ESOS MUNDOS QUE TAL VEZ NO CONOCERÉ...

Una vez en una ciudad vi una mujer musulmana, vestida con traje negro, como si fuera una monja. Estaba sentada en el parque con los niños, hablando en su idioma. Parecía tan amable... Me acerqué y la miré. Quería conversar con ella, buscar alguna manera de preguntar... Pero ella al sentir mi mirada se fue, sin exclamar una queja, sin mostrar ningún gesto de fastidio. Sólo se fue. También en el Guainía hay algo similar; un universo simbólico completo, que separa a los hombres de las mujeres. Cada sexo está especializado y se encuentra con el otro únicamente en la fiesta. Hay relaciones normales, pero son más distantes que las nuestras. Son, por así decirlo, más serias.

Uno que otro, venido de Bogotá o Villavicencio, me decía que le "había tocado que comer india". Yo les pedía que fueran más claros y riendo me decían "¿no ve? ¡Por aquí uno sin mujer le toca hermano!". "La mujer" es la esposa que se quedó en la casa, al otro lado; la india... Pues es india. Sentía recelo de ese tipo de relación, tan utilitaria, machista y lo que quiera. Había mujeres jóvenes, prostitutas, con las que se podía conversar, pero no era justamente el tipo de mujer con el que más deseaba relacionarme. Prefería ir con calma, observar a las señoras, a las niñas y aprender. Las jóvenes se me perdían de vista. En las comunidades sólo las vi pasar. Tenía la esperanza de conocer alguna líder, que no se avergonzara de conversar con un extraño, que no mantuviera esa distancia, como hacían casi todas. El sitio de ellas es el hogar y se considera una "buena costumbre" pegarle a la mujer. Eso fue lo que me llegó de oídas, entre empleados públicos que viven igual que en cualquier ciudad. Pero la realidad casi siempre es más compleja de lo que a uno le parece.

Tengo un amigo puinave, Silvino. El me enseñó las pocas palabras en puinave que conozco. «¡Maorí! ¿Pon manó?» «¡Venga! ¿Para dónde va?» Me enseñó que amigo se dice ajut, hermano apewe, hermana apawa, abuelo ají. Que sí se dice sí (igualito), que no se dice uij. Yauju es la despedida. Itam, icao, ipai, icaunog y dapten son los números de uno a cinco. A él le compré 10 kilos de mañoco, lo que contiene aproximadamente un mapire, la canasta de mimbre y hojas donde se lleva tradicionalmente este alimento. Se lo compré la noche justamente antes de irme, para cumplirle y para llevarme algo más que un recuerdo. ¡10 kilos de recuerdo! Conversé con él hasta que se me hizo tarde. Me dió a probar el mañoco del que iba a comprar. Sacó una vasija de yucuta de la nevera y tomé con un vaso de plástico, como siempre les había visto hacerlo. Era tan rico. Fresco, como la sed de uno espera y rara vez encuentra. Tal vez porque las bebidas de alcohol o azúcar no están para calmarte la sed, sino para darle ganancias a las empresas que las producen. O simplemente porque tenía sed y mucha.

Silvino me contó sobre lo que había hecho en la universidad nacional, donde vendían sebucanes23 chiquiticos a 1000 pesos, donde iban a hablar de su vida por acá lejos. De como en Bogotá le tocaba aguantar frío, pero que de todos modos le gustaba, aunque sólo de visita. Cada vez que iba, se llevaba su mañoco y cuando se le acababa, llamaba a Inírida, para que le enviaran más. Tal vez yo pueda hacer lo mismo. Me contó del nacimiento del río Inírida, donde la selva es espesa y el río surge de una roca, como un torrente. Pensé que era como los andinos, que surgía pequeñito y luego le llegaban otros pequeñitos, y más y más, hasta volverlo tan grande como era. Pero él me dijo que no. Que nacía inmenso con un chorro gigantesco, como de dos metros de diámetro. Que había que subir una montaña de piedra, como los cerros de Mavicure, sólo que llena de monte. Se cruzaba por entre la selva y se llegaba a un lugar donde se veía la roca pelada. Ahí surgía el chorro, como un surtidor.

Mientras estabamos conversando, salió una mujer del interior de la casa. Me saludó con entusiasmo, como si estuviera muy interesada en conocerme. Sentí ganas de contestarle de la misma manera, pero me detuvo el temor de que fuera la esposa de Silvino. Me sentí molesto por la posibilidad, pero él mismo me contó más tarde que se trataba de su hermana. Nunca más volví a verla, pues al otro día partí. Podría haber conversado, conocido tantas cosas, pero no pude. Justo cuando me estaba acercando a la mujer indígena ¡me fui!

No conocí casi nada de la cultura local por boca de los indígenas mismos. De ellos oía corroboraciones de lo que decía Luis Troya, el antropólogo pastuso. Sólo lo poco que pude conversar esa noche con Silvino. Conversé mucho con un líder curripaco, Plinio Yavinape. Pero era casi todo sobre la red, sobre administración pública. Yavinape estaba más interesado en las relaciones con el estado. Tal vez les pasa como a nosotros, que sólo los más cultos se dan cuenta de su cultura. Los demás sólo la ejercemos, sin darnos cuenta.

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Gotas de lluvia

El último día me despedí del arquitecto argentino de obras públicas y su esposa bogotana, de planeación. También me despedí de la gente de la casa donde alquilaba el cuarto. Partí con el mañoco, unas flores de Inírida mal cosechadas y las maletas de mi ropa, que ya se me desbarataban. Me despedí de Cecilia, que había decidido quedarse. Me pidió que le perdonara lo malo y yo le respondí que me perdonara por dejarla sola con tanto trabajo. Yo la perdoné, ella no. A sus ojos mi falta era muy grave.

En el camino al aeropuerto nos encontramos con el diputado por Barrancominas, en su carrito café oscuro. Le pedí que me llevara al aeropuerto pero me dijo que no. Todos los funcionarios de las entidades del estado iban a reunirse con el gobernador y él no podía faltar. Cecilia se fue con él y yo seguí mi camino. Cargué con todo hasta la calle en medio de las casas fiscales de salud y el hospital. Ahí la bolsa donde llevaba el mañoco se rompió y casi me hernio cargando tres maletas desbaratadas con sólo dos manos. Como pude, llegué a la vía al aeropuerto y me senté a esperar el microbús.

Era una ironía. Justo cuando decidía irme, empezaban las fiestas del Matro en las comunidades y el gobernador llegaba a hacer una reunión urgente con todos los empleados públicos. ¿Qué era lo que iba a pasar en Inírida? Sólo una cosa sabía y era que, fuera lo que fuera, yo iba a perdérmelo. Pasó el microbús y me llevó en medio de miradas desconfiadas. Debí parecer un loco, con todas esas maletas desbaratándose en mis manos. En el aeropuerto me bajé como pude y me encontré con Lizarazu, un empleado de la UDECO. Me advirtió que los tiquetes enviados desde Bogotá ya habían dejado mal parado a más de uno. "No se ilusione mucho con viajar" me dijo.

De todos modos, hice cola en ventanilla y, para mi alegría, el mío sí había llegado. A mis espaldas una señora me ofreció un ramo de 15 Iníridas, ordenado y recién cosechado. Las que yo llevaba estaban chamuscadas, medio rotas y en una chuspa. El precio era favorable, pero yo estaba encañengado con tanto paquete. Caminé y caminé mientras llegaba el avión; lo pensé mejor y le compré las flores. Después, en Bogotá, vería las duras y las maduras para cargar cuatro cosas con sólo dos manos. Pero al llegar a casa concluiría que el esfuerzo valió la pena.

Ahí, en el aeropuerto se juntaban un mundo de conocidos, unos viajaban, otros venían a recibir. Justo cuando yo salía para el avión llegaba el costeño, Manuel Consuegra. Hacía poco lo habían ascendido a jefe de planeación. Le dieron la noticia de la reunión y él la tomó como una mala. «Hermano, eso me huele a más trabajo» exclamó. Lizarazu lo llevó rapidito a Inírida, pues el gobernador lo necesitaba urgente.

Vi como se cargaban mis maletas entre muchas, con preocupación. Irían en el compartimiento de carga y sólo  sabía si llegarían usables a su destino. Hice la cola para subir al jetcito de Satena, en medio del asfalto de la pista, como todos. Eché una última mirada al sol y las nubes en el cielo y subí.

Llevaba cierta tristeza en el corazón. A los primeros habitantes de Los Libertadores que les conté que me iba, la idea no les gustó. A Josefina tampoco. Para ellos no era sino otra manifestación del incumplimiento de la red con sus compromisos. Después tomarían las cosas con resignación.

A la gente de Inírida no le gusta que la gente se vaya. Le preguntan a uno «¿por qué se va? ¿qué fue lo que no le gustó?». Otros dicen «todos dicen que se van, pero a la final regresan y se quedan». Todos coinciden en que es una tierra muy amañadora. Algunos me pidieron que me quedara, que yo era buena gente, que no tenían queja de mí. Yo les dije que regresaría cuando fuera un profesional y tuviera el dinero suficiente para hacerlo, que sabía que iba a volver, pero no cuando. Manuel, el costeño de planeación, me pidió que me quedara y me encargara de la oficina del SISBEN, contratado, como uno de los de planeación. Yo me negué. Insistí en que volvería, pero como un profesional. El delegado de la red también me pidió que me quedara, pero después aceptó lo mío como una decisión personal. La mañana de ese día había transmitido el programa de promoción de la red, donde se hablaba en tucano, en puinave y curripaco. En ese mismo programa había emitido el último éxito del grupo Niche, porque era el que la gente más pedía. No tenía nada que ver conmigo, pero en el avión, dentro de mí sentía como si todo el Guainía me lo dedicara.

Gotas de lluvia, no es el rocío
lágrimas que vienen del corazón
Gotas de lluvia, no es el rocío
lágrimas que brotan porque ya no hay amor

Pudiste haberme dicho que no
que no sentías nada de mí
que lo nuestro nunca fue algo especial
la vida cambia y todo final

Una aventura fui para tí
y fácilmente entre tus redes caí
un trago amargo que de tí recibí
ahora no sé no sé que será de mí

Gotas de lluvia...

Quisiera saber, saber por qué se escapó
de mis brazos toda la felicidad
a toda máquina corriendo voló
no dejó huella, se desapareció

no le importó que yo sintiera temor
de verme así llorando de amor
y por su mente pienso que no pasó
que por su culpa yo sintiera dolor

Gotas de lluvia...

Verano azul que me calentó
otoño gris que con el frío llegó

Poco a poco
me fui quedando sin respiración
sin una explicación

Mucho te quise tal vez
el mundo me quedó al revés
ya no quiero vivir
sin tí para que existir

verano azul que me calentó
otoño gris que con el frío llegó

Dame el valor
que yo quiero saber la forma
de olvidar tu amor

Gotas, gotas, gotas
no fue el rocío
fue desilusión
 



NOTA
 
23 Los sebucanes son exprimidores tejidos con fibra, que suelen tener dos metros de largo o más. Tienen forma de semilla de arroz, con una agarradera en cada extremo. En la parte más ancha se echa la yuca brava recién rallada y se exprime varias veces para hacer mañoco.  Ý 
 
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