LA UNIVERSIDAD EN PELIGRO

Dr. CARLOS CASANOVA
COORDINACI�N DEL POSTGRADO EN FILOSOF�A
UNIVERSIDAD SIM�N BOL�VAR, CARACAS, VENEZUELA
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En la plat�nica Apolog�a de S�crates puede verse al maestro defender su vida del embate de la masa seducida por los demagogos. La voz serena del acusado llama a obrar seg�n la virtud propia de cada uno �la sinceridad en el caso de los oradores, la justicia en el de los jueces--, y no conforme a los movimientos caprichosos que en el interior de cada uno susciten la adulaci�n, la antipat�a o el miedo. El discurso no se pronunci� en vano, a pesar de que el reo result� condenado a muerte. Qued� sembrada en Atenas una semilla de la que nacieron robustos �rboles en todo el mundo que hered� la vida acad�mica de los griegos.

En esta misma fuente puede verse en qu� consiste dicha vida. S�crates casi nunca se mezcl� en la pol�tica, salvo arrastrado por la necesidad, porque sab�a que, de otra manera, muy pronto habr�a abandonado este mundo. Era demasiado bueno para adaptarse a la ciudad corrompida que result� de las reformas de Pericles y Efialtes y de la Guerra del Peloponeso. S�lo en dos ocasiones se vio inmiscuido en asuntos p�blicos. Cuando el populacho se deshizo de los generales victoriosos de la batalla de las Arginusas, �l fue el �nico que se opuso a tama�a injusticia e hizo un llamado a respetar la ley, cosa que casi le cuesta la vida. Y cuando los treinta tiranos que presid�an el r�gimen olig�rquico que impuso Esparta a Atenas quer�an hacer c�mplices de sus fechor�as a todos los ciudadanos respetados, quisieron que S�crates y otros cuatro les llevaran desde Salamina a Le�n, para ejecutarlo luego sin juicio, pero el fil�sofo se neg� en redondo y se march� a su casa. Entre tanto, los otros cuatro cumplieron la orden. Esta desobediencia le hubiera costado la vida, de no haber ca�do el r�gimen al poco tiempo.

Tampoco se dedic� S�crates a cuidar sus propios asuntos. Vivi� y muri� pobre, para la c�lera de Jantipa, su mujer. No fue su vida la de los artesanos o comerciantes, que se dedican a cuidar sus intereses privados, aunque indirectamente contribuyan tambi�n al inter�s com�n. M�s bien, se consagr� a la obediencia del dios de la sabidur�a, Apolo, a buscar la verdad; y, como un t�bano que aguijoneaba al buen caballo, aunque perezoso, que era la ciudad de Atenas, se dedic� tambi�n a recordar que nada era m�s importante que el saber y la virtud. A desenmascarar a los que se ten�an a s� mismos por sabios, sin serlo; y a suscitar un amor m�s fuerte por la bondad de los caracteres que por la riqueza o la fama. Y con esto prest� un gran servicio a la polis, y a todo el mundo hel�nico. Pudo conservar la vida m�s tiempo que si se hubiera mezclado en pol�tica, y pudo, de ese modo, corregir las costumbres de muchos j�venes, dejar sembrada una semilla para el bien de los hombres.

La vida de del fil�sofo no fue, por tanto, vida pol�tica. Menos a�n, vida privada. Con �l apareci� una nueva dimensi�n p�blica, distinta del poder, y superior. En ella se encuentra la vida acad�mica, que debe gozar de la libertad de esp�ritu de que goz� S�crates y cuya relevancia fue comprendida luego por todos los gobiernos dignos de este nombre.

Plat�n fue el primer gran continuador del maestro, aunque no el �nico. Su vida y sus escritos pueden servirnos para arrojar una nueva luz sobre este punto. En su famosa obra, Rep�blica, la prudencia y la sabidur�a est�n fundidas y contrapuestas a la d�xa de la multitud. Por ello, el gobierno mejor es el de los pocos que pueden llegar a ser sabios-prudentes, el gobierno de los reyes-fil�sofos. La experiencia de Siracusa, donde intent� educar al tirano Dionisio, sin ning�n �xito y con gran peligro para su vida y su libertad, lo lleva a percatarse de que hay un espacio entre la acci�n pol�tica y el contemplar la verdad. El fruto de ese percatarse fue que se retirara al trabajo de la Academia, de la escuela que hab�a fundado. Aunque �sta, en vida de Plat�n, no perdi� la esperanza de influir ben�ficamente en el curso de la pol�tica hel�nica, pero sin fundir la contemplaci�n (el Esp�ritu) y la acci�n (el Poder)[1].

A�os m�s tarde, Corisco y Erasto acabaron el ciclo de estudios en la Academia y volvieron a su peque�a ciudad en el Asia Menor, Escepsis, admirados por todos sus compatriotas. Su fama lleg� a Atarneo, una ciudad vecina. Reinaba all� Hermias. Este astuto tirano que contaba con el apoyo del S�trapa persa quiso conocer a los distinguidos j�venes, y se interes� por la sabidur�a. Se estableci� as� una comunidad de acad�micos en cuyo seno se encontraba el h�bil pol�tico. Plat�n, al enterarse, quiso darles algunos consejos, recogidos en la Carta VI. En lo tocante al saber, Hermias deb�a sujetarse a la instrucci�n de Corisco y Erasto, pero en lo tocante a la acci�n �l deb�a llevar la batuta. El gobierno se dulcific� y se hizo m�s sabio, hasta el punto de que muchas ciudades se sometieron voluntariamente a Hermias. Su poder creci� y el S�trapa quiso ponerle freno. Comenzadas las hostilidades por los persas, no pudieron derrotar a los griegos del Asia en el campo de batalla. Pero por medio de enga�o y traici�n lograron los b�rbaros apoderarse de Hermias y crucificarlo[2]. Lo que importa ahora de este episodio es notar que Plat�n hab�a ido ya distinguiendo el saber contemplativo del saber propio de la acci�n pol�tica.

Pero es Arist�teles quien m�s claramente alcanza la distinci�n t�cnica en el libro VI de la �tica a Nic�maco (cap�tulo 7): la sof�a (o sabidur�a) no es fr�nesis (o prudencia) ni conocimiento pol�tico, porque la primera versa sobre los seres m�s altos o dignos y los segundos sobre el bien del hombre, y el hombre no es el ser m�s digno (sobre �l se encuentran los dioses). Tampoco la ciencia es fr�nesis. Como se dice en el libro I de la misma obra (cap�tulos 5 y 13), la vida contemplativa en general es distinta de la vida pr�ctica o las virtudes diano�ticas de las �ticas.

Todas estas distinciones antropol�gicas son las que nos permiten comprender cu�l es el lugar de la universidad en la vida social y la raz�n �ltima de la autonom�a universitaria. La Academia es la encarnaci�n en instituciones de la vida contemplativa racional (no tanto la m�stica[3]), de la sabidur�a y de las ciencias. Por ello es un error pretender que la Universidad pase a la acci�n directa. Ser�a desvirtuarla y, a la larga, destruirla. No tiene sentido que sea un partido pol�tico ni un grupo guerrillero, ni siquiera que sustituya a las escuelas primarias o secundarias. Tampoco tiene sentido que se someta a un partido o a un grupo gobernante. En su seno debe poder buscarse la verdad sin sujeciones a intereses de grupos particulares comprometidos en la praxis.

Venezuela pertenece a la tradici�n occidental y se ha beneficiado del bien de la Academia libre desde que se estructur� suficientemente, en el siglo XVIII. Nuestra universidad colonial era independiente del poder pol�tico. Y en ella hab�a mucha m�s libertad de c�tedra de la que se le suele atribuir, como dej� fuera de toda duda el estudio de Caracciolo Parra Le�n, en su obra Filosof�a universitaria venezolana: 1788-1821. Sin embargo, la Guerra de Independencia y la imitaci�n del modelo napole�nico puso en peligro la autonom�a universitaria. Guzm�n Blanco despoj� a las universidades de sus bienes rentales y las sujet� al presupuesto. Por este medio quiso domesticar a la Universidad entonces m�s conservadora, la de Los Andes. Y lo sigui� en su empe�o Joaqu�n Crespo. Pero tropezaron con una resistencia tenaz, en particular del Rector Heroico, Caracciolo Parra Olmedo, quien, con la colaboraci�n de un abnegado cuerpo de profesores, logr� no s�lo que la Universidad siguiera funcionando a pesar de la hostilidad del gobierno, sino que creciera en recursos t�cnicos (muy especialmente de la biblioteca y del observatorio astron�mico, fundado durante su gesti�n) y se consolidara[4].

En el resto de Hispanoam�rica se sinti� tambi�n la influencia napole�nica. Las universidades estaban despojadas de su autonom�a. En 1918, sin embargo, estall� en C�rdoba (Argentina) la famosa revoluci�n que la reconquist� para las universidades hispanoamericanas. Sus ecos alcanzaron a todo el continente. En Venezuela se dej� sentir sobre todo tras la ca�da de G�mez[5].

Pero la b�squeda libre de la verdad parece a los b�rbaros una p�rdida de recursos y de tiempo. Era la objeci�n que hac�a a S�crates el espantable sofista Calicles, seg�n el Gorgias de Plat�n: est� bien filosofar, dedicarse a la contemplaci�n, en la ni�ez y la juventud, pero en la plena madurez de la edad no es m�s que un desperdicio. La historia misma responde de modo contundente a la objeci�n: los pa�ses en los que se respeta la b�squeda de la verdad est�n m�s sanamente estructurados que aquellos en los que el activismo o la simple barbarie impide comprender la vida contemplativa. Pueden darse, sin embargo, dos respuestas de mayor calibre te�rico. La primera, es la que apunta Arist�teles en el libro I de su �tica a Nic�maco: las cosas m�s nobles no pueden ordenarse a las m�s bajas y, por ello, son in�tiles, porque son el fin al que se ordenan las otras. La segunda, que as� como son necesarios los jueces para que resuelvan desinteresadamente las controversias que suscitan las transacciones, tambi�n son necesarios los acad�micos, hombres que, con independencia de los intereses particulares de grupos econ�micos o pol�ticos, busquen caminos te�ricos, pr�cticos y t�cnicos por los que discurra la vida social. Hay un par de obras en las que puede palparse vivamente esto. El Regente Heredia de Mario Brice�o Iragorry, que narra la vida de un hombre justo y l�cido que vio, m�s all� de los odios de realistas y patriotas, lo que conven�a a la Am�rica espa�ola, pero no fue o�do porque la barbarie se apoder� de los esp�ritus hasta arrasarlo casi todo en Venezuela. Y las Tres versiones rivales de la �tica de Alasdair MacIntyre.

Tocamos aqu� un problema delicado. Cuando se estructura una sociedad, se establece un reparto de los bienes. Este reparto, como ense�aban los cl�sicos �Plat�n al inicio del libro IV de su Rep�blica, con la alegor�a de la estatua policromada; y Arist�teles en el libro V de la �tica a Nic�maco�, debe obedecer a una igualdad proporcional, si quiere ser justo o estar bien hecho y evitar los odios entre clases y las revoluciones. Pero en nuestro tiempo, y muy marcadamente en Venezuela, hay flujos de pensamiento y emoci�n �equivalentes a los partidos griegos antiguos, olig�rquico y democr�tico� que niegan que exista dicha exigencia. Los liberales sostienen que es el mercado el que debe hacer el reparto, como si las decisiones humanas no tuvieran nada que ver en �l o debieran ser excluidas (por un ejercicio asc�tico, curiosamente, de refrenamiento del gobierno). Seg�n ellos, no hay justicia distributiva. Mientras los demagogos, pseudomarxistas[6] o de otra �ndole, sostienen tambi�n (en su discurso, no en sus acciones, salvo en las dirigidas a despojar a otros) que no hay justicia distributiva, que cualquier proporci�n es un invento ideol�gico, que debe haber una igualdad total o aritm�tica.

En tal desorientaci�n doctrinaria, y en medio de un bullir de odios sociales, es dif�cil reconocer la medida conveniente. Es cierto que los acad�micos pueden lucir a un partido demag�gico como unos privilegiados. Y como unos par�sitos a un partido liberal. Lo primero porque se concentran en la Academia unos recursos intelectuales ingentes; y porque sus miembros viven de un sueldo que se paga a cambio de un trabajo puramente intelectual y que con frecuencia no est� al servicio directo de un fin pr�ctico. Lo segundo porque los liberales no pueden entender nada si no es bajo la forma de una mercanc�a en venta. Y como los verdaderos acad�micos saben que su trabajo nada tiene que ver con el comercio, chocan en sus enfoques o, al menos, en el contenido mismo de su actividad, con el modelo de vida de los liberales e, incluso, con sus intereses, en cuanto �stos se extienden a la manipulaci�n ideol�gica, por ejemplo. Pero tambi�n es cierto que los acad�micos son indispensables, como se ha dicho, para la vida sana de un pa�s; y que es de justicia atribuirles los bienes que requiere su trabajo (no sus caprichos). Entre dichos bienes est�n los recursos econ�micos necesarios, pero tambi�n la libertad frente a intereses particulares. Esta libertad, por cierto, incluye, como en todas las entidades asociativas o corporativas, la posibilidad de asociar como part�cipes de la vida propia, a quienes est�n capacitados para ella; en el caso de las universidades, asociar a los profesores y estudiantes a la vida y a la corporaci�n acad�mica, seg�n criterios acad�micos y libres[7].

Los abusos cometidos por los pseudo acad�micos, pero �sobre todo� la indefensi�n de los verdaderos acad�micos ante la fuerza de las pasiones desatadas y la desaparici�n de instancias imparciales de discusi�n racional, nos hace temer lo peor para la Academia en Venezuela. La masa popular est� ya ganada por un discurso demag�gico, aunque se noten ciertas resistencias d�biles que dejan un resto de esperanza. En tal clima, los razonamientos sutiles de los universitarios verdaderos pueden ser arrasados, para desgracia de todos. Y nadie entiende la importancia de los bienes que est�n en juego. Pero si hubiera una reacci�n olig�rquica, el futuro no ser�a mucho m�s prometedor. Tanto los ricos como los pobres est�n lanzados en un ambiente dogm�tico, en el sentido plat�nico: est�n sumidos en la d�xa, y no ven, en quien los contrar�e, por m�s raz�n que pueda tener, sino un miembro del partido contrario. En dicho contexto, los acad�micos, que piensan con libertad, que no se someten a los intereses de ninguno de los dos partidos, est�n a merced de la fuerza.

Los peligros que se ciernen sobre la Universidad son, pues, los siguientes:

           El m�s obvio de todos, ahora, es la sujeci�n al poder pol�tico. Para comprender su gravedad, es preciso hacer algunas consideraciones te�ricas e hist�ricas. Desde que en los mundos griego y hebreo surgieron las figuras del fil�sofo y el profeta, las comunidades que heredaron esa diferenciaci�n del campo social en dos dimensiones, la pol�tica y la espiritual, ya no pueden vivir sanamente[8] si un gobernante intenta encarnar la verdad que debe buscar o representar la Academia o el profeta. Menos si ese caudillo se considera un representante del pueblo. El pueblo no es la verdad. Pero el democratismo moderno ha hecho posible que se identifiquen voluntad general y verdad; y, tambi�n, que un caudillo pueda juzgarse la encarnaci�n de la voluntad general y, en consecuencia, el contralor de la verdad[9]. Hoy en d�a, pues, y entre nosotros, puede surgir una tiran�a totalitaria, que pretenda, entre otras cosas, controlar la Academia.

           La historia reciente pone ante nuestros ojos las terribles consecuencias de estas tiran�as. Hace poco, y ante acontecimientos ins�litos ocurridos en la Universidad Sim�n Bol�var, que son s�lo el preludio de lo que puede venir, el profesor Salvatore Giardina nos dec�a: �Me viene a la memoria el discurso pronunciado por Karl Jaspers en la apertura de las conferencias de profesores en Heidelberg en 1946, �El esp�ritu viviente de la Universidad�, publicado en la Revista de Occidente en 1953:

           [...] La historia de nuestro esp�ritu se desenvuelve en este momento como un jinete sobre las aguas del lago Constanza. No parece notarse el peligro, y cuando se piensa en �l se tiene que quedar aturdido. Pero lo que trae el futuro y de qu� manera la Universidad ha de ocupar el lugar de la verdad en �l, esto no puede preverlo ning�n programa ni hacerlo ninguna organizaci�n. Probablemente este futuro del ser humano ser� decidido por lo que hoy hacen los individuos en la soledad y el silencio. Lo �nico que hoy vemos es que suben las aguas en las que todo puede quedar anegado. La cat�strofe ven�a [antes del ascenso de los nazis al poder] de manera muy distinta de la que entonces fue predicha. En Alemania surgi� un partido que la condujo a su presente anonadamiento, que sobrepuja a todos los anteriores. Una irrupci�n pol�tica, en�rgicamente llevada y continuada por la embriaguez de la poblaci�n arruin� la Universidad. En lugar de un cuerpo aut�nomo qued� una escuela, que hab�a de obedecer a las �rdenes de Berl�n. Persistieron los puestos de Rector y Decano, pero estos cargos eran nombrados por los nacionalsocialistas. Destituciones, ascensos, cambios, produjeron un mont�n de ruinas, aparentemente ordenadas [...].

           Pero no se piense que el peligro se da s�lo en el nazismo. Existe en toda tiran�a totalitaria. Veamos algunos rasgos de la sovi�tica. En su seno, y sobre todo en la �poca de Stalin, pero no s�lo en ella, la intelligentsia baja ocup� el espacio cultural de la �lite, por la sencilla raz�n de que �sta no era controlable como aqu�lla: 

 

           A partir de 1928, el Comit� Central dirige las actividades intelectuales y art�sticas. [...] El escritor, el cient�fico, el artista, que no comparte con entusiamo la fe, si quiere sobrevivir, debe escribir para su caj�n.

Eso vale para los cient�ficos, los ingenieros y los t�cnicos, para los cuales se crea una instituci�n ad hoc, la sharashka: una c�rcel para esos especialistas, para que puedan servir al Estado con sus talentos. Es el primer c�rculo, descrito por Solzhenitsyn. Toda la ciencia cay� bajo el fuego de los nuevos inquisidores: �las ciencias filos�ficas, naturales y matem�ticas tienen el mismo car�cter pol�tico que las ciencias hist�ricas�, declar� la revista Marxismo y Ciencias Naturales [...] As� se instal� la autocracia ideol�gica del Vozhd [de Stalin...].

             La consecuencia de la revoluci�n cultural fue la desaparici�n de la b�squeda de la verdad. Una afirmaci�n se rechaza no en funci�n de criterios cient�ficos o filos�ficos, sino porque contradice la doctrina oficial. [...] La historia del lysenkismo es ejemplar. En 1932, la conferencia de gen�tica reunida en Leningrado orden� �poner de acuerdo la gen�tica y el materialismo dial�ctico�. Se trataba, como dijo Lysenko (un joven cient�fico sin talentos especiales, pero comunista), de repudiar a �los seudocient�ficos burgueses adeptos de Weismann, Mendel y Morgan�. En efecto, �si no se admite la transmisibilidad de los rasgos adquiridos, la teor�a materialista de la vida se vuelve impensable�. A la ciencia �clerical� occidental se opusieron los �xitos del botanista Michurin, creador de variedades bot�nicas insensibles al fr�o o a la sequ�a; pero nada garantizaba la constancia de las nuevas cualidades adquiridas. Lysenko, campe�n del �diamat� (materialismo dial�ctico), fue encargado de gobernar la gen�tica rusa. En 1939 una nueva conferencia decidi� sustituir la gen�tica �burguesa reaccionaria� con una �ciencia aut�nticamente sovi�tica�. En 1940, el gran cient�fico Nicolai Vavilov, quien se atrev�a a acusar a Lysenko de resucitar el oscurantismo medieval, fue arrestado y deportado. Todos los cient�ficos fueron �liquidados� y los lysenkistas se apoderaron de la Academia, de los laboratorios, de las revistas[10].

            Podr�amos extendernos m�s, viendo c�mo fueron golpeadas otras �reas del saber o de la cultura. Pero para el prop�sito actual basta con lo dicho.

            El otro peligro es m�s sutil, pero no menor. En S�crates puede apreciarse que la vida acad�mica no es pol�tica, pero tampoco es �privada�. Hoy en d�a, el mundo occidental corre el peligro de perder de vista cu�n importante fue en Europa el movimiento hist�rico que llev� a los hombres a independizarse de poderes privados, de se�ores feudales. Cada vez m�s, crecen y crecen dichos poderes bajo nueva forma, y exentos de verdadero control, y ante ellos las instituciones pol�ticas acaban siendo juguetes sometidos al lobbying. Las grandes corporaciones empresariales de todo tipo (sobre todo las de comunicaci�n), y los servicios de inteligencia, cada vez m�s controlan la vida de los pueblos, por encima o al margen de las instituciones representativas. Las universidades tambi�n est�n cada vez m�s sometidas a los intereses privados de las empresas que las financian. Veamos, sobre este punto, un resumen de un art�culo de The Telegraph (del 15 de febrero), que nos facilit� el profesor Vicente de Castro en la Universidad Sim�n Bol�var:

 

            Un sondeo de quinientos cient�ficos e ingenieros, hecho por un instituto de profesionales, demuestra que uno de cada tres investigadores est� dispuesto a ignorar las conclusiones de sus trabajos con tal de ganar el favor de los que financian su labor y poder obtener m�s fondos. El n�mero de cient�ficos dispuestos a comprometer la objetividad de sus datos ha aumentado desde el �ltimo sondeo de 1991, y Highfield [el autor del art�culo] opina que se debe al recorte de los fondos p�blicos destinados a la investigaci�n, que ha puesto a los centros de investigaci�n m�s a merced del sector comercial.

            El treinta por ciento de los cient�ficos consultados admite haber alterado sus conclusiones, por diversos motivos. Un diecisiete por ciento lo hizo porque se le pidi� para dar gusto a los que encargaron el trabajo. Un diez por ciento, para conseguir ulteriores contratos. Y un tres por ciento porque se le desaconsej� la publicaci�n de los resultados. El instituto que realiz� el sondeo hizo notar que la mitad de los cient�ficos est� buscando un nuevo empleo.

            Por otra parte, un cuarenta por ciento de los cient�ficos consultados opin� que la privatizaci�n del financiamiento hab�a hecho m�s dif�cil ofrecer un trabajo independiente que tomara en cuenta los intereses p�blicos. Aun en los centros p�blicos de investigaci�n, hoy en d�a, en el mundo de los anglosajones, son muchos los cient�ficos que dependen de los fondos privados.

            En todo caso, debe captarse la importancia que tiene el que haya una instancia de b�squeda de la verdad que no est� sometida a intereses particulares. Y, por tanto, que haya una institucionalidad acad�mica que cuente con financiamiento p�blico. Y esto no tiene por qu� ser un obst�culo para la autonom�a, como no lo es en el caso de los jueces, ni lo ha sido por siglos en Alemania, Italia o Espa�a recientemente; ni en toda Europa durante la Edad Media o en la Am�rica espa�ola durante la colonia, en las que la Iglesia ocupaba una posici�n p�blica.

 

            Ante la gravedad de los peligros actuales, y en el entendido de que los bienes en juego no dependen de una declaraci�n formal, debemos defender con toda nuestra fuerza dial�ctica y con nuestras escasas fuerzas f�sicas, la recta autonom�a de nuestras universidades. Poco importa si se incluyen en el art�culo 109 de la Constituci�n de 1999 como �universidades aut�nomas� o �experimentales�. Como dec�a el art�culo 50 de la Constituci�n de 1961, la enumeraci�n positiva de derechos no puede entenderse en menoscabo de otros derechos que sean inherentes a los sujetos sociales en la situaci�n hist�rica concreta en que se encuentren. No puede entenderse en menoscabo del Derecho natural[11], bien entendido.

 

  

 

 

� Carlos Casanova. 2.001. (Este material puede ser utilizado, citando a su autor, exclusivamente con fines heur�sticos, de ense�anza o discusi�n acad�mica)



[1] Cfr. VOEGELIN, Eric. Order and History. Louisiana State University Press, Baton Rouge y Londres, 1983. Volumen III, pp. 225-226. Seg�n este autor, aunque Plat�n alcanz� la diferenciaci�n entre Esp�ritu y Poder, quiso siempre mantener una vinculaci�n muy estrecha entre ambos.

[2] JAEGER, Werner. Arist�teles. Fondo de Cultura Econ�mica. M�xico, 1984, pp. 132-143.

[3] En Occidente hay otra corriente de influencias. El pueblo hebreo contuvo dentro de s�, en los tiempos del Antiguo Testamento, la figura de los profetas. Ellos, con independencia de los reyes y del poder pol�tico, se�alaban cu�l era la voluntad de Dios. Heredera de esta tradici�n es la Iglesia que, sin embargo, en varias �pocas ha tenido que asumir la educaci�n, tambi�n racional, de diversas sociedades.

[4] Cfr. CHALBAUD CARDONA, Eloy. El Rector Heroico. ULA. Publicaciones del Rectorado. M�rida, 1965. En particular, pp. 271-283.

[5] Esta Reforma tuvo efectos muy beneficiosos tambi�n para la Universidad Sim�n Bol�var, como para toda la academia venezolana. Sus caracteres m�s relevantes fueron la insurgencia contra la direcci�n gubernamental o eclesi�stica de las universidades; contra la estrechez de sus fines , que hab�an llegado a limitarse la sola formaci�n de profesionales; y contra una estructura demasiado jerarquizada. En este �ltimo punto, el balance de la Reforma es ambiguo. Sin duda, se produjo con frecuencia una excesiva democratizaci�n de las universidades, que puso en manos de estudiantes irresponsables la misma disciplina acad�mica (Cfr., por ejemplo, La reforma universitaria de C�rdoba, de Carlos T�nnermann Bernheim. FEDES. Colecci�n Universidad y Post-Secundaria. Caracas, 1983, pp. 75 y ss.). Pero esto no quiere decir que, aun en este aspecto, fuera errado todo lo que anhelaron los estudiantes argentinos. Es cierto que las universidades son entes corporativos y en ellos debe tener un papel decisivo todo miembro acad�mico. Deben ponerse, sin embargo, cortapisas que aseguren el predominio del saber (no de privilegios absurdos) dentro de la instituci�n No es igual un estudiante universitario del Medioevo, que era un cl�rigo y que iba a dedicar su vida a la instituci�n, que un estudiante de una profesi�n en nuestro tiempo, que est� de paso por la Universidad. Parece una soluci�n m�s o menos acertada la de nuestra Ley de Universidades (art�culo 30), que pondera en un 25% el peso de la votaci�n estudiantil total, en el caso de las decisiones que son tomadas en Asamblea.

[6] El marxismo fue pensado para un contexto socio-pol�tico-econ�mico distinto del nuestro.

[7] Por supuesto que esto no excluye el anhelo de la accesibilidad universal a la educaci�n, que fue tambi�n una de las preocupaciones de C�rdoba. No debe haber discriminaciones de raza ni de condici�n social o econ�mica, ni de ning�n tipo. Pero no es una discriminaci�n el excluir a quienes, por la causa que sea, no tengan la preparaci�n acad�mica para enfrentar las exigencias de la Universidad. Y la educaci�n gratuita es uno de los mecanismos dirigidos a lograr la accesibilidad universal, pero no el �nico, ni indispensable.

[8]Como pudieron hacerlo, por ejemplo, las tribus caribes, donde la dimensi�n contemplativa no se hab�a desgajado tan claramente de la pol�tica.

[9] Esto no ocurre en una tribu: en ella el cosmos es tan obviamente un obst�culo para la voluntad del cacique que no hay peligro de totalitarismo. En realidad, el totalitarismo es un fen�meno reciente, del siglo XVIII. Nace con Helvecio y Bentham, seg�n quienes, por una parte, el pueblo no tiene en su alma un �rgano con el que alcanzar la verdad o el orden, pues seg�n la antropolog�a de ambos el hombre s�lo puede buscar el bienestar, que consiste en la posesi�n de placeres f�sicos y la ausencia de dolores. Pero, por otra parte, el Analista es el �nico que puede dictar el orden a ese material moralmente neutro que son los otros hombres. Cfr. VOEGELIN, Eric. From Enlightenment to Revolution. Duke University Press. Durham, Carolina del Norte, 1975, pp. 56-73. N�tese que Plat�n est� muy lejos de estos fil�sofos ilustrados por dos razones: la primera, porque �l piensa que todos los hombres tienen no�s, un centro de orden en el alma que los hace susceptibles de la persuasi�n. La segunda, que la verdad reside en unas esencias eternas que el hombre, tambi�n el gobernante, debe contemplar y a las que debe sujetarse. Pero ahora no conviene extenderse m�s en este punto.

[10] MEYER, Jean. �De Rusia y sus imperios�, p.16. Extractos del libro publicados en La Gaceta del Fondo de Cultura Econ�mica. M�xico, marzo de 2.000, No. 351, pp. 15-24.

[11] El Derecho natural, seg�n Arist�teles en el libro V de su �tica a Nic�maco (cap�tulo 7), es algo variable, igual que todos los asuntos humanos, pero no sometido al arbitrio del legislador.

          

INVITADOS
 
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