Edilberto se despertó
con la fresca de las 7 de la mañana, al llegar
su hermana del trabajo. El no cree en el cuento
de que se la pase de mesera en un restorán
de chinos toda la noche. Tampoco lo mortifica; cada
quien su rollo.
Y no es que a esas horas Edilberto deje de tener
sueño, sino que tiene que desocupar la cama
para Hortensia, porque ni modo que duerman juntos.
De chicos no importaba, pero ahora que la Tencha
tiene bien rellenas sus formas, está
cañón, piensa él. "Si
acaso fuera mi novilla, todavía, pero así,
chale".
Prefiere
salir a hurtadillas porque su mamá lo anda
cazando para que desayune o se tome un café,
y para evitar al ruco, siempre a la expectativa
para regañarlo, mejor sale sigiloso, con
las tripas pegadas.
Al
segundo chiflido se reporta el Bizcocho,
compañero de andanzas, negocios y accesorios.
-¿Qué
Pachuca por Toluca, mi Edi?
-Lo que tú Querétaro, Bizcochón.
Y entre piquetes de costillas, zapes y carreritas
a ver quien llega primero al mercado, hacen sus
ejercicios matinales para instalarse, ya con hambre,
en la fonda de la Güera.
Cuando hay para ello, se atracan con los huaraches
de costilla, y si no, se conforman con un guajolote
(torta de tamal) y un jarro de humeante atole de
fresa. Y ya la hicieron.
De ahí pasaron a surtirse a la bodega.
-¿Qué te vas a llevar, Edi?, le pregunta
uno de los gerentes del bodegón con mercancía
quién sabe de qué dudosa procedencia.
-¿Qué queda, Negro?
-De tocho. Hay yilets, cepillos, casets...
-¿Ya no hay videos pornos?
-¡Uy, carnal, te quieres sacar la lotería
sin jugarla!
-Yo decía. Dame los casets, pues. De los
Sony de 90 minutos.
-¿No los quieres diunavez cantados por
Madona?
-¡Órale!
-Pásale pa adentrito y ahí te doblo
la voz.
-Chale. Y tú, Bizcocho, ¿qué
te vas a llevar?
-Unos paraguas, de aquellos.
-¿De aquellos? Serán de los otros.
¿no?
Con eso de que apuntas para un lado y ves pal
otro.
-Ya, Blanca Nieves.
-Ya sabe, Bizcocho que este Negro esclavo tuyo...
-Serás de las Lomas...
-Bueno, ya déjense de albures, ¿cuánto
va a ser de la lana?
-Son 500 de cada uno.
-Yaaa, ¿a poco ya subieron otra vez los casets?
-¿Que tú no oíste que ya
subió la azúcar?
-Sí, ya, güey.
-Pos, órale, par, caminando y haciendo pipí
pa no encharcarse. Y no me vayan a salir con que
la tira les recogió la mercancía,
orita que anda muy sacalepunta, porque a mí
me pagan todo, ¿entendido?
Y así, entre chanzas, albures
y amenazas, Edilberto y el Bizcocho, que se llama
Silvestre, para eso de las 11 de la mañana
empezaron su quehacer de vendedores ambulantes.
Para entonces ya habían pasado con la líder
que les dijo en qué calles iban a trabajar.
"Y mucho cuidadito", les movió
el índice de arriba abajo, "con meterse
al Centro Histórico, si lo hacen es bajo
su riesgo, y ni crean que voy a meter las manos.
El Centro Histórico, para nosotros, es ya
nomás cosa de turistas. ¿Entendieron?
No muy convencidos se lanzaron por
donde nunca deja de haber gente, pero también
con mucha competencia. Hay para todos. Fue un recorrido
entre las repúblicas Centroamericanas
y las del Cono Sur; Costa Rica, Nicaragua, Ecuador,
Brasil, Argentina, Paraguay y Chile, entre otras.
Las propuestas del Bizcocho eran:
"¡Lleve su paraguas para que no moje.
Son de colores y de sabores... los besos que
le dará a su chava debajo de él. Lleve
su paraguas para que no se empape, ni se aguade!"
Edilberto por su parte ofrecía "casets
de a 15 pesos con 90 minutos para oír
a Yutú, los Beattles, Madona y a la greñasuelta
de la Trevi".
Al filo de las cinco de la tarde,
no resistieron la tentación del desafío
que es ahora el Centro Histórico, y más
que por hacer más ventas, se metieron por
medir piernas con los elementos de la policía
2000 y la corretiza que les dieron.
De eso se estaban riendo cuando merendaban garnachas,
molotes y un suculento plato de pozole cada
uno en la Flor de Iztapalapa. Y de que en cuanto
acabaron las segundas pecsis, ambos eructaron al
mismo tiempo.
"Se oye mal pero descansa el animal",
dijo doña Flor.