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Los barbitúricos

Noviembre de 1945

Morfina, codeína, hidrato de cloral, Luminal, Seconal, Nembutal, amytal, estas drogas y otras similares han matado a muchos alcohólicos. Una vez casi me maté con hidrato de cloral. Y no son inusitadas mis observaciones y experiencias, porque muchos veteranos de AA pueden hablar con gran fuerza y fervor sobre el asunto de los barbitúricos.

Con excepción de los casos poco frecuentes de suicidio, nadie toma estas drogas con la expectativa de que vayan a causarle la muerte. Para muchos alcohólicos que todavía beben, estas drogas representan un bendito alivio de la angustias de una resaca.

Algunos de nosotros que llevamos meses o años sobrios nos acostumbramos a tomar sedantes para remediar el insomnio o alguna ligera irritabilidad nerviosa. Tengo la impresión de que algunos de nosotros las tomamos, ario tras año, sin ser gravemente castigados, como nos sucede cuando empezamos a beber alcohol. No obstante, con demasiada frecuencia, la experiencia nos enseria que incluso aquellos que toman píldoras "de forma controlada" pueden acabar fuera de control. Las mismas justificaciones locas que caracterizaban su vida de bebedor empiezan a desmoronar su vida. Cree que las píldoras, si pueden curar su insomnio, también pueden quitarle sus preocupaciones.

Unas pocas palabras ahora sobre el uso de la morfina en el tratamiento médico. De vez en cuando, un médico de cabecera, sin saber que su paciente ya tiene su sistema cargado de barbitúricos, le pone una inyección de morfina. Un amigo mío se murió así. Cuando llevaba sobrio unos tres meses, se vio metido en un aprieto emocional. Las píldoras le condujeron al alcohol, y esta mezcla a más píldoras. Su médico le encontró con el corazón agitado. Sacó la aguja y, unas pocas horas más tarde, mi amigo pasó a mejor vida. Otro íntimo amigo mío, con tres años de sobriedad, también se vio sobrecogido por algunas circunstancias nefastas y se entregó a las píldoras y al alcohol. Después de tres semanas de seguir este régimen, se le ingresó en un sanatorio. Nadie dijo al médico que le atendía nada acerca de la cantidad de píldoras que ya había ingerido. El paciente fue "aliviado" con una inyección de codeína. Antes de salir el sol, mi amigo estaba muerto.

Hacia fines de mi propia carrera de bebedor, tuve una experiencia alarmante. Se me recetó el hidrato de cloral para amainar los efectos de una de mis tremendas resacas. El médico me advirtió la necesidad de limitarme a la dosis recetada, pero yo conseguí que la botella se quedara conmigo. Con mi esposa dormida a mi lado, saqué el frasco que tenía escondido debajo del colchón y me lo tragué todo. Me salvé por los pelos. Moraleja: Si al médico le parece apropiado recetarle un sedante, no se debe dejar que el frasco se quede con el alcohólico.

De hecho, nuestros amigos los doctores rara vez tienen la culpa de las consecuencias funestas que a menudo nos llegan. Para los alcohólicos es muy fácil comprar estas drogas peligrosas, y es probable que el bebedor, una vez que las tiene, las tome sin ejercer criterio alguno. De vez en cuando, sus amigos bien intencionados, no queriendo verle sufrir, le dan las pastillas al alcohólico. Es un asunto muy arriesgado.

Incluso es peligroso darle un trago al alcohólico que sufre, si ya tiene el cuerpo cargado de píldoras. Hace años, tuve una experiencia de este tipo. Estábamos cuidando aun borracho a quien le voy a poner el nombre de "Flaco." Por fin le hablamos convencido de que ingresara en el hospital. Camino del hospital, se tomó un par de tragos - una cantidad pequeña comparada con la acostumbrada. Justo antes de llegar al hospital, flaco empezó a hablar con voz poco clara y, de repente, perdió el conocimiento. Tuve que pedir al portero que me ayudara a llevarle al taxi. Dado que él solía beberse un par de botellas cada día, no me podía explicar esa reacción. Cuando llegamos al hospital, flaco estaba todavía desplomado en su asiento y yo no lo pude mover. Nuestro amigo, el Dr. Silkworth, salió del hospital y se asomó por la puerta del taxi. Sólo le bastó una mirada. Me preguntó: "¿Cómo está el corazón de este hombre?" Con seguridad, le contesté, "Tiene un corazón como un elefante. El mismo me lo dijo. Pero no entiendo por qué se emborrachó tan de prisa. Le di muy poquito licor." El doctor sacó su estetoscopio. Se volvió hacia mí y me dijo, "Poco vale ingresarle aquí. No va a durar mucho. ¿Qué ha estado tomando además del alcohol?" Pasmado, le dije, "Nada que yo sepa."

Sin pérdida de tiempo, un enfermero llevó a Flaco adentro. El doctor volvió a sacar el estetoscopio y, sacudiendo la cabeza, dijo, "Este pobre hombre lleva días cargado de barbitúricos. Cuando le diste alcohol, aunque fuera un poquito, activó la carga acumulada de sedantes que tenía en su sistema. ¿Ves lo azul que se ha puesto? Su corazón casi no está funcionando. Tiene un latido muy débil. Casi no puedo contar las pulsaciones."

El médico se apresuró a llamar a la esposa de Flaco. Para mi horror, ella confirmó el hecho de que él había estado tomando durante diez días fuertes dosis de amytal. El doctor le dijo con delicadeza que se diera prisa en venir; sino, sería demasiado tarde. Luego llamó a un famoso especialista del corazón para consultarle y también le pidió que se apresurara. Pusieron a flaco en una cama. Llegó el famoso especialista y sacó su estetoscopio. Inmediatamente se puso muy serio e, indicándonos que le siguiéramos al pasillo, dijo que iba a recetar una medicina, pero dudaba de que mi amigo fuera a sobrevivir. El Dr. Silkworth estaba de acuerdo.

Durante todo esto yo había estado rezando como nunca lo había hecho. Después de que los dos médicos hubieran dado su veredicto, les dije que había estado rezando y expliqué, tan alegremente como pude, que había leído el libro del Dr. Alexis Carrel, El hombre, ese desconocido, en el que se describían las curaciones milagrosas efectuadas por la oración. El renombrado especialista se despidió de nosotros. El Dr. Silkworth y yo fuimos abajo para esperar la llegada de la medicina. Finalmente, un muchacho trajo dos cápsulas de la farmacia. El doctor se quedó mirándolas, diciendo que detestaba la idea de administrárselas, porque eran tan potentes. Fuimos arriba y según salíamos del ascensor, vimos a alguien caminando con desenvoltura por el pasillo, fumándose un cigarrillo. "Hola, muchachos," flaco nos saludó a gritos. "¿Pueden decirme por qué me encuentro aquí?"

Nunca olvidaré en toda mi vida el alivio y el asombro que vi reflejados en la cara del doctor mientras examinaba rápidamente el corazón de Flaco. Me miró y me dijo, "El corazón de este hombre está funcionando normalmente. Hace quince minutos no podía contar las pulsaciones. Creía que conocía bien los corazones de estos alcohólicos. Pero nunca he visto una cosa parecida - nunca. No melo puedo explicar." Nadie puede decir qué milagro salvó a Flaco. Al cabo de unos días salió del hospital, sin tener ningún mal efecto de la experiencia.

En cuanto a mí - bueno, supongo que aprendí la lección allí mismo. No más barbitúricos, a no ser que el doctor los recete - no para mi. No, gracias.

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