Se
cumple ahora un siglo de la identificación del electrón. Es una partícula
con carga eléctrica negativa y cuya masa es unas mil veces menor que la del más
ligero de los átomos. Es parte esencial de toda la materia que percibimos y
de la cual estamos hechos nosotros mismos. Las propiedades de los átomos, de
las moléculas, de los sólidos y de los demás estados de agregación dependen
de los atributos del electrón. Los procesos químicos que mantienen y
perpetúan la vida son también consecuencia de los mencionados atributos. Por
todo ello no es exagerado afirmar que el descubrimiento del electrón es un
acontecimiento histórico que cambió nuestra concepción del mundo. También
afectó a nuestra vida diaria porque dio origen al conjunto de técnicas que
designamos con el nombre genérico de electrónica.
A
pesar de tan transcendentales consecuencias teoréticas y prácticas ni hace
cien años se dieron cuenta de la importancia del electrón ni hoy se
recuerda este centenario como se merece; parece menos importante que
cualquier acontecimiento político, literario o artístico que sucedió en
1897 y cuyo interés es tal vez solo local. La actitud de hace un siglo se
entiende porque no podían entonces anticipar el futuro. La ignorancia actual
es simplemente la consecuencia de que nuestras clases cultas no prestan atención
a lo que no conocen. Y tal vez los científicos somos responsables porque no
nos esforzamos en explicar los hechos y conceptos de las ciencias de manera
que se entiendan.
Un
centenario es una buena ocasión para intentarlo.
Ell
descubrimiento del electrón, como la mayor parte de los grandes
acontecimientos científicos, tiene antecedentes. Desde la invención de la
pila eléctrica por Alessandro Volta en 1800 se utilizó la electrólisis para
descomponer el agua y como vía para el descubrimiento de nuevos elementos químicos
como el sodio, el potasio, el bario, el calcio, el estroncio y el magnesio.
La descomposición electrolítica de las sustancias fue estudiada sistemáticamente
por Michael Faraday en 1834 y aunque el proceso no estaba claro se admitió
desde entonces que la electricidad era de algún modo un constituyente de
la materia.
Por
otra parte se fue aceptando a lo largo del pasado siglo que la materia es
discontinua y está formada por átomos. La idea era antiquísima y había
sido propuesta por Leucipo y Demócrito de Abdera hace veinticinco centurias
pero en 1803 John Dalton añadió algo nuevo y esencial: cada átomo de un
elemento químico tiene una masa fija y característica de dicho elemento.
Admitiendo que las moléculas son combinaciones de átomos y la hipótesis de
Dalton junto con otras ideas que no es preciso mencionar ahora fue posible el
gran avance de la química a partir de 1860.
Conviene
también recordar que un experimento de Henry Rowland en 1876 demostró que
una carga eléctrica en movimiento produce un campo magnético lo que prueba
que las corrientes eléctricas son cargas que circulan por los alambres
conductores tal como pensaba André Marie Ampere desde 1825; parecía por
tanto que los alambres debían contener cargas eléctricas.
Por
todos estos motivos muchos físicos empezaron a dudar del carácter continuo
de lo que se seguía llamando el «fluido» eléctrico desde el siglo de las
luces. Hermann von Helmholtz afirmaba en 1881 que si admitimos los átomos es
inevitable pensar que la electricidad, tanto la positiva como la negativa,
debe estar dividida en cuantos fijos elementales.
La
idea de la discontinuidad de la carga eléctrica quedó reforzada por el
mecanismo de la electrólisis propuesto en 1884 por Svante Arrhenius. Guiado
por el descenso anómalo del punto de congelación de las disoluciones
electrolíticas, concluyó que por la sola disolución se produce una
disociación de las moléculas en iones cargados eléctricamente y en la
electrólisis estos iones son portadores de carga hacia los electrodos.
Consecuentemente George Stoney propuso en 1891 llamar electrón a la unidad
natural de carga eléctrica que transporta un ion monovalente.
.
Parecía natural que esta unidad natural de carga eléctrica estuviese
asociada a alguna partícula material y por eso y sin esperar a su posible
descubrimiento, desarrolló Hendrik y Antoon Lorentz la teoría de los electrones
a partir de 1892. Estudió el movimiento de los electrones en campos eléctricos
y magnéticos y la producción de éstos por aquellos. En 1896 aplicó con éxito
la teoría al efecto observado por su discípulo Pieter Zeeman: las líneas de
un espectro óptico se desdoblan si la fuente luminosa se somete a un campo
magnético intenso. El fenómeno se explica, por lo menos en los casos
sencillos si se acepta que la luz se emite por electrones que se mueven dentro
de los átomos.
La
identificación experimental del electrón, sin embargo, se produjo como
resultado de experimentos relacionados con la conducción de la electricidad
por gases como vamos a ver.
Ya
en el siglo XVIII se producían descargas eléctricas en ampollas de vidrio
provistas de electrodos y en cuyo interior se encontraba el aire a presión
reducida. Con este dispositivo que llamaban huevo eléctrico o huevo filosófico
se observaban bellos colores que llamaban mucho la atención en los salones
de los ilustrados pero cuyo significado nadie comprendió.
El
estudio científico de las descargas eléctricas en gases solamente comenzó
a partir de la invención de la bomba de vacío de mercurio por Heinrich
Geissler en 1855. Se pudieron construir desde entonces tubos de descarga con
gases varios a presión reducida, entre cuyos electrodos se aplicaban altas
tensiones producidas con carretes de inducción. Los primeros tubos de
esta clase fueron usados en 1859 por Julius Plücker que descubrió la
fluorescencia del vidrio en la región situada frente al cátodo y estudió
los espectros de la luz que se producía en las descargas.
Diez
años más tarde, Johann Hittorf descubrió que la citada fluorescencia es
debida a alguna radiación que procede del cátodo y se propaga en línea
recta como probó interponiendo obstáculos que producen sombras. En 1876,
Eugen Goldstein denominó rayos catódicos a esta radiación. Brillantes
fueron las experiencias de William Crookes en 1879; demostró que los
citados rayos surgen en dirección perpendicular a la superficie del cátodo.
Pueden concentrarse con un cátodo cóncavo y son desviados por los campos
magnéticos. El descubrimiento más transcendental ocurrió en 1895 cuando
Wilhelm Róntgen detectó los rayos X que surgen al chocar los rayos catódicos
con la materia.
En
cuanto a la naturaleza de los propios rayos catódicos se defendían en 1895
dos doctrinas distintas. Para unos era una nueva especie de luz. Otros
pensaban que se trataba de partículas cargadas eléctricamente. Esta
segunda hipótesis quedó reforzada por Jean Perrin que recogió los
susodichos rayos en una caja metálica y comprobó que ésta se cargaba
negativamente.
La
prueba definitiva del carácter corpuscular de los rayos catódicos consistió
en la serie de experimentos de Joseph John Thomson publicados en 1897.
Extrajo Thomson los rayos catódicos de un tubo a través de una rendija a
potencial de tierra de manera que disponía de una haz limpio de rayos en un
recinto situado al otro lado de la rendija. De este modo pudo detectar su
carga eléctrica, medir calorimétricamente su energía, y desviar los rayos
por campos magnéticos y también eléctricos. Así mostró que los rayos
catódicos están constituidos por partículas cargadas, negativamente cuya
relación carga/masa determinó y que resultó ser independiente del gas
usado en la descarga. Además la relación carga/masa era unas mil veces
mayor que la razón que corresponde a un ion de hidrógeno en el proceso
electrolítico. Suponiendo que tanto las partículas que constituyen los rayos
catódicos como los iones de hidrógeno de la electrólisis son portadores
de la misma unidad elemental de carga eléctrica, la masa de aquellas debe
ser unas mil veces menor que la de los átomos de hidrógeno. De este modo se
identificaron estas nuevas partículas cargadas negativamente con los
esperados electrones y cuya masa es, según medidas posteriores, 1836 veces
menor que la del protón.
Como
en cualquier descarga gaseosa aparecen idénticos electrones fue desde el
principio evidente que estas partículas existen en el interior de todos los
átomos. Los átomos deben estar formados por electrones y por algún otro
elemento cargado positivamente puesto que los átomos son eléctricamente
neutros. Este enigmático elemento positivo fue difícil de encontrar.
Hubieron de pasar catorce años hasta que en 1911descubrió Ernest Rutherford el núcleo atómico masivo y cargado con
electricidad positiva. A partir de entonces conocemos la estructura de los
átomos y este fue el punto de partida de gran parte de la física, de la química
y hasta de la biología de nuestro siglo. Tal ha sido la transcendencia del
descubrimiento del electrón en nuestro conocimiento de la naturaleza.
Curiosamente
la aplicación práctica de los electrones fue anterior al conocimiento de
los átomos. La emisión termoiónica de electrones por metales
incandescentes había sido observada casualmente por Thomas Edison en 1883 y
estudiada científicamente en 1903 por Owen Richardson el cual comprobó
que todo sucede como si los electrones se evaporasen de los metales muy calientes.
Este
proceso es la mejor fuente de electrones y se utilizó desde los primeros años
de este siglo para la fabricación de los tubos de rayos X que pronto se
empezaron a emplear profusamente en medicina; en tales aparatos los electrones
procedentes de un filamento incandescente se aceleran y enfocan eléctricamente
sobre un anticátodo de metal pesado donde se generan los rayos X.
Los
electrones procedentes de un filamento incandescente sirvieron también para
la construcción en 1904 de un diodo rectificador de corriente eléctrica
por John Fleming. El sistema consiste en un filamento incandescente y una
placa metálica próxima, ambos dentro de una ampolla de vidrio vacía; sólo
circula corriente cuando la placa es positiva y el filamento negativo porque
en caso contrario los electrones son repelidos por la placa.
Dos
años después, en 1906, Lee de Forest añadió una rejilla. entre el
filamento y la placa del rectificador para controlar su corriente con lo cual
consiguió el triodo amplificador. Este artificio fue la base de la industria
electrónica (radio, televisión, etc.) hasta la invención del transistor en
1948.
Este
artículo de mi Profesor Dr. D. Carlos Sánchez del Río fue publicado en el
Volumen 11, nº3, 1997 de la Revista Española de Física