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Cómo se desarrollaron los servicios mundiales de AA

Primera parte

Los siguientes tres artículos componen la sección histórica de El Manual de Servicios de AA. Las secciones en que se citan hechos anticuados desde ya mucho tiempo, que se han suprimido del Manual de Servicios, aparecen aquí por su interés histórico.

Mayo de 1955

lgún día se pondrá por escrito la historia de Alcohólicos Anónimos. Solo entonces la mayoría de nosotros comprenderá lo que han significado para nuestra Sociedad los servicios generales nacionales e internacionales, lo difícil que era crearlos y lo importante que es mantenerlos en años futuros.

Un día de 1937, en casa del Dr. Bob, en Akron, él y yo hicimos el balance de los trabajos de casi tres años. Por primera vez, vimos que la recuperación masiva de alcohólicos era posible. Teníamos en ese entonces dos grupos pequeños, pero sólidos, uno en Akron y otro en Nueva York, más unos pocos miembros esparcidos por otras partes. ¿Cómo podrían estos pocos recuperados comunicar a los millones de alcohólicos de todo el mundo la gran noticia? Esta era la cuestión.

Poco después, el Dr. Bob y yo nos reunimos con dieciocho miembros del Grupo de Akron, en la casa de T. Henry Williams, un fiel amigo no-alcohólico. Algunos del Grupo de Akron aún creían que debíamos atenernos al sistema de comunicación verbal; pero a la mayoría nos parecía que ahora necesitábamos nuestros propios hospitales con trabajadores pagados y, sobre todo, un libro destinado a otros alcohólicos en el cual se explicaran nuestros métodos y resultados. Esto requeriría una cantidad considerable de dinero - tal vez millones. No sabíamos entonces que los millones nos hubieran arruinado más que el no tener dinero en absoluto. Así, el grupo de Akron me comisionó para viajar a Nueva York y recaudar fondos. Al volver a casa, encontré al Grupo de Nueva York completamente de acuerdo con esta idea. Varios de nosotros nos pusimos a trabajar inmediatamente.

Con la ayuda de mi cuñado, el Dr. L.V. Strong, Jr., nos pusimos en contacto

con el Sr. Willard S. Richardson, amigo y, desde hacía mucho tiempo, asociado de la familia Rockeleller. El Sr. Richardson pronto se entusiasmó e interesó aun grupo de sus propios amigos. En el invierno de 1937, se efectuó una reunión en las oficinas de John D. Rockefeller, Jr. Estuvieron presentes el Sr. Richardson y su grupo, el Dr. William D. Silkworth, algunos alcohólicos de Akron y de Nueva York, el Dr. Bob y yo. Después de largas discusiones, convencimos anuestros nuevos amigos de que necesitábamos dinero urgentemente - y en gran cantidad.

Uno de ellos, el Sr. Frank Amos, hizo muy pronto un viaje para investigar el Grupo de Akron. (Frank sigue siendo un amigo y un custodio de Alcohólicos Anónimos.) Regresó de su viaje con un informe muy optimista sobre la situación de Akron, un resumen del cual el Sr. Richardson no tardó en someter ante John D. Rockefeller, Jr. Esto ocurrió a principios de 1938. Aunque estaba muy impresionado, el Sr. Rockefeller rehusó donar una gran suma de dinero, por temor a profesionalizar a AA. No obstante, donó $5,000, los cuales se usaron para mantenernos al Dr. Bob y a mi durante 1938. Estábamos todavía muy lejos de los hospitales, los misioneros, los libros, y de dinero en grandes cantidades. En aquel entonces, esto nos pareció muy duro, pero fue probablemente uno de los mejores golpes de suerte que haya tenido AA.

A pesar de la opinión del Sr. Rockefeller, reanudamos nuestros esfuerzos para persuadir a sus amigos de nuestra enorme necesidad de dinero. Al fin quedaron convencidos de que necesitábamos más dinero, por lo menos lo suficiente para preparar un libro sobre nuestros métodos y experiencias.

Esta decisión condujo a la formación en la primavera de 1938 de la llamada Fundación Alcohólica. La primera junta de custodios estaba compuesta de tres de nuestros nuevos amigos - el Sr. Richardson, el Sr. Amos, y el Dr. L.V. Strong. Los alcohólicos estaban representados por el Dr. Bob y un miembro neoyorquino. Con una lista de posibles contribuidores que nuestros nuevos amigos nos habían facilitado, los alcohólicos de Nueva York empezamos a solicitar fondos. Ya que la Fundación Alcohólica estaba exenta de impuestos, por ser una organización caritativa, creíamos que los ricos iban a hacer aportaciones prodigiosas. Pero no pasó nada. Después de meses de solicitar dinero, no conseguimos recoger ni un centavo. ¿Qué íbamos a hacer?

Hacia fines de la primavera de 1938, yo había bosquejado lo que son ahora los dos primeros capítulos del libro Alcohólicos Anónimos. Se adjuntaron unas copias mimeografiadas de estas páginas al prospecto de nuestra inútil operación de reunir fondos. En la reuniones de la Fundación, que entonces se celebraban casi todos los meses, nuestros amigos no-alcohólicos se compadecían de nuestra falta de éxito. Casi la mitad de los $5,000 donados por el Sr. Rockefeller se habían usado para pagar la hipoteca de la casa del Dr. Bob. El resto, repartido entre nosotros dos, se acabaría muy pronto. Ciertamente el panorama era desolador.

Entonces, Frank Amos se acordó de su viejo amigo Eugene Exman, editor encargado de los artículos religiosos de la revista Harper's. Me envió a Harper's, y le enseñé al Sr. Exman dos capítulos de nuestro libro en preparación. Para mi satisfacción, el Sr. Exman se quedó muy impresionado. Mencionó la posibilidad de que Harper's podría adelantarme $1,500 en concepto de regalías para acabar el trabajo. Dado que en aquel entonces estábamos en la quiebra, esos $1,500 nos parecieron un montón de dinero.

No obstante, pronto se desvaneció nuestro entusiasmo por esta proposición. Cuando tuviéramos el libro terminado, deberíamos a Harper's 1,500 dólares. Y si, como esperábamos, AA conseguía entonces mucha publicidad, ¿cómo podríamos contratar ayuda para contestar la multitud de solicitudes de información que nos inundaría?

Además, había otro problema grave. Si nuestro libro de AA se convirtiera en el texto básico de Alcohólicos Anónimos, sería propiedad de gente ajena. Era evidente que nuestra Sociedad debería ser editora y propietaria de su propia literatura. Nuestro principal y más preciado patrimonio no debería ser propiedad de ninguna editorial ajena, por muy buena que fuese.

No obstante, en el mismo momento en que la propusimos, esta idea encontró resistencia por todas partes. Nos dijeron que los aficionados nunca debían intentar llevar un negocio de publicaciones. Nos advirtieron que muy rara vez publicaban algo que tuviera éxito. No obstante, unos cuantos de nosotros seguíamos pensando de otra forma. Habíamos descubierto que el costo de impresión de un libro no era sino una pequeña fracción del precio al detalle. Si nuestra Sociedad seguía creciendo, irían aumentando las ventas del libro. Con un margen de beneficios tan grande, veríamos unas entradas sustanciales. (Naturalmente, no nos molestamos en pensar en los demás gastos considerables de producir y distribuirlos libros.) Así continuábamos debatiendo. Pero los que estaban en contra perdieron el debate porque la Fundación no tenía dinero, ni motivo para esperar que lo consiguiera. Esto fue el argumento decisivo.

Así quedos de nosotros seguimos adelante. Un amigo mío y yo compramos un talonario de acciones y escribimos en los certificados, "Works Publishing, valor $25." Luego, mi amigo, Hank P., y yo, ofrecimos acciones de la nueva casa editora a los alcohólicos de Nueva York y sus amigos. Solo conseguimos que se rieran de nosotros. ¿Quién compraría acciones - nos decían - de un libro que aun no se había escrito?

De alguna forma, tendríamos que persuadir a estos tímidos compradores, así que fuimos a ver al editor gerente del Reader's Digest, y le contamos la historia de nuestra Sociedad en ciernes y del libro que proponíamos editar. Le agradó mucho la idea y nos prometió que en la primavera de 1939, cuando, según preveíamos, el libro estaría listo, el Reader's Digest publicaría un articulo acerca de AA, en el que se mencionaría, por supuesto, el nuevo libro.

Esta era el aliciente que les podíamos ofrecer para convencerlos. Con un respaldo como éste, el libro propuesto se venderla por camiones. ¿Cómo podríamos fracasar? Los alcohólicos de Nueva York y sus amigos pronto cambiaron de idea acerca de las acciones de Works Publishing. Empezaron a comprarlas, la mayoría a plazos. Nuestro accionista principal invirtió $300. Acabamos consiguiendo cuarenta y nueve contribuidores. En los nueve meses siguientes, aportaron 4,500 dólares. También conseguimos un préstamo de $2,500 de Charles B. Towns, propietario del hospital donde yo había estado tan a menudo. Este dinero sirvió para que Hank, una secretaria llamada Ruth y yo pudiéramos seguir adelante hasta terminar el trabajo.

Ruth escribía a máquina mientras yo dictaba pausadamente los capítulos del texto del nuevo libro. Durante muchos meses, las acaloradas discusiones sobre estos borradores y sobre lo que se debía incluir en el libro caracterizaban las reuniones de los Grupos de Akron y de Nueva York. Me encontré haciendo más el papel de árbitro que el de autor. Mientras tanto, los alcohólicos de Akron, de Nueva York, y unos cuantos de Cleveland empezaron a escribir sus historias - veintiocho en total. Más al oeste, un miembro que era periodista ayudó mucho al Dr. Bob a recoger las historias, y aquí en Nueva York, Hank y yo seguíamos aguijoneando a los escritores aficionados.

Cuando el proyecto del libro se acercaba a su terminación, volvimos a visitar al editor gerente del Digest y le pedimos el artículo prometido. Nos echó una mirada vaga, sin apenas recordar quiénes éramos. Luego nos soltó la bomba. Nos dijo que, meses atrás, había presentado nuestra propuesta a la junta editorial del Digest y había sido rotundamente rechazada. Con un sinfín de disculpas, admitió que se le había olvidado por completo informarnos sobre el asunto. Esto fue aplastante.

Mientras tanto, con gran optimismo, aunque con poco dinero, habíamos pedido 5,000 ejemplares del nuevo libro. El impresor también había confiado en el Reader's Digest Pronto tendría 5,000 libros en su almacén y ningún comprador.

Finalmente el libro apareció en 1939. Conseguimos que el New York Times publicara una reseña, y el Dr. Harry Emerson Fosdick nos hizo otra realmente muy buena, pero no pasó nada. El libro simplemente no se vendía. Estábamos endeudados hasta las cejas. El sherif se presentó en la oficina de Newark donde habíamos estado trabajando, y el propietario de la casa donde Lois y yo vivíamos, vendió el inmueble. Ella y yo nos encontramos en la calle y a merced de nuestros amigos de AA. Creíamos que la casa impresora, la Imprenta Cornwall, tomaría posesión del libro. Pero su presidente, Edward Blackwell, no quiso saber nada de esto. Casi inexplicablemente, seguía teniendo fe en nosotros. No obstante, algunos de los accionistas alcohólicos no compartían su fe. A veces, se expresaban con palabras fuertes, y muy poco halagadoras. Este era el triste estado de nuestra empresa editorial.

Nunca me podré explicar cómo logramos sobrevivir aquel verano de 1939. Hank tuvo que conseguir un empleo. La fiel Ruth aceptó como pago acciones en la difunta compañía de publicaciones. Un amigo de AA puso a nuestra disposición su casa de verano, otro nos prestó un automóvil. Nos dirigimos a numerosos editores de revistas, tratando tenazmente de conseguir que se publicara algo acerca de nuestra Sociedad y su nuevo libro.

El primer golpe de suerte llegó en septiembre de 1939. La revista Liberty, dirigida en aquel entonces por quien llegaría a ser nuestro gran amigo, Fulton Oursler, publicó un articulo titulado "Los Alcohólicos y Dios," escrito por Morris Markey. Suscitó una reacción inmediata. Nos llegaron unas 800 cartas provenientes de alcohólicos y de sus familias. Ruth contestó a cada una de ellas, adjuntando un volante acerca del nuevo libro Alcohólicos Anónimos. Poco a poco empezó a venderse el libro. Luego, en el Cleveland Plain Dealer, apareció una serie de artículos sobre Alcohólicos Anónimos. De inmediato, los miembros de los grupos de Cleveland se multiplicaron de unos cuantos a muchos cientos. Se vendieron más libros. Así fue como, con grandes aprietos, salimos adelante de ese peligroso año.

No habíamos sabido nada del Sr. Rockefeller desde principios de 1938. Pero en febrero de 1940, hizo una dramática aparición. Su amigo, el Sr. Richardson, se presentó en una reunión de los custodios, con una amplia sonrisa. Nos dijo que el Sr. Rockefeller quería celebrar una cena en honor de Alcohólicos Anónimos. En la lista de invitados aparecían los nombres de muchas personas renombradas. Calculamos que entre todos representaban un capital de un billón de dólares por lo menos. El Sr. Richardson nos explicó que John D. Jr. había estado siguiendo atentamente, y con gran satisfacción, nuestros progresos, y ahora quería echarnos una mano. Nuestros problemas de dinero habían llegado a su fin - o, por lo menos, así lo creíamos.

La cena se celebró el mes siguiente en el Union League Club de la ciudad de Nueva York. El Dr. Harry Emerson Fosdick habló haciendo grandes elogios de nosotros y lo mismo hizo el eminente neurólogo, el Dr. Foster Kennedy. Luego, el Dr. Bob y yo informamos brevemente a los invitados sobre AA. Algunos alcohólicos de Akron y de Nueva York que se encontraban repartidos entre los comensales respondieron a sus preguntas. La concurrencia mostró un creciente entusiasmo e interés. Ahora sí que sí, nos dijimos; nuestros problemas de dinero estaban resueltos.

Luego el Sr. Nelson Rockefeller se levantó para hablar en nombre de su padre, que estaba enfermo. Dijo que su padre se alegraba mucho de que los asistentes a la cena hubieran visto los prometedores comienzos de la nueva Sociedad de Alcohólicos Anónimos. Rara vez, continuó Nelson, había mostrado su padre tanto interés en algo. Pero obviamente, puesto que el trabajo AA era a base de pura buena voluntad, de una persona que lleva el mensaje a otra, se necesitaría poco o ningún dinero. Al oír este comentario, se nos cayó el alma a los pies. Cuando el Sr. Nelson Rockefeller terminó de hablar, todos los capitalistas, con un valor colectivo de un billón de dólares, se levantaron y se fueron, sin dejar ni un centavo tras de sí.

Al día siguiente, el Sr. Rockefeller les escribió a todos los invitados a la cena, incluso a los que no habían asistido. Nuevamente les reiteró su gran interés y plena confianza en nosotros. Nuevamente insistió que se necesitaba poco o ningún dinero. Luego, al final de su carta, dijo de paso que iba a donar $l,000 Alcohólicos Anónimos.

Después de leer los artículos de prensa acerca de la cena del Sr. Rockefeller, muchas personas fueron corriendo a las librerías a comprar el libro Alcohólicos Anónimos. Los custodios de la Fundación solicitaron contribuciones de los invitados a la cena. Teniendo en consideración la cantidad donada por el Sr. Rockefeller, actuaron en consecuencia. Nos llegaron unos $3,000, un donativo anual que, según se desenvolvió el asunto, sólo solicitamos y recibimos durante los años siguientes.

Más tarde, llegamos a darnos cuenta de lo que el Sr. Rockefeller había hecho realmente por nosotros. Corriendo el riesgo de caer en ridículo, había expresado ante todo el mundo su respaldo a una pequeña Sociedad de alcohólicos porfiados. Para beneficio de estos desconocidos, se había puesto a sí mismo en una situación comprometida. Decidiendo sabiamente no contribuir con dinero, había dado generosamente de sí mismo. Con esto precisamente, John D. Rockefeller nos salvó de los peligros de la administración de propiedades y del profesionalismo. No podía haber hecho nada mejor.

Como consecuencia, a finales del año 1940, el número de miembros de AA ascendió a casi dos mil. El Dr. Bob y yo empezamos a recibir $30 semanales cada uno de las contribuciones de los invitados a la cena. Esto nos alivió enormemente. Lois y yo nos fuimos a vivir en una pequeña habitación del primer club de AA, ubicado en el nº 334 de la calle 24 Oeste de Nueva York.

Mejor aún, el aumento de las ventas del libro hizo posible establecer una Sede nacional. Nos trasladamos de la calle William n0 75 de Newark, New Jersey, donde se había escrito el libro de AA, a la calle Vesey n0 30, al norte del distrito financiero de Nueva York. Nos instalamos en una modesta oficina de dos cuartos, justo enfrente de la Oficina de Correos de la calle Church. Allí estaba el famoso apartado Box 658, listo para recibir los miles de frenéticas solicitudes que habrían de llegarle. En esa coyuntura, Ruth Hock se convirtió en la primera secretaria nacional de AA, y yo me convertí en una especie de factótum de la Sede.

Durante todo el año de 1940, las ventas del libro constituían el único sostén de la oficina de Nueva York, que estaba luchando por subsistir. Cada centavo de estos ingresos se utilizó para sufragar tos gastos del trabajo de AA realizado allí. Respondimos a todos los que nos dirigían solicitudes de ayuda, enviándoles calurosas cartas personales. A los alcohólicos o a sus familiares que mostraban un insistente interés, les seguíamos escribiendo cartas. Amparados y animados por estas cartas, y por el libro Alcohólicos Anónimos, empezaban a tomar forma nuevos grupos de AA.

Aun más importante, teníamos listas de posibles candidatos que vivían en diversas ciudades y aldeas de los Estados Unidos y Canadá. Entregábamos estas listas a agentes y comerciantes viajeros, miembros de grupos de AA ya establecidos. Manteníamos una nutrida correspondencia con estos mensajeros, quienes ayudaban a formar otros muchos grupos. Para ayudarles en sus trabajos, editamos un directorio de grupos.

Luego hubo una actividad inesperada. Ya que los grupos recién nacidos tenían muy contadas oportunidades de ver a sus padrinos viajeros, empezaron a recurrir a la oficina de Nueva York, solicitando ayuda para resolver sus incontables problemas. Les pasamos por correspondencia la experiencia de los centros más antiguos. Poco tiempo más tarde, como veremos a continuación, esta actividad se convirtió en uno de nuestros servicios principales.

Mientras tanto, algunos de los accionistas de la editorial del libro, Works Publishing, empezaron a ponerse inquietos. Se quejaban de que todos los beneficios producidos por el libro se estaban utilizando para sostener el trabajo de AA en la oficina. ¿Cuándo se les iba a devolver su dinero? Además, íbamos atener que encontrar alguna forma de devolverle al Sr. Towns sus 2,500 dólares. Y ahora nos dimos clara cuenta de que el libro Alcohólicos Anónimos debía convertirse en propiedad de todo AA. En aquellas fechas, la tercera parte pertenecía a los 49 accionistas, la tercera parte a mi amigo, Hank, y la otra tercera parte a mi.

Como primer paso para lograr este fin, conseguimos que se efectuara una revisión de la contabilidad de la compañía editorial, Works Publishing, y que se constituyera en sociedad. Hank y yo donamos nuestras acciones a la Fundación. Esto representaba el capital que habíamos tomado en concepto de servicios prestados. Pero los otros 49 accionistas habían invertido dinero contante y sonante. Tendríamos que reembolsarles en efectivo. ¿Dónde íbamos a obtenerlo?

La ayuda que necesitábamos apareció en la persona del Sr. A. LeRoy Chipman. El era también amigo y asociado del Sr. John D. Rockefeller, y recientemente había sido nombrado custodio de la Fundación. Logró convencerles al Sr. Rockefeller, a dos de sus hijos y a algunos de los invitados a la cena para que hicieran un préstamo de $8,000 a la Fundación. Con este dinero, cancelamos prontamente la deuda de 52,500 que teníamos con el Sr. Towns, y algunas deudas incidentales, y reembolsamos el total de sus inversiones a los 49 accionistas, quienes, a su vez, cedieron sus acciones a la Fundación. Dos años más tarde, ya que el libro Alcohólicos Anónimos se había vendido tan bien, nos vimos en la posibilidad de cancelar el préstamo en su totalidad. Impresionados por esta muestra de responsabilidad económica, el Sr. Rockefeller, sus hijos, y algunos de los invitados contribuyeron a la Fundación con la mitad de la suma que nos habían prestado.

Estas fueron las gestiones que nos permitían convertir el libro Alcohólicos Anónimos en patrimonio de nuestra Sociedad entera. Por medio de su Fundación, AA ahora era propietaria de su libro de texto básico, con la única obligación de pagar regalías al Dr. Bob y a mí. Ya que los ingresos producidos por la venta del libro seguían constituyendo el único sostén de nuestra Sede, los custodios naturalmente asumieron la responsabilidad administrativa de la oficina de AA de la calle Vesey. La estructura de los servicios mundiales de AA ya había empezado a tomar forma y sustancia.

En la primavera de 1941 tuvimos un golpe de suerte. El Saturday Evening Post decidió publicar un artículo acerca de Alcohólicos Anónimos y designó a uno de sus escritores más destacados, Jack Alexander, para hacer este trabajo. Jack, que acababa de escribir un articulo sobre el crimen organizado en New Jersey, emprendió su trabajo un poco a la ligera. Pero pronto llegó a ser un "converso" de AA, aunque no era alcohólico. Pasó un mes con nosotros, trabajando desde la mañana hasta la noche. El Dr. Bob y yo, y muchos de tos veteranos de los grupos pioneros de Akron, Nueva York, Cleveland, Philadelphia y Chicago, pasamos incontables horas con él. Cuando ya pudo sentir a AA en la médula de sus huesos, se puso a escribir el artículo que conmovió a los borrachos y sus familias por toda la nación. Fue el artículo principal del Post del 1 de marzo de 1941.

Entonces vino el diluvio. Seis mil súplicas desesperadas de alcohólicos y de sus familias llegaron a la oficina de Nueva York, PO Box 658. Al principio, estrujábamos las cartas a diestra y siniestra, sin poder creer lo que veíamos, riendo y llorando. ¿Cómo podríamos contestar esta multitud de cartas conmovedoras? Era evidente que Ruth y yo nunca podríamos hacerlo solos. No podríamos contentarnos con una carta circular. Tendríamos que enviar una respuesta personal y comprensiva a cada una de ellas.

Así que llegaron al viejo Club del calle 24 de Nueva York muchos voluntarios con máquinas de escribir. No sabían nada de cómo "vender" AA por correo y, naturalmente, se sintieron descorazonados ante la avalancha. Unicamente podíamos responder a esta emergencia con trabajadores asalariados de plena dedicación. Pero con los ingresos producidos por la venta del libro de AA nunca podríamos pagar las cuentas. ¿De dónde íbamos a sacar el dinero?

Tal vez los grupos de AA podrían ayudar. Aunque nunca les habíamos pedido nada, éste sin duda era asunto suyo. Teníamos que hacer un enorme trabajo de Paso Doce, y hacerlo rápidamente. Estas peticiones nunca deberían acabar en la papelera. Necesitábamos encontrar dinero.

Así que les contamos la historia a los grupos y los grupos respondieron. Las contribuciones voluntarias se fijaron en $1.00 por miembro y por año. Los custodios de la Fundación acordaron hacerse cargo de estos fondos, ingresándolos en una cuenta bancaria especial y destinándolos solamente para los trabajos de la oficina de AA. Aunque al principio las contribuciones fueron menores de lo esperado, resultaron ser suficientes. La oficina de AA contrató a dos trabajadores de plena dedicación y, dos semanas más tarde, nos pusimos al día.

Pero esto sólo fue el comienzo. Muy pronto el mapa que teníamos en la pared de nuestra oficina estuvo repleto de alfileres que indicaban la difusión de los grupos de AA. La mayoría de ellos no contaban con ninguna experiencia que les orientara. Tenían un sinfín de problemas y preocupaciones. Los aprovechados se aprovechaban, los solitarios se lamentaban de su soledad, los comités disputaban, los nuevos clubs tenían dificultades inauditas, los oradores charlataneaban, los grupos se veían desgarrados por controversias. Los miembros se convertían en profesionales y vendían el movimiento; a veces grupos enteros se emborrachaban, las relaciones públicas locales llegaron a ser un escándalo - tal era nuestra verdaderamente aterradora experiencia.

Luego empezó a correr el fantástico rumor de que la Fundación, la oficina de Nueva York, y el libro Alcohólicos Anónimos, no eran sino un engaño en el que había caído insensatamente el Sr. Rockefeller. Eso ya era el colmo.

Creíamos que habíamos demostrado que los alcohólicos podían lograr la sobriedad por medio de AA, pero sin duda estábamos muy lejos de demostrar que los alcohólicos podían trabajar juntos o siquiera mantenerse sobrios bajo estas nuevas e increíbles condiciones.

¿Cómo podía AA mantenerse unida, y cómo podría funcionar? Estas eran las angustiosas cuestiones de nuestra adolescencia. Tendríamos que pasar por otros diez años de experiencia para tener las respuestas acertadas que tenemos hoy día.

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