“La Revolución que nadie soñó:

o la otra Postmodernidad”

de Fernando Mires

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Juan Antonio Rodríguez-Barroso

Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Instituto Pedagógico de Barquisimeto
"Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa"

            

 

INTRODUCCIÓN

 

            El presente ensayo constituye un análisis hermenéutico (interpretativo) del capítulo primero del libro “La Revolución que nadie soñó o la otra Postmodernidad” (1996) del autor español Fernando Mires. Este capítulo se refiere, específicamente, al impacto a su vez, de la revolución microelectrónica y su impacto en el mundo actual, en particular en el rediseño de las relaciones sociales de producción en la sociedad actual, en todos sus ámbitos, laboral, social, cultural e inclusive recreativo.

             El autor llega a proponer, siguiendo el paradigma marxista, un nuevo “modo de producción” , cuya fuerza productiva estaría integrada por la microelectrónica, que desde la Segunda Guerra Mundial se ha convertido en principal elemento catalizador de la sociedad actual. Desde luego la electrónica y el consecuente desarrollo de la Informática han tenido consecuencias en todos los aspectos de la vida, como se mencionó antes.

            El objetivo de este ensayo será pues, interpretar e analizar su impacto y los problemas que dicha revolución produce en la Educación, y en particular en el proceso de enseñanza y aprendizaje y  en la producción de materiales y recursos instruccionales en el contexto de los avances científicos y tecnológicos de nuestra época, o al menos intentar hacerlo desde nuestra óptica de lectores y participantes, porque realmente las tesis de Mires son bastante audaces y apasionantes en su concepción.

La Revolución Microelectrónica

 

           Comienza Fernando Mires por introducir el término de “Revolución”, como no sólo en su tradicional significado histórico de proceso radical de cambios en el orden político y social sino también en un orden de ideas más cualitativo. Es por ello que Mires se pregunta que significado hubiera tenido para un campesino inglés del Siglo XVII el término “Revolución Industrial” si un  imaginario encuestador se lo hubiese preguntado. Para el autor, más o menos la misma extrañeza pudiera causar en el espíritu del hombre de hoy, si se le preguntara a su vez por el significado de la “revolución microelectrónica”.

           A partir de este hecho, el autor desarrolla la idea de que hoy estamos viviendo una de las más importantes revoluciones históricas de la Humanidad: la revolución microelectrónica. Desde luego, sostiene el autor, no estamos tan conscientes de su importancia en razón de que es precisamente el momento actual el tiempo de ejecución de dicha revolución: los historiadores del futuro, a juicio de Mires serán los que le asignen fechas, momentos, etapas y personajes a la interpretación histórica de dicha revolución.

           No obstante, existen antecedentes –sostiene el autor- como el caso del escritor y metodólogo italiano Umberto Eco, quien en su obra “Nueva Edad Media” de 1973 se refería a los efectos que la “desindustrialización”, es decir, el desmontaje del orden industrial moderno que ya en los setenta se advertía en Europa, Japón y parte de los EE.UU. traería como consecuencia una especie de regreso a la Edad Media, con imágenes de migraciones externas e internas de los países del llamado Tercer Mundo a los del Norte postindustrial, cuyas más significativas imágenes serían las guerras callejeras en ciudades como Los Ángeles, Chicago, Berlín, Hamburgo, París, Milán, Génova o la misma Caracas.

           Otro autor que yo añadiría –también de esa misma época- es el norteamericano Alvin Toffler, quien en su libro “El Shock del Futuro” (1969) advertía de los cambios tecnológicos y científicos que ya estaban dando para la década de lo sesenta y setenta y cómo eso afectaba las relaciones laborales del individuo, así como su percepción de la sociedad y del mundo.

            Estas ideas de Toffler fueron posteriormente ampliadas en el su más famosa aún obra “La tercera Ola” (“The third wave”) publicada en 1981 y que se convertiría en un éxito mundial de ventas. En esta obra, Toffler prácticamente “profetizó” los cambios que hoy en día son comunes para nosotros: Internet, las microcomputadores, la televisión por cable, el trabajo independiente desde la casa, la biotecnología (incluyendo la clonación y la eugenesia) entre otras proyecciones de lo que a su juicio sería la sociedad capitalista postindustrial del siglo XXI.

           Un filósofo francés, Paul Virilio (1994) parafraseando a Nietzche sostenía la tesis de la “muerte del individuo”. Según Virilio, la microelectrónica acelera la “modernización” vaticinada por Charlie Chaplin en la película “Tiempos modernos” (1927). Las nuevas máquinas proceden del ámbito militar, consumando un proceso de “colonización” social que llega finalmente hasta ocupar el alma de cada individuo. Así, por ejemplo, el propio cuerpo humano es hoy en día un campo de experimentación en el que científicos injertan órganos artificiales producidos, casi íntegramente con componentes microelectrónicos. Por esta vía, afirma Virilio, pronto seremos robots o androides.

           Otro autor citado por Mires es el alemán Hans Immler (1993) quien afirma que los medios de producción han sido desarrollados a tal extremo que han llevado a la especie humana al borde del auto-exterminio. No obstante este ecólogo alemán piensa que todavía existe oportunidad para la humanidad gracias a la posibilidad de que el hombre establezca una relación con la naturaleza que no sea caracterizada exclusivamente por el dominio de la misma. Para ello, Immler cree que se debe romper con la lógica del modo industrial de producción.

           Todos estos autores son mencionados por Fernando Mires con el objetivo de plantear las dimensiones o ramificaciones que la revolución microelectrónica le plantea a la humanidad. El autor advierte que la revolución microelectrónica “no es más que un simple modo de expresión de una revolución general que se desenvuelve social, política, ecológica, sexual y espiritualmente, así como en otras dimensiones a donde no alcanza el limitado conocimiento del autor de estas líneas...”(p.15).

            

El colapso de la modernización.

 

            Fernando Mires sostiene que el llamado “colapso” de los países socialistas del Este europeo y de la ex URRS fue consecuencia de uno de los aspectos más importantes de la tercera revolución industrial: la microelectrónica. En efecto, Mires afirma que todos estos países siguieron un modelo de desarrollo que no era más que la continuación del modelo de la Revolución Industrial, iniciado en Inglaterra, Alemania y Francia, entre los siglos XVII y XIX, con todos sus virtudes y defectos, en particular el énfasis dado a la industria pesada.

             En este sentido el autor sostiene que Stalin y el estalinismo posterior a él mismo fue una de las expresiones más fanáticas del industrialismo moderno. Estructurada así la economía soviética en torno a los moldes más estrictos de la industria pesada, no podría, eventualmente ser competitiva con la economía capitalista de otros países no centrada en un vasto aparato burocrático de toma decisiones dirigido por la nomenclatura soviética.

            Para el autor, era lógico pues que se produjera un desfase en el desmontaje de las estructuras industrialistas obsoletas de la ex U.R.S.S que conllevaron por extensión a un desmontaje del propio Estado soviético amarrado a aquélla. Los cambios que se dieron a partir de 1989 serían así, como la crisis tardía del modelo industrialista moderno, a la cual Kurz (1991) denomina “colapso de la modernización” y que se entiende como el declive de una forma de industrialización frente al avance de otra: la microelectrónica.

 

El Modo Microelectrónico de Producción

 

            Esta es la tesis central del libro de Mires. Para él la microelectrónica simboliza mejor que otras tecnologías el contexto cultural de nuestro tiempo. Afirma el autor que “la terminología científica del presente, se ha llenado de signos que provienen del saber microlectrónico; muchas de nuestras estructuras mentales imitan programas computacionales, de la misma manera que éstos imitaron a lo mentales”

            Así, la microelectrónica deja de ser simplemente un grupo de máquinas y se transforma en la actualidad en todo un modo de observar y de vivir la realidad de la misma manera que la máquina de vapor no sólo surgió de un contexto social, sino que además ayudó a configurar ese contexto, disciplinando los cuerpos y las mentes al ritmo de sus ensordecedores movimientos.

            Según Mires, el modo de producción maquinal” caracterizado por la hegemonía de la gran industria no ha desaparecido del todo y seguirá coexistiendo durante muchos años todavía con el microlectrónico, que lo irán penetrando en sus sistemas de producción y de trabajo.

            Finalmente el autor define el concepto de modo de producción microelectrónico:

 

“Entiendo por modo de producción microelectrónico un orden basado en un conjunto tecnológico específico que impone su lógica y sus ritmos al contexto social de donde se originó, que organiza y regula relaciones de producción y de trabajo, pautas de consumo., e incluso el estilo cultural predominante de vida...” (p.17)

 

            Según el autor una de las cartas de identidad de la posmodernidad se da en la coexistencia y contradicción de dos modos de producción mencionados: el maquinal y el microelectrónico. La forma en que se resuelvan los elementos contradictorios que se dan entre ellos definirán la sociedad futura.

 

La Competencia a Muerte

             

               Después del fin de la guerra fría, la lógica de la producción se trasladó del terreno militar al terreno económico, perfilándose así tres grandes bloques hegemónicos que competirán entre sí por alcanzar la supremacía económica global:

              EE.UU, Japón (este país como vanguardia de la microelectrónica) y Alemania. La guerra política sería así sustituida por la guerra económica, en la cual todos los esfuerzos de los contrincantes deberán ser puestos al servicio de la misma, caracterizada por la conquista y predominio en los mercados de la electrónica, las comunicaciones y la información. 

Según Mires, esto llevaría –al igual que ocurrió con la Revolución Industrial- a millones de personas al desempleo, convirtiéndose la práctica económica en un asunto de seguridad nacional, adornada con un discurso de índole neo-darwinista mediante el cual las “víctimas” de esta guerra económica serán aquellas que no puedan adaptarse a este proceso de selección natural de cambio y adaptación a el modo de producción microelectrónico. 

            Este modo de producción microelectrónico, sostiene Mires, en lugar de contribuir a eliminar las relaciones competitivas que prevalecían en el período maquinal las conducirá al extremo. Sin embargo, el autor cita a Paul Krugman, Premio Nobel de Economía y Profesor del M.I.T. (Massachussets Institute of Technology) que critica este planteamiento diciendo que “la concepción de que la riqueza de un país depende predominantemente de su éxito en el mercado mundial es solamente una suposición y, empíricamente, es dicha suposición decididamente falsa. En otras palabras: no es cierto que las naciones hegemónicas del mundo compitan de una manera considerable las unas con las otras o que sus principales problemas económicos se basen en que no puedan medir sus fuerzas en el mercado mundial” (Krugman citado por Mires, Pág.20).

            En este sentido, la lección que dejó la desaparición de la URSS fue que la economía no es sólo el crecimiento de lo supuestamente económico sino además de un complejo de relaciones interactivas, algunas de la cuales no son consideradas como económicas por los economistas tradicionales. El objetivo de lo económico, más que el crecimiento o desarrollo de elementos aislados de ese complejo, reside en lograr una relación lo más armónica posible entre los elementos que lo constituyen.

Aquí pasa Mires a desarrollar un punto más cercano a nuestra realidad latinoamericana: que la meta de “alcanzar” un desarrollo modernista a cualquier precio demostró su altísimo costo social en los llamados “países subdesarrollados”.  

           Casi todos ellos –incluyendo Venezuela- hipotecaron su futuro a través de deudas cuyos simples intereses no podrán nunca pagar, y con ello el objetivo de alcanzar la tan ansiada industrialización, que cuando fue alcanzada, destruyó las economías tradicionales si n sustituirlas por otras. En este sentido, sostiene el autor, la crítica a la deuda externa no puede realizarse sin una crítica a los proyectos de industrialización megalómanos que hicieron posible dicha deuda externa.

            El paso del modo de producción maquinal al modo de producción microelectrónico produce pues, vencedores pero también vencidos.

 

Aprendiendo de la Historia

 

            Mires comienza esta parte sosteniendo que el modo de producción microelectrónico no sólo es una fase nueva del anterior, el modo maquinal, sino que es la consecuencia de éste. Dice el autor que las rupturas definitivas no se dan en la realidad con la misma radicalidad que en los libros de historia. A pesar de que la revolución industrial comenzó por Inglaterra y Francia en los siglos XVII y XVIII, por efectos de la expansión europea llegó hasta Asia, América y Oceanía. En esos continentes adoptó formas políticas impregnadas  de los sistemas económicos locales; es decir, en donde habían feudalismo o restos del mismos, no sustituyó completamente, sino que  coexistió con restos o vestigios del modo de producción anterior. En este sentido, el autor plantea que no existe una superestructura política específica al modo de producción propuesto, el modo de producción microelectrónico, al igual que no existe ninguna determinación absoluta en las formas como ha de imponerse un determinado modo de producción, ni siquiera bajo el argumento de la “necesidad histórica”. En este sentido, la idea de que el proceso de industrialización corresponde a un juego planeado por sus actores, tiene importancia hoy, cuando los economistas proponen que los procesos de transformación económica deben realizarse sin intervención política alguna. Es el llamado “neoliberalismo” que tanta influencia tuvo en las décadas de los ochenta en EE.UU, Inglaterra y Chile. Mires sostiene que, si dicha concepción hubiera estado presente en el siglo XVII y XVIII, la Revolución Industrial probablemente no hubiera podido ser posible.

 

Un sueño que puede ser una pesadilla

 

            Para el autor, decir que la economía es política significa también decir que la política es economía o, lo que es parecido, que su práctica no sólo produce hechos sino que además debe actuar sobre hechos dados. Cada innovación, incluyendo las tecnológicas, produce nuevos intereses y, por lo mismo, nuevos conflictos sociales y desórdenes.

            El desfase cultural que se da en los momentos de transición de un modo de producción a otro  produce que, como producto de la revolución tecnológica de nuestro tiempo, y del desproporcionado aumento de productividad que ésta trajo consigo, tiene lugar una hegemonía del así llamado “trabajo muerto” (o no reconvertible en materia) cuya simple expresión es la acumulación de dinero, sobre el “trabajo vivo” (representado por el trabajador). Para el autor, la gran tarea entonces consiste en, por un lado, en aumentar la cantidad de “trabajo vivo” abriendo fuentes de trabajo hasta ahora desconocidas y, por el otro, hacer revivir el ”capital muerto” en procesos productivos que estén en condiciones de absorberlos. Así, lo más probable es que, en el actual período de incertidumbres posmodernista se abran alternativas impensadas que dependerán de las correlaciones de fuerza que se den en el transcurso de la historia, del modo de producción microlectrónico.

 

Un “Corte civilizatorio”

 

            Para Mires, el fin de la sociedad del trabajo no quiere decir, obviamente, que en la sociedad microelectrónica no se trabaja, o se trabaja poco, como ha sido mal interpretado. Según Mires, de hecho es probable que se trabaje mucho más que en la sociedad industrial. Al disminuir el número de asalariados legales, ejércitos de seres humanos son arrojados hacia un ámbito desconocido, y por tanto pierden su principal medio de socialización, lo que se traduce a su vez en una disociación de estructuras primarias que estaban vinculadas directamente con la actividad salarial, como la familia y en la disociación psíquica y espiritual de sus integrantes.  

            Sin embargo, el autor sostiene que con el declive del tipo descrito de trabajo no se pierde ninguna condición antropológica. Durante siglos, la humanidad ha vivido sin trabajo asalariado o legalmente contratado. Este tipo de trabajo es inherente a una época, la de la modernidad industrial. Si la modernidad industrial declina, no es pues, de asombrarse de que las relaciones sociales que le eran propias pierdan también significación. Por esa razón –sostiene Mires- es necesario pensar acerca de las condiciones que hicieron posible este tipo de trabajo, lo que a su vez es necesario para pensar en las condiciones sobre las cuales puede surgir un estilo de trabajo que será prioritario en le contexto determinado por la revolución microelectrónica.

            Así, el declive de este tipo de trabajo no debe ser visto y vivido como una tragedia sino como una “oportunidad”, esto es, como la posibilidad para recuperar la libertad perdida frente a la imposición del maquinismo. Según Gorz (1989) citado por el autor no fue el maquinismo el productor del trabajo maquinal, sino que éste último precedió a la era industrial, y en cierto modo la posibilitó. 

            Esas son las reflexiones que le surgen al autor de la relectura del clásico de Max Weber “La ética protestante y el “espíritu” del capitalismo”. Si el trabajo en su forma actual es consecuencia del capitalismo, el “corte” de nuestra época debe tener un carácter predominantemente socioeconómico. Si en cambio es verdad la tesis de Weber en torno a que el “espíritu” del trabajo capitalista precede al propio capitalismo, quiere decir que el “corte” debe tener un sentido cultural e inclusive civilizatorio.

 

El impacto de la revolución microelectrónica:

Los avances tecnológicos, la informática y los nuevos

problemas en el proceso de enseñanza y aprendizaje.

 

            En la línea del análisis del autor sobre la revolución microelectrónica, nos propondremos especular un poco sobre como el modo de producción microelectrónico se expresa en un ámbito que el propio Mires no trabaja en su obra: la Educación.

            Desde este punto de vista, parece innecesario decir que la revolución microelectrónica ha abarcado diferentes ámbitos de la superestructura cultural humana, como los medios de comunicación (sobre todo el Internet y la T.V. por cable), la telefonía celular, los satélites, etc. Lo que sí nos importa a nosotros es relacionar un poco el impacto de esta revolución microelectrónica con la Educación.

            En cierto sentido, el modo de producción microelectrónico ha puesto en una grave crisis a la tradicional figura del profesor o maestro como fuente confiable y actualizada del saber, en los diferentes dimensiones del conocimiento humano. El desarrollo de las computadoras personales a principios de los años 80 por Steve Jobs y Steven Wozniack para introducir el primer modelo Apple de microcomputadoras personales –y que tuvo un enorme éxito en el mercado- obligó al gigante de la computación I.B.M. a prestar atención a este mercado de la computación personal –no corporativa- y en consecuencia a desarrollar un sistema operativo que pudiese competir con el de su joven e intrusa rival. Fue así como IBM creó el sistema DOS, como  plataforma tecnológica de hardware que permitiera adaptar al mismo lenguajes de programación y de bases de datos, que no fueran entendidos exclusivamente por especialistas y que además fueran de fácil acceso a la gente común.

              Fue en este contexto que un joven estudiante de Harvard llamado William “Bill” Gates, creó, junto con un amigo y colega la empresa “Microsoft”, que como su nombre lo indica, se dedicaría a satisfacer las necesidades de software o programas de computación para el nuevo concepto de microcomputadoras que estaba haciendo furor en el mercado. Fue así como nació el programa “Windows” ó “Ventanas”, que facilitaba el trabajo con programas diferentes entre sí, como los procesadores de palabras, las hojas de cálculo y los paquetes gráficos.

            Este concepto revolucionó la industria y la transformó; ya el objetivo o “target” de mercado de los grandes fabricantes de computadoras y programas no era solamente las grandes empresas y corporaciones. Ahora el énfasis era puesto en el consumidor como el principal cliente de las nuevas aplicaciones. 

            Paralelamente a esto, la revolución microelectrónica en el interior de las máquinas condujo al desarrollo de los micro-procesadores de silicio que sustituyeron a los transistores, con prestaciones cien, mil y hasta diez mil veces más rápidas y de mayor almacenamiento que éstos. Esto hizo que se pudiera incrementar la capacidad de la “memoria” del computador (disco duro) hasta en miles de megabytes (es decir gigabytes) o inclusive en millones de bytes (terabytes). Hoy en día una computadora cualquiera de escritorio tiene mayor capacidad de memoria, velocidad de procesamiento y capacidad de aplicaciones que un sistema corporativo de 1970.

            Esto tuvo un enorme impacto en todos los aspectos de la vida desde el campo militar hasta el financiero, desde los transportes y las comunicaciones hasta la Educación. En este último aspecto de la vida, la revolución microelectrónica y su consiguiente “softwarización” trajo consigo la capacidad de diseñar y crear programas educativos e instrucciónales en casi todas los programas y asignaturas educativas. El desarrollo del CD primero y el CD-ROM después que tienen la capacidad de almacenar en un pequeño disco millones de informaciones, hizo posible la transcripción completa de enciclopedias y libros de textos a un nuevo formato que permite algo que no permitía el formato impreso anterior: la interactividad.

            Esto se complementa muy bien, a su vez, con el desarrollo de los medios de exposición como los Data-Show que permiten utilizar todas las potencialidades de los programas informáticos, preparando presentaciones para todos los públicos mediante programas tipo Power-Point y similares que le permiten al orador, conferencista y educador una mejor calidad didáctica de los contenidos que desarrolle.

            Ahora bien, los apologistas de la revolución microelectrónica llegan hasta el extrema de afirmar que la creciente interactividad tornará en inútil al docente, por cuento el alumno o estudiante, lo único que deberá necesitar para educarse será una buena computadora personal y paquetes educacionales con los diferentes tópicos o asignaturas que se requieran, desde Matemáticas hasta Historia, sin dejar de mencionar el Arte, la Literatura, la Música y en general todas las manifestaciones culturales del espíritu humano.

            Sin embargo, y siguiendo la línea de análisis de Fernando Mires, el salto tecnológico no produce fácilmente un correspondiente salto cualitativo en la satisfacción de las necesidades humanas y personales. La Educación es un proceso muy complejo de socialización y transmisión intergeneracional de pautas humanas que, desde luego, no se pueden desarrollar electrónicamente por sus propias características de falibilidad y fragilidad que caracterizan al ser humano. En otras palabras, el hecho de que se pueda leer un libro en una pantalla de computadora como ésta en la que estoy realizando en este momento el presente ensayo, no significa excluir el propio acto de “leer” o de lectura de la información que aparece en la misma. Debe leerla con los ojos y procesarla en el cerebro en la misma forma en que si estuviera cómodamente acostada en la cama y leyendo un libro. Es más cómodo para mí la segunda opción, además del hecho de que no me afecta tanto la vista como si estuviera trabajando por horas al frente de una pantalla.

            Por otra parte, la evolución microelectrónica si bien facilita el uso de recursos instruccionales también, por las mismas razones puede ser un obstáculo para la consecución de objetivos educativos, como lo comprueba las legiones de niños absortos como autómatas jugando “Nintendo” por horas frente a una pantalla de televisión o gastando el dinero que sus padres le dan para la merienda en locales especializados en la oferta de estos tipos de diversión, recreativos muy dudosamente y no educativos en lo absoluto. Todos sabemos que las pautas de violencia explícita que tienen estos programas moldean parámetros de agresividad conductual que explican –en sociedades expuestas a ellos- actos tan bárbaros como la matanza indiscriminada de alumnos y profesores por sus propios compañeros de clases, quienes armados hasta los dientes, intentan, en la realidad alcanzar los pseudoplaceres que alcanzan en la virtualidad, aunque ello los lleve al asesinato.

            En este sentido, quizás los costos del modo de producción microlectrónico que propone Mires son tan altos, en un sentido humano, como los obreros desplazados por las máquinas en la Revolución Industrial y en la construcción de la Sociedad Moderna.

Conclusiones

 

             El “modo de producción microelectrónico” a pesar de la originalidad del planteamiento por parte del autor, no satisface, de acuerdo a lo leído, los requerimientos que la categoría “modo de producción” encierra.

            Para Carlos Marx, el modo de producción incluye el ámbito del análisis de la interrelación de las fuerzas productivas con los instrumentos de trabajo  y del conjunto de éstos a su vez dentro de complejas relaciones sociales de producción que abarcan aspectos de la superestructura, como el derecho, la cultura y la ideología humana.

            En este sentido, todavía sería muy prematuro, a mi modesto entender, calificar de “microelectrónica” la etapa histórica que vivimos por más importante que la microelectrónica sea en este contexto. Creo que es más importante el análisis de que cómo la globalización financiera y tecnológica afecta a las sociedades humanas en todos sus aspectos, incluyendo los culturales, recreativos y ecológicos que la discusión de darle un nombre determinado a uno de dichos aspectos, pero no el más importante del panorama social y humano actual.

            Finalmente considero que los beneficios de los avances tecnológicos en el campo educativo tienen el mismo valor que han tenido a lo largo de la historia humana: el de servir de medios para intentar educar mejor, pero no el de convertirse en fines por sí mismos. Pensar de otra manera implicaría un grado consciente de alineación, en el cual el sujeto se divorcia completamente de la realidad que lo rodea y se convierte él mismo, en parte integrante del proceso capitalista de producción.

 


Bibliografía consultada

 

v      Mires, Fernando (1996) La revolución que nadie soñó o la otra 

                 posmodernidad. Pp.13-37. Editorial Nueva Sociedad. Caracas, Venezuela.

 

v      Toffler, Alvin. (1981) La tercera ola. Editorial Plaza y Janés,

                 Barcelona, España. 835 páginas.

 

v      Drucker, Peter (1998) La sociedad postcapitalista

                 Editorial Norma, Bogotá, Colombia.

 

 

© 2.002 por Juan Antonio Rodríguez-Barroso. El presente material puede ser utilizado –citando a su autor- con propósitos exclusivamente pedagógicos o de discusión académica. Cualquier otro uso es contrario a los derechos de autor. Todos los derechos reservados.

 

 
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