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Primera Tradición

Diciembre de 1946

Todo nuestro programa de AA está firmemente basado en el principio de humildad es decir, de justa proporción. Esto supone, entre otras cosas, que logremos relacionamos de la forma debida con Dios y con nuestros semejantes; que nos veamos a nosotros mismos como realmente somos - "una pequeña parte de una gran totalidad." Al ver así a nuestros semejantes, disfrutaremos de armonía en nuestros grupos. Por esa razón, la Tradición de AA puede decir con confianza, "Nuestro bienestar común tiene la preferencia."

Algunos preguntarán, "¿Quiere esto decir que en AA el individuo no tiene mucha importancia? ¿Ha de ser dominado por su grupo y absorbido por él?"

No, no parece que resulte ser así. Tal vez no hay en la tierra una sociedad que se preocupe más por el bienestar personal de sus miembros, que esté más dispuesta a conceder al individuo la mayor libertad posible de creer y actuar. En Alcohólicos Anónimos nunca se oyen las palabras "tienes que." Muy pocos grupos imponen castigos a nadie por incumplimiento. Sí sugerimos, pero nunca castigamos. El cumplir o no cumplir con cualquier principio de AA es asunto que corresponde a la conciencia del individuo; él es el juez de su propia conducta. Seguimos al pie de la letra las antiguas palabras "no juzgarás."

"Pero," algunos protestarán, "si AA no tiene autoridad para gobernar a sus miembros o a sus grupos, ¿cómo puede estar segura de que el bienestar común tiene la preferencia? ¿Cómo es posible ser gobernado sin un gobierno? Si cada uno hace lo que le place, ¿cómo es que no es una pura anarquía?"

La respuesta parece ser que en realidad los AA no podemos hacer lo que nos plazca, aunque no hay ninguna autoridad humana constituida que nos lo impida. Efectivamente, nuestro bienestar común está protegido por fuertes salvaguardias. En cuanto cualquier acción pone en grave peligro el bienestar común, la opinión de grupo se moviliza para recordárnoslo; nuestra conciencia se empieza a quejar. Si alguien persiste, puede que se trastorne lo suficiente como para emborracharse; el alcohol le da una paliza. La opinión del grupo le indica que se ha desviado; su propia conciencia le dice que está totalmente equivocado; y, si va demasiado lejos, el Alcohol acaba convenciéndole de su error.

Así llegamos a darnos cuenta de que, en asuntos que afectan profundamente al grupo en su totalidad, "nuestro bienestar común tiene la preferencia." Cesa la rebeldía y comienza la cooperación, porque tiene que ser así: nos hemos disciplinado a nosotros mismos.

Por supuesto, acabamos cooperando porque deseamos hacerlo; vemos que, sin una unidad sustancial, no puede existir AA, y que, sin AA, poca recuperación duradera puede ser posible para nadie. Gustosamente ponemos a un lado las ambiciones personales cuando éstas pueden perjudicar a AA. Humildemente confesamos que no somos sino "una pequeña parte de una gran totalidad."

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