MEMORIAL DE CELAJES, FULGORES Y ARDENTIAS

 

Por Manuel Ruano

 



       

 

 

 

 

 

La poesía es el lugar en el que reverberan las palabras y se redimensionan las emociones, en lo que Baudelaire llamó “flor rarísima que se respira en la religión de la soledad”. Se estratifica la música en cadencias y en polifonías sublimes, que sólo el poeta puede orquestar y donde, con frecuencia, el ir hacia alguna parte, por lo general es volver, volver al amor o enquistarse en el odio y la desesperanza, donde al decir de los surrealistas “no existe el fruto prohibido porque toda tentación es divina” y, como añadiría Pound, sólo vale la calidad de la emoción. En una palabra, tiene su propia naturaleza cuando el que la crea es un verdadero poeta. Fuera de eso está la imitación, el plagio, el contrabando intelectual. De ahí que la poesía nace y se cultiva en el Canto desde los versos de Homero, del cual tenemos memoria a través de la palabra escrita. Antes también hubo poesía y es, acaso, por lo que algunos aseveran que el primer lenguaje del hombre fue la poesía y, más precisamente, se asegura que los griegos hablaban en hexámetros. Es una lástima que el tiempo y las épocas olvidasen esa cualidad, porque, tal vez, eso ayudaría a comprender más al poeta y su lenguaje poético de siempre.

 

“La poesía en su representación total, así como el universo, como esa esfera de la que hablaban Giordano Bruno y Pascal, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna, es inaprensible. No se la puede abarcar en ninguna definición”, puntualizó Olga Orozco. Cada auténtico poeta elabora sin pretenderlo su ars poetique donde, admitámoslo, también se fundamenta la magia y se elabora el rito de una visión interior que puede estremecer el tiempo real. En este punto, hay que dejar de lado la mistificación para reconocer que el tiempo se funda en un recorrido exterior que es el de los relojes, y un recorrido interior que es el tiempo interno del argumento lírico. Aquí es donde se conjugan las esperanzas y los caminos más extremos del mundo onírico, donde el poeta hace suyos (por el lenguaje) la polifonía de lo que escribe en paisajes insólitos o en alegorías irreales.

 

Tengo, delante de mí, un libro que es una metáfora en sí mismo, “Fuegos en fuga”, y que guarda en su interior la vertiente de cuatro voces femeninas de la poesía argentina, como si fueran una confraternidad de estados de ánimo, que cifra las emociones y los sentimientos. Cuatro lenguajes que avizoran un estilo, expresión lírica de un tiempo, de una época, de un ceremonial de ausencias.

 

Esta aventura lírica emprendida por Cristina Berbari, Lina Caffarello, Mirta Cevasco y Marta Rotonda es el resultado de cuatro experiencias literarias que se involucran en el acontecimiento histórico, la fantasía onírica, los paisajes orientales y la ritualización del texto. En esta vertiente se introduce la vocación lírica en un diagrama de expectación que va desde el extremo confesional y la pasión amorosa, donde las palabras son entelequias, fosforescencias sagradas para volverse en la escritura fantasmas del ser o trama de luz que se hace estrella o canto brotado del ensueño. Trayectorias diversas, digo, en el terreno de la poesía, donde convergen en un área común: el sortilegio sensual y hasta erótico. Poemas como “Eloísa, viuda” de Cristina Berbari (Ya no aquellas tardes, / el libro de Ovidio olvidado en tu falda mientras / ardorosamente se cruzaban las miradas amantes) contienen un alto sensualismo, igual que otros poemas de esta autora como “Camille”, poesía en prosa que se destaca por su carácter crítico. Otro rasgo de sensualidad y magia hay en los poemas de Lina Caffarello. Textos que despiertan un ritmo sostenido e interior que comienzan en “Como Andy Warhol” y concluyen con “Rondó de París”, en un tono entre descriptivo y confesional. No obstante resaltan los versos de “Quasi una fantasía”, donde existe una resonancia cuya sensualidad parece convocar al acto amoroso cuando dice: Ven, libérate. / Ya sabes cuál es mi tesitura, / concéntrate en scherzos y tocatas. / Yo produciré vibratos / y tú te mecerás con esos tempos. En cuanto a Mirta Cevasco, hay un cauce existencial en sus versos, cuando expresa “En la memoria del sol”: El tiempo de las voces/ recorre abandonos en la noche/ alguien duerme en el andén de Tribunales/ luces duras astillaron la plegaria/ en la memoria del sol, y denota, también, una preocupación histórica un tanto de corte surreal en el poema “Conquistador” y otros como “Heredera” o “La tarde del asombro”. Por otra parte, un aire con sinuosidades de corte metafísico y un temperamento extremadamente lírico asoma en los versos de Marta Rotonda en “Acerca de la sinfonía Nº 1 de Sibelius”: ¿Se despereza el bosque o es que se duerme? / Alguna viola pinta el malva azul del frío. / Y de nuevo el silencio simulando misterios.

Más aun: hay todavía una musicalidad enquistada en una mitología de sentimientos y, acaso, en una prehistoria personal de voces a las que siguen paisajes y otras orfebrerías verbales. ¿Qué añoranza de poesía no la tiene? ¿Qué sentimiento auténtico no reclama su atención? Y “Fuegos en fuga”, atraviesa un camino y una reflexión en su impetuosidad.

 

Gastón Bachelard decía: “Cuando el perfume sea un recuerdo, el recuerdo será un perfume”.

 

Es de confiar, entonces, que las páginas de este libro, en su aventura, concentren la expectativa viviente de un perfume.

 

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