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DE FILOSOFIA APLICADA
REVISTA
LATINOAMERICANA DE FILOSOFIA APLICADA
ENSAYO SOBRE LA RAZÓN
José REPISO MOYANO
RESUMEN
La razón es la razón y es independiente del
interés del ser humano para obtenerla o no (aunque
para un punto de vista egocéntrico el objetivo es
frecuentemente ocultarla) Un animal a otro le dice
qué es posible comer, cuál es el mejor modo
vital, etc., lo que es decir razones plenamente
aceptadas; pero, el ser humano utiliza la palabra
para comunicar sobre lo que él está interesado y
no para recibir las cosas como ellas son: finge,
miente y niega sin sentido. Cuando un científico
quiere censurar a otros y no acepta ninguna
respuesta o postulado diferente, está fuera de un
ámbito racional y de un camino de verdad.
ABSTRACT
The reason is the reason and it is independent of
human being interest to get it or not (although
for a selfishness point of view the goal is
frequently to hide it). An animal tells to another
What’s possible to eat, what’s the better vital
way and so on, what it’s to say reasons fully
accepted; but the human being uses the language in
order to communicate about what he is interested
and not in order to receive things as they are: he
pretends, he lies, and he denies without sense.
When a scientist wants to censure to others, and
he doesn’t accept any different answer or
postulate, he is out of rational area and out of a
true path.
* * * * * * * * * * * * * * * * * *
1. LA
RAZÓN: UNA PROPORCIONALIDAD DE
CONCIENCIA
Algunos
creen que la razón es un planeta al que hay que visitar todos los días o al que
de vez en cuando –por modas- se deja de visitar. No, la razón es una propiedad,
una condición humana que aumenta bien con unos conocimientos o bien con otros,
o sea, con conocimientos diversos: por el mito, por la admiración, por la
religión, por el rito, por la costumbre, por el arte, etc. Puesto que el
pensamiento se hace de la experiencia o del aprendizaje que conlleva
conocimiento, puesto que el conocimiento ha de recibirse del medio –no de la
nada-, puesto que el medio existe al ser el sustento por el cual se actúa, se
interacciona, se comunica su naturaleza.
No, la
razón no es una opción, sino que “ya está” en una proporción mínima y, a partir
de ahí, cada cual evita o disimula o, por el contrario, se abre para “producir”
un mejor producto –resultado- sobre ella, en calidad. Considérese esto, en
cuanto el ser humano piensa ya razona, en cuanto conoce algo también, en cuanto
no quiere conocer ése algo en concreto también porque se dispondrá o procederá
a otro conocimiento, otro inevitable conocimiento, aunque prescinda de una
mejor calidad.
Así,
cualquier conocimiento, cualquiera, siéndolo arrastra o contiene una dosis de
racionalidad; bien, el que el mito pueda enseñar por ejemplo. Pero, por
siempre, el mito es racional de base porque sencillamente los elementos por los
cuales se enraíza –o se enraizó- son racionales (el descubrir la causa de algo
ya hecho o creado, la veneración o protección de ese hecho o el temor o
sufrimiento a perderlo). Lo que ocurre, siquiera, es que ciertos
conocimientos se dirigen –en cuanto se
cohesionan para “aunar” más realidad- hacia el reconocimiento de lo que actúa
–es realidad- sólo de una forma en determinadas circunstancias; como ejemplos:
el respirar, el comer, la evaporación, la deshidratación, etc. Sí, con esto
–con tal disposición- se consigue una razón mayor, un mejor conocimiento
consciente de la realidad, una objetividad.
De entre
los conceptos, un concepto subjetivo, desde luego, no es lo mismo que otro
concepto subjetivo –ni con el que se le parece- desde otra parte del mundo,
sólo –por discernimiento- es un concepto subjetivo. A ver, ilusión no es lo
mismo que sueño, por cuanto son dos conceptos subjetivos o usados por la
libertad de tal o cual ser humano, pero los dos derivan de una objetividad o hecho común –que se proporciona desde un
hecho-, los dos se producen por la esperanza, por la “acción de la esperanza”
–en China, en Madagascar o en Filipinas-. Claro, digamos que de la "acción"
de quienes esperan, de tal capacidad, unos prefieren llamarle sueño, otros
ilusión u otros quimera a medida que sus circunstancias quedan determinadas de
una muy personal predisposición o forma – derecho tienen sus sentimientos a que
la busquen, ¿cómo no?-.
En cambio,
otro asunto es que un chino se dirija a su médico para que le ampute un dedo
gangrenado y le hable de la cabeza; he ahí que sólo sirve, sólo lo discierne,
un concepto universal –a través de una palabra u otra, ya que se trata de un
"contenido" identificativo-: el que contiene la realidad que
significa un dedo, no una cabeza, no una serpiente voladora. He ahí que la
razón corresponde a que, en verdad, sea utilizada por comprender o conocer la
realidad; y no elige ella, sino que es elegida ante todo.
Para
cualquier ser humano del mundo el concepto de “frontera” propende a un
sobreentendido cuando, al menos, se alude en un contexto físico; en realidad un
concepto objetivo es un sobreentendido –como son los conceptos instintivos-. El
mar lo es, todos saben que es una acumulación de agua y que existe para… todos
–al margen de lo que se le añada de connotaciones o de sugerencias que, en
“suma”, también son necesarias-.
Desde eso,
el racionalismo filosófico que se constató en el siglo XVII no descubrió la
razón, sino que se “desembarazó” de un prejuicio establecido en torno a ella,
de ése que insistía e insistía en concebir que cualquier conocimiento contenía
el mismo grado o nivel de racionalidad, es decir, desinhibiéndose del
geocentrismo imperante en tanto que no consintió todos los métodos como válidos
–el todo vale- y, así, se avino a un discurso más racional, a una argumentación
que eficazmente dio el primer paso –después del oscurantismo medieval- para
desligar la filosofía y la ciencia de la metafísica teológica.
Cuando se
habla de “idealismo” o cuando se defiende, no, no se exime del pensamiento o
del análisis racional ya que la idea, eso, es una proyección del concepto
–bien, a veces para verificar otro concepto-, sino que no quiere o prefiere no
desligarse del subjetivismo por cuanto también interviene en la realidad social
e individual; pero mezcla o “une” o elige confundir los conocimientos por una
conformación kantiana o trascendental con las riendas del todo –de los
conocimientos no discernidos- sin más pues, para que no sobre nada, mejor esa
mezcolanza y que… salga lo que salga, lo que Dios quiera.
La razón,
por supuesto, no reivindica: únicamente se reconoce con unos conocimientos y,
tras ellos, con una conciencia conseguida al cohesionarlos –que es otro tipo de
conocimientos-. A veces no se reconoce porque no se llega a un resultado
consciente; como es el caso de Schopenhauer cuando propugna que no hay razón de
ser de la voluntad y, de inmediato, concluye que sólo quiere repetirse. ¡Ah!,
pues entonces ahí está una razón, una: precisamente la de querer repetirse.
La primera
falta de reconocimiento empieza en que la voluntad sólo es una “ansiedad de
conocimiento” –o por aplicarlo- y, si lo es, implica el ansia misma de la razón
o del pensamiento en su devenir. En otras palabras, ansía el pensamiento –no la
Luna-, lo que se tiene, no lo que no se tiene y, en efecto, todos los tipos de
conocimiento inevitables. Por ello, es una trampa el uso partidario de la
voluntad para hacer de ella una exclusión de su atribuido sujeto que la ejerce
o un juego sin salida, pues la voluntad no la posee sino un ser, un ser con
conocimientos que para seguir inevitablemente conservándolos o aumentándolos
necesita voluntad. Es decir, tampoco es opcional la voluntad, no lo es, pero sí
cuantitativamente o el incentivo personal que se le da para que aumente. ¡Ah!,
pero para que aumente se requiere una conciencia de que así se desea, se
requiere una conciencia o unos criterios madurados porque por ellos se oriente
la voluntad hacia donde sea –considerando que la voluntad no existe sin
orientación, sin orientación racional-.
Schopenhauer,
además, sitúa a la voluntad en un proceso únicamente azaroso, como si estuviese
existiendo con una establecida independencia con respecto al ser humano -o algo
"metareal" por encima de él mismo-.
2. RAZÓN
Y CONCIENCIA
El ser, el
“algo existencial”, la forma material (1), el ente real (2) sólo puede –por
existir- actuar; pero no actúa indistintamente, igual a todo lo que es real,
sino actúa de una manera porque el ser y
los seres, el acto y los actos, existan. No actúan, pues, los seres indistintos
a través de una monoacción, por cuanto actúan en diferentes circunstancias e
interacciones o, lo que es lo mismo, se remiten a la multiacción, a la
condición que cada cual presenta ante unos principios del movimiento
(quinesionomía). Es decir, el que actúa, el “actuador” situado obligatoriamente
en el espacio y en un contexto interactivo –no en la nada- lo hace a o de una
manera interactiva, de una “forma”. Por eso la razón respeta –no impone- que
existe un “actuador” para que se haga la acción –el movimiento- y un modo de
hacerlo –no pasivamente, no quieto-.
La razón no
la ha inventado el ser humano ni la naturaleza sin son –puesto que sería
negarle a ella su acción y sus condiciones-, por el objeto de que reconoce
–inherencia inevitable al existir- que está lo que actúa y lo que consigue, lo
que produce o, en efecto, hace al actuar de un modo –con una “forma”-. La razón
la posee todo ya al existir –por ser actividad conlleva una conformación de
actividad-, lo que un ser puede o no puede alcanzar es la conciencia de razón y
más optará por no lograrla si ha
alimentado una sublimación –algo anexo a la razón-, un narcisismo excesivo de
la emoción que se encamina al desprecio –no reconocimiento- de su propia
naturaleza.
Un ser
humano “sabe” que “es” la naturaleza y que se suma como un ser vivo dentro de
ella; sin embargo, luego con la emocionalidad de sí, por su cultura que extiende, con su condición o su “forma”
va imponiendo una uniformidad que él se cree –se sugestiona negando-. Entonces
se urde antropocéntrico, considerando que la razón gira en torno a él
pudiéndola manipular como quiera, considerando que él sólo ha determinado la
razón, que la puede así utilizar en pos de su emocionalidad antrópica y, además, que la puede engañar, que la
puede… destruir.
Su voluntad
emocional le insta a separarse de la naturaleza como “yo” especial, poderoso a
medida que niega, riéndose con el “todo vale”, escupiendo a su medio a veces
con la frivolidad más deforme o descabellada, más incoherente. Pues elogiará,
amoldará y apuñalará a la razón porque entiende emocionalmente que es suya,
¡suya!, no de la naturaleza, ¡suya!, como un dios omnipotente por encima de
todo, de lo más grande y de las tinieblas. Pero no reconoce conforme su
emocionalidad niega, en tanto que habla del “yo” y, más lejos, la naturaleza a
rastras, a sus pies deseada suplicante a lo que su corazoncito endiosado pisa,
impone para sí, antepone, enciega con pasotismo y, si no, decide la ira
temiblemente, morbosamente emocionada con sus armas.
A veces
cuando habla del ser se sitúa él y todo lo que no es él, el Ser y el Universo,
Él y el Universo, cara a cara, frente a frente y la razón en su afán la adapta
a eso, luego como bocazas gritará: “¡La realidad no la percibo (pues su
emocionalidad se impone), yo he creado una nueva realidad!”.
Empero la
realidad –con toda la razón de serlo- lo ha permitido a él, sólo ella ha
actuado para que sea, sólo ella “quiere” que eso diga, que se tranquilice y
reconozca –al fin- que ella lo ha ofrecido, lo ha “parido”.
No
obstante, el “hijo” con aires de grandeza desea inventarse un tratado sobre él
y lo que él crea, apegado a su emocionalidad inquisidora, reprochando que no la
percibe, no, sino que él –Él- posee la suya, una venida de ninguna existencia
ajena a él, como trascendida de su centro o nada, de su propia mentira.
Comoquiera
que un tonto se sobrealimente, la realidad únicamente pare realidad –es la
razón- y cada una de las células o sus interacciones reciben realidad y, por
ello, conocen realidad porque, cuando reaccionen, su expresión física y natural
sean –sin remedio- realidad.
La razón no
la depara un “más allá”, un talante de un soplamocos, una emoción loca de un sí
y un no al mismo tiempo, de un vaso medio lleno o medio loco, de un
seudofilósofo borracho u onanista del ser o de su poesía excrementada: no es
más que el reconocer que se vive –aunque se niegue- realidad, que se dice
–aunque se niegue- realidad.
El ser
–algo que actúa-, cualquier ser, no supone menos ser que el ser humano, y
corresponde a la realidad, a lo que existe real (3) en un contexto real. Ahora
bien, la realidad tiene –porque sucede con razón- sus condiciones, sus
“posibilidades” en ese contexto en concreto; es decir, se atiene a unos
principios, a unos “universales” con respecto a unas u otras circunstancias: es
realidad que se ordena “con” los recursos por los cuales puede ordenarse. Y
esos recursos han de existir porque se ordena, porque sea.
Un
universal no se restringe al mismo hecho, a la sustancia, al ser, sino a la
“capacidad” real de lo que puede hacer; por lo tanto no es cierto lo que
defendía Ockham (“Que el universal no es sustancia existente fuera del alma”),
sino un universal guarda su equivalencia con las “posibilidades reales” a las
que se encuentra condicionado un ser. Por ejemplo, no es sólo un universal el
movimiento, sino una capacidad concreta y determinada –debido a unas
condiciones- por ser más o menos movimiento. Son universales las “cualidades” de
los elementos, la razón de ellos por expresar el movimiento (la susceptibilidad
al calor, a la interacción con otros elementos, etc.).
Una
sustancia es lo que comporta una realidad y el desencadenante de una realidad.
El ser humano es una sustancia (universal), puesto que comporta una realidad;
aunque lo demás, las otras formas desencadenantes de su realidad también son
sustancias con la consideración de que, una sustancia, de hecho, establece una
forma de actuar, una distinción y, por ende, una analogía con respecto a otras
con una proporción en condiciones semejantes. Por ejemplo, en “El perro es un
animal”, el perro no es sustancia por ser animal solo sino, por entre otras
condiciones, por ser animal. El perro no tiene la única, la aislada, condición
de ser animal; más bien, por ser animal, al serlo, presenta una condición
imprescindible que es la de ser animal.
Por lógica
es incierto que perro =
animal, como es incierto que máquina
= energía, como es incierto que
signo =
expresión; entremedias hay, se desenvuelven, diversas condiciones para
que el perro, la máquina o el signo “sean” un animal, una energía o una
expresión respectivamente.
Lo que pasa
es que el ser humano es emocional, dado a las reducciones y a las
sublimaciones. No, no es que pida un coeficiente intelectual por encima de
doscientos, sino que, con menos, por un niño –mediante la enseñanza- se debería
avanzar respetando lo que nos rodea o lo que nos conforma y nunca contra
natura. Si se enseña por sistema a desarrollar –anejos- unos conocimientos
retorcidos –por mi parte rechazaría tal educación-, entonces, de inmediato un
niño podría identificar o aplicar un método de entendimiento así: energía
= expresión =
animal, adecuado a que la energía expresa un animal, al lado de energía
= animal =
expresión, adecuado a que es energía un animal que se expresa o es la
energía un animal que se expresa, al lado de
expresión = animal
= energía, adecuado a que la
expresión es un animal o un animal energético.
Las
reducciones o paralogismos que en algunos científicos y pensadores he advertido
conducen a un menosprecio por lo más sencillo a favor de emociones cada vez más
arriesgadas.
Y es que,
encima, la moda es lo que anteponen los medios de comunicación a cualquiera que
no, que no está a la moda de negocios o seudorazones.
NOTAS
(1) Duns Scoto (o Escoto) pensó que la
materia puede existir sin la “forma”, que ésta la da la razón; algo imposible,
por cuanto la materia ha de tener una actuación –al ser movimiento-, una
manera, una forma de actuar.
(2) Siendo el “ente” (o “étant”) una noción
del entendimiento, a veces subliminalmente de lo que no existe, cuando se une a
“real” se trata del ser, de lo que existe, de lo óntico real.
(3) Lo que existe es real, posee realidad
–actividad- de existencia; en cambio, “existe” la inexistencia como
delimitación, no porque exista “realmente”, sino para reconocer que lo que no
es real no existe, es “inexistente”.
3. LA VOLUNTAD RACIONAL O REALISTA
Nosotros,
los seres humanos no pertenecemos a la historia en un sentido efectual (1), en
un solo sentido, sino en todos los sentidos que nos hereda el pasado, pues
estamos “comprendidos” en él.
El pasado
amplía, predispone, desde luego no reduce el progreso más o menos eficaz que
implica la humanidad, en cuanto a proyecto, a proyección de sus consecuciones;
es decir, lo desarrollado técnicamente le irá al ser humano condicionando y,
asimismo, lo que haya conseguido socialmente o culturalmente.
Eso supone
que no es un resultado a secas expuesto en el presente, sino un modo de ser,
una continuidad de ser, una disposición nueva o sucesiva del ser que condiciona
al presente: un plus, un modelo, una tendencia inconsciente o inmanente, una
cierta reacción que dispone ya al “vivirse”. No se localiza de improviso en el
presente; mejor, se encuentra facilitado en un presente, en uno en el cual se
rehabilita, conoce más y, por ello, depara más conciencia en él; por lo que
“controla” cada vez más mientras actúa.
Tampoco
está adecuándose para un fin, “ad hoc”, sino se sobrealimenta sin un fin,
aunque previendo un suyo propio y otro social de acuerdo con su pasado y con la
continuidad de éste que no puede erradicar como sustento.
La voluntad
del ser humano quiere comunicar cultura, quiere “entenderse” como cultura, quiere
no renunciar a ciertas tradiciones, de su “tempus mitológico” incluso, de su
no-sentirse-solo como estímulo; pero, antes, se encuentra inmerso en toda su
“naturaleza continua”, en su precedida comunicación e interacción y, por ello,
arrastra o conlleva multitud de conocimientos que lo “determinan” como
ser-acto, ser actuado y actuante, ser continuo, ser como una actividad concreta
o complementaria de la naturaleza misma.
Aquí es
donde Heidegger -en esencia- se equivoca; puesto que el ser (Dasein) no es un
ser-ahí, arrojado ahí, situado fijamente ahí, no, debido a que no tiene una
situación precisa como un ente independiente, solo, como una pretensión óntica
(1). El ser no posee una “torre de marfil” o una casa propia aunque la busque
su voluntad, en cuanto a que la esencia del ser consiste en que participa en la
realidad o, por tal axioma o evidencia, es esencial para la realidad.
Así, el ser
humano –con sus ya conocimientos dados y con sus nuevos conocimientos- va
propiciando en su medio una mayor comunicación y entiende, por un lado, la
cultura o sus sentimientos y entiende, por otro lado, lo que no puede soslayar
como evidencias comunes: conformaciones de hechos que son expresiones de la
naturaleza y que él sólo puede reconocer o admitir –o profundizar en ellas si
quiere conocer más- sin más remedio. Por ejemplo, si alguno se le ha muerto su
vecino puede admitirlo o negarlo como voluntad, pero “su razón interior” –la de
su propia naturaleza-, su racionalidad insobornable o natural ya lo ha
admitido. Por ello, cuando la voluntad admite como conocimiento a la evidencia
o a la razón existe una conciencia –un conocimiento que se responsabiliza de
seguir una coherencia-; cuando no, esa voluntad sólo es racional en un
principio natural –de realidad-, pero prescinde de un conocimiento en concreto,
pues lo eluden sus emociones contra una conciencia en concreto que prefieren
postergar o carecer en cuanto que la voluntad anímica prioriza -por comodidad-
los sentimientos, sobre todo el sentimiento de antropocentrismo o de
sublimación. ¡Ah!, sin embargo, en ese extremo, se concentra la falta de
entendimiento de la realidad, también del “otro”, por solucionar problemas o
por fortalecer una coherencia. En este caso la voluntad anímica defiende unos
intereses arbitrarios o subjetivos en donde frecuentemente anidan el dogma y
los prejuicios.
Los
prejuicios omiten el razonamiento, se anticipan a la evidencia o a la
demostración, sí, desligan, aíslan los factores que convergen en un hecho; y
los ensalzan ya desvinculados del hecho “complementado”. Es decir, los
prejuicios no dan cuenta de la amplitud
del hecho como base, sino por intención de efectos aislados, convenidos
en forma aforística o subliminal a través de unas emociones puestas en juego.
Aquí hablo de la voluntad emocional que entiende tendenciosamente, en un
narcisismo alimentado, cada experiencia; y no se preocupa tanto o lo más mínimo
por la razón, por la voluntad de razón (2): ese admitir el hecho, ese buscar
las causas del hecho y ese atribuir unas consecuencias directas al hecho.
Conque la
voluntad emocional se centra más bien en un “yo” en contraste con la voluntad
racional que se “des-centra”, esto es, que analiza o busca por medio del hecho
todos los factores directamente relacionados en o con él: se abre. La razón
busca y es buscada metódicamente; en cambio, el prejuicio se dirige desde un
“yo” y dirige ante todo un “yo” que todo lo justificará.
La razón
–también- halla los factores comunes a determinados hechos, de manera que
comprende la realidad por patrones o reglas (lex naturalis) por las cuales “se hace”, esto es, la razón entiende el cómo “se hace” la
realidad más que el mero concebir de antemano qué es –que sería un prejuicio-.
La molécula de agua “se hace” con dos
átomos de hidrógeno y con uno de oxígeno: eso es la razón, el método racional
para todos igual. La metodología racional atiende a cómo se comporta el ser o
su naturaleza para comprender la realidad antes o por encima de imponerle un
significado subjetivo (3) u ontológico o hermenéutico.
No
obstante, si los seres vivos mantienen una voluntad taxativa a los cauces de la
supervivencia (4) –o sea, se mantienen en una situación realista-, el ser
humano –por intereses emocionales o egocéntricos- ha teatralizado una voluntad
de la negación –totalmente gratuita a veces-, del engaño. Por supuesto, es el
único ser vivo que especula sobre el engaño, que se ha culturizado en y con el
engaño –en esto el tabú ha influido bastante-. Elucubra la utilidad –para él
casi siempre- de lo que va a decir; y luego decide en función de esa utilidad.
En ese sentido, su proyecto emocional –en torno a la intimidad- lo sobrevalora
por encima de cualquier situación, o sea, organiza –a su favor, por lo que crea
reglas a su favor- lo que va a decir adelantándose al otro, por competir con el
otro, con unas reservas o mentiras piadosas que no pongan en riesgo su…
proyecto emocional. Si, los seres vivos utilizan reservas a medida que actúan,
pero no desarrollan una tendenciosidad emocional antes, no predisponen una
intimidad como -en bloque- un recurso para controlar a los otros y, por ello,
sí, salva o maquilla a su favor cualquier suceso o situación.
En
resumidas cuentas, las informaciones que ofrece el ser humano no siempre son
objetivas o depuradas por una voluntad racional en donde una coherencia
garantiza o reconoce una referencia a hechos, sino que asimismo existe una
voluntad emocional que mitiga o solapa a la anterior impidiendo que se
priorice.
Si la
ciencia y la razón es amplitud, sin embargo evidente es que se desencadenan
proselitismos o grupos intimidados por intereses económicos, nacionalistas,
religiosos o políticos –incentivados por premios u honores de conveniencia- que
eluden una objetividad y, en consecuencia, la razón se dirige –de forma
secuestrada o como dirigismo- hacia una dirección que excluye o destruye
irremediablemente a un librepensamiento o a la librerazón en suma–puesto que no
debe atarse o incentivarse con tendenciosidades, como se hace en la actualidad,
manipuladoras-.
NOTAS
(1) Heidegger distinguió lo “óntico”
–referente a los entes- de lo “ontológico” –referente al ser.
(2) Kant se percató de una diferencia entre
el “entendimiento” sobre lo particular y la “razón” sobre lo más ilimitado;
pero, en cambio, dio una preferencia al “entendimiento” sin advertir que se
entiende emocionalmente un hecho –algo que la razón no hace al entender con
prioridad racional un hecho, con pruebas y con argumentaciones-.
(3) Algo de la realidad nunca puede ser
“relativo”, por cuanto “ya es” absoluta realidad; y ese término malogrado
conlleva negarle esa “absolutez” existencial, por lo cual un antropocentrismo o
un convencionalismo dogmático no puede negarla, imponer la no-existencia real
de algo. Es como definir calificativamente con
“inexistente” cuando se habla de una “existencia” –el término
“inexistencia” sólo se utiliza para ratificar lo absoluto de “existencia”, es
decir, corrobora o ayuda a ese hecho al usarse como recurso de delimitación.
(4) Este término, a la vez, es equivalente
al Principio de Conservación; algo actúa sin duda por continuarse, por
sobrevivir, por extenderse, por seguir siendo.
José REPISO MOYANO: pensador, narrador, ensayista
español nacido en 1965 EN Cuevas de San
Marcos (Málaga). HA publicado: CANTOS DE SANGRE, Ediciones Rondas,Barcelona,
1984; LA MUERTE MÁS DIFÍCIL, Ediciones Torre Tavira, Cádiz, 1994.
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