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Los médicos

Agosto de 1957

ecientemente en la televisión vi tomar posesión de su cargo al nuevo presidente de la Asociación Médica Norteamericana reunida en convención. Al principio me parecía que se trataba de una ceremonia rutinaria y casi cambié el canal a una película policíaca. Ahora estoy muy contento de no haberlo hecho, porque esos médicos me hicieron pasar una hora inolvidable y muy conmovedora.

El nuevo presidente se dirigió al podio para pronunciar su discurso de toma de posesión. Dijo pocas cosas acerca de la ciencia de la medicina. Para mi gran sorpresa, dirigió sus comentarios - como solemos hacer en las reuniones de AA - a los principiantes, en este caso los jóvenes médicos que acababan de empezar el ejercicio de su profesión. Les dijo que ningún médico, por buena que fuera su formación científica, podría hacer mucho progreso hasta que pudiera convencer a los enfermos de que él los veía como seres humanos; que todo médico que se precie de serlo debía tener la más profunda dedicación y fe. Ese era su tema, y qué bien lo des arrolló. Sin duda, él les "pasó el mensaje," y me di cuenta como nunca de que los AA no tenemos el monopolio de la práctica del Paso Doce.

Luego se concedieron varias menciones honoríficas por sus notables servicios a diversas personas, una de ellas a un profano por su extraordinario trabajo con los enfermos e incapacitados del país. Había demostrado a miles de aquejados que ya no tienen que sentirse emocional o espiritualmente inválidos y que siempre pueden contar con hacer algún trabajo útil y provechoso. Haciendo notar que los aquejados a menudo padecen también de la lástima de si mismos, citó las palabras del poeta persa que no tenía zapatos: "Lloraba por no tener zapatos hasta que vi a un hombre que no tenía pies." El hombre en el podio, rebosante de felicidad, sabia de lo que hablaba, porque él mismo no tenía piernas; hacía años que andaba con piernas artificiales. Claramente, la dedicación, la entereza y la fe habían sido sus soportes. Por esto, había merecido el señalado reconocimiento de la AMA.

Esta reunión de médicos, tan enfocada en lo espiritual, me dio motivos para pensar. Me di clara cuenta de que la medicina es una vocación espiritual y que la gran mayoría de los médicos se dedican a la profesión para servir a sus semejantes.

Los AA tenemos la tendencia a tener una elevada opinión de nosotros mismos y de nuestra Comunidad. Pero al acordarme de los nombres de ciertos médicos, que se dedicaban a ayudarnos en nuestros días pioneros, me pregunto cuántos de nosotros podríamos rivalizar con ellos en humildad y dedicación.

Consideremos el caso de mi propio médico, el Dr. William D. Silkworth. En nuestro libro de historia de próxima aparición, AA Llega a su Mayoría de Edad, he pintado con palabras un retrato suyo qué dice en parte:

"Al echar una mirada retrospectiva a aquellos primeros días de Nueva York, a menudo vemos en medio de las actividades a la figura del benigno doctor que amaba a los borrachos, William Duncan Silkworth, en aquel entonces jefe del cuadro médico del Hospital Charles B Towns de Nueva York, y a quien ahora bien podemos reconocer como uno de los fundadores de AA. De él aprendimos cuál era la naturaleza de nuestra enfermedad. Y nos facilitó los instrumentos para desinflar el ego alcohólico más resistente, aquellas demoledoras frases con las que describía nuestra enfermedad: la obsesión mental que nos obliga a beber y la alergia corporal que nos condena a la locura o a la muerte. Sin estas indispensables consignas, AA no podría haber funcionado nunca. El Dr. Silkworth nos enseñó a arar la tierra negra de nuestra desesperación, de la cual han florecido todos y cada uno de los despertares espirituales de nuestra Comunidad. En diciembre de 1934, este hombre de ciencia se sentó humildemente al lado de mi cama inmediatamente después de mi repentina y arrolladora experiencia espiritual, y me tranquilizó diciendo: 'No, Bill, no estás alucinando. Sea cual sea la experiencia que hayas tenido, más vale que te agarres a ella; es mucho mejor que lo que tenias hace tan sólo una hora.' Estas eran palabras muy significativas para los futuros AA. ¿Quién sino él podría haberlas dicho?

"Cuando yo quería trabajar con alcohólicos, él me dirigía a ellos allí mismo en su hospital, poniendo a riesgo su reputación profesional.

"Después de seis meses sin éxito alguno en mis intentos de desembriagar a algunos borrachos, el Dr. Silkworth me volvió a recordar la observación del Profesor William James de que las experiencias espirituales verdaderamente transformadoras casi siempre se basan en la calamidad y el fracaso total. 'Deja de sermonearles,' dijo el Dr. Silkworth, 'y preséntales primero las crudos hechos médicos. Puede que esto les impresione tanto que estén dispuestos a hacer cualquier cosa para recuperarse. Luego puede que acepten esas ideas de sicología moral tuyas, e incluso un Poder Superior.'

"Cuatro años más tarde, el Dr. Silkworth ayudó a convertir al Sr. Charles B. Towns, dueño del hospital, en un gran entusiasta de AA y le recomendó que nos prestara $2,500 para empezar la preparación del libro Alcohólicos Anónimas - suma que, dicho sea de paso, más tarde se elevó a más de $4,000. Luego, como nuestro único amigo de la medicina en aquel entonces, el buen doctor se atrevió a escribir la Introducción de nuestro libro, en el que permanece hasta hoy en día y en el que tenemos la intención de guardarla para siempre.

"Tal vez nunca habrá ningún médico que preste tanta dedicada atención a tantos alcohólicos como lo hizo el Dr. Silkworth. Se calcula que en su vida vio la asombrosa cantidad de 40,000 de ellos. Antes de morir en 1951, y en estrecha cooperación con AA y nuestra dinámica enfermera pelirroja, Teddy, había atendido a casi 10,000 alcohólicos en el Hospital Knickerbocker de Nueva York. Ninguno de sus pacientes olvidará jamás la experiencia, y la mayoría de ellos están sobrios hoy."

Así que el Dr. Silkworth hizo el trabajo de Paso Doce con 40,000 alcohólicos. A miles de estos, los había atendido pacientemente mucho antes de que AA existiera, cuando las probabilidades de recuperarse eran muy escasas. Pero él siempre tuvo fe de que algún día se encontraría una solución. Nunca se cansaba de los borrachos ni de sus problemas. Aunque era un hombre de salud delicada, nunca se quejaba del cansancio. Durante la mayor parte de su carrera apenas si ganaba lo suficiente para vivir. Nunca buscó el renombre; su trabajo era su recompensa. En sus últimos años hizo poco caso de un mal cardíaco y murió trabajando - justo en medio de nosotros los borrachos y con las botas puestas.

¿Quién de nosotros los AA puede rivalizar con el historial del Dr. Silkworth? ¿Quién tiene su grado de entereza, fe y dedicación?

Así que - veintitrés años después de que el Dr. Silkworth me tratara por última vez - cuando vi, ni y sentí el espíritu que reinaba en esa gran reunión de la AMA, di gracias a Dios por los médicos, uno de los mejores grupos de amigos que AA jamás pueda tener.

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