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Nace el libro

Octubre de 1945

n artículos recién publicados en el Grapevine, se ha dirigido la atención al hecho de que AA todavía está en el proceso de formular una política de relaciones públicas, que el no cristalizar una política segura podría perjudicarnos gravemente.

Durante los tres primeros años de AA, nadie pensó ni por un momento en las relaciones públicas. Era una época de "volar a ciegas," en la que tratábamos febrilmente de encontrar los principios que nos hicieron posible mantenernos sobrios y ayudar a los pocos alcohólicos que llegaban queriendo hacer lo mismo. Estábamos totalmente preocupados con la cuestión de vida o muerte de la recuperación personal. Era un asunto estrictamente individual e interpersonal. Ni siquiera habíamos llegado a estar de acuerdo en un nombre para nuestro movimiento. No había literatura.

Para el otoño de 1937, teníamos unos cuarenta miembros recuperados. Uno de nosotros llevaba tres años sobrio, otro dos y medio, y un buen número de nosotros ya habían cumplido un año o algo más. Visto que todos habíamos sido casos desahuciados, este lapso de tiempo empezó a cobrar importancia. Empezamos a darnos clara cuenta de que "habíamos descubierto algo." Había dejado de ser un dudoso experimento. Los alcohólicos podían mantenerse sobrios. En grandes cantidades, quizás. Aunque algunos de nosotros nos habíamos aferrado siempre a esta posibilidad, ahora el sueño tenía una base concreta. Si cuarenta alcohólicos se podían recuperar, ¿por qué no cuatrocientos, cuatro mil, o incluso cuarenta mil?

Una vez que asimilamos este concepto espectacular, nuestra forma de pensar experimentó un cambio súbito. Nuestra imaginación alcohólica se desbordó. La mayoría de nosotros somos por temperamento vendedores, promotores. Así que empezamos a hablar en términos grandiosos. Un número considerable no sería suficiente. Hablábamos de cifras astronómicas. Sin duda, dijimos, esto no era sino el comienzo de uno de los acontecimientos médicos, religiosos y sociales más significativos de la historia. Ibamos a darles una lección a los profesionales médicos y a los portavoces del cielo. Había un millón de alcohólicos en Norteamérica; unos millones más en el resto del mundo. No teníamos que hacer más que procurar que todos estos muchachos y muchachas lograran su sobriedad (y hacerles aceptar a Dios) y ellos revolucionarían la sociedad. Un nuevo mundo dirigido por ex borrachos. Imagínenselo, amigos.

¿Publicidad? Claro que sí. Millones de palabras. ¿Dinero? Seguro. Harían falta millones, naturalmente. Lo del dinero y la publicidad sería algo de coser y cantar - una enérgica campaña de promoción dirigida a los magnates y los editores norteamericanos resolvería rápidamente el asunto. ¿Cómo podrían resistirse cuando vieran lo que teníamos? Fíjense en nosotros los borrachos. En realidad, algunos de nosotros realmente éramos así de grandiosos. No se había visto ningún pregonero de feria tan entusiasta o extravagante como lo éramos algunos de nosotros en el otoño de 1937. De hecho, recuerdo haber pregonado mucho yo mismo.

Supongamos ahora que no se hubiera refrenado a los promotores de los días pioneros. Supongamos que se hubiera dejado en sus manos nuestra política de relaciones públicas. Supongamos que ellos hubieran podido recoger millones de dólares, e inundar el país con propaganda y afirmaciones exageradas acerca de AA. No solo habríamos reñido con nuestros mejores amigos, la religión y la medicina, sino que también nos habríamos visto desacreditados ante la misma gente a quien queríamos alcanzar - los hombres y mujeres alcohólicos. Grandes cantidades de dinero habrían supuesto un monumental equipo de terapeutas profesionales o "bienhechores" de AA; y los promotores más el dinero sin duda habría significado un bombo publicitario referente a todo tema posible, desde la prohibición del alcohol hasta el comunismo en Rusia. Dentro de nuestra Sociedad, si todavía existiera, habríamos sido desgarrados por controversias políticas y disensiones religiosas. Les pasó a los Washingtonianos. ¿Quién, entonces, nos ha salvado de esta suerte hasta la fecha?

La gente que hizo el trabajo de salvación y que desde entonces nos ha evitado multitud de problemas son una clase de individuos con los que la mayoría de los AA se muestran muy impacientes. Son los conservadores. Son los que dicen "vete despacio," "piénsalo," "no hagamos eso." No se puede encontrar a muchos de ellos entre nosotros los alcohólicos; pero sin duda es providencial que siempre hayamos tenido algunos a nuestro alrededor. A menudo acusados de ser un obstáculo al progreso (como lo son algunas veces), no obstante, constituyen una inapreciable ventaja. Nos bajan de las nubes al resto de nosotros; nos hacen enfrentar las realidades de la experiencia; prevén los peligros que la mayoría ignoraríamos alegremente. A veces su conservatismo es exagerado; innecesariamente "miran con alarma por el bien del movimiento." Ya que se dan cuenta de que un mero cambio no significa forzosamente el progreso, instintivamente se resisten al cambio. Nunca quieren dar un paso irrevocable; a menudo les horroriza tomar aquellas decisiones definitivas de las que no hay escape posible. Evitan los problemas asegurándose de nunca meterse en ellos.

Nunca olvidaré la primera discusión acerca de nuestras relaciones públicas que tuvimos en Akron en 1937. Los promotores no podían pensar en nada que no fuera llevar las buenas nuevas de nuestras recuperaciones a millones de alcohólicos, de la noche a la mañana si fuese posible. Si se hiciera esto, decían ellos, Dios haría el resto. Pero los conservadores no creían que Dios obrara de esta manera.

Luego, con un impacto inmenso, los conservadores recalcaron el hecho de que el hombre de Galilea no tenía agente de publicidad, ni periódicos, ni folletos, ni libros - nada más la palabra para ¡levar el espíritu de persona a persona, de grupo a grupo. ¿Por qué desviamos de su ejemplo? ¿Estábamos a punto de sustituir el ejemplo personal por el bombo? ¿Ibamos a favorecer la glorificación personal ante el público, en lugar de la serenidad, la humildad y el anonimato?

Estas eran buenas preguntas. A nosotros los promotores, nos hicieron parar a pensar. Aunque en muchos aspectos nos veíamos obligados a darles por principio la razón a los conservadores, todavía nos parecía que su consejo era el de la perfección. No era práctico. Los conservadores nos replicaron que, aunque los promotores habíamos montado muchas empresas venturosas, si permanecíamos al mando, casi siempre las echábamos a perder. Los promotores (y confieso haber sido uno de ellos) les respondimos: ¿Cómo podían conciliar el sueño los de "vete despacio," al tener en consideración que después de tres largos años solo habíamos logrado establecer tres pequeños grupos; que en Norteamérica un millón de alcohólicos estaban cayendo como moscas; que a un tiro de piedra de donde estábamos sentados había tal vez centenares que podrían recuperarse si supieran lo que sabíamos nosotros? Y los alcohólicos de California, ¿iban a tener que esperar, sin alivio, hasta que las nuevas les llegaran de palabra? Y, ¿no había un grave peligro de ver grandemente desvirtuados nuestros métodos de éxito, si no los pusiéramos por escrito y no los publicáramos en forma de libro? Y si no hiciéramos constar por escrito lo que habíamos descubierto, ¿no había la posibilidad de que algunos columnistas se hicieran los graciosos y empezaran a hacer burla devastadora de nosotros? Si, les dijimos, no dudamos que hay que proceder con cautela; pero, ¿no necesitamos nuestro propio libro, y alguna publicidad?

Tal era la sustancia de la discusión de la que surgió la decisión de publicar el libro Alcohólicos Anónimos. La publicación condujo a la publicidad, y al establecimiento de la Junta de Custodios (la Fundación Alcohólica), y a la creación de la Oficina Central [ahora la Oficina de Servicios Generales] de Nueva York, a la cual los alcohólicos y sus familias pueden dirigirse para pedir literatura y ayuda inmediata. Nuestro rápido y aparentemente sano desarrollo de los últimos años demuestra con bastante seguridad la sabiduría de esas decisiones de los años pioneros.

El significado de lo que acabo de contar es obvio. Si estos asuntos cruciales se hubieran dejado totalmente en manos de los promotores como yo, sin duda nos habríamos desbocado y lo habríamos estropeado todo. Si se hubieran dejado exclusivamente en manos de los conservadores, es probable que muy pocos de nuestros miembros actuales se hubieran enterado de la existencia de AA. Miles de ellos se encontrarían todavía hundidos en su aflicción. Muchos estarían muertos.

Por lo tanto, parece claro que la única manera de formular una política segura es dejar que se mezclen los promotores con los conservadores. Podemos contar con que sus discusiones, si no entran en juego las ambiciones y los resentimientos, nos darán las apropiadas respuestas. Para nosotros, no hay otra forma de hacerlo.

He resumido aquí la historia del primer paso que dimos en las relaciones públicas. En futuros artículos, me gustaría relatar más sobre nuestras experiencias recientes en este campo, con énfasis en la conveniencia de seguir con modestia, anonimato y fidelidad a un solo objetivo: el de llevar el mensaje al alcohólico que desea recuperarse.

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