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¿Quién es miembro de Alcohólicos Anónimos?

Agosto de 1946

En la primera edición del libro Alcohólicos Anónimos aparece la siguiente breve declaración referente a la pertenencia a AA: "El único requisito para ser miembro de AA es un deseo sincero de dejar de beber. No estamos aliados con ninguna religión, secta o denominación en particular; ni nos oponemos a nadie. Simplemente deseamos ayudar a los afligidos." Así expresamos nuestros sentimientos en 1939, año en que se publicó nuestro libro.

Desde aquel tiempo, se han hecho todo tipo de experimentos con respecto a la pertenencia a AA. Es innumerable la cantidad de reglamentos que se han establecido (y en su mayor parte, quebrantado). Hace dos o tres años, la Oficina Central pidió a los grupos que hicieran una lista de sus reglamentos y que las enviaran a la sede. Después de haberlas recibido, las recopilamos, viéndonos obligados a cubrir muchas hojas de papel. Tras breve reflexión sobre tantísimos reglamentos, se desprendió una sorprendente conclusión. Si todos estos edictos hubieran estado vigentes en todas partes al mismo tiempo, le habría sido imposible a cualquier alcohólico unirse a AA. Unos nueve décimos de nuestros más antiguos y fieles miembros no habrían podido pasar por la criba.

En algunos casos, las exigencias nos habrían dejado muy desalentados. A la mayoría de los miembros pioneros se les habría expulsado por haber sufrido demasiadas recaídas; o por haber tenido costumbres muy relajadas; o porque, no solamente tenían problemas con el alcohol, sino que además sufrían trastornos mentales. O, por mucho que cueste creerlo, porque no eran miembros de las llamadas mejores clases de la sociedad. Nosotros los ancianos nos podríamos haber visto excluidos por no haber leído el libro Alcohólicos Anónimos o porque nuestros padrinos no quisieron responder por nosotros como candidatos. Y así, ad infinitum. Las formas en que nuestros alcohólicos "dignos" a veces han tratado de juzgar a los "menos respetables" son, en retrospectiva, algo absurdas. Imagínate, si puedes, un alcohólico juzgando a otro.

En alguna que otra ocasión, la mayoría de los grupos de AA se lanzan frenéticamente a inventar reglamentos. Además, como es de suponer, al comenzar a crecer rápidamente, un grupo se ve enfrentado con muchos problemas alarmantes. Los mendigos comienzan a mendigar. Algunos miembros se emborrachan y, a veces, hacen que otros se emborrachen con ellos. Los que tienen problemas mentales caen en depresiones o hacen denuncias paranoicas de sus compañeros. Los chismosos chismorrean, u "honradamente" denuncian a los "lobos y caperucitas rojas" del grupo. Los recién llegados protestan que no son alcohólicos y, sin embargo, siguen asistiendo a las reuniones. Los "recaídos" se aprovechan del buen nombre de AA para conseguir empleos. Otros miembros rehusan aceptar todos los Doce Pasos del programa de recuperación. Otros van más lejos, alegando que "todo esto de Dios" es una tontería y totalmente innecesario. Bajo estas circunstancias, nuestros miembros conservadores que se atienen al programa se alarman. Les parece imperativo controlar estas peligrosísimas condiciones; si no, AA sin duda se vendrá abajo. Miran con alarma por el bien del movimiento.

En este punto, el grupo llega a la fase caracterizada por la elaboración de reglas y reglamentos. Con entusiasmo, se aprueban estatutos, cartas constitutivas, y normas referentes a la pertenencia, y se cede a un comité la autoridad para eliminar a los indeseables y para castigar a los malvados. Luego, los ancianos del grupo, ya vestidos de autoridad, se ponen diligentemente a trabajar. A los recalcitrantes, los echan a las tinieblas; los entrometidos respetables tiran piedras a los pecadores. Y, en cuanto a los llamados pecadores, o insisten en quedarse, o forman un nuevo grupo. O tal vez se unen a otro grupo de la vecindad, más agradable y menos intolerante. Los ancianos pronto se dan cuenta de que los nuevos reglamentos no funcionan bien. La mayoría de los intentos de hacerlos cumplir suscitan dentro del grupo una oleada de disensión e intolerancia tan grande que enseguida se reconoce la situación como más perjudicial para la vida del grupo que lo fuera lo peor que los peores hubieran hecho nunca.

Pasado un tiempo, los temores y la intolerancia se apaciguan. El grupo sobrevive ileso. Todo el mundo ha aprendido mucho. Por eso, hoy en día, muy pocos nos preocupamos de cómo cualquier principiante pueda afectar la reputación o eficacia de AA. Los que recaen, los que mendigan, los que chismorrean, los que tienen trastornos mentales, los que se rebelan contra el programa, los que se aprovechan de la fama de AA - muy rara vez perjudican al grupo de AA por mucho tiempo. Y algunos de ellos han llegado a ser nuestros más respetados y más queridos miembros. Otros se han quedado para poner a prueba nuestra paciencia; pero se han mantenido sobrios. Otros más se han alejado. Hemos llegado a considerar a estas personas no como amenazas, sino como nuestros maestros. Nos obligan a cultivar la paciencia, la tolerancia y la humildad. Finalmente, nos percatamos de que son simplemente gente más enferma que el resto de nosotros, y que nosotros los que los condenamos, somos los Fariseos cuya falsa rectitud causa al grupo un más profundo perjuicio espiritual.

Cada AA veterano se estremece al recordar los nombres de aquellos a quienes, una vez, él condenó; la gente que con toda seguridad él predijo que nunca lograría la sobriedad; la gente que él estaba convencido que había que echar de AA por el bien del movimiento. Ahora que muchas de esas personas ya se han mantenido sobrias durante muchos años, y puede que se cuenten entre sus más ínfimos amigos, el veterano se pregunta a sí mismo, ¿qué habría pasado si todos hubieran juzgado a estas personas como lo hacía yo? Si AA les hubiera cerrado la puerta, ¿dónde estarían ahora?

Esta es la razón por la que juzgamos cada vez menos al principiante. Si para él, el alcohol es un problema incontrolable, y si él quiere hacer algo al respecto, no le requerimos más. No nos importa en absoluto que su caso sea grave o leve, que sus costumbres sean rectas o relajadas, que tenga o no otras complicaciones. La puerta de AA está abierta de par en par, y si entra y se pone a hacer algo para remediar su problema, le consideramos un miembro de AA. No firma ningún contrato o convenio; no se compromete a hacer nada. No le exigimos nada. El se une a nosotros sólo con decirlo. Hoy día, en la mayoría de los grupos, ni siquiera tiene que decir que es alcohólico. Puede unirse a AA con solo tener una mera sospecha de que lo sea, de que ya muestre los síntomas mortales de nuestra enfermedad.

Por supuesto, éste no es el estado universal de las cosas en AA. Hay todavía reglamentos que se imponen a los miembros. Si un miembro persiste en llegar borracho a las reuniones, puede que se le lleve afuera; puede que pidamos a alguien que lo aleje. No obstante, en la mayoría de los grupos puede volver al día siguiente, si se presenta sobrio. Aunque le pueden echar de un club, a nadie se le ocurriría echarle de AA. Sigue siendo miembro de AA mientras que lo diga. Aunque este amplio concepto de la pertenencia a AA no es todavía de unánime aceptación, representa la corriente principal del pensamiento de AA. No queremos privar a nadie de la oportunidad de recuperarse del alcoholismo. Deseamos ser tan inclusivos como podamos, nunca exclusivos.

Tal vez esta tendencia significa algo mucho más profundo que un mero cambio de actitud hacia la cuestión de pertenencia. Tal vez significa que vamos liberándonos de todo temor a las tempestades que a veces azotan nuestro mundo alcohólico; tal vez atestigua nuestra confianza en que, a cada tormenta, le seguirá una calma; una calma que es más comprensiva, más compasiva, más tolerante que cualquiera que hayamos conocido nunca.

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