LA REALIDAD:

¿QUE ES LO QUE EXISTE?

 

 

 

¿Qué es la realidad? ¿A qué llamamos realidad?

 

Cuando nos referimos a la realidad nos estamos refiriendo a todo lo que existe, a todas los seres -animados e inanimados- y las cosas que hay,  que son. A partir de esta simple definición inmediatamente surge la pregun­ta: ¿qué es lo que existe?

La solución a esta interrogante variará según nuestra concepción de qué está hecho el mundo, esto es, de qué está conformado. Por ejemplo, alguien que adopte una posición filosófica materialista nos dirá que la única realidad existente es todo lo que nos rodea, la material (o la dualidad continua materia‑energía). A ese alguien tendríamos que preguntar a su vez ¿qué es la materia? Y nos dirá: todo lo que nos rodea y lo que existe, que ocupa un lugar en el espacio, que tiene un peso (masa) y movimiento. El extremo opuesto de ésta posición sería un idealismo o espiritualismo donde la única realidad es la espiritual, la mental o la psicológica y todo lo demás sería una ilusión.

Podría darse otra respuesta a la pregunta de qué es lo que existe desde un punto de vista dualista afirmando que lo que hay no es solamente material sino que también hay entes o cosas espirituales, no materiales o supramater­iales (como Dios o un alma inmortal).

Entonces la respuesta a la pregunta ¿qué es lo que existe? aparentemente es fácil de responder desde un simple y mero punto de vista de sentido común y gracias al conocimiento científico: ahora sabemos que hay astros, seres vivientes -unicelu­lares, precelulares o multicelulares-, elementos químicos, átomos con partículas y subpartículas.

Ya desde la antigua Grecia ‑y otros lugares‑ se ha intentado responder que la realidad está formada de una única sustancia o cosa (sea el agua, el fuego, el aire, etc.) mientras la mayoría de las religiones ha postulado la existencia de (un) ser(es) incorpóreo(s) -Dios(es)- que actúa(n) en la naturaleza y la vida del hombre de acuerdo a su designio y capricho como también la de un alma o estado consciente humano -¡sin cerebro!, ¡sin materia!- posterior a la muerte.

En estos ejemplos someros y contrapuestos de interpretación de la realidad encontramos una disyuntiva: una nos dice que la realidad está conformada por una única sustancia -la material- y otra que afirma que la realidad tiene como fundamento dos sustancias diferentes -materia y espíritu-. Por simple sentido común y elemental lógica y nos damos cuenta que las dos posiciones se oponen entre sí, sólo una de ellas debe ser cierta. ¿Cuál es la verdadera y cuál es la falsa?, ¿cuál está equivocada y cuál es la correcta?, ¿cómo podemos saberlo?, ¿cómo superar o refutar la que es errónea? O en todo caso, ¿cuál tiene más probabilidades de ser cierta?

 

 

¿Cómo  interpretamos la realidad?

 

A lo largo de la historia de la filosofía podemos observar que hay difer­entes puntos de vista acerca de cómo percibimos la realidad. Uno de ellos, la filosofía empirista, nos dice que captamos lo existente por medio de nuestros sentidos, a través de nuestra experiencia la cual se “imprime” en nuestra mente cual papel en blanco. Pero una mala o limitada percepción (por ejemplo, por deficiencias vis­uales como la miopía, o debido a la carencia de instrumentos adecuados como el microscopio y telescopio) o interferencias en la captación de los estímulos o datos provenien­tes de nuestro medio ambiente a través de nuestros sentidos (por ej. debido a perturbaciones atmosféricas) nos pueden dar una información errónea sobre determinado suceso de la realidad. O incluso podemos confundir los simples espejismos con la realidad.

Por otro lado, también podemos tener conciencia de todo lo que nos rodea así como de nosotros mismos, de que existimos, de que somos algo diferente al resto de las cosas que nos rodean, esto es, poseemos nuestras propias ideas y razonamientos, nuestra propias capaci­dades para conocer. Es la postura racionalista. Pero aún en nuestros días fácilmente podemos equivocarnos con lo que vemos u oímos por simples ignorancia o prejuicios, es decir, por falta de conocimientos precisos o por información errónea transmitida de generación en generación (por ejemplo, si en ciertas culturas nunca se ha visto anteriormente un artefacto volador –como un avión- se lo podría confundir con una gran ave) o si pensamos que el conocimiento de los pueblos antiguos debió ser en todos los casos inferior al actual nunca aceptaremos que sus grandes monumentos, logros y enseñanzas hayan sido sus propias creaciones (p. ej. creeremos o diremos que han sido por influencia de alguna inteligencia extraterrestre muy desarrollada).

Una tercera sería de tipo ecléctica: es cierto que gracias a nuestros órganos sensor­iales podemos conocer el mundo que nos rodea pero también es verdad que toda esa información es ordenada por nuestro yo pen­sante, por nuestra conciencia o psiquis (mente, cerebro). Pues, si no fuera así los demás animales ‑que también tienen órganos sensoriales, unos más sofisticados que otros‑ serían capaces de elaborar ideas, pero no lo pueden hacer por más interrelación que tengan con su hábitat debido a que su sistema nervioso no ha evolucionado al nivel del nuestro.

Ahora bien, los seres humanos pensamos de un modo o de otro debido a cómo hemos aprendido a hacerlo, esto es, incluso nuestra forma de pensar y de sentir ‑hasta cierto punto‑ nos ha sido enseñada ‑o impuesta‑ normalmente por nuestros padres o la gente que nos crió o convivió con nosotros desde que nacimos y claro está, por la diversidad de experiencias vividas. Podemos citar como ejemplos el caso de un niño criado en un ambiente tradicionalmente mágico-religioso donde los espíritus influencian en todo: en el amor, la fortuna, el trabajo, la salud, etc. O el de otro niño al que se le enseñó que hay que ser cauto, cuestionador o escéptico ante las cosas, los fenómenos o las gentes que se nos presentan.

Entonces el fundamento o base de nuestra visión del mundo ‑sea predominantemente materialista o espiritualista‑ determinará sobre manera nuestra percepción de las cosas, los sucesos y las personas: «Los que creen en fantasmas los verán, los que no, no verán nada». Luego, la persona con mentalidad predominantemente científica no aceptará, por ejemplo, de buenas a primeras que sean ciertas las afirmaciones extraordinarias de tipo sobrenatural o paranormal así nomás, tratará, en primer lugar, de darles una explicación más sencilla, más ordinaria, a diferencia de quien tenga una cosmovisión fundamentalmente religiosa o esotérica que interpretará la realidad en forma supramaterial, en donde entidades -dioses, providencia, fortuna, suerte- de las cuales no se ha probado su existencia, influencian de alguna manera en los acontecimientos del mundo y de los hombres.

Los que tienen una visión del mundo o una mentalidad materialista, naturalista o científica postulan que la realidad es cognoscible, esto es, capaz de ser conocida por medio de nuestros sentidos ‑y a través de instrumentos‑, y explicable, es decir, la podemos entender -y también a los mecanismos o leyes que la rigen-, no es un misterio. Y si bien es cierto la humanidad no conoce toda la realidad aquí y ahora podemos inferir que las mismas leyes y los mismos elementos químicos que conocemos actualmente son básicamente los que conforman el Universo aunque todavía no lo conozcamos del todo.

En cambio, los de mentalidad no científica, como los que creen en lo divino, los espíritus o potencias sobrenaturales, creen que hay misterios y poderes ocultos, inalcanzables por los hombres, que hay regiones más allá de lo material y sensible, que los fenómenos -todos, muchos o algunos, depende de su grado de conocimiento o ignorancia- no tienen explicación más que de tipo divino o supramaterial.

 

 

Nuestra sociedad nos da su visión de la realidad

 

Obtenemos, como acabamos de decir, la mayor parte de nuestro conocimiento, nuestra forma de entender y conocer el mundo de la sociedad a la cual pertenecemos y en la cual nos desarrollamos y vivimos. Como no podemos obtener por nuestra propia experiencia todo el conocimiento sobre la realidad acumulado hasta la actualidad por la humanidad de una vez por todas ‑en un aquí y ahora instantáneos‑ nos «valemos» de las experiencias ajenas (o sociales) desde nuestra más primaria existencia. Es decir, el conocimiento es histórico y social, se hereda, se transmite culturalmente de generación en generación.

La transmisión de esa herencia ha sido posible a través de la educación familiar y social, la enseñanza de maestros, la lectura de libros y ahora a través de los medios masivos de comunicación. Actualmente gracias a los avances tecnológicos podemos aprender muchísimo a través no sólo de los periódicos, las revistas, la radio, la televisión y las películas sino también de los videos, el satélite y la Internet -red mundial de información computarizada-. Nuestra época es privilegiada ya que siglos y siglos de conocimientos acumulados pueden rápidamente ser transmitidos a través de esos medios a millones de gentes en todo el mundo.

Entonces tenemos -los seres humanos normales- una forma de pensar e interpretar la reali­dad que nos rodea influenciada por las circunstancias (de tiempo y espacio). Es por ello que existen diversas formas de comprender la realidad y de actuar en ella como también hemos visto. Cada cultura o civilización ha tenido o tiene sus propios dioses y cultos, formas tradicionales de vinculación entre sus miembros, o con los de otras culturas o con la propia naturaleza, sus propios instrumentos, técnicas e innovaciones materiales, recetas de cocina, trajes típicos, expresiones artísticas, etc.

 

 

Diversas interpretaciones sobre la realidad (Cosmovisiones)

 

¿Cuáles serían específicamente los distintos tipos de interpreta­ciones de la realidad?

Podemos a su vez clasificarlos de diversa manera de acuerdo al patrón que adoptemos. Así, por ejemplo, habrá un conocimiento científico de la realidad y otro no científico ‑como ya hemos dicho‑, o si preferimos, uno de tipo idealista y otro materi­alista, o uno mítico u otro fáctico, y así por el estilo. O filosóficamente puede haber una corriente realista, otra idealista, etc.

Una primera forma básica de entender la realidad que nos rodea y que podemos observar -como la que no- está dada, como ya dijimos, por los mitos y las religiones, lo que se denomina en general una concepción mágico-religiosa (sobrenatural y/o espiritual) y que es transmitida de generación en generación por medio de las tradiciones,  costumbres, la ideología imperante en la sociedad, etc.

Este tipo de concepción nos da ciertas apreciaciones, juicios e inter­pretaciones de lo que es la realidad, de lo que se espera y podemos hacer con ella, claro está, con datos más o menos fantásticos e irreales o por lo menos basados en la mera fe. Esto significa que, por ejemplo, nadie puede saber cómo es Dios o cómo son los dioses ya que no hay una evidencia –concreta e indudable- que corrobore su existencia o que luego de morir sigamos existiendo -a través de una alma, espíritu o consciencia incorpórea inmortal-. En esta concepción los diversos sucesos o circunstancias que se dan, los fenómenos naturales -lluvia, arco iris, terremotos, tornados, etc.- son confundidos, con el comportamiento o la voluntad de los dioses, esto es, estos manifiestan a través de aquéllos sus emociones ‑amargura, alegría, ira, pena, etc.- y deseos -castigo, venganza-.

Un segundo tipo de comprensión del mundo es la concepción filosófico-racionalista, la cual supuestamente trata de interpretar la realidad utilizando la razón en desmedro de la fe. Pero claro no necesariamente también con evidencias empíricas o fácticas evidentes Incluso los filósofos también pueden especular racionalmente hablar del mundo como una generalidad, como un todo sin que nunca lo hayan así ni llegarán a conocerlo. Así de esa manera han planteado utopías, ideologías, teorías, etc. que finalmente pueden ser contradichas por la realidad.

Además está la concepción científica que nos da cierta información que pretende ser rigurosamente evidente y demostrativa -general o idealmente por medios experimentales o fácticos- hasta que no se demuestre lo contrario (y claro, cuando presenta vacíos acude a la filosofía).

También tenemos la expresión artística como una forma sensible de interpretar el mundo a través de ciertos objetos y actos creativos que tratan de plasmarla .

Cada una de estas formas de ver el mundo e interpretarlo, tiene su propia dinámica y cauce, sus propias características y fundamentos.

Entonces hay determinadas formas específicas de entender lo que es, maneras de interpretar lo que existe, lo que es real: Los diversos sucesos de la naturaleza pueden ser interpretados de muy distintos modos. Y además unas formas pueden prevalecer sobre otras coexistiendo simultáneamente con ellas. Por ejemplo, un científico puede estudiar y explicar la realidad de forma materialista pero creer en Dios al mismo tiempo, o también un campesino a pesar de haber sido criado tradicionalmente puede haber reflexionado y luego llegar a la conclusión que no existen los dioses ni las almas.

Las circunstancias históri­co‑sociales así como los intereses grupales de una determinada colectividad humana pueden propugnar el favorecimiento de alguna en particular y el detri­mento de las demás. Será la práctica social o la contrastación de las ideas con la realidad burda y cotidiana el medio probatorio o de verificación para los tipos de interpretaciones que tengamos. No podemos cegarnos ante los hechos evidentes, ante las pruebas fehacientes, ante las claras refutaciones, aunque claro, no pocas veces nuestros prejuicios, predisposiciones, gustos y preferencias personales nos pueden llevar al error y el autoengaño.

A estas alturas del conocimiento humano no debemos seguir apelando a entes no materiales suprahumanos conscientes (de algún modo) para explicar lo que pasa en la naturaleza y el mundo del hombre.

 

 

Mezcla de interpretaciones

 

Como hemos dicho, podemos observar ‑especialmente en los países atrasados aunque no exclusivamente‑ que una misma persona puede albergar en su mente ideas fundamen­talmente opuestas en su cosmovisión. Esto es, se puede tener una buena y sofisticada instrucción y a la vez ser supersticioso o creyente acrítico de lo pseudocien­tífico, por ejemplo.

Un estudiante de ciencias con una excelente preparación académica puede ser al mismo tiempo una persona temerosa de los problemas de la vida o encontrar sentido a la suya en un ser más poderoso que él (Dios), que le pueda dar un refugio seguro, que lo cuide o que lo escuche en sus momentos más difíciles. Otro individuo no puede simplemente aceptar la idea del aniquilamiento en la muerte así que podrá hallar consuelo en ideas que defiendan una vida de ultratumba. Tenemos los casos de muchos sacerdotes, ministros o teólogos de gran capacidad intelectual y racional influenciados por el humanismo y el secularismo incrédulos. Asimismo hay intelectua­les que por una convicción genuina son arreligiosos aunque le rindan culto a su propio ego u otros que por cierta aceptación en su pequeño e importante medio social -para él-  toman una postura de aparente incredulidad.

 

 

La realidad y su influencia en nuestra conducta

 

Si el medio ambiente en el cual nos desarrollamos y vivimos es propicio para que tengamos una vida sana, productiva e independiente difícilmente buscaremos socorro en las fuerzas sobrenaturales ante las dificultades e inconvenientes comunes de la vida (Pero esto es ideal y a la vez paradójico. La vida como un todo se nos presenta compleja, dificultosa. ¿Quién no necesita más dinero?, ¿quién no se ha enfermado alguna vez?, ¿quién no teme morir?, etc.) Y, claro está, mientras más miserable, pobre, improductiva y sufrida sea la vida de la gente ésta se inclinará más hacia la religión, lo paranormal o lo irracional.

Ante problemas como los mencionados algunos optarán por buscar más dinero trabajando, vendiendo algo o prestándose, buscarán algún medicamento, cura o terapia, se cuidarán más o reflexionarán sobre la muerte. Otros en cambio, pedirán ayuda o guía de lo Alto para la resolución de sus problemas y la orientación de sus vidas a la vez que actuarán por sí mismos.

Muchas veces si las condiciones de nuestro entorno no son propicias para nuestra mejora económica nos veremos envueltos en situaciones donde nuestra comida, vestido y vivienda no sean los mejores y por ende ocuparemos más nuestro tiempo en buscar satisfacerlas que el desarrollar nuestras capacidades intelectivas o espirituales o en todo caso las canalizaremos en un sentido económico. Si las circunstancias que rodearon nuestro crecimiento fueron adversamente agresivas o incluso violentas existe una gran probabilidad que nuestra conducta posterior sea antisocial o delincuencial y así también nuestra forma de entender y valorar el mundo.

 

 

Transformación de la realidad por el hombre: Los seres humanos somos parte de la realidad

 

Los únicos seres sobre la Tierra que tienen interés en lo qué es la realidad son los seres humanos. Eso es debido a que poseemos la capacidad de tener conciencia de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea, es decir, de nuestra realidad inmediata. A su vez, esto se debe a nuestra conformación corporal y cerebro complejo (evolucionado).

Pero también hay una interacción entre los seres humanos y su realidad circundante. Ella puede ser transformada y a la vez los hombres en esa interacción pueden ir elaborando ‑por esa experiencia‑ diversas concepciones e interpretaciones sobre lo qué es la realidad.

Entonces nuestras ideas sobre el mundo y sobre nosotros mismos son debidas a nuestra relación con la naturaleza y entre nosotros, esto es, a nuestra vida práctica social y humana.

Así inevitable e inexorablemente la realidad (natural) ha sido influencia­da, modificada y transformada por los hombres que la circundan desde su aparición sobre la Tierra por su necesidad de alimentos, vivienda y vestido para su sobrevivencia. De esa forma además ha explotado en gran manera los recursos y  las riquezas naturales –animales y vegetales, energía y energía naturales, madera, cobre, oro, plata, petróleo, etc.-. Los ha llegado a industrializar hasta el punto actual de poner en peligro no sólo estos recursos, sino también el ecosistema y la propia existencia de los habitantes del mundo.

De otro lado, los descubrimientos científicos e inventos tecnológicos no cesan, son inacabables. Son puestos al servicio del hombre aunque no siempre de la vida y la naturaleza -autos que arrojan anhídrido carbónico, fábricas que introducen al ecosistema gases y deshechos tóxicos, etc.-. De ahí los peligros ambientales como la contamina­ción, la deforestación y la extinción de especies vegetales y animales ante el empuje de la civilización humana que todo lo invade. Los hombres ya no solamente deseos de sobrevivir sino de obtener fortuna no se preocupan de tales peligros, no los tienen mucho en cuenta, si algo.

 

 

Conflictos en la interpretación y adaptación de la realidad

(Enajenación de la realidad).

 

La negación de la razón -su mal uso o desuso- debido a problemas de relación con la realidad (difícil o insoportable) como también de educación y opción personales pueden empujar al irracionalismo,  la locura o la alienación.

La locura o enajenación también puede ser entendida como la negación de la verdad. Puede haber gentes débiles de carácter, mente y/o personalidad que no se puedan adaptar a la realidad debido a que ésta se les pueda presentar absurdamente brutal o insoportablemente dolorosa. También puede haber casos en los cuales los sucesos, fenómenos y cosas de la realidad entran en conflicto con nuestras más caras creencias. Al derrumbarse éstas nuestro yo puede entrar en confusión, ser susceptible y posible además de caer en los abismos más hondos de la sin razón. Así sería menos doloroso estar enajenado que aceptar la terrible y amarga realidad (Tantos casos de quiebra o fracaso económico, adulterio, traición, muerte de un ser querido, cárcel, abandono, truncas ambiciones personales, etc.)

He ahí que los problemas y las dificultades de la realidad  tienen mucho que ver con los límites de soportabilidad del hombre, de su capacidad de adaptarse, de sobrevivir y, por supuesto, de comprender lo que le sucede. Y eso depende de su conformación genético-corporal y sobre todo de su educación y valores personales.

O también, cuando la razón es postergada la sinrazón o el irracionalismo prospera (la mera fe, el fanatismo, los prejuicios, los dogmas, etc.)

 

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