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Los clubs en AA

Abril de 1947

l concepto del club ha llegado a formar parte de la vida de AA. Veintenas de estos abrigos acogedores ya tienen años de existencia, prestando sus muy útiles servicios, y nuevos clubs se establecen cada mes. Si efectuáramos una votación mañana en cuanto a la conveniencia de tenerlos, una buena mayoría de los AA daría un resonante voto afirmativo. Habría miles que atestiguarían que les podría haber sido más difícil mantener su sobriedad durante sus primeros meses en AA silos clubs no hubieran existido y, en cualquier caso, dirían que siempre desearían poder aprovechar los contactos asequibles y las calurosas amistades que los clubs les ofrecen.

Siendo este el punto de vista mayoritario, podríamos suponer que los clubs tuvieran una aprobación universal; podríamos imaginamos que sin ellos no subsistiríamos. Podríamos creer que los clubs constituyen una institución central de AA - una especie de "paso trece" de nuestro programa de recuperación, sin el cual los demás Pasos no surtirían efecto. De vez en cuando los entusiastas de los clubs se comportan como si creyeran verdaderamente que podríamos superar nuestros problemas alcohólicos con el único recurso del club. Tienden a depender más de los clubs que del programa de AA.

Pero hay también entre nosotros los AA una minoría bastante robusta de gente que no quiere tener nada que ver con los clubs. Dicen que la vida social de los clubs no solamente distrae la atención de los miembros del programa, sino que además los clubs son un estorbo para el progreso de AA. Nos advierten del peligro de que los clubs degeneren en meras guaridas o incluso en "garitos." Recalcan las querellas que surgen en lo concerniente al dinero, a la administración y a la autoridad personal; tienen miedo a los "incidentes" que puedan darnos mala publicidad. En pocas palabras, "miran con alarma." Dan a los clubs una clara señal de desaprobación.

Hace ya algunos años que venimos a tientas hacia un terreno intermedio. A pesar de las alarmas, se ha establecido que los que quieran y necesiten los clubs deben tenerlos. Así que la verdadera preocupación no es si debemos tenerlos o no. Es cómo aumentar sus ventajas y cómo reducir sus desventajas. Cómo tener la seguridad de que, a la larga, éstas no excedan a aquéllas.

De los cuatro centros mayores de AA, dos favorecen los clubs y dos no lo hacen. Da la casualidad de que yo vivo en uno de los que están a favor. El primer club de AA se estableció en Nueva York. Aunque nuestra experiencia aquí en Nueva York puede que no ofrezca el modelo ideal, es la única que conozco. Por lo tanto, para delinear los principios y problemas que tenemos que considerar, voy a basar mis comentarios en esta experiencia, como un ejemplo de desarrollo típico de un club, y no como un modelo ejemplar.

Cuando AA tenía muy poco tiempo de existencia, solíamos reunirnos en casas particulares. La gente viajaba muchas millas, no sólo para asistir a las reuniones, sino también para sentarse cómodamente después, compartiendo café y pasteles y conversación viva e ínfima. Los alcohólicos y sus familias se habían sentido solos hacía ya demasiados años.

Luego, con el tiempo, resultó que no había cabida suficiente en las casas particulares. Ya que no podíamos soportar la idea de separamos, unos de otros, para formar otras reuniones más pequeñas, fuimos en busca de locales más grandes. Nos alojamos primero en el taller de un negocio de sastrería, y más tarde en un salón alquilado de Steinway Hall. De esta manera, podíamos estar unidos durante la hora de reunión. Después, íbamos juntos a una cafetería. No obstante, nos faltaba algo: el ambiente de un hogar. Un restaurante no lo tenía en suficiente grado. Alguien dijo: Formemos un club.

Así que formamos un club. Nos instalamos en un local interesante, el antiguo Club de Artistas e Ilustradores en la Calle 24 Oeste. ¡Qué emocionante! Un par de miembros veteranos firmaron el contrato de alquiler. Pintamos y limpiamos. Teníamos un hogar. Siempre tendremos hermosos recuerdos de los días y las noches que pasamos en aquel primer club.

No obstante, hay que confesar que no todos esos recuerdos son muy gratos. Con nuestro desarrollo vinieron los dolores; "dolores de crecimiento" los llamamos hoy en día. ¡Qué graves nos parecieron en aquel entonces! Los "dictadores" trataban de imponerse; los borrachos se caían al suelo o trastornaban las reuniones; los "comités directivos" intentaban proponer a sus amigos como candidatos para sucederles y, con gran consternación suya, descubrían que no se podía "dirigir" ni siquiera a los borrachos sobrios. De vez en cuando, difícilmente recogimos lo suficiente como para cubrir el alquiler; los jugadores de cartas se hacían los sordos a cualquier sugerencia de que hablaran con los recién llegados; las secretarias se fastidiaban las unas a las otras. Se estableció una corporación para asumir la responsabilidad del contrato de alquiler y teníamos así "oficiales". ¿Debían estos "directores" dirigir el club, o lo debía dirigir el comité rotativo de AA?

Tales eran nuestros problemas. El uso del dinero, la necesidad de un cierto grado de organización para el club y la atestada intimidad del lugar crearon situaciones que no hablamos previsto. La vida del club todavía nos ofrecía grandes placeres. Pero tenía también sus inconveniencias. ¿Valía la pena los riesgos y las molestias? La respuesta fue que sí, ya que el Club de la Calle 24 seguía en funcionamiento y ahora está ocupado por los AA marineros. Tenemos, además, otros tres clubs en esta área, y se está considerando establecer un cuarto.

Nuestro primer club fue conocido, por supuesto, como un "club de AA." La corporación arrendataria se llamó "Alcohólicos Anónimos de Nueva York, S.A." Más tarde, nos dimos cuenta de que habíamos constituido en sociedad el Estado de Nueva York en su totalidad - un error recién corregido. Nuestra asociación debía haberse referido únicamente a la Calle 24, por supuesto. En todas partes del país, la mayoría de los clubs han comenzado como el nuestro. Al principio, los consideramos como instituciones centrales de AA. La experiencia de años posteriores siempre acarrea un cambio de perspectiva - cambio muy deseable según nos parece ahora.

Por ejemplo, en sus primeros días el club de AA de Manhattan tenía miembros provenientes de todas partes del área metropolitana, incluyendo a New Jersey. Pasado un tiempo, decenas de grupos brotaron en nuestros distritos suburbanos. Se consiguieron lugares de reunión más accesibles. Nuestros amigos de New Jersey establecieron su propio club. Así que estos grupos alejados del "centro", engendrados originalmente por el club de Manhattan, comenzaron a atraer a centenares de miembros que no se sentían vinculados a Nueva York, ni por conveniencia o inclinación o sentimiento nostálgico. Tenían sus propios amigos de AA locales y sus propios lugares de reunión de fácil acceso. No les interesaba Manhattan.

Esta falta de interés nos fastidió a nosotros los neoyorquinos. Visto que les habíamos nutrido, ¿no era apropiado que estuvieran interesados? Nos desconcertó su rechazo de considerar el club de Manhattan como el centro de AA para el área metropolitana. Efectuábamos una reunión central, con oradores invitados de otros grupos. Teníamos una secretaria a sueldo que atendía el teléfono en el club, respondiendo a las solicitudes de ayuda y tomando disposiciones para hospitalización para todos los grupos del área. Naturalmente, creíamos que los grupos de los distritos suburbanos debían contribuir al mantenimiento del club de Manhattan; los hijos decentes deben cuidar a sus "padres." No obstante, nuestras súplicas paternales fueron en vano. Aunque muchos miembros de fuera de Nueva York contribuyeron individualmente, sus grupos respectivos no nos enviaron ni un centavo.

Luego, cambiamos de rumbo. Aunque los grupos suburbanos no querían sostener el club, quizá no les importaría pagar el sueldo de la secretaria. En realidad, ella hacía un trabajo "de área." Esta era claramente una petición razonable. Pero nunca suscitó la respuesta esperada. Ellos, en su mente, no podían separar "la secretaría de área" del "club de Manhattan." Por lo tanto, durante mucho tiempo, nuestras necesidades de área, nuestros problemas comunes de AA y la dirección de nuestro club estuvieron enmarañados financiera y sicológicamente.

Poco a poco, la maraña fue desenredándose, a medida que fuimos dándonos cuenta de que los clubs debían ser asunto únicamente de aquellos que los quieren especialmente y que están dispuestos a cubrir sus gastos. Empezamos a reconocer el hecho de que la dirección de un club entraña asuntos de negocios importantes, que debe ser constituida en sociedad separada y bajo otra denominación - por ejemplo, Alano; que los directores de la corporación del club deben ocuparse solamente de los asuntos del club; que un grupo de AA, como tal, nunca debe meterse en el manejo activo de una empresa de negocios. Nuestras febrilmente agitadas experiencias nos han enseñado que, si un comité rotativo de AA trata de imponerse a la corporación del club, o si ésta trata de dirigir los asuntos de AA de los grupos que se reúnen en el club, inmediatamente se plantean dificultades. La única forma de remediar esta situación que hemos encontrado es la de separar lo material de lo espiritual. Si un grupo de AA desea reunirse en un club, debe contribuir a pagar el alquiler o debe repartir con la dirección del club el dinero que se recoge en la colecta. Puede que esto parezca absurdo a un grupo pequen o que está abriendo su primer local, ya que, por el momento, los miembros del grupo serán también los miembros del club. No obstante, es recomendable constituir en sociedad el club al comienzo, porque así se evitará mucha confusión después, cuando se formen otros grupos en el área.

A menudo se hacen preguntas, tales como: "¿Quiénes son los que eligen a los directores de negocios del club?" Y, "la pertenencia a un club, ¿se difiere de la pertenencia a un grupo de AA?" Ya que las costumbres varían de un lugar a otro, no tenemos todavía las respuestas. Las siguientes sugerencias parecen ser las más razonables: Todo miembro de AA debe ser libre de aprovechar los privilegios ordinarios de cualquier club de AA, ya sea que haga una contribución voluntaria regularmente o no. Si contribuye regularmente, debe tener además derecho a votar en las reuniones de negocios en las cuales se eligen a los directores de negocios de la corporación del club. De esta manera, todos los clubs estarían abiertos a todos los AA. Pero la dirección de los negocios del club estaría limitada a los que tuvieran el suficiente interés como para contribuir regularmente al mantenimiento del club. A propósito de esto, debemos recordarnos a nosotros mismos que en AA no pagamos honorarios ni cuotas obligatorios. No obstante, se debe añadir que, ya que los clubs se están haciendo empresas privadas y separadas, sus miembros los pueden dirigir conforme a otras normas, si así lo desean.

La evolución de los clubs nos está enseñando además que, salvo en las comunidades pequeñas, es probable que los clubs no sigan siendo los centros principales de las actividades de AA. Comenzando como el centro principal para una ciudad, muchos clubs se van trasladando a locales cada vez más grandes, con la aspiración de seguir celebrando dentro de sus muros la reunión principal del área. No obstante, las circunstancias acaban defraudando sus esperanzas.

La primera circunstancia es que AA, al continuar creciendo, desbordará la capacidad de cualquier club. Tarde o temprano, será necesario trasladar la reunión central o principal a un auditorio más grande. En el club no caben tantas personas. Este hecho lo debemos contemplar sobriamente cuandoquiera que consideremos comprar o construir un local grande para el club. Hay otra circunstancia que con casi toda seguridad dejará a los clubs en una posición "descentrada," especialmente en las grandes ciudades. Tenemos una fuerte tendencia a encargar la gestión de asuntos comunes de AA en los centros metropolitanos a un comité central o de intergrupo. En cada área, tarde o temprano, nos damos cuenta de que tales asuntos como las reuniones de intergrupo, las disposiciones hospitalarias, las relaciones públicas locales, la oficina central para entrevistas e información, son de interés para todos los AA, ya sea que tengan ocasión o deseo de utilizar o no utilizar los clubs. Por ser estos asuntos estrictamente de AA, es necesario elegir y financiar un comité central de intergrupo para ocuparse de ellos. Los grupos de un área, por lo general, estarán dispuestos a mantener estas actividades verdaderamente centrales, contribuyendo con fondos del grupo. Aun cuando el club tenga suficiente cabida para las reuniones de intergrupo, y éstas se sigan celebrando allí, el centro de gravedad del área continuará trasladándose hacia el comité de intergrupo y sus actividades centrales. El club queda definitivamente aparte - donde, según opinan muchos, debe estar. Dirigidos y sostenidos activamente por quienes los quieren, los clubs pueden ser tomados o dejados.

Si estos principios se aplican a todos nuestros clubs, nos encontraremos en situación de disfrutar de su ambiente caluroso y, no obstante, deshacernos de los que se vuelvan demasiado problemáticos. Entonces, nos daremos cuenta de que un club no es sino un valioso recurso social. Y, aun más importante, siempre conservaremos al simple grupo de AA como la entidad espiritual primordial de la que se deriva nuestra mayor fortaleza.

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