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El Dr. Jung, el Dr. Silkworth, y AA

El artículo que aparece a continuación está compuesto de extractos de una charla que Bill dio en la ocasión de su 33', aniversario de AA, en una función organizada por el Intergrupo de la ciudad de Nueva York. Bill fue el tercero y último en hablar y fue precedido por Jim de Long Island y Kirsten de Scarsdale.

Enero de 1968

omo acaba de decir Kirsten tan conmovedoramente, "los años arrasados por las cigarras han llegado a su fin..." Y como Jim, con tanta sencillez, comentó, "Existe un Dios y existe la gracia."

Esta noche, me gustaría contarles mi historia, enfocándome primero en los "años arrasados" y en las razones por las que, según veo ahora, fueron provocados - los factores ya manifiestos en los primeros años de mi vida que contribuían a mi alcoholismo - y entonces, bajo el aspecto de mi creencia de que "existe un Dios y existe la gracia," y de lo que han sido para mi y para otras muchas personas las consecuencias de esta convicción.

El coordinador de nuestra reunión ya se ha aludido a los magníficos amigos que AA ha tenido desde sus comienzos. Podría haber añadido con razón que ya teníamos magníficos amigos aun antes de que apareciera en nuestros sueños la primera y más tenue imagen de A.A.

Años antes de que yo lograra mi sobriedad, años antes de que existiera la más remota idea de que los alcohólicos podrían valerse algún día del programa de AA para ayudarse a si mismos, ya había hombres y mujeres que iban formulando ideas y adquiriendo técnicas que serían para nosotros en años posteriores de una significación decisiva. Todos estos amigos nuestros que iban a donamos sus artes y su ciencia tenían una característica en común: En cada instancia, el hombre o mujer que hizo una aportación importante era una persona enfocada en lo espiritual, o animada por lo espiritual.

Esta noche, yo quisiera narrarles de forma resumida una de las situaciones históricas de las que brotó nuestra Comunidad. Muchos de ustedes ya conocen algunas partes de la historia, la historia de cómo Roland H., un hombre de negocios norteamericano - cuya condición de alcohólico iba empeorando - se iba sometiendo a diversos tratamientos, a una supuesta curación tras otra, sin resultado alguno. Al fin, como refugio de último recurso, viajó a Europa y, literalmente, se entregó a la atención siquiátrica del Dr. Carl Jung, quien, según desenvolvía el asunto, resultaría ser un gran y buen amigo de AA.

Recordamos que Jung era uno de los tres pioneros del arte de la siquiatría. Lo que le distinguía de sus colegas, Freud y Adler, era el que fuera animado por lo espiritual - y esta espiritualidad iba a tener una significación decisiva para todo aquel que se encuentra en esta sala, y la tendrá para todos los que están por venir.

No me había llegado a dar cuenta de la envergadura espiritual del Dr. Jung hasta que, en 1961, le dirigí una carta de agradecimiento bastante atrasada, reconociendo el papel que él había desempeñado en dar origen a la Sociedad de Alcohólicos Anónimos.

Ese fue el último año de la vida del Dr. Jung. Ya era viejo. No obstante, se tomó la molestia de escribirme una carta. Da la impresión de que la había escrito a máquina con un solo dedo. Es uno de mis más preciados recuerdos. Lois la puso en un marco y siempre la tendremos con nosotros.

Debemos prestar mucha atención a lo que el Dr. Jung decía en aquella carta, tan claramente escrita con un profundo amor y una profunda comprensión - en el lenguaje del corazón. Su aguda percepción de lo que se necesitaba para recuperarse del alcoholismo, una percepción que me llegó a través de Rowland y Ebby en un punto crucial de mi propio deterioro, tuvo una significación decisiva para AA cuando aun se encontraba en embrión. Su humilde buena voluntad para decir la verdad, a pesar de que significara confesar las limitaciones de su propio arte, nos da una idea de la dimensión de este hombre.

El Dr. William D. Silkworth era otro hombre motivado por lo espiritual, y su contribución a AA corre pareja con la del Dr. Jung. A diferencia de Jung, el Dr. Silkworth no era un hombre de renombre mundial, pero estaba enfocado en lo espiritual - tenía que estarlo. A todos los que le escucharan, les decía que, después de veinte años de fracaso casi total en sus esfuerzos para ayudar a los alcohólicos, seguía amándolos y quería continuar trabajando con ellos y para ellos. Todo alcohólico que acudía a él, podía sentir ese amor. Se recuperaron muy pocos. El creía que yo tendría la posibilidad de recuperarme. Pero llegó el día en que se rindió ante la evidencia de que yo no iba a recuperarme, que no podía.

En esa época, el Dr. Silkworth ya había definido el alcoholismo como una enfermedad de las emociones, asociada con una enfermedad del cuerpo que él describía en términos aproximados como una alergia. Estas palabras se encuentran en la introducción del Libro Grande, Alcohólicos Anónimos, titulada "La Opinión del Médico," y en años posteriores se han incorporado en el consenso de AA.

Así como Jung le había dicho a Rowland que el suyo era un caso desahuciado y que la medicina y la siquiatría ya no podían ofrecerle más ayuda, el Dr. Silkworth le dijo a Lois en ese día trascendental del verano de 1934, "Me temo que sea necesario ingresar a Bill en un manicomio. No tengo nada más que ofrecerle, ni conozco otro remedio que le pueda ayudar." Estas palabras, pronunciadas por un profesional, expresaban una profunda humildad.

Me metieron suficiente miedo para mantenerme abstemio durante dos meses, pero pronto volví a beber. Sin embargo, el mensaje de Dr. Jung y de los Grupos Oxford que Ebby me había transmitido, y la sentencia que el Dr. Silkworth me había dictado seguían dándome vueltas en la cabeza todas las horas del día. Empecé a sentirme resentido. Por un lado estaba el Dr. Silkworth, que había definido el alcoholismo - la obsesión que te condena a beber en contra de tu voluntad y de tu interés genuino, incluso hasta llegar a la destrucción, y la susceptibilidad corporal que asegura que te esperan la locura y la muerte si te atreves a tomarte un solo trago. Y por otro lado, el Dr. Jung, por medio de Ebby y Rowland, confirmaba que, según los médicos, no había ningún escape. Mi dios, la ciencia, el único dios que yo tenía entonces, me había declarado un caso desahuciado.

Pero Ebby también me había traído la esperanza. Poco tiempo después, estaba de vuelta en el hospital, bajo el cuidado del Dr. Silkworth, después de lo que resultaría ser mi última borrachera. Ebby vino otra vez a visitarme. Le pedí que me contara otra vez lo que me había dicho mientras estábamos en la cocina de mi casa de Brooklyn, la primera vez que me relató cómo había logrado su sobriedad.

"Bueno, pues me dijo, "te miras a ti mismo con sinceridad; haces un autoexamen; conversas sobre el asunto con otra persona; dejas de vivir aislado y empiezas a enderezar tus relaciones con el mundo alrededor tuyo haciendo enmiendas; tratas de practicar esta forma de dar de ti mismo que no exige nada a cambio, ni aprobación, ni prestigio, ni dinero; y pides a cualquier poder superior que exista, incluso si lo haces a titulo de prueba, que te ayude a encontrar la gracia necesaria para librarte del alcoholismo."

Tal como lo expuso Ebby, era muy simple, muy directo, y dicho con una sonrisa. Pero eso era todo.

Cuando Ebby se despidió, me encontré presa de un terrible dilema. Nunca me había tropezado con tal obstáculo. Sólo puedo suponer que cualquier vestigio de esperanza que yo abrigara de que pudiera hacer algo por mis propios esfuerzos desapareció por el momento. Y volví a sentirme como un niño, completamente solo en una oscuridad total. Y como un niño clamé a gritos, con muy pocas esperanzas - de hecho, sin esperanza alguna. Dije simplemente, 'Si hay un Dios, que se manifieste." En ese momento, se me gratificó con una de esas iluminaciones instantáneas, algo totalmente imposible de describir. Me vi sobrecogido por una gran alegría, y una euforia más allá de toda expresión posible. En mi imaginación, me parecía que estaba en la cima de una alta montaña. Había sido transportado allí, no la había escalado. Y entonces me sobrevino de golpe este gran pensamiento: "Bill, eres un hombre libre. Ese es el Dios de las Sagradas Escrituras." Y luego me vi inundado de la conciencia de una presencia. Me invadió una paz profunda, y así me quedé no sé cuánto tiempo.

Pero entonces el lado oscuro hizo su aparición, y me dijo, "Bill, tal vez estés alucinando. Más vale que llames al médico."

El médico vino y yo, con voz vacilante, le conté mi experiencia. Y de él entonces oí unas palabras muy significativas para AA. Después de haberme escuchado, el hombre diminuto mirándome con toda la bondad de sus ojos azules, me dijo: "Bill, no estás loco. Ya sé por mis lecturas que estas cosas suceden, pero ésta es la primera vez que lo he visto con mis propios ojos. No sé lo que te ha pasado, Bill, pero debe ser algún gran acontecimiento síquico, y más vale que lo agarres - es mucho mejor de lo que tenias hace una hora.

Así que yo seguía agarrándome a la experiencia, y entonces supe que había un Dios, y que la gracia existía. Y a lo largo de todos los años posteriores, he seguido creyendo - si puedo permitirme decirlo - que que estas cosas son así.

Entonces, por haber tenido una formación como una especie de analista, naturalmente me puse a preguntarme por qué esto me había sucedido a mi. Y por qué les había sucedido con tan poca frecuencia a otros borrachos. ¿Por qué no debe ser esta experiencia el legado de todo borracho? El día siguiente, mientras seguía rumiando así, Ebby vino a visitarme, trayéndome en sus manos el mensaje de otro gran hombre, William James. Este mensaje me llegó por medio de un libro titulado Las Variedades de la Experiencia Religiosa. Lo leí de cabo a rabo y, como es de suponer, encontré descritas algunas experiencias parecidas a la mía, y otras que, a diferencia de la mía, se desenvolvían a ritmo lento y gradual. Otras de las experiencias que leí las habían sufrido personas sin ninguna afiliación religiosa.

Sin embargo, casi todas estas experiencias con la potencia para transformar motivaciones tenían denominadores comunes que no se podían explicar por asociación ni por disciplina o fe compartidas, ni por lo que fuese. Estas dádivas de la gracia, ya sea que fueran súbitas o muy paulatinas, tenían su base en la desesperación. Aquellos que las habían recibido era gente que, en alguna esfera clave de su vida, se habían encontrado en una Situación que no se podía superar, o esquivar o escapar. Su derrota era total, como la mía.

Luego me puse a reflexionar sobre esta derrota, y me di cuenta del papel que mi dios de la ciencia, personificado por el Dr. Carl Jung y el Dr. Silkworth, había desempeñado en el asunto. Estos hombres me habían comunicado la muy mala noticia de que la probabilidad de recuperarme por mis propios esfuerzos y sin ayuda o por los meros medicamentos era aproximadamente cero. Esto fue un desinflamiento profundo - y me preparó para recibir la dádiva cuando me llegara.

Pero en realidad, aunque ésta es la experiencia más grande de mi vida, no la considero en ningún detalle superior, ni, en su esencia, muy diferente, a la experiencia que todos los AA han conocido - la experiencia transformadora - el despertar espiritual. Todas brotan de la misma fuente: la paz divina.

Así que, con mi propia experiencia, aparecía la posibilidad de una reacción en cadena. Me di cuenta de que no me había sucedido nada hasta que otro alcohólico no me hubo transmitido ciertos mensajes que me tocaron en profundidad. Por lo tanto, me vino la idea de un alcohólico que hablara con otro, como los del Grupo Oxford se hablaban unos con otros - en el lenguaje del corazón. Esto tal vez sería la cinta transmisora. Me lancé a trabajar con otros alcohólicos.

Me presentaba en algunas reuniones del Grupo Oxford y en las misiones. El Dr. Silkworth, con riesgo de su reputación, me permitía trabajar con algunos de sus pacientes en el hospital. Y, por supuesto, nada sucedió. Porque - elementos de mi antigua grandiosidad volvieron a invadirme, y creí que mi experiencia fuera algo muy especial. Mi ego estaba nuevamente en pleno auge. Mi destino era el de sanar a todos los borrachos del mundo - vaya tarea.

Por supuesto que nada sucedió hasta que sufrí - nuevamente - el desinflamiento. Lo sufrí ese día en el Hotel Mayflower, al verme tentado, por primera vez desde mi experiencia en el hospital, a tomarme un trago. En ese momento, me di cuenta inicialmente de la necesidad que tendría de otros alcohólicos para preservarme y para ayudarme a mantener la dádiva original de la sobriedad. No se trataba meramente de intentar ayudar a los alcohólicos. Si yo esperaba mantener mi propia sobriedad, tenía que encontrar a otro alcohólico con quien trabajar. Así que, cuando el Dr. Bob y yo nos encontramos sentados cara-a-cara, yo ni siquiera pensé en hacer lo que solía hacer en el pasado. Le dije, "Bob, te estoy hablando porque tú me haces tanta falta como yo pueda hacerte a ti. Me veo corriendo un grave peligro de recaer en el abismo."

Esa es la historia. Asiles han expuesto la naturaleza de la enfermedad el Dr. Jung y el Dr. Silkworth - y allí está un borracho que habla con otro, contándole su historia de recuperación por medio de su dependencia de la gracia de Dios.

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