PROYECTO NACIONAL
Un aporte a nuestra cultura hist�rica y "quiz�s" una probable soluci�n a los problemas que vive la Argentina.

 

 

SEGUNDA PARTE

EL MODELO ARGENTINO

DESARROLLO

CAP�TULO 8

LA FUNCI�N DE LOS GRANDES SECTORES DE LA VIDA NACIONAL

El Gobierno

El Gobierno debe hacer lo que el pueblo quiere y defender un  solo inter�s: el del pueblo.

Las tareas de gobierno deber�n orientarse hacia dos finalidades esenciales: la grandeza de la Naci�n y la felicidad de su pueblo.

Lo justo es desarrollar una acci�n nacional tendiente a alcanzar la prosperidad, sin que para ello sea preciso sacrificar el m�nimo de libertad a que los pueblos tienen derecho.

Nuestro Modelo exige, tambi�n, un gobierno para una revoluci�n en paz. Esto significa que el papel permanente del gobierno reside en conducir al sector pol�tico - administrativo y simult�neamente realizar los ajustes necesarios de estructuras, con amplia visi�n de futuro.

Es necesario tener en cuenta que normalmente toda tarea de transformaci�n suele herir determinados intereses que  poseen su propio mecanismo de defensa. Por ello, para que la transformaci�n sea posible, no basta con un gran impulso entusiasta. Hace falta, tambi�n, una seria perseverancia.

Pero adem�s se requiere capacidad para organizar su propia estructura y definir su propio crecimiento. El Proyecto Nacional debe constituir uno de los medios esenciales para que el gobierno marche ordenadamente hacia los fines establecidos.

Dadas estas condiciones, un mandato importante del Gobierno en la actual circunstancia, es crear las bases necesarias para la elaboraci�n del Proyecto Nacional e instrumentarlo una vez realizado.

El Gobierno debe lograr que todo lo que se establezca en el Proyecto Nacional resulte debidamente ejecutado y cumplido.

El pa�s necesita ver materializado el Proyecto Nacional. De lo contrario, otros ser�n los efectos sociales que se obtengan.

Corresponde al Gobierno conducir debidamente el proceso; conciliar la acci�n de todos los part�cipes del quehacer social, all� donde esta acci�n sea necesaria: coordinar la marcha del pa�s, y establecerlos adecuados sistemas de control para corregir el rumbo cuando se haya desviado.

En consecuencia, el Gobierno que necesitamos debe caracterizarse por:

a) Tener centralizada la conducci�n y descentralizada la ejecuci�n;

b) Actuar con planificaci�n estableciendo la suficiente flexibilidad que permita introducir los reajustes que correspondan. Entre los planificadores y quienes decidan y ejecuten, debe existir una absoluta conciencia de trabajo en equipo;

c) Posibilitar la participaci�n de todo el  pa�s, procurando instrumentar la forma para facilitar el alcance de los objetivos propuestos;

d) Concebir el Gobierno como un medio al servicio total de la comunidad, para lo cual deber� lograr la m�xima eficiencia posible;

e) Contar con funcionarios estables, de la mayor capacidad, que permanezcan ajenos a los cambios pol�ticos.

Los Partidos Pol�ticos

En un pa�s institucionalmente representativo, la organizaci�n de las fuerzas pol�ticas debe ser representativa, para servir con fidelidad al pa�s.

Para ello, toda organizaci�n pol�tica debe tener claramente establecida su unidad de doctrina, en la cual se apoyar�n sus estructuras org�nicas y su accionar.

La unidad se logra b�sicamente cuando se dispone de un profundo conocimiento del pa�s y se hayan determinado con claridad los objetivos que desean alcanzarse y los medios a utilizar.

La democracia social que deseamos no se funda esencialmente en la figura de caudillos, sino en un estado de representatividad permanente de las masas populares.

Todas las fuerzas pol�ticas necesitan de la acci�n arm�nica de quienes conciben la doctrina, de los que la predican y de los que habr�n de ejecutarla.

La doctrina de cada partido debe ser predicada y no simplemente ense�ada. Ello significa que hay que hacerla conocer, comprender y sentir.

Pero todo partido pol�tico, para que ejerza una acci�n eficiente, requiere no solamente del valor num�rico de sus integrantes, sino tambi�n de una base ideol�gica expl�citamente establecida. Tal aspecto podr� evidenciarse a trav�s de una clara plataforma pol�tica que no ser� otra cosa que lo que el partido conciba como Proyecto Nacional.

Esta es, a mi juicio, la forma en que cada partido pol�tico debe concebir los medios para lograr los objetivos en los  diferentes campos del quehacer nacional.

Los Trabajadores

En nuestra concepci�n, el trabajo es un derecho y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.

Los trabajadores constituyen uno de los pilares del proceso de cambio.

En el momento en que ten�amos que rescatar a la sociedad argentina de una concepci�n liberal, los trabajadores configuraron la columna vertebral de proceso. En la comunidad a que aspiramos, la organizaci�n de los trabajadores es condici�n imprescindible para la soluci�n autentica del pueblo.

A partir del principio de la libre posibilidad de constituir sindicatos, el Justicialismo siempre sustentose en el criterio de la indivisibilidad de la clase obrera organizada. En consecuencia, una sola central obrera.

El fundamento del v�nculo es la solidaridad. Las organizaciones sindicales viven el impulso de esa solidaridad, que es la que da car�cter permanente a la organizaci�n, y la �nica fuerza indestructible que la aglutina. Ello con el claro sentido de que, adem�s de la solidaridad de la organizaci�n, est� vigente la esencia de la solidaridad individual de los hombres que la integran, por la sola raz�n de ser trabajadores.

Los objetivos de las organizaciones de trabajadores residen en la participaci�n plena, la colaboraci�n institucionalizada en la formulaci�n del Proyecto Nacional y su instrumentaci�n en la tarea de desarrollo del pa�s.

Los trabajadores tienen que organizarse para que su participaci�n trascienda largamente de la discusi�n de salarios y condiciones de trabajo. El pa�s necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cu�l es la comunidad a la que aspiran, de la misma manera que los dem�s grupos pol�ticos y sociales.

Se requiere la presencia activa de los trabajadores en todos los niveles.

Ello exige actualizaci�n y capacitaci�n intensas, y exige tambi�n que la idea constituya el medio esencial que supere a todos los dem�s instrumentos de lucha.

Las organizaciones sindicales no valen s�lo por la cantidad de los componentes que agrupan, sino tambi�n por los dirigentes capacitados que las conducen. Debe procederse a la formaci�n de l�deres en lodos los niveles.

Ello es fundamental para que los trabajadores cumplan con toda la responsabilidad que este Modelo Argentino les asigna.

La capacidad para decidir y para participar en las organizaciones de los trabajadores, forman parte de las condiciones funda mentales del dirigente gremial.

Los Derechos del Trabajador, consagrados en nuestra reforma constitucional de 1949, tienen plena vigencia e integran este Modelo. Los derechos a trabajar, a una retribuci�n justa, a la capacitaci�n, a condiciones dignas de trabajo, a la preservaci�n de la salud, al bienestar, a la seguridad social, a la protecci�n de su familia, al mejoramiento econ�mico y a la defensa de los intereses profesionales, contenidos en dicha reforma, tienen que ser adicionados con el derecho a la participaci�n plena, en los �mbitos a los cuales el trabajador sea convocado por leyes especiales, y adem�s con el derecho de participaci�n en el �mbito de las empresas en las cuales se desenvuelve.

Los Intelectuales

El mundo vive un per�odo de extraordinaria evoluci�n en los �mbitos cient�fico-tecnol�gico y filos�fico, lo que origina cambios trascendentales, muchos de los cuales ocurren a lo largo de la vida de un solo hombre.

La figura del intelectual constituye un verdadero seguro contra la incertidumbre y la vacilaci�n.

El futuro debe edificarse sobre bases tanto filos�ficas como eminentemente pr�cticas. Por ello, el intelectual debe remitirse a interpretar el cambio y a visualizarlo con suficiente anticipaci�n; a poner en juego la inteligencia junto con la erudici�n; la ciencia -ocial junto con la ciencia f�sica; el mundo de las ideas junto con el de la materia; y el del esp�ritu y la idea junto con la creaci�n concreta.

Se hace necesaria la presencia activa del intelectual en todas las manifestaciones de la vida. Pas� la �poca en que pod�a admitirse la carencia o evasi�n de talentos.

Cuando rige una sociedad competitiva, que se mueve econ�micamente en funci�n del beneficio y que no valoriza el costo social de su forma de ser, la necesidad de la intelectualidad se remite b�sicamente a los procesos de producci�n y a las exigencias del mercado.

Los intelectuales de las ciencias sociales quedan all� remitidos a ser evaluadores de un cambio social, de cuyo proyecto no participan y resultan idealistas, trabajadores conceptuales de alto nivel, pero no activistas del cambio.

Cuando, por el contrario, se requiere construir una democracia social en la cual se produce seg�n las necesidades del hombre, se valoriza al hombre en funci�n social como el fin de la tarea de la sociedad, se asume la necesidad de trabajar con programaci�n y con participaci�n autentica, y se toma la responsabilidad de formalizar un Proyecto Nacional y de concebir la sociedad del futuro y trabajar para ella en un proceso, la dimensi�n de la tarea intelectual que ese proceso requiere se hace realmente muy grande.

Para identificar en nuestro medio el papel de los intelectuales basta recordar que el Proyecto Nacional a que aspiramos tiene valor no s�lo conceptual sino pr�ctico, y resulta de una tarea interdisciplinaria. Para ello debe tenerse en cuenta especialmente lo que los intelectuales conciben, lo que el pa�s quiere y lo que resulta posible realizar.

Su tarea de aporte a la reconstrucci�n de la argentinidad est� as� claramente definida. La forma de afrontarla est� tambi�n precisada por el hecho de que la labor debe ser realizada por todos los elementos que representan a nuestra comunidad.

Toca a la intelectualidad argentina organizarse para asumir su papel. El intelectual argentino debe participar en el proceso cualquiera sea el pa�s en que se encuentre.

No han de bastar para ello las declaraciones ampulosas.

El sistema liberal ha formado intelectuales para frustrarlos. Les ha negado participaci�n y ha creado las condiciones para que no exista reconocimiento social ni reconocimiento econ�mico a su labor.

La distorsi�n de la escala de valores ha sido tan absurda, que el intelectual argentino ha terminado siendo un extra�o en su propia tierra.

La comunidad que deseamos consolidar tiene que desarrollar un reconocimiento social adecuado a la labor del intelectual aut�ntico y adoptar previsiones que preserven siempre este estado de cosas. Se trata no s�lo del reconocimiento econ�mico, sino particularmente de su valorizaci�n social y pol�tica. Se trata tambi�n de institucionalizar su participaci�n y de establecer medios de evaluaci�n del intelectual aut�ntico.

Queremos, por lo tanto, una sociedad en la que el hombre valga por sus conocimientos y sus condiciones morales, y no por sus diplomas y sus vinculaciones sociales.

Esto exige un adecuado r�gimen universitario y la vigencia constitucional de los derechos del intelectual.

Los Empresarios

Para calificar la funci�n del empresariado en la democracia social argentina, partimos de que la empresa es organizada sobre una base humanista. Los criterios para ello nacen de la esencia de este Modelo Argentino, social y cristiano.

El primer objetivo de la empresa en una sociedad que quiere justicia social aut�ntica, no es simplemente el beneficio, sino el servicio del pa�s.

El beneficio de la empresa, en nuestra concepci�n, debe establecerse de forma tal que siempre se asegure una retribuci�n justa al empresario como factor de producci�n, lo cual incluye cierta retribuci�n de riesgo que se hace m�nimo en la medida en que se trabaje con planificaci�n; y que determina tambi�n que los frutos del progreso se difunden a toda la comunidad a trav�s del sistema de precios.

S�lo cuando el empresariado procura prestar el mayor servicio al pa�s admitiendo l�mites m�nimos y m�ximos a su beneficio, puede coincidir lo que es conveniente lan�o para el empresario como para el pa�s. Esta coincidencia es un precondici�n para que exista una democracia verdaderamente social.

La admisi�n del concepto de que la empresa constituye un bien social, que la participaci�n de los trabajadores en su funcionamiento y beneficio de una realidad irreversible, constituyen elementos de juicio que deben ser adecuadamente reglamentados.

Otro aspecto reside en la participaci�n de los empresarios en las decisiones. La fisonom�a de esta participaci�n admite formas que van desde el asesoramiento al gobierno, hasta compartir ciertas actividades con el. Ser� la sociedad la que determinar�, a trav�s de sus mecanismos id�neos, cu�l ser� la competencia espec�fica que le corresponda en cada caso.

La empresa debe ser concebida como un sistema cuya eficiencia debe ser siempre incrementada.

Ella es el �mbito esencial de aplicaci�n de la tecnolog�a en el proceso productivo y reconocemos que b�sicamente la expansi�n de esa producci�n se debe originar en el efecto de la eficiencia.

Se reconoce tambi�n como decisivo el aporte del empresariado a la estructura de precios que en todo momento debe adecuarse al desarrollo deseado.

Desde el punto de vista del beneficio empresario, el mismo debe guardar estrecha relaci�n con la aspiraci�n de trasladar a la comunidad los frutos del proceso, a trav�s del sistema de precios.

Esto implica la necesidad de establecer las formas de producci�n y comercializaci�n que sean intr�nsecamente m�s aptas para funcionar dentro del Modelo requerido.

La sociedad deber� decidir sobre ello, considerando separadamente cada actividad de desarrollo.

La Iglesia

Existe una cabal coincidencia entre nuestra concepci�n del hombre y del mundo, nuestra interpretaci�n de la justicia social y los principios esenciales de la Iglesia.

Ya en otra oportunidad busque ofrecer una visi�n espiritual y trascendente del hombre, y su puesto peculiar en la historia y la realidad.

Un hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, realizando su existencia como sujeto hist�rico que desempe�a en el mundo una misi�n espiritual �nica entre los seres de la Creaci�n. Tal hombre realizado en la comunidad est� lejos de concretar fines ego�stas o burdamente materiales pues como ya lo sab�an los griegos, no hay equilibrio posible en una comunidad en la que el alma de sus hombres ha perdido una armon�a espiritual.

En este sentido, no s�lo los principios filos�ficos guardan plena coherencia: la Iglesia y el Justicialismo instauran una misma �tica, fundamento de una moral com�n, y una id�ntica pr�dica por la paz y el amor entre los hombres.

No vacilo en afirmar que toda configuraci�n sociopol�tica tanto nacional como mundial supone, adem�s de una clara exigencia nacional, una s�lida fe superior, que impregne de sentido trascendente los logros humanos.

Si en las realizaciones hist�ricas dependemos de nuestra propia creatividad y de nuestro propio esfuerzo, el sentido �ltimo de toda ^ obra estar� cimentado siempre sobre los valores permanentes.

No pretendo evaluar integralmente la concepci�n de la Iglesia, a los prop�sitos de un modelo temporal como es el Modelo Argentino.

Pero estoy seguro, eso s�, que el llamamiento de las cartas enc�clicas, las constituciones pastorales y las cartas apost�licas particularmente las m�s recientes constituyen para nosotros un aporte claro y profundo. Pienso que, en este terreno, el Modelo Argentino s�lo necesita que ese mensaje sea adaptado eficientemente.

Presento un Modelo nacional, social y cristiano.

Al n�cleo trascendente del hombre argentino va esta propuesta: es hora de superar una visi�n materialista que amenaza aturdir al ciudadano con incitaciones sensoriales que dispersan su vida interior.

La ruta que debemos recorrer activamente es la misma que definen las Escrituras: un camino de fe, de amor y de justicia, para un hombre argentino cada vez m�s sediento de verdad.

Las Fuerzas Armadas

Pienso que el mundo del futuro tiene una sola posibilidad para poder realizarse: adoptar la concepci�n universalista, es decir, concebirse totalmente integrado. Para ello, es imprescindible que las naciones ingresen decididamente por el camino de la paz.

Sin embargo, la organizaci�n del mundo seg�n la concepci�n universalista no implica la desaparici�n de fricciones y discrepancias en el orden internacional, especialmente durante las etapas de gestaci�n de ese nuevo mundo. Tampoco excluye totalmente las posibilidades de que se produzcan conflictos b�licos, a trav�s de los cu�les determinados grupos, especialmente los econ�micos, pretender�n satisfacer sus propios intereses.

Es m�s, la marcha hacia el universalismo en sus sucesivas etapas nacional, regional y continental, se caracterizar� por la lucha que desarrollar�n las naciones para independizarse de los imperialismos que las mantienen oprimidas.

El Modelo Argentino define claramente el estilo nacional que deber� identificar a la Rep�blica en el futuro y, adem�s, establece los grandes objetivos que deber�n alcanzarse para lograr la total liberaci�n nacional.

Tal circunstancia implica que las Fuerzas Armadas, adecuadamente reorganizadas en base al potencial real de la Naci�n y a las verdaderas exigencias de la Defensa Nacional, se apresten a respaldar firmemente la transformaci�n que marca la Rep�blica. Transformaci�n que, por otra parte, no es m�s que la materializaci�n del deseo manifestado por el pueblo argentino de eliminar definitivamente las formas de opresi�n de distinta naturaleza que durante decenios ejerci� el imperialismo, para detener, en beneficio propio, el desarrollo nacional.

A fin de enmarcar con precisi�n las misiones que cumplir�n las instituciones armadas, deber� tenerse particularmente en cuenta que no s�lo se limitar�n a prepararse para el desarrollo espec�ficamente militar, sino que participar�n decididamente en el proceso de liberaci�n nacional, contra toda forma de imperialismo interno o externo.

Dicha intervenci�n se concretar� mediante actividades de apoyo a la comunidad y a trav�s de acciones de tipo educativo que se dirigir�n especialmente sobre el personal de tropa que anualmente pasa por sus filas, y que se extender�n al personal de cuadros, quien tendr� a su cargo difundir y predicar la Doctrina Nacional. Doctrina que sintetiz�ndola, podr�amos definir como las m�ximas aspiraciones argentinas, vertidas en el Proyecto Nacional.

Las Fuerzas Armadas son parte del pueblo y, como tal, est�n integradas con el mismo. La uni�n y solidaridad del pueblo y las Fuerzas Armadas son una precondici�n para que fructifique la Democracia Social de nuestro Modelo Argentino.

En consecuencia, a las Fuerzas Armadas, como a cualquier otro sector de nuestra sociedad, les compete desempe�ar un rol preponderante en la Defensa Nacional. Esto significa que si bien nuestras instituciones armadas, ante la eventualidad de un conf1icto militar, constituir�n la columna vertebral del sistema de defensa, su participaci�n no se limitar� a prepararse para esas posibilidades. Tambi�n colaborar�n firmemente en los esfuerzos en que se empe�a el Estado Argentino y el resto de los sectores nacionales, con la finalidad de alcanzar y consolidar el desarrollo arm�nico de la Rep�blica.

Nuestras Fuerzas Armadas asumieron plenamente la tarea de defensa contra el neocolonialismo y su compromiso consiste en la participaci�n activa en la reconstrucci�n del pa�s realizada con sentido nacional, social y cristiano.

Un nuevo aporte, en estas circunstancias, ser� el de contribuir a la formulaci�n del Proyecto Nacional, como otro grupo efectivo de pensamiento de los que conforman la comunidad argentina, se�alando para cada uno de los campos que responde al quehacer nacional, que es lo que conciben m�s apropiado para lograr la grandeza y la felicidad del pueblo argentino.

A fin de cumplir con eficiencia las misiones generales se�aladas, nuestras instituciones castrenses deber�n reunir ciertas caracter�sticas que enunciadas configuran el modelo de Fuerzas Armadas que necesita el pa�s para respaldar su futuro.

Consecuentemente las Fuerzas Armadas argentinas deben:

1. Tener un profundo conocimiento de los objetivos nacionales y consustanciarse con ellos.

2. Integrarse estrecha y realmente con el pueblo del cual se nutren y a quien se deben.

3. Establecer �ntimo contacto con los diferentes sectores de la sociedad, a fin de comprender sus problemas y necesidades, �nica forma para materializar objetivos comunes.

4. Elaborar la estrategia militar basada en la que adopte el Estado. Consecuentemente, elaborarla Doctrina Militar Nacional, y estructurar las organizaciones adecuadas para satisfacer sus exigencias.

5. Desarrollar una verdadera doctrina conjunta, que facilite y haga m�s eficiente el accionar militar.

6. Coparticipar activamente en el desarrollo nacional fomentando �reas a�n no abarcadas por los sectores privados, y vinculadas con la Defensa Nacional.

7. Impulsar decididamente la actividad cient�fico-t�cnica, con la finalidad de desarrollar una industria b�lica nacional que la autoabastezca, eliminando la dependencia del extranjero.

8. Sumar su acci�n a los esfuerzos que los sectores nacionales realizan en las distintas �reas de la comunidad, para romper con i a sujeci�n material o espiritual ejercida por los grandes intereses extranacionales.

9. Participar activamente con su tecnolog�a, medios y personal, en la ejecuci�n de los programas industriales que se realicen en el �mbito civil, fundamentalmente en aquellos de importancia estrat�gica, como el Plan Sider�rgico Nacional, y en los que sean fuentes de producci�n para sus propias necesidades.

10. Cooperar con la comunidad en cuanta oportunidad pueda prestar su concurso en pro del bienestar del pueblo.

As� concibo a nuestras Fuerzas Armadas, consustanciadas con nuestro pueblo en una estrecha e indestructible unidad espiritual.


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