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Otro fragmento de la historia:

La Hermana Ignacia y el Dr. Bob

Febrero de 1954

ra el 13 de diciembre de 1953. La ocasión: el primer aniversario de la inauguración de Rosary Hall, el recién renovado pabellón para alcohólicos del renombrado Hospital de la Caridad de San Vicente de Cleveland. Acabábamos de celebrar una estupenda reunión de AA. La pequeña aula estaba atestada de alcohólicos y de sus amigos, como lo estaba el entresuelo. Mil personas se pusieron de pie, prorrumpiendo en una salva de aplausos.

La diminuta figura de una monja, con un hábito gris, se acercó con aparente desgana al podio. Se redoblaron los aplausos y bruscamente se apaciguaron cuando la pequeña monja empezó a expresar su gratitud. Se sentía además un poco avergonzada. Porque en el programa para la ocasión, en cuya redacción ella había participado, se decía claramente: "Las hermanas de la Caridad y los miembros de Alcohólicos Anónimos que les han ayudado rechazan todo reconocimiento personal." El anonimato con el que la Hna. Ignacia había intentado envolverse quedó totalmente roto, porque ninguno de los presentes quería que esta vez ella pasara desapercibida. Además, en esa parte de nuestro mundo de AA, ella era casi tan anónima como el equipo los Indios de Cleveland de béisbol. Este era un homenaje en su honor, el cual se había venido fraguando desde hacía varios años.

Mientras veía desenvolverse esta escena, me vino un recuerdo vívido de los esfuerzos del Dr. Bob para iniciar el Grupo Número Uno de Cleveland y de lo que esta querida monja y sus hermanas de la Caridad de San Agustín habían hecho para convertirlo en realidad. Intenté formarme una idea de todas las vastas consecuencias que desde entonces se habían desprendido de aquellas primeras iniciativas. Recordé que el Dr. Bob, para conseguir la hospitalización de uno de sus candidatos recién encontrado, había ido de una institución a otra de Akron suplicando que lo admitieran. Dos hospitales acordaron hacerlo por algún tiempo, pero finalmente acabaron abandonando la prueba en beneficio de otras personas con piernas rotas, con problemas de vesícula biliar, etc. - gente verdaderamente enferma.

Luego, desesperado, el buen doctor se acordó de la Hna. Ignacia, aquella tímida monja rebosante de buen humor, encargada de ingresos en el Hospital de Santo Tomás de Akron, en el que él había operado en algunas ocasiones. De manera algo furtiva, le abordó para hacerle su propuesta. El resultado fue inmediato. Esta extraña pareja no tardó en ingresar clandestinamente a un borracho tembloroso en una pequeña habitación de dos camas. Como el nuevo cliente armó un jaleo de mil diablos por esta flagrante falta de discreción ante su delicada condición, la Hna. Ignacia lo instaló en la floristería del hospital. Allí el cofundador de AA y la Hna. Ignacia cuidaron del recién llegado quien, al poco tiempo, salió del hospital y volvió al mundo de afuera, donde se puso a enmendarse a si mismo y a reconstruir su arruinada vida.

Por mediación de Hna. Ignacia y Bob, Dios había tramado una conspiración divina entre la medicina, la religión y Alcohólicos Anónimos que pondría la sobriedad al alcance de más de 5,000 alcohólicos que iban a pasar por el pabellón alcohólico de Santo Tomás hasta la muerte del Dr. Bob en 950. Pero en ~939, cuando aquel primer paciente estaba pasando sudores y temblores, recuperándose en la floristería, los administradores del hospital no tenían la menor sospecha de que Santo Tomás había llegado a ser la primera institución religiosa en abrir sus puertas a Alcohólicos Anónimos.

Poco tiempo antes de que el Dr. Bob dejara este mundo, se me pidió que escribiera una dedicación para una placa que estaría colgada en la pared del pabellón alcohólico y que conmemoraría los grandes acontecimientos que allí habían tenido lugar.

Dos años después de la muerte del Dr. Bob, la orden a la cual pertenece la Hna. Ignacia la trasladó al Hospital de la Caridad de Cleveland.

Ninguna historia de las actividades de los hospitales religiosos de esta área podría considerarse completa sin una mención de lo que había pasado en el Hospital de la Caridad en los años anteriores a la llegada de la Hna. Ignacia.

Los pioneros de AA tendrán sin duda un recuerdo de la magnífica publicidad que nos dio el Plain Dealer de Cleveland en el otoño de 1939. Cuando se publicaron estos artículos, apenas había veinte miembros de AA en esa ciudad. Debido a que los artículos fueron apareciendo durante unos diez días consecutivos, acompañados por comentarios muy favorecedores, suscitaron un inmenso interés y una gran emoción. La pequeña banda de alcohólicos, algunos de ellos con sólo seis meses de sobriedad, se vieron inundados de centenares de llamadas telefónicas y súplicas desesperadas de ayuda. El Plain Dealer les había dicho: "Vengan y aprovéchenlo." Y asilo hicieron.

Estos acontecimientos asombrosos señalaron el comienzo de una nueva fase de la evolución de AA. Los trabajos pioneros se habían venido realizando desde 1935, y el Libro de AA ya había salido de imprenta. No obstante el desarrollo de AA en Akron y Nueva York estaba procediendo con una lentitud muy desmoralizadora. Un mero puñado de alcohólicos en Cleveland, por medio de su contacto con los AA de Akron, habían logrado dejar de beber, pero no se efectuaron reuniones en aquella ciudad hasta principios de 1939. En ese entonces, había una suposición general de que sólo los "ancianos" podían cuidar de los novatos. Huelga decir que eran muy contados los AA veteranos en Cleveland. ¿Qué podrían hacer estos escasos veteranos con los centenares de alcohólicos que cayeron sobre ellos como una avalancha? ¿Iba a ser posible producir la sobriedad en serie?

Los pioneros de Cleveland demostraron que silo seria. Fueron ingresando a sus candidatos en hospitales de todas partes de la ciudad a la buena de Dios. Nadie sabia si se iban a pagar las cuentas médicas. Un miembro de AA aparecía de súbito al lado de la cama de un principiante para levantarlo y llevarlo a una reunión. Ese nuevo, a su vez, en seguida se apresuraba a visitar a otro para decirle las buenas nuevas. Allí mismo nos dimos cuenta de que nuestros miembros más recién llegados podían sembrar la semilla de la sobriedad casi tan bien como lo podía hacer cualquiera. De este tumulto de actividad pronto se desprendió la gran idea de un apadrinamiento personal organizado de todo principiante, hombre o mujer.

Mientras tanto, en un plazo de unos pocos meses, el número de miembros en Cleveland ascendió a centenares. Durante ese invierno de 1939, los AA de Cleveland nos enseñaron que la producción de sobriedad en serie era ya una grata realidad. Por esta razón, los AA de Cleveland merecen un especial reconocimiento como grupo pionero.

Pero en estos esfuerzos prodigiosos tenían que contar con la ayuda de los hospitales. Sin esta ayuda, nunca se podrían haber logrado resultados tan fenomenales. Después de que se amainó el primer entusiasmo, algunos de los hospitales perdieron su paciencia con los borrachos, tal como había sucedido en Akron. Pero el Hospital de la Caridad de Cleveland nunca la perdió. Desde 1940, ha aceptado a los alcohólicos como pacientes y les ha tenido reservado un pabellón. Aunque Cleveland no tenía su "Dr. Bob," el pabellón prosperaba noblemente bajo la dirección y gracias a la dedicación de la Hermana Victorine y del Padre Nagle, capellán del hospital. A pesar de que solo podían dedicar una pequeña parte de su tiempo a su trabajo con los alcohólicos, y a pesar de que el Padre Nagle sufría constantemente de mala salud, los dos persistían en sus esfuerzos con tan magníficos resultados que su trabajo siempre brillará como un faro en los anales de nuestro movimiento. El Hospital de San Juan en Cleveland también tenía reservada para los alcohólicos una habitación de dos camas, atendida durante algún tiempo por la dedicada Hermana Merced, quien fue trasladada más tarde a Akron, donde trabajaba como asociada de la Hna. Ignacia y del Dr. Bob.

Con la llegada de la Hna. Ignacia al Hospital de la Caridad de Cleveland en 1952, otras muchas cosas empezaron a suceder. De repente, miles de miembros de AA de todas partes del país que habían logrado su sobriedad en esas maravillosas instituciones, empezaron a darse cuenta de que tenían ya desde hacia mucho tiempo una deuda de gratitud con los hospitales. Se concedió permiso para modernizar completamente el viejo y desvencijado pabellón del Hospital de la Caridad. Con la ayuda de la administración del hospital, así como de otras hermanas de su orden, y con el apoyo entusiástico de un comité de AA, la Hna. Ignacia se puso a trabajar. El dinero afluía al hospital, además de otros donativos. Con el permiso extraordinario de sus sindicatos, miembros de AA carpinteros, fontaneros y electricistas trabajaban hasta muy entrada la noche. Cuando terminaron sus trabajos, el pabellón estaba resplandeciente; disponía de todos los aparatos modernos. Tampoco habían sido olvidados los dos imprescindibles anexos - la capilla y la cafetería. Un inspector de fontanería, después de ver los asombrosos resultados, lo resumió acertadamente diciendo: 'Esto no era un trabajo profesional. Los que trabajaron aquí lo hicieron con toda su alma." Así se habían invertido más de $60,000 en dinero y en trabajo nocturno en esta urgente obra de amor.

En el corto espacio de un año desde que la Hna. Ignacia llegó a la Caridad, mil alcohólicos han visto allí la luz de su nuevo día. La Hna. Ignacia, que se ha mantenido en contacto con muchos de ellos, cree que unos 700 están sobrios en este momento.

No es de extrañar, entonces, que la reunión del aniversario de Rosary Hall se convierta en una declaración de nuestro amor personal a la Hna. Ignacia y todas sus obras. Si el inspector de fontanería hubiera estado presente en esta reunión, habría vuelto a decir, "Esto no es un trabajo profesional. Viene del corazón."

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