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La publicación del libro resultó ser una empresa desalentadora

Julio de 1947

Durante el verano de 1938 solicitamos contribuciones a la gente adinerada para llenar ese nuevo gran receptáculo, nuestra Fundación Alcohólica. Nuevamente nos encontramos con una extraña indiferencia hacia los borrachos. Nadie estaba interesado. Que yo recuerde, no recibimos ni un centavo. Estábamos muy desanimados; parecía que la Providencia nos había abandonado. La módica aportación del Sr. Rockefeller ya casi se había agotado y se nos avecinaba un invierno duro. No podíamos publicar un libro ni mantener una oficina. ¿Para qué sirve una Fundación Alcohólica sin dinero?

Por aquel entonces ya teníamos un bosquejo de lo que ahora son los dos primeros capítulos del libro conocido hoy día como Alcohólicos Anónimos. Nuestro amigo Frank nos recomendó un bien conocido editor, quien sugirió la posibilidad de darme un adelanto en concepto de regalías para que pudiéramos terminar el libro. Esto hizo que nos sintiéramos muy bien hasta que caímos en la cuenta de que, si yo gastaba una parte sustancial de las regalías mientras estábamos escribiendo el libro, más tarde tendríamos que esperar bastante tiempo para recibir más pagos. También vimos que el 10 por ciento que me correspondía como regalías nunca sufragaría los gastos de la oficina entrañados por responder a las numerosas súplicas de ayuda que sin duda nos llegarían después de su publicación; y que una casa editora comercial, deseosa de aumentar las ventas, posiblemente no haría una publicidad a nuestro gusto.

Estas consideraciones nos condujeron directamente a una típica fantasía alcohólica. ¿Por qué no publicar el libro nosotros mismos? Aunque casi todos los que sabían algo de publicaciones nos habían dicho que muy rara vez los aficionados publicaban algo que tuviera éxito, no nos sentíamos descorazonados. Esta vez, dijimos, será diferente. Habíamos descubierto que el costo de impresión de un libro no era sino una pequeña fracción del precio al detalle, y una revista nacional de gran circulación se había ofrecido a publicar un artículo acerca de nosotros cuando el libro estuviera terminado. Este fue el factor decisivo. ¿Cómo íbamos a fracasar? Ya podíamos ver los libros vendiéndose a cientos de millares - el dinero entrando a caudales.

¡Qué promoción se hizo! Un amigo de AA y yo rápidamente organizamos la Works Publishing Company. Luego mi amigo Hank P. compró un talonario de acciones en una papelería. El y yo empezamos a venderlas a los compañeros alcohólicos y a cualquiera que las comprara al precio irrisorio de $25 cada una. Nuestra confianza debía de haber sido ilimitada. No solo estábamos vendiendo acciones de un libro para curar a los borrachos - el libro ni siquiera se había escrito. Asombrosamente, conseguimos vender todas las acciones, por un total de $4,500, a los alcohólicos de Nueva York y de Nueva Jersey y a sus amigos. De los 49 originales accionistas, ninguno invirtió más de 300 dólares. Casi todos lo pagaron en mensualidades, por estar tan escasos de dinero como para hacerlo de otra forma; excepto, por supuesto, nuestros buenos amigos de Rockefeller Center,

Nuestro convenio con los accionistas de Works Publishing fue que, con los primeros ingresos del libro, se les devolvería su dinero; además, la Fundación Alcohólica recibiría las regalías del 10 por ciento que yo habría recibido de una editorial. En cuanto a las acciones de Works Publishing, los 49 inversionistas tendrían un tercio, mi amigo Hank, otro tercio, y yo, otro tercio. Además conseguimos un préstamo de $2,500 de Charles B. Towns, propietario de un hospital para alcohólicos nacionalmente conocido. Verdadero amigo que era, tuvo que esperar años para que se le devolviera su dinero.

Pero, como cualquiera podía ver entonces, todo estaba listo - todo menos escribir y vender el libro. Reinaba un gran entusiasmo. Valiéndonos de los nuevos fondos, nos era posible mantener una pequeña oficina en Newark, Nueva Jersey. Allí empecé a dictar el texto de Alcohólicos Anónimos a Ruth Hock (nuestra primera secretaria nacional). Con gran optimismo ya veíamos llegar un montón de dinero, una vez que el libro saliera de la imprenta. Aun más, esperábamos que el nuevo libro enseguida contribuiría a financiar nuestra empobrecida Fundación - lo cual, por extraño que parezca, llegó a hacer algunos años más tarde.

Finalmente llegó el mes de abril de 1939. Teníamos el libro terminado. El Dr. Bob y sus compañeros de Akron sometieron algunas de las historias de recuperación para la sección de experiencias. Otras las sometieron compañeros de Nueva York y Nueva Jersey. Nos llegó una de Cleveland y otra de Maryland. En las reuniones se leyeron y se discutieron los capítulos. Me creía ser el autor del texto hasta que descubrí que solo era el arbitro de las diferencias de opinión. Después de interminables votaciones, decidimos titular el libro La Salida. Pero las indagaciones hechas en la Biblioteca del Congreso por Fitz M., nuestro alcohólico de Maryland, nos revelaron que ya se habían publicado doce libros con este título. No queríamos, por supuesto, que el nuestro fuera el número trece. Así que le pusimos el titulo de Alcohólicos Anónimos. Aunque no lo sabíamos, en ese mismo momento, habíamos puesto el nombre a nuestro movimiento - un nombre que, debido a la humildad y la modestia que implica, nos ha dado nuestro querido principio espiritual de anonimato.

Excepto unos cuantos ejemplares que distribuimos alegremente, la tirada de 5,000 se encontraba en el almacén del impresor. Cada accionista y cada contribuidor de historias recibió un ejemplar gratis. El New York Times publicó una buena crítica. Nos apresuramos a anunciar a la revista nacional que estábamos listos para su artículo prometido. Ya podíamos ver salir furgones cargados del libro de AA.

¡Qué desastre! En la oficina de la renombrada revista mensual, nos dijeron amablemente que se les había olvidado completamente avisarnos de que, hacía nueve meses, habían decidido no publicar nada acerca de nosotros. La redacción había llegado a la conclusión de que los borrachos eran un tema demasiado controversial. Esta asombrosa noticia nos dejó pasmados. En su totalidad el movimiento de Alcohólicos Anónimos solo podía comprar menos de cien ejemplares, ya que contaba únicamente con cien miembros. Además, ya habíamos regalado setenta y nueve. ¿Qué íbamos a hacer con los otros miles de libros? ¿Qué podíamos decir al impresor, a quien no habíamos pagado ni la mitad? ¿Y este pequeño préstamo de $2,500 y los 49 accionistas que habían invertido $4,500 en Works Publishing? ¿Cómo íbamos a comunicarles las terribles noticias? ¿Cómo íbamos a decirles que, ya que no hacíamos publicidad, no podíamos vender los libros? Sí, me temo que esa empresa del libro de AA fue muy alcohólica.

Así nació en bancarrota el buen libro Alcohólicos Anónimos. Algunos los acreedores se volvieron impacientes; el sherif se presentó en nuestra oficina de Newark. Los promotores se encontraban muy deprimidos - no sólo económicamente. El banco tomó posesión de la casa en la que vivíamos mi mujer yo. Nos instalamos en un campamento de verano, propiedad de un amigo nuestro, miembro de AA, Horace C. y su familia. A mi amigo Hank tampoco le fueron muy bien las cosas. Se presentaba un panorama desolador. Sólo había tres grupos activos de AA; y además teníamos un libro de AA en bancarrota, una leal secretaria que todavía no había cobrado, una diminuta Oficina Central que posiblemente habría que cerrar en cualquier momento, y una Fundación Alcohólica sin dinero. Esta era la situación después de cuatro años de Alcohólicos Anónimos.

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