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México. Mayo 2006.
   • | lo no tan nuevo
 

• | La dama de Negro | Una historia de Arkaham

Dedicado especialmente a mi buen amigo Luis y su fabuloso site, Freakzine. Gracias por todo.

1.
Juanito estaba tratando de sacar el cigarrillo de la caja, la gente pasaba evitando tener contacto, su apariencia mugrosa hacia todo el trabajo. Cabello grasoso como enlodado, las ropas penas mostraban un poco de su color original bajo todas esas capas de cochambre.
La estación del metro tenia su cuota regular de gente que iba y gente que venia imparablemente a sus casas o sus trabajos o sabe dios a que. Un día común, una estación común, todo común, excepto aquella mujer.

Una hermosísima mujer de piel blanquecina usando un vestido entallado negro, al parecer de seda con algo de chakira tratando de adornar la tela. Zapatos de tacón hechos de piel y pequeños moños en la parte de atrás. Todo en negro inmaculado, hasta la gabardina que siempre usaba holgada dejándola caer a sus codos como si fuese una estola. Su hermoso cabello lacio hecho un moño a la antigua, haciéndola parecer a la divina Greta, usando en sus labios un rojo sangre sin par, sus ojos esmeralda asomaban misteriosos adornados por enormes chinos de pestañas exagerado rímel, un conjunto provocador y a la vez misterioso.
La mujer alzó su muñeca izquierda desfondándola de sus guantes cortos, mostrando su precioso reloj en plata e incrustaciones de joyas falsas.
Faltaban aun dos horas para la opera, podía jugar un rato mientras tanto.

Sacó de su pequeño bolso discreto e invisible en toda esa negrura una pequeña cajita de metal asemejando la plata. La abrió con elegancia extrayendo de esta un hermoso cigarro completamente blanco posiblemente de origen extranjero. Devolvió la caja plateada y sacó ahora del bolso un encendedor dorado, algo viejo.
Un gesto y el cigarro estaba prendido.
Exhaló el humo iniciando su corta caminata hacia Juanito que al ver a la hermosa dama quedo completamente extasiado por su elegancia, su belleza y sus labios portando el cigarrito de un modo que nunca había visto.

-¿Te gustaría cenar bien?- Pronunció ella delante del atónito muchacho no mayor de los 19 años. El joven levantó la vista buscando el origen de la sensual voz, encontrando solo el rostro de la dama, pálido con el adorno de rubí. El pobre Juanito no daba crédito a lo que sus oídos escuchaban, teniendo la boca inmensamente abierta asintió lentamente, su mundo lleno de figuras deformes, colores bizarros y su cuerpo en un estado de eterna ligereza no le mostraba la realidad tras los hermosos ojos esmeraldas que le miraban, no con lujuria sino con cierto placer.

La habitación del hotel era muy pequeña, pero para Juanito acostumbrado a vivir en las alcantarillas de la enorme ciudad de México, esa habitación modesta era un enrome palacio hecha por los dioses de sus padres. Alfombra, aparatos eléctricos que en su vida había visto, objetos raros y costosos, luz exótica, puertas de cuentas, un hotel diseñado especialmente para las prostitutas del barrio que trataban de ganar dinero lo más rápido posible.
Tenia la extraña sensación que si tocaba algo, la fantasía se terminaría como uno de esos sueños que le causaba el polvito blanco que de cuando en cuando alguno de sus amigos le compartía.
Aquella mujer de negro volvió con un paquete, caminando de un modo que a Juanito le ponía todos los pelos de punta y algunas partes de su cuerpo también. Era una diosa exótica vestida de negro, era toda una mujer.

- Date un buen baño y ponte esta ropa- susurró la mujer entregándole el paquete al confuso joven con una voz que no pudo resistir. Empezaba a adorar todo de ella, su voz, su sonrisa, su aroma…

…………………

La hermosa dama apresuró sus pasos, haciendo eco en los blancos salones del hermoso palacio de bellas artes, la mujer con un chaleco rojo y falda corta negra le vio llegar mostrando una cara de indiferencia pero en el fondo quería estrangular a esa mujer de negro por su tardanza. No solo la iban a regañar por la interrupción durante el estreno de la opera sino que, cabía la posibilidad que la cambiaran de puesto. ¡Y ella adoraba ese puesto!

La dama de negro dibujó una fría sonrisa hacia la trabajadora mientras entraba y ella le deba las instrucciones para llegar a su lugar. Sus hermosos labios rojos como la sangre mostraron tímidamente sus dientes al saber que tendría que recorrer casi media sala.
Así todos se darían cuenta que había llegado y tendrían que verle su hermoso traje.
-Llegaste tarde querida- murmuró un hombre en cuanto se sentó tras 10 minutos de molestar a personas obligándolas a que se pararan y le cedieran paso.
-Tome un refrigerio antes de venir- comentó ella y perdí el sentido del tiempo. Prometo que no volver….
Fue callada por varios individuos. Ella no se había tomado ni la molestia de bajar la voz.
Le encantaba toda esa atención.

2.
Esa mujer de largos cabellos negros volvió de nuevo a la estación del metro, sus hermosos ojos verdes se perdieron en el mar de gente que cruzaba aquella estación como lo hacia día con día. Pino Suárez era el nombre de aquella estación, una de las más grandes y más concurridas de la gran urbe.
La estación ideal.
Para citarse y encontrarse con sus amigos, para visitar el centro de la ciudad, para cazar...

Tanto de donde escoger, tanta variedad. Muchísima gente de todas clases, desde el más pobre hasta el más rico, de todas las edades, de todos los lugares posibles…. e inclusos inimaginables, como aquel grupo de turistas de Corea del Sur que se mantenían juntos, destacados por su palidez, sus hermosos ojos rasgados y su tan común cabello inmaculado lacio y negro, con mochilas al hombro, huaraches típicos de la ciudad y uno con un mapa tratando de descifrar las instrucciones de los letreros.
Las ropas finas de la mujer, un traje sastre a la medida, zapatillas altas un saco largo con peluche en el cuello, labios de color grosella intenso, recargada suavemente en uno de los barandales de uno de los tantos pasillos de la estación, uno por el que concurría demasiada gente para cambiar de línea del metro. Precisamente aquel pasillo junto a la pequeña pirámide que daba su imagen al nombre de la estación

Fumaba su cigarrillo como si estuviese esperando a alguien o al menos eso aparentaba. A los ojos de toda esa gente, en su mano libre sostenía un ejemplar del "Alarma" un periódico por excelencia, dedicado a contar historias de asesinatos increíbles, mujeres inmensamente gordas, actos de animales come hombres, en resumen, de sangre y muerte, escandalosamente rayando casi en lo increíble. Ella había leído el articulo que hablaba de un joven que había sido encontrado por un vagando en el basurero. Un joven que portaba un hermoso traje negro cuyas extremidades habían sido devoradas y el autor del articulo lo atribuía a las ratas del basurero o los perros hambrientos. Estaba encantada que hubiesen tardado tanto tiempo de encontrar a ese joven tan mugriento que había elegido el otro día, a Juanito como le había dicho que se llamaba. Ese muchacho le había sabido repugnante por todas las toxinas que había ingerido desde su infancia y sutilmente…
… le entregó a una vida más tranquila.

A una muerte tranquila.
Eligió con la vista a una anciana apurada en su lento andar, su piel decrépita contaba su vida sin éxitos monetarios, tostada al sol por incontables horas de trabajar obteniendo lo suficiente para dar de comer a sus hijos.
Ella sería la primera de esta estación.
Finos sus movimientos se separó del barandal siguiendo con la vista a la anciana, siguiéndola tan de cerca como pudo, sin despertar la atención.
O así se imaginó ella…
-No temas- escuchó un susurró detrás de su oído, y ella se giró inconscientemente. Aquella voz, melodiosa y efímera sin rostro, misteriosa y atrayente. Aquel que le había susurrado ya no estaba detrás de ella, volvió su atención hacia la anciana, decepcionada de haberla perdida en ese lapso en que el corazón late una sola vez.

Fue entonces que le vio, y tuvo miedo, mucho miedo.
Vio sus ojos de un verde espectacular que no supo nombrar, con un brillo mortal posándose en alguien, su rostro inexpresivo era como una mascara blanca, fina y delicada que cubría sus hermosas y espléndidas facciones, contrastadas por un cabello carmesí como la sangre misma. Un hombre al parecer de origen extranjero, mas alto que el común de la gente, piel clara y de una belleza seductora, usando un ropaje poco común en ese lugar, exquisito, sumamente exquisito. Su andar era demasiado seguro como si intentase retar a todo ser vivo y fuerzas de la naturaleza que lo detuviesen.
Con mezcla de miedo y fascinación, ella le siguió disimuladamente, prudenciando su distancia entre él y ella, sin tener una clara idea de porque lo hacia.
En los andenes, él se detuvo, como si siguiera la corriente de las personas, pero ella en su traje negro sabia bien que no era así, su mente le decía que él ya tenia su presa y le daría alcance en cualquier momento.
Él podía ser como ella.

El viento generado por el arribo inminente del tren urbano, barrio sin piedad las cabelleras de las personas, de las envolturas en el suelo, del polvo acumulado generando un barrido poderoso, acompañado de dos pitidos largos del primer vagón a modo de señal que había arribado por fin el metro.
Ella sintió sus cabellos ondularse salvajemente y trato inútilmente de mantenerlos en su lugar, sin despegar sus ojos de aquel pelirrojo, ese instante de viento, esa décima de segundo ella vio claramente que las orejas de él estaban como deformes, alargadas y en forma extraña, que además trataban desesperadamente de imitar la forma común de las orejas.

Las puertas del metro se abrieron de golpe y la gente salió golpeando a aquellos que trataban de entrar a la fuerza pese al letrero que rezaba en cada una de las puertas "antes de entrar, permita salir". Era como si su vida dependiese de entrar ya o ya al tren. Sonó el silbatillo que indicaba el cierre inmediato de las puertas y todos entraron al vagón saturado de gente, ella no podía creer que había sido él que le hacia espacio para que entrase en el vagón, cómodamente, muy a disgusto de otras personas.

Ella se trató de sostenerse firmemente de uno de los tantos tubos que usaba el interior del metro brindando algo de "estabilidad" a los usuarios que iban de pie, el color verde de esos asientes no se podía distinguir, no hacia falta que se sosteniéndose de ese tubo, la cantidad de gente era tal que muchos optaban por quedarse en el centro sin agarrarse a nada confiando en su buena suerte, llegándose a preguntar ¿Cómo es que habían logrado entrar?
Miró a los rostros de los hombres y mujeres que regresaban a sus hogares o iban a iniciar su trabajo. Tanta variedad de donde escoger…
El llanto de un bebe rompió el silencio que reinaba en el interior del vagón, la mirada fría de ella se fijó en una mujer embarazada llevando en sus brazos a un niño como de 6 años interesado en un objeto y sosteniéndose a sus faldas, otros dos infantes. Los tres con el cabello sucio, la cara llena de dulce y mugre y las ropas demasiado gastadas.
Entendió entonces que esa mujer y sus hijos eran la presa de aquel pelirrojo, al volver sus ojos hacia él. Pareció desconcertada un momento sin entender el porque de esa elección, o era más bien que su instinto maternal de pronto aflorase inclinándose a favor de los niños y su madre.
Nunca lo sabría.

Varias estaciones después, aquella madre y sus tres críos bajaron del vagón, y el pelirrojo les siguió, ella aun movida más por la curiosidad que por el miedo, los siguió a su debida distancia. Era una de esas estaciones pequeñas en que la salida estaba demasiado cerca de los andenes y el policía en turno estaba charlado con la señorita de taquillas.
Salieron de la estación ampliamente iluminada hacia la calle coloreada del rojo del atardecer, a una calle prácticamente desierta, el vendedor de la esquina hacia tiempo que había cerrado su pequeño puesto, y ni un perro se veía en la abandonada calle.
Él camino detrás de la señora con ese mismo aire de confianza demostrado en la estación de metro, se le veía relajado y hasta sonriente, y no parecía importarle que la señora se hubiese parado un par de veces y le gritase palabras majaderas para apártale.
Seguramente creía que con eso le espantaría.
Al doblar una esquina, ella se apretujo su saco asegurándose que el peluche le cubriese parte de la cara, el frío de la tarde se intensificaba a cada paso, y pronto comenzó a decirle su instinto que quizás se había equivocado con ellos dos y quizás el extranjero no era lo que ella creía.
Se detuvo en seco y saco de su minúscula bolsa un pequeño estuche del que saco otro cigarro y lo prendió sin perder tiempo, daba media vuelta cuando escucho más adelante un grito agudo y largo.


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