1.
Juanito estaba tratando de sacar el cigarrillo de
la caja, la gente pasaba evitando tener contacto,
su apariencia mugrosa hacia todo el trabajo. Cabello
grasoso como enlodado, las ropas penas mostraban
un poco de su color original bajo todas esas capas
de cochambre.
La
estación del metro tenia su cuota regular
de gente que iba y gente que venia imparablemente
a sus casas o sus trabajos o sabe dios a que. Un
día común, una estación común,
todo común, excepto aquella mujer.
Una
hermosísima mujer de piel blanquecina usando
un vestido entallado negro, al parecer de seda con
algo de chakira tratando de adornar la tela. Zapatos
de tacón hechos de piel y pequeños
moños en la parte de atrás. Todo en
negro inmaculado, hasta la gabardina que siempre
usaba holgada dejándola caer a sus codos
como si fuese una estola. Su hermoso cabello lacio
hecho un moño a la antigua, haciéndola
parecer a la divina Greta, usando en sus labios
un rojo sangre sin par, sus ojos esmeralda asomaban
misteriosos adornados por enormes chinos de pestañas
exagerado rímel, un conjunto provocador y
a la vez misterioso.
La mujer alzó su muñeca izquierda
desfondándola de sus guantes cortos, mostrando
su precioso reloj en plata e incrustaciones de joyas
falsas.
Faltaban aun dos horas para la opera, podía
jugar un rato mientras tanto.
Sacó
de su pequeño bolso discreto e invisible
en toda esa negrura una pequeña cajita de
metal asemejando la plata. La abrió con elegancia
extrayendo de esta un hermoso cigarro completamente
blanco posiblemente de origen extranjero. Devolvió
la caja plateada y sacó ahora del bolso un
encendedor dorado, algo viejo.
Un gesto y el cigarro estaba prendido.
Exhaló el humo iniciando su corta caminata
hacia Juanito que al ver a la hermosa dama quedo
completamente extasiado por su elegancia, su belleza
y sus labios portando el cigarrito de un modo que
nunca había visto.
-¿Te
gustaría cenar bien?- Pronunció ella
delante del atónito muchacho no mayor de
los 19 años. El joven levantó la vista
buscando el origen de la sensual voz, encontrando
solo el rostro de la dama, pálido con el
adorno de rubí. El pobre Juanito no daba
crédito a lo que sus oídos escuchaban,
teniendo la boca inmensamente abierta asintió
lentamente, su mundo lleno de figuras deformes,
colores bizarros y su cuerpo en un estado de eterna
ligereza no le mostraba la realidad tras los hermosos
ojos esmeraldas que le miraban, no con lujuria sino
con cierto placer.
La
habitación del hotel era muy pequeña,
pero para Juanito acostumbrado a vivir en las alcantarillas
de la enorme ciudad de México, esa habitación
modesta era un enrome palacio hecha por los dioses
de sus padres. Alfombra, aparatos eléctricos
que en su vida había visto, objetos raros
y costosos, luz exótica, puertas de cuentas,
un hotel diseñado especialmente para las
prostitutas del barrio que trataban de ganar dinero
lo más rápido posible.
Tenia la extraña sensación que si
tocaba algo, la fantasía se terminaría
como uno de esos sueños que le causaba el
polvito blanco que de cuando en cuando alguno de
sus amigos le compartía.
Aquella mujer de negro volvió con un paquete,
caminando de un modo que a Juanito le ponía
todos los pelos de punta y algunas partes de su
cuerpo también. Era una diosa exótica
vestida de negro, era toda una mujer.
-
Date un buen baño y ponte esta ropa- susurró
la mujer entregándole el paquete al confuso
joven con una voz que no pudo resistir. Empezaba
a adorar todo de ella, su voz, su sonrisa, su aroma
La
hermosa dama apresuró sus pasos, haciendo
eco en los blancos salones del hermoso palacio de
bellas artes, la mujer con un chaleco rojo y falda
corta negra le vio llegar mostrando una cara de
indiferencia pero en el fondo quería estrangular
a esa mujer de negro por su tardanza. No solo la
iban a regañar por la interrupción
durante el estreno de la opera sino que, cabía
la posibilidad que la cambiaran de puesto. ¡Y
ella adoraba ese puesto!
La
dama de negro dibujó una fría sonrisa
hacia la trabajadora mientras entraba y ella le
deba las instrucciones para llegar a su lugar. Sus
hermosos labios rojos como la sangre mostraron tímidamente
sus dientes al saber que tendría que recorrer
casi media sala.
Así todos se darían cuenta que había
llegado y tendrían que verle su hermoso traje.
-Llegaste tarde querida- murmuró un hombre
en cuanto se sentó tras 10 minutos de molestar
a personas obligándolas a que se pararan
y le cedieran paso.
-Tome un refrigerio antes de venir- comentó
ella y perdí el sentido del tiempo. Prometo
que no volver
.
Fue callada por varios individuos. Ella no se había
tomado ni la molestia de bajar la voz.
Le encantaba toda esa atención.
2.
Esa mujer de largos cabellos negros volvió
de nuevo a la estación del metro, sus hermosos
ojos verdes se perdieron en el mar de gente que
cruzaba aquella estación como lo hacia día
con día. Pino Suárez era el nombre
de aquella estación, una de las más
grandes y más concurridas de la gran urbe.
La estación ideal.
Para citarse y encontrarse con sus amigos, para
visitar el centro de la ciudad, para cazar...
Tanto
de donde escoger, tanta variedad. Muchísima
gente de todas clases, desde el más pobre
hasta el más rico, de todas las edades, de
todos los lugares posibles
. e inclusos inimaginables,
como aquel grupo de turistas de Corea del Sur que
se mantenían juntos, destacados por su palidez,
sus hermosos ojos rasgados y su tan común
cabello inmaculado lacio y negro, con mochilas al
hombro, huaraches típicos de la ciudad y
uno con un mapa tratando de descifrar las instrucciones
de los letreros.
Las ropas finas de la mujer, un traje sastre a la
medida, zapatillas altas un saco largo con peluche
en el cuello, labios de color grosella intenso,
recargada suavemente en uno de los barandales de
uno de los tantos pasillos de la estación,
uno por el que concurría demasiada gente
para cambiar de línea del metro. Precisamente
aquel pasillo junto a la pequeña pirámide
que daba su imagen al nombre de la estación
Fumaba
su cigarrillo como si estuviese esperando a alguien
o al menos eso aparentaba. A los ojos de toda esa
gente, en su mano libre sostenía un ejemplar
del "Alarma" un periódico por excelencia,
dedicado a contar historias de asesinatos increíbles,
mujeres inmensamente gordas, actos de animales come
hombres, en resumen, de sangre y muerte, escandalosamente
rayando casi en lo increíble. Ella había
leído el articulo que hablaba de un joven
que había sido encontrado por un vagando
en el basurero. Un joven que portaba un hermoso
traje negro cuyas extremidades habían sido
devoradas y el autor del articulo lo atribuía
a las ratas del basurero o los perros hambrientos.
Estaba encantada que hubiesen tardado tanto tiempo
de encontrar a ese joven tan mugriento que había
elegido el otro día, a Juanito como le había
dicho que se llamaba. Ese muchacho le había
sabido repugnante por todas las toxinas que había
ingerido desde su infancia y sutilmente
le entregó a una vida más tranquila.
A
una muerte tranquila.
Eligió con la vista a una anciana apurada
en su lento andar, su piel decrépita contaba
su vida sin éxitos monetarios, tostada al
sol por incontables horas de trabajar obteniendo
lo suficiente para dar de comer a sus hijos.
Ella sería la primera de esta estación.
Finos sus movimientos se separó del barandal
siguiendo con la vista a la anciana, siguiéndola
tan de cerca como pudo, sin despertar la atención.
O así se imaginó ella
-No temas- escuchó un susurró detrás
de su oído, y ella se giró inconscientemente.
Aquella voz, melodiosa y efímera sin rostro,
misteriosa y atrayente. Aquel que le había
susurrado ya no estaba detrás de ella, volvió
su atención hacia la anciana, decepcionada
de haberla perdida en ese lapso en que el corazón
late una sola vez.
Fue
entonces que le vio, y tuvo miedo, mucho miedo.
Vio sus ojos de un verde espectacular que no supo
nombrar, con un brillo mortal posándose en
alguien, su rostro inexpresivo era como una mascara
blanca, fina y delicada que cubría sus hermosas
y espléndidas facciones, contrastadas por
un cabello carmesí como la sangre misma.
Un hombre al parecer de origen extranjero, mas alto
que el común de la gente, piel clara y de
una belleza seductora, usando un ropaje poco común
en ese lugar, exquisito, sumamente exquisito. Su
andar era demasiado seguro como si intentase retar
a todo ser vivo y fuerzas de la naturaleza que lo
detuviesen.
Con mezcla de miedo y fascinación, ella le
siguió disimuladamente, prudenciando su distancia
entre él y ella, sin tener una clara idea
de porque lo hacia.
En los andenes, él se detuvo, como si siguiera
la corriente de las personas, pero ella en su traje
negro sabia bien que no era así, su mente
le decía que él ya tenia su presa
y le daría alcance en cualquier momento.
Él podía ser como ella.
El
viento generado por el arribo inminente del tren
urbano, barrio sin piedad las cabelleras de las
personas, de las envolturas en el suelo, del polvo
acumulado generando un barrido poderoso, acompañado
de dos pitidos largos del primer vagón a
modo de señal que había arribado por
fin el metro.
Ella sintió sus cabellos ondularse salvajemente
y trato inútilmente de mantenerlos en su
lugar, sin despegar sus ojos de aquel pelirrojo,
ese instante de viento, esa décima de segundo
ella vio claramente que las orejas de él
estaban como deformes, alargadas y en forma extraña,
que además trataban desesperadamente de imitar
la forma común de las orejas.
Las
puertas del metro se abrieron de golpe y la gente
salió golpeando a aquellos que trataban de
entrar a la fuerza pese al letrero que rezaba en
cada una de las puertas "antes de entrar, permita
salir". Era como si su vida dependiese de entrar
ya o ya al tren. Sonó el silbatillo que indicaba
el cierre inmediato de las puertas y todos entraron
al vagón saturado de gente, ella no podía
creer que había sido él que le hacia
espacio para que entrase en el vagón, cómodamente,
muy a disgusto de otras personas.
Ella
se trató de sostenerse firmemente de uno
de los tantos tubos que usaba el interior del metro
brindando algo de "estabilidad" a los
usuarios que iban de pie, el color verde de esos
asientes no se podía distinguir, no hacia
falta que se sosteniéndose de ese tubo, la
cantidad de gente era tal que muchos optaban por
quedarse en el centro sin agarrarse a nada confiando
en su buena suerte, llegándose a preguntar
¿Cómo es que habían logrado
entrar?
Miró a los rostros de los hombres y mujeres
que regresaban a sus hogares o iban a iniciar su
trabajo. Tanta variedad de donde escoger
El llanto de un bebe rompió el silencio que
reinaba en el interior del vagón, la mirada
fría de ella se fijó en una mujer
embarazada llevando en sus brazos a un niño
como de 6 años interesado en un objeto y
sosteniéndose a sus faldas, otros dos infantes.
Los tres con el cabello sucio, la cara llena de
dulce y mugre y las ropas demasiado gastadas.
Entendió entonces que esa mujer y sus hijos
eran la presa de aquel pelirrojo, al volver sus
ojos hacia él. Pareció desconcertada
un momento sin entender el porque de esa elección,
o era más bien que su instinto maternal de
pronto aflorase inclinándose a favor de los
niños y su madre.
Nunca lo sabría.
Varias
estaciones después, aquella madre y sus tres
críos bajaron del vagón, y el pelirrojo
les siguió, ella aun movida más por
la curiosidad que por el miedo, los siguió
a su debida distancia. Era una de esas estaciones
pequeñas en que la salida estaba demasiado
cerca de los andenes y el policía en turno
estaba charlado con la señorita de taquillas.
Salieron de la estación ampliamente iluminada
hacia la calle coloreada del rojo del atardecer,
a una calle prácticamente desierta, el vendedor
de la esquina hacia tiempo que había cerrado
su pequeño puesto, y ni un perro se veía
en la abandonada calle.
Él camino detrás de la señora
con ese mismo aire de confianza demostrado en la
estación de metro, se le veía relajado
y hasta sonriente, y no parecía importarle
que la señora se hubiese parado un par de
veces y le gritase palabras majaderas para apártale.
Seguramente creía que con eso le espantaría.
Al doblar una esquina, ella se apretujo su saco
asegurándose que el peluche le cubriese parte
de la cara, el frío de la tarde se intensificaba
a cada paso, y pronto comenzó a decirle su
instinto que quizás se había equivocado
con ellos dos y quizás el extranjero no era
lo que ella creía.
Se detuvo en seco y saco de su minúscula
bolsa un pequeño estuche del que saco otro
cigarro y lo prendió sin perder tiempo, daba
media vuelta cuando escucho más adelante
un grito agudo y largo.