Comenzamos proponiendo una definición
de lo que es la Ética. La misma nos permitirá entender lo
que es una educación en valores.
Así pues, ¿qué
es la Ética?. Siguiendo a
Fernando Savater, diremos que la Ética es "el arte
de dar algún sentido racional a la libertad". Es decir
es el arte de poder manejar, orientar y justificar, de modo racional,
el uso que le damos los seres humanos a nuestra libertad.
Esto nos lleva a interrogarnos.
¿Qué es la libertad?.
Primero que nada, digamos que no hay algo así como una libertad
estrictamente individualizada, unívoca, en permanente estado de
pureza. Una libertad tal no existe, nunca se ha dado. Al contrario, la
libertad siempre es una libertad compartida. En otras palabras, de afirmarse
mi libertad, siempre lo será frente a un otro que igualmente pone
en práctica su libertad.
Hecha esta aclaratoria definámosla: la libertad es aquella condición
que permite a los hombres escoger entre varias alternativas frente a determinados
problemas y lo hace porque así lo desea.
Por lo tanto, si la ética consiste en dar sentido racional a la
libertad, entonces de lo que se trata es de racionalizar una emoción,
una condición subjetiva, a través de lo ético.
Admito lo insostenible de un argumento tal. ¿Cómo es eso
de darle sentido, esto es, de ordenar a través de la razón,
esto es: mediante un discurso reflexivo, sistemático, algo sobre
lo cual no puede haber un criterio seguro, consistente, objetivo, sino
que depende del estado de ánimo, de un deseo, o de un querer?
En la actual reflexión filosófica hay un término
que puede servirnos para entender lo que estamos afirmando. Me refiero
a la noción de "racionalidad sintiente", con el
cual, se pretende superar el tradicional distingo entre razón y
pasión, entre razón pura y razón práctica
(Kant, dixit). Se trata, por ende de un tratamiento racional de la subjetividad
valorativa humana. Plantearse lo contrario, que lo emocional funde lo
racional, sería problemático; a lo sumo conduciría
-de hecho- a situaciones signadas por la irracionalidad humana.
En todo caso, sostenemos lo siguiente: una de las instancias más
expeditas en donde puede ser canalizada esa tendencia racionalizadora
de la afectividad, la encontraremos en la educación formal.
¿Qué ha de entenderse, pues,
por la educación en valores?.
Si la raíz de la Ética es lo que los hombres queremos, en
consecuencia, esa libertad de escogencia, puede ser ejercitada en condiciones
educacionales óptimas, sea en la familia, en la calle, o en la
escuela. Para ello, se necesita que cada uno de esos contextos posean
tanto una escala de valores propia, como una forma educacional explícita
por medio de la cual pueda transmitirlos.
En consecuencia, una educación en valores consiste en aprender
cómo debemos emplear la libertad que tenemos. La educación
ética es, pues, educar para el buen uso de nuestra libertad.
Ahora bien,
¿para qué deber ser educada nuestra
libertad?.
Para que el educando adquiera el conocimiento necesario de lo que debe
hacer con su propio comportamiento, sin que el bien-estar de los demás
se vea perjudicado.
Un alumno con conciencia crítica y con una educación moral
orientadora, podrá mantener una actitud reflexiva frente a la escala
de valores vigente en una sociedad y, además, deberá saber
qué debe hacer, porqué debe hacerlo, y qué opción
valorativa ha de escoger sin que la opción de los demás
se vea afectada.
En todo esto, ¿Cuál es el papel del
docente?. Su papel dependerá
dela manera como ponga en práctica su moralidad en el proceso mismo
de enseñanza-aprendizaje. Por ende, su moralidad (así como
su esteticidad) se reflejará -en el proceso educacional- a través
de dos sistemas valorativos:
A. Por medio de los valores que rigen la sociedad en la que se desenvuelve
y actúa.
B. A través de los valores asumidos como propios, según
su escala jerárquica. El docente decanta éticamente los
valores sociales, reduciéndolos a sus intereses individuales y
educacionales.
Esa misma moralidad se expresa en tres espacios diferentes, en los cuales
se promueve, se inculca, un conjunto particular de valores, a saber:
1. Espacio de la punitividad. Es el ámbito de la dirección
coercitiva, del autoritarismo, de la obligación y el castigo, así
como dela gratificación interesada. Corresponde a lo que Arnaldo
Esté ha denominado el "aula punitiva". Aquí el
alumno cumple los deberes por temor a sanción, o por búsqueda
de gratificación. Los valores morales como los de participación,
respeto, responsabilidad, se promueven como subordinación y
acatamiento.
2. Espacio del "dejar hacer". Es el ámbito de la permisividad.
No hay autoridad, no existen normas, reglas. Se caracteriza por un "vacío
de contenido moral", pasividad, indiferencia, individualismo, nihilismo,
anomia.
3. Espacio de la orientación y el diálogo. Es el ámbito
de la autoridad compartida. Se respeta la individualidad compartida. Se
respeta la individualidad respetándose las posiciones contrarias.
Se hace uso de una relación dialógica, consensual, en búsqueda
de unos criterios morales y estéticos mínimos. Todo ello
se expresa en la repartición de tareas y de actividades. El docente
debe establecer un vínculo respetuoso y orientador con el alumno.
Merced a su figura modélica el docente se convierte consciente
o inconscientemente, en agente axiológico. Por su actitud, su conducta
frente al alumno, manifiesta -mental y corpóreamente- determinados
valores morales y estéticos. No con ello se está afirmando
que debido a su actuación deshonesta, por ejemplo, el alumno ha
de serlo de manera inmediata. Lo que se argumenta es que si su comportamiento
y trato con el alumno está mediado por ese contravalor, en consecuencia,
el educando bien puede asumirlo como un valor normal, aceptado consensualmente
y, como tal, podrá ponerlo en práctica en circunstancias
determinadas.
Como puede inferirse, la función docente no es nada fácil.
Exige mucha responsabilidad en la manera como se asumen las acciones,
así como suficiente alcance en el uso dispensado a la razón.
No es fácil puesto que es asunto de humanos. Y como no hay nada
más ambiguo que un ser humano, su educación estará
supeditada tanto a interpretaciones racionales de diverso cuño,
como a múltiples intereses emotivo-valorativos. Lo contrario, significaría
aceptar sin más la posibilidad de un hombre único, unidimensional,
y, por ello, educable de una manera igualmente única, condensada.
Algo, que a mi modo de ver, es totalmente inaceptable.