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LONDON BIKE

EPISODIO III RODAR SOBRE EL AGUA

 
Entre la congestión del tráfico que me molesta con sus claxones y sus humos, un trance o un transfer me colocan junto al agua. Al igual que los patos, ocas y demás aves acuáticas que pueblan las corrientes líquidas de la Pérfida Albión, sigo el rastro del camino tránquilo, del canal que me aleja del maldito ruido donde habita el estrés humano. Los canales de Londres son uno de esos lugares secretos en los que pedalear sin ser molestado. Me armo de mi destartalada y escasamente ajustada Scott Purgatory para olvidar mientras pueda el rumor de la ciudad, de la vida que nos aleja cada vez más de aquella senda natural que un día quiso definir cual era la ruta a elegir.

 

 

EPISODIO III RODAR SOBRE EL AGUA

Supuestamente es un país próspero, que presume de encontrarse a la vanguardia de nuestra civilización y cultura. Por eso pensé, cuando llegué aquí, que Londres contaría con una eficaz red de carriles bici. En España siempre estamos quejándonos del poco interés que tiene por parte de las autoridades el tema de las bicicletas y su uso como transporte urbano. Dije: qué bien, Londres debe ser una ciudad bien preparada para las bicis. Desde la primera vez que cogí la vieja Scott, y ya son muchos los kilómetros de asfalto acumulados, no he encontrado esos bendecidos carriles bici que nos dicen que prosperan por Europa. Aún así, el número de bicicletas en circulación en la capital británica es bastante elevado.
La mayoría de bikers londinenses utilizan productos de gama media-alta, frente a las típicas bicis de primer precio, o de supermercado, que se suelen ver en las calles ibéricas. Entre la población existe un importante sentido común por el uso de la bici, incluso los automovilistas tienden a respetarnos. En cambio, el tráfico de la ciudad no se adecúa a las necesidades reales. Lo dicho. Una ciudad como Londres cuenta con una red mínima de vías acondicionadas para viajar en bicicleta. Además, la mayor parte de las existentes no son más que unos centímetros de asfalto robados a los coches. Otro aspecto que no favorece el uso de la bici es que dentro de la inmensidad de sus parques no se puede circular en bicicleta. Sólo se permite sobre unas pocas pistas que se deben compartir con peatones, perros, caballos y demás fauna local. Y digo: para qué quieren tanto parque, y luego niegan el paso a las bicis. Parece que estén muy avanzados, y que la situación en España esté lejos de los referentes europeos. Desde luego, Londres no es un referente cuando hablamos de carriles bici.

 

 

EPISODIO I FREERIDE EN LA CIUDAD

 
Esta mañana me he inyectado en el asfalto. No, mis huesos no se han resentido tras una caída ni he notado el sabor agridulce de la seangre en mis labios cortados. Esta vez he vivido una auténtica experiencia freeride. No había cortados ni senderos estrechos de infarto. Acabo de llegar a casa. No ha sido una de esas rutas épicas por las montañas que tanto me gustan, pero estoy satisfecho. He soltado mucha adrenalina. He respirado el CO2 que me lanzaban miles de vehículos. Y he rodado durante dos largas horas inmerso dentro del tráfico de Londres. Cuando estás en la sombra caliente del estrecho pasaje entre dos autobuses rojos de dos plantas, que circulan uno en cada dirección, sientes un agovio asfixiante. El corazón palpita a toda pastilla mientras estás ahí metido. Luego respiras aliviado cuando has salido del atolladero. Oxford street es mi sendero-trialera favorito de la city. No hay rocas, ni raíces, ni arena. Es una de las calles comerciales más transitadas de Europa, y también un bike park diferente en el que destaca la estrecha calzada y la fila interminable de autobuses y taxis, aderezado con cientos de peatones que cruzan por cualquier parte. Las sensación es muy similar a la que se puede vivir cuando se encara una trialera traicionera en la que casi todos tus compañeros se caen. Londres es una ciudad que no deja muchas alternativas para el mountain bike, pero es una jungla de asfalto donde también se pueden vivir emociones fuertes sobre dos ruedas. Es peligorso, sí, pero eso depende de lo que nos arriesguemos, cada uno debe ser consciente de lo que hace, y actuar con seguridad. No hago apología del mountainbiking irresponsable en la ciudad, sino una forma diferente de divertirse cuando la montaña está lejos.
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