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Nunca dejó de creer

Noviembre de 1954

ill D., el AA Número Tres, murió en Akron la noche del viernes, 17 de septiembre de 1954. Mejor dicho, la gente dice que murió, pero de hecho no es así. Su espíritu y sus obras aún viven en los corazones de incontables miembros de AA; y no cabe la menor duda de que Bill ya habita una de las numerosas moradas del más allá.

Un día de verano hace 19 años, el Dr. Bob y yo lo vimos por primera vez. Bill estaba tumbado en una cama de un hospital y nos miraba con asombro.

Dos días antes de ese encuentro, el Dr. Bob me había dicho, "Si esperamos mantenernos sobrios tú y yo, más vale que nos pongamos a trabajar." Bob llamó enseguida al Hospital Municipal de Akron, y pidió que se le pusieran con la enfermera encargada de admisiones. Le explicó que él y un hombre de Nueva York tenían un remedio para el alcoholismo. ¿Tal vez había un paciente alcohólico con quien pudiéramos experimentar? Hacia mucho tiempo que la enfermera conocía al Dr. Bob y le replicó bromeando, "Bueno, doctor, supongo que ya lo ha probado usted."

Sí, había un paciente - un tipo difícil. Acababa de llegar con los DT. Les había puesto los ojos morados a dos enfermeras y ahora lo tenían atado a la cama. ¿Nos serviría éste? Después de recetar algunos medicamentos, el Dr. Bob le dijo a la enfermera, "Instálelo en una habitación privada. En cuanto se le aclare la mente, le haremos una visita."

Descubrimos que Bill era un paciente duro de pelar. Según nos contó la enfermera, había sido un abogado muy conocido de Akron, y miembro del consejo municipal. Pero en los cuatro meses pasados, había ingresado seis veces en el Hospital Municipal de Akron. Cada vez, al darle de alta del hospital, se volvió a emborrachar antes de llegar a su casa.

Allí estábamos, hablando con Bill, el original "hombre en la cama." Le contamos nuestras experiencias de bebedores. Recalcamos con insistencia el hecho de que el alcoholismo es una obsesión mental acoplada a una alergia corporal. Le explicamos que la obsesión condenaba al alcohólico a beber en contra de su propia voluntad, y la alergia, si siguiera bebiendo, serviría como una garantía segura para la locura o la muerte. Para el alcohólico, el problema estaba en librarse de la obsesión y recobrar la cordura.

Al oír estas malas noticias, Bill abrió sus ojos hinchados. Luego, cambiamos de rumbo para darle esperanza. Le dijimos lo que habíamos hecho: que habíamos llegado a ser más sinceros que nunca con nosotros mismos; que habíamos hablado, el uno con el otro, acerca de nuestros problemas en total confianza; que habíamos intentado hacer reparaciones por los daños que les habíamos causado a otros; y que nos habíamos visto milagrosamente librados del deseo de beber en cuanto le pedimos a Dios, como Lo concebíamos nosotros, su orientación y su protección.

Nuestras palabras no parecieron causarle mucha impresión a Bill. Con cara más triste que nunca, nos dijo cansadamente, "Pues, esto es maravilloso para ustedes, muchachos, pero para mí no vale. Mi caso es tan grave que me da miedo pensar en salir del hospital. Y no traten de convertirme en una persona religiosa. En una época servía corno diácono de mi iglesia y todavía creo en Dios. Pero no me parece que El crea en mí."

El Dr. Bob le dijo, "Bueno, Bill, tal vez te sientas mejor mañana. ¿Quieres que volvamos a visitarte?"

"Claro que si," respondió Bill. "Incluso si no sirviera para nada, me gustaría verles a ustedes dos. Sin duda saben de lo que hablan."

Cuando llegamos a su cuarto al día siguiente, encontramos a Bill con su mujer, Henrietta. Señalándonos con el dedo, le dijo entusiasmadamente, "Estos son los hombres de los que te hablaba, los que comprenden."

Luego Bill nos dijo que había pasado casi toda la noche sin dormir. En el fondo de su depresión, nació una nueva esperanza. Como un relámpago, se le cruzaron en la mente las palabras, "Si ellos pueden hacerlo, yo también puedo hacerlo." El seguía repitiendo esta frase una y otra vez. Finalmente, de esa esperanza surgió la convicción. El se quedó convencido. Luego le sobrevino una gran alegría. Al fin le invadió una sensación de paz y se durmió.

Antes de que nos fuéramos, Bill volvió la mirada hacia su esposa y le dijo repentinamente, "Tráeme mis ropas, querida. Voy a levantarme y vamos a irnos de aquí." Bill salió del hospital como un hombre libre, para nunca más beber. El Grupo Numero Uno de AA data de esa fecha.

La fuerza del bello ejemplo que nos dio en nuestra época pionera durará tanto tiempo corno nuestra Comunidad misma.

Nunca dejó de creer - ¿Que más podríamos decir?

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