían el agua. Lo extraño es que unos, con el estómago curtido, tomaban agua hasta del río y no les pasaba nada. Otros, de sólo pensar en que la preparada no estaba hervida, les daba dolor de estómago. Pero también vendían aguapanela o limonada por los mismos 100. El precio de los jugos parecía un yoyo. La mayoría de las frutas, legumbres y verduras llegaban por avión o por barco, lo que los encarecía. Pero cuando una fruta estaba en cosecha, su jugo desaparecía del mercado, por lo barato. Hasta se veían podrir mangos y guayabas en la calle o en los tarros de la basura.

Las frutas selváticas sólo los indígenas las consumen en forma. El colono las prueba , pero apenas está aprendiendo a prepararlas. El mismo problema de distribución y comunicación de todo el país se repite a escasos kilómetros de la "frontera agrícola". ¡Si pasa en Bogotá, rodeada de minifundios y plantaciones! Me contaban de poblaciones de colonos que tiraron cosechas enteras al río porque se estaban pudriendo. No hay cómo sacar los productos en el tiempo correspondiente y pensar en carreteables y puentes sería pensar en altísimos costos económicos y ambientales. Los ríos son muchísimos y el terreno cenagoso. Las condiciones presentes cierran las puertas a la comercialización y sólo la coca y la guerrilla se ven como salida, pero la real está lejos de llegar a conocerse.

Los coqueros comenzaban a preocuparse porque los compradores no llegaban, como consecuencia de las capturas de los capos en Cali. Era como la bonanza del caucho, que trajo riqueza y esclavitud a la región, pero se fue tal como llegó.

La guerrilla puede reemplazar al estado en cuestiones de seguridad: Controlar factores de violencia, ordenar comunidades y darle metas comunes, como la ecología o la pesca. Pero corregir problemas económicos estructurales es otra cosa. Para superar sanciones del comercio internacional se necesita mucho más de lo que nunca podrá dar. La guerra interna impide que se consoliden metas nacionales, porque cada bando tira por su lado y quiere eliminar al otro. El papel de Colombia en INAIA no se ha definido por esta y por muchas otras razones. Nuestro potencial da para darle una unidad mucho más plural, organizada para servir a los pobres, no al rico.

Hemos descuidado nuestras relaciones con economías de un tamaño similar y ahora padecemos las consecuencias. Una tercera parte de nuestro comercio depende de E.U., y casi todas las naciones árabes, asiáticas y africanas padecen el mismo mal. Nos comportamos como si los otros continentes no fueran más que dibujitos en el mapa. Mientras, las economías industrializadas forman carteles muy bien coordinados y excelentemente comunicados. Es muy fácil decir "es que E.U. esto, es que E.U. lo otro". Propongo comenzar a decirnos «lo que pasa es que Colombia no ha hecho nada por Somalia», «hubo golpe en Surinam ¡y el gobierno no dijo nada!» y cosas así. En Cali mismo he oído gente ilusionada con las mafias del narcotráfico, cuando ellas son nuestro fascismo y nuestro imperialismo. Se ponen en evidencia si caemos en cuenta de que su negocio es esclavizar y de que su política es la política del terror. Hemos reproducido los actores de violencia, cuando lo que necesitamos es superar los que ya hay a nivel nacional e internacional ¡Con ellos basta y sobra! E.U. nos exige la confrontación, como si ya no nos sobraran guerras. Nos pide agresividad cuando aquí desde hace rato nos estamos matando. Si los productores de armamentos no saben que hacer para vendernos sus productos no estaría nada mal que quebraran.

Rechaza toda invitación a asesinar.
Desobedece a todo aquel que te ordene matar.

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