INTRODUCCIÓN
El
presente ensayo constituye un análisis hermenéutico (interpretativo) del
capítulo primero del libro “La
Revolución que nadie soñó o la otra Postmodernidad”
(1996)
del autor español Fernando Mires. Este capítulo se refiere, específicamente,
al impacto a su vez, de la revolución microelectrónica y su impacto en
el mundo actual, en particular en el rediseño de las relaciones sociales
de producción en la sociedad actual, en todos sus ámbitos, laboral,
social, cultural e inclusive recreativo.
El autor llega a proponer, siguiendo el paradigma marxista, un
nuevo “modo de producción” , cuya fuerza productiva estaría
integrada por la microelectrónica, que desde la Segunda Guerra
Mundial se ha convertido en principal elemento catalizador de la sociedad
actual. Desde luego la electrónica y el consecuente desarrollo de la
Informática han tenido consecuencias en todos los aspectos de la vida,
como se mencionó antes.
El
objetivo de este ensayo será pues, interpretar e analizar su impacto y
los problemas que dicha revolución produce en la Educación, y en
particular en el proceso de enseñanza y aprendizaje y
en la producción de materiales y recursos instruccionales en el
contexto de los avances científicos y tecnológicos de nuestra época, o
al menos intentar hacerlo desde nuestra óptica de lectores y
participantes, porque realmente las tesis de Mires son bastante audaces y
apasionantes en su concepción.
La
Revolución Microelectrónica
Comienza Fernando Mires por introducir el término de “Revolución”,
como no sólo en su tradicional significado histórico de proceso
radical de cambios en el orden político y social sino también en un
orden de ideas más cualitativo. Es por ello que Mires se pregunta que
significado hubiera tenido para un campesino inglés del Siglo XVII el término
“Revolución Industrial” si un
imaginario encuestador se lo hubiese preguntado. Para el autor, más
o menos la misma extrañeza pudiera causar en el espíritu del hombre de
hoy, si se le preguntara a su vez por el significado de la “revolución
microelectrónica”.
A partir de este hecho, el autor desarrolla la idea de que hoy estamos
viviendo una de las más importantes revoluciones históricas de la
Humanidad: la revolución microelectrónica. Desde luego, sostiene
el autor, no estamos tan conscientes de su importancia en razón de que es
precisamente el momento actual el tiempo de ejecución de dicha revolución:
los historiadores del futuro, a juicio de Mires serán los que le asignen
fechas, momentos, etapas y personajes a la interpretación histórica de
dicha revolución.
No obstante, existen antecedentes –sostiene el autor- como el caso del
escritor y metodólogo italiano Umberto Eco, quien en su obra “Nueva
Edad Media” de 1973 se refería a los efectos que la “desindustrialización”,
es decir, el desmontaje del orden industrial moderno que ya en los setenta
se advertía en Europa, Japón y parte de los EE.UU. traería como
consecuencia una especie de regreso a la Edad Media, con imágenes de
migraciones externas e internas de los países del llamado Tercer Mundo a
los del Norte postindustrial, cuyas más significativas imágenes serían
las guerras callejeras en ciudades como Los Ángeles, Chicago, Berlín,
Hamburgo, París, Milán, Génova o la misma Caracas.
Otro autor que yo añadiría –también de esa misma época- es el
norteamericano Alvin Toffler, quien en su libro “El Shock
del Futuro” (1969) advertía de los cambios tecnológicos
y científicos que ya estaban dando para la década de lo sesenta y
setenta y cómo eso afectaba las relaciones laborales del individuo, así
como su percepción de la sociedad y del mundo.
Estas
ideas de Toffler fueron posteriormente ampliadas en el su más famosa aún
obra “La tercera Ola” (“The third wave”) publicada
en 1981 y que se convertiría en un éxito mundial de ventas. En
esta obra, Toffler prácticamente “profetizó” los cambios que
hoy en día son comunes para nosotros: Internet, las microcomputadores, la
televisión por cable, el trabajo independiente desde la casa, la
biotecnología (incluyendo la clonación y la eugenesia) entre otras
proyecciones de lo que a su juicio sería la sociedad capitalista
postindustrial del siglo XXI.
Un
filósofo francés, Paul Virilio (1994) parafraseando a Nietzche
sostenía la tesis de la “muerte del individuo”. Según Virilio,
la microelectrónica acelera la “modernización” vaticinada por Charlie
Chaplin en la película “Tiempos modernos” (1927).
Las nuevas máquinas proceden del ámbito militar, consumando un proceso
de “colonización” social que llega finalmente hasta ocupar el alma de
cada individuo. Así, por ejemplo, el propio cuerpo humano es hoy en día
un campo de experimentación en el que científicos injertan órganos
artificiales producidos, casi íntegramente con componentes microelectrónicos.
Por esta vía, afirma Virilio, pronto seremos robots o androides.
Otro
autor citado por Mires es el alemán Hans Immler (1993) quien
afirma que los medios de producción han sido desarrollados a tal extremo
que han llevado a la especie humana al borde del auto-exterminio. No
obstante este ecólogo alemán piensa que todavía existe oportunidad para
la humanidad gracias a la posibilidad de que el hombre establezca una
relación con la naturaleza que no sea caracterizada exclusivamente por el
dominio de la misma. Para ello, Immler cree que se debe romper con la lógica
del modo industrial de producción.
Todos estos autores son mencionados por Fernando Mires con el objetivo de
plantear las dimensiones o ramificaciones que la revolución microelectrónica
le plantea a la humanidad. El autor advierte que la revolución
microelectrónica “no
es
más que un simple modo de expresión de una revolución general que se
desenvuelve social, política, ecológica, sexual y espiritualmente, así
como en otras dimensiones a donde no alcanza el limitado conocimiento del
autor de estas líneas...”(p.15).
El colapso
de la modernización.
Fernando Mires sostiene que el llamado “colapso” de los países
socialistas del Este europeo y de la ex URRS fue
consecuencia de uno de los aspectos más importantes de la tercera
revolución industrial: la microelectrónica. En efecto, Mires
afirma que todos estos países siguieron un modelo de desarrollo que no
era más que la continuación del modelo de la Revolución Industrial,
iniciado en Inglaterra, Alemania y Francia, entre los siglos XVII y XIX,
con todos sus virtudes y defectos, en particular el énfasis dado a la
industria pesada.
En este sentido el autor sostiene que Stalin y el
estalinismo posterior a él mismo fue una de las expresiones más fanáticas
del industrialismo moderno. Estructurada así la economía soviética en
torno a los moldes más estrictos de la industria pesada, no podría,
eventualmente ser competitiva con la economía capitalista de otros países
no centrada en un vasto aparato burocrático de toma decisiones dirigido
por la nomenclatura soviética.
Para el autor, era lógico pues que se produjera un desfase en el
desmontaje de las estructuras industrialistas obsoletas de la ex U.R.S.S
que conllevaron por extensión a un desmontaje del propio Estado soviético
amarrado a aquélla. Los cambios que se dieron a partir de 1989 serían así,
como la crisis tardía del modelo industrialista moderno, a la cual Kurz
(1991) denomina “colapso de la modernización” y que se entiende
como el declive de una forma de industrialización frente al avance de
otra: la microelectrónica.
El
Modo Microelectrónico de Producción
Esta es la tesis central del libro de Mires. Para él la
microelectrónica simboliza mejor que otras tecnologías el contexto
cultural de nuestro tiempo. Afirma el autor que “la terminología
científica del presente, se ha llenado de signos que provienen del saber
microlectrónico; muchas de nuestras estructuras mentales imitan programas
computacionales, de la misma manera que éstos imitaron a lo mentales”
Así,
la microelectrónica deja de ser simplemente un grupo de máquinas
y se transforma en la actualidad en todo un modo de observar y de vivir la
realidad de la misma manera que la máquina de vapor no sólo surgió de
un contexto social, sino que además ayudó a configurar ese contexto,
disciplinando los cuerpos y las mentes al ritmo de sus ensordecedores
movimientos.
Según
Mires, el modo de producción “maquinal”
caracterizado por la hegemonía de la gran industria no ha desaparecido
del todo y seguirá coexistiendo durante muchos años todavía con el
microlectrónico, que lo irán penetrando en sus sistemas de producción y
de trabajo.
Finalmente
el autor define el concepto de modo de producción microelectrónico:
“Entiendo
por modo de producción microelectrónico un orden basado en un conjunto
tecnológico específico que impone su lógica y sus ritmos al contexto
social de donde se originó, que organiza y regula relaciones de producción
y de trabajo, pautas de consumo., e incluso el estilo cultural
predominante de vida...” (p.17)
Según
el autor una de las cartas de identidad de la posmodernidad se da en la
coexistencia y contradicción de dos modos de producción mencionados: el
maquinal y el microelectrónico. La forma en que se resuelvan los
elementos contradictorios que se dan entre ellos definirán la sociedad
futura.
La
Competencia a Muerte
Después del fin de la guerra fría, la lógica de la producción
se trasladó del terreno militar al terreno económico, perfilándose así
tres grandes bloques hegemónicos que competirán entre sí por alcanzar
la supremacía económica global:
EE.UU, Japón (este
país como vanguardia de la microelectrónica) y Alemania. La
guerra política sería así sustituida por la guerra económica, en la
cual todos los esfuerzos de los contrincantes deberán ser puestos al
servicio de la misma, caracterizada por la conquista y predominio en los
mercados de la electrónica, las comunicaciones y la información.
Según
Mires, esto llevaría –al igual que ocurrió con la Revolución
Industrial- a millones de personas al desempleo, convirtiéndose la
práctica económica en un asunto de seguridad nacional, adornada con un
discurso de índole neo-darwinista mediante el cual las “víctimas” de
esta guerra económica serán aquellas que no puedan adaptarse a este
proceso de selección natural de cambio y adaptación a el modo de
producción microelectrónico.
Este
modo de producción microelectrónico, sostiene Mires, en lugar de
contribuir a eliminar las relaciones competitivas que prevalecían en el
período maquinal las conducirá al extremo. Sin embargo, el autor cita a Paul
Krugman, Premio Nobel de Economía y Profesor del M.I.T.
(Massachussets Institute of Technology) que critica este planteamiento
diciendo que “la
concepción de que la riqueza de un país depende predominantemente de su
éxito en el mercado mundial es solamente una suposición y, empíricamente,
es dicha suposición decididamente falsa. En otras palabras: no es cierto
que las naciones hegemónicas del mundo compitan de una manera
considerable las unas con las otras o que sus principales problemas económicos
se basen en que no puedan medir sus fuerzas en el mercado mundial”
(Krugman citado por Mires, Pág.20).
En
este sentido, la lección que dejó la desaparición de la URSS fue que la
economía no es sólo el crecimiento de lo supuestamente económico sino
además de un complejo de relaciones interactivas, algunas de la cuales no
son consideradas como económicas por los economistas tradicionales. El
objetivo de lo económico, más que el crecimiento o desarrollo de
elementos aislados de ese complejo, reside en lograr una relación lo más
armónica posible entre los elementos que lo constituyen.
Aquí
pasa Mires a desarrollar un punto más cercano a nuestra realidad
latinoamericana: que la meta de “alcanzar” un desarrollo
modernista a cualquier precio demostró su altísimo costo social en los
llamados “países subdesarrollados”.
Casi
todos ellos –incluyendo Venezuela- hipotecaron su futuro a través
de deudas cuyos simples intereses no podrán nunca pagar, y con ello el
objetivo de alcanzar la tan ansiada industrialización, que cuando fue
alcanzada, destruyó las economías tradicionales si n sustituirlas por
otras. En este sentido, sostiene el autor, la crítica a la deuda externa
no puede realizarse sin una crítica a los proyectos de industrialización
megalómanos que hicieron posible dicha deuda externa.
El
paso del modo de producción maquinal al modo de producción microelectrónico
produce pues, vencedores pero también vencidos.
Aprendiendo
de la Historia
Mires comienza esta parte sosteniendo que el modo de producción
microelectrónico no sólo es una fase nueva del anterior, el modo
maquinal, sino que es la consecuencia de éste. Dice el autor que las
rupturas definitivas no se dan en la realidad con la misma radicalidad que
en los libros de historia. A pesar de que la revolución industrial comenzó
por Inglaterra y Francia en los siglos XVII y XVIII, por
efectos de la expansión europea llegó hasta Asia, América y Oceanía.
En esos continentes adoptó formas políticas impregnadas
de los sistemas económicos locales; es decir, en donde habían
feudalismo o restos del mismos, no sustituyó completamente, sino que
coexistió con restos o vestigios del modo de producción anterior.
En este sentido, el autor plantea que no existe una superestructura política
específica al modo de producción propuesto, el modo de producción
microelectrónico, al igual que no existe ninguna determinación absoluta
en las formas como ha de imponerse un determinado modo de producción, ni
siquiera bajo el argumento de la “necesidad histórica”. En
este sentido, la idea de que el proceso de industrialización corresponde
a un juego planeado por sus actores, tiene importancia hoy, cuando los
economistas proponen que los procesos de transformación económica deben
realizarse sin intervención política alguna. Es el llamado
“neoliberalismo” que tanta influencia tuvo en las décadas de los
ochenta en EE.UU, Inglaterra y Chile. Mires sostiene que, si dicha
concepción hubiera estado presente en el siglo XVII y XVIII, la Revolución
Industrial probablemente no hubiera podido ser posible.
Un
sueño que puede ser una pesadilla
Para el autor, decir que la economía es política significa
también decir que la política es economía o, lo que es parecido, que su
práctica no sólo produce hechos sino que además debe actuar sobre
hechos dados. Cada innovación, incluyendo las tecnológicas, produce
nuevos intereses y, por lo mismo, nuevos conflictos sociales y desórdenes.
El
desfase cultural que se da en los momentos de transición de un modo de
producción a otro
produce que, como producto de la revolución tecnológica de
nuestro tiempo, y del desproporcionado aumento de productividad que ésta
trajo consigo, tiene lugar una hegemonía del así llamado “trabajo
muerto” (o no reconvertible en materia) cuya simple expresión es la
acumulación de dinero, sobre el “trabajo vivo” (representado
por el trabajador). Para el autor, la gran tarea entonces consiste en, por
un lado, en aumentar la cantidad de “trabajo vivo” abriendo fuentes de
trabajo hasta ahora desconocidas y, por el otro, hacer revivir el ”capital
muerto” en procesos productivos que estén en condiciones de
absorberlos. Así, lo más probable es que, en el actual período de
incertidumbres posmodernista se abran alternativas impensadas que dependerán
de las correlaciones de fuerza que se den en el transcurso de la historia,
del modo de producción microlectrónico.
Un
“Corte civilizatorio”
Para Mires, el fin de la sociedad del trabajo no quiere decir,
obviamente, que en la sociedad microelectrónica no se trabaja, o se
trabaja poco, como ha sido mal interpretado. Según Mires, de hecho es
probable que se trabaje mucho más que en la sociedad industrial. Al
disminuir el número de asalariados legales, ejércitos de seres humanos
son arrojados hacia un ámbito desconocido, y por tanto pierden su
principal medio de socialización, lo que se traduce a su vez en una
disociación de estructuras primarias que estaban vinculadas directamente
con la actividad salarial, como la familia y en la disociación psíquica
y espiritual de sus integrantes.
Sin embargo, el autor sostiene que con el declive del tipo descrito
de trabajo no se pierde ninguna condición antropológica. Durante siglos,
la humanidad ha vivido sin trabajo asalariado o legalmente contratado.
Este tipo de trabajo es inherente a una época, la de la modernidad
industrial. Si la modernidad industrial declina, no es pues, de asombrarse
de que las relaciones sociales que le eran propias pierdan también
significación. Por esa razón –sostiene Mires- es necesario pensar
acerca de las condiciones que hicieron posible este tipo de trabajo, lo
que a su vez es necesario para pensar en las condiciones sobre las cuales
puede surgir un estilo de trabajo que será prioritario en le contexto
determinado por la revolución microelectrónica.
Así,
el declive de este tipo de trabajo no debe ser visto y vivido como una
tragedia sino como una “oportunidad”, esto es, como la
posibilidad para recuperar la libertad perdida frente a la imposición del
maquinismo. Según Gorz (1989) citado por el autor no fue el
maquinismo el productor del trabajo maquinal, sino que éste último
precedió a la era industrial, y en cierto modo la posibilitó.
Esas son las reflexiones que le surgen al autor de la relectura del
clásico de Max Weber “La ética protestante y el “espíritu”
del capitalismo”.
Si
el trabajo en su forma actual es consecuencia del capitalismo, el
“corte” de nuestra época debe tener un carácter predominantemente
socioeconómico. Si en cambio es verdad la tesis de Weber en torno a que
el “espíritu” del trabajo capitalista precede al propio capitalismo,
quiere decir que el “corte” debe tener un sentido cultural e
inclusive civilizatorio.
El
impacto de la revolución microelectrónica:
Los
avances tecnológicos, la informática y los nuevos
problemas
en el proceso de enseñanza y aprendizaje.
En la línea del análisis del autor sobre la revolución
microelectrónica, nos propondremos especular un poco sobre como el modo
de producción microelectrónico se expresa en un ámbito que el propio
Mires no trabaja en su obra: la Educación.
Desde
este punto de vista, parece innecesario decir que la revolución
microelectrónica ha abarcado diferentes ámbitos de la superestructura
cultural humana, como los medios de comunicación (sobre todo el Internet
y la T.V. por cable), la telefonía celular, los satélites,
etc. Lo que sí nos importa a nosotros es relacionar un poco el impacto de
esta revolución microelectrónica con la Educación.
En
cierto sentido, el modo de producción microelectrónico ha puesto en una
grave crisis a la tradicional figura del profesor o maestro como fuente
confiable y actualizada del saber, en los diferentes dimensiones del
conocimiento humano. El desarrollo de las computadoras personales a
principios de los años 80 por Steve Jobs y Steven Wozniack
para introducir el primer modelo Apple de microcomputadoras
personales –y que tuvo un enorme éxito en el mercado- obligó al
gigante de la computación I.B.M. a prestar atención a este
mercado de la computación personal –no corporativa- y en consecuencia a
desarrollar un sistema operativo que pudiese competir con el de su joven e
intrusa rival. Fue así como IBM creó el sistema DOS, como
plataforma tecnológica de hardware que permitiera adaptar al mismo
lenguajes de programación y de bases de datos, que no fueran entendidos
exclusivamente por especialistas y que además fueran de fácil acceso a
la gente común.
Fue
en este contexto que un joven estudiante de Harvard llamado William
“Bill” Gates, creó, junto con un amigo y colega la empresa “Microsoft”,
que como su nombre lo indica, se dedicaría a satisfacer las necesidades
de software o programas de computación para el nuevo concepto de
microcomputadoras que estaba haciendo furor en el mercado. Fue así como
nació el programa “Windows” ó “Ventanas”, que
facilitaba el trabajo con programas diferentes entre sí, como los
procesadores de palabras, las hojas de cálculo y los paquetes gráficos.
Este
concepto revolucionó la industria y la transformó; ya el objetivo o “target”
de mercado de los grandes fabricantes de computadoras y programas no era
solamente las grandes empresas y corporaciones. Ahora el énfasis era
puesto en el consumidor como el principal cliente de las nuevas
aplicaciones.
Paralelamente
a esto, la revolución microelectrónica en el interior de las máquinas
condujo al desarrollo de los micro-procesadores de silicio que
sustituyeron a los transistores, con prestaciones cien, mil y hasta diez
mil veces más rápidas y de mayor almacenamiento que éstos. Esto hizo
que se pudiera incrementar la capacidad de la “memoria” del
computador (disco duro) hasta en miles de megabytes (es decir gigabytes) o
inclusive en millones de bytes (terabytes). Hoy en día una computadora
cualquiera de escritorio tiene mayor capacidad de memoria, velocidad de
procesamiento y capacidad de aplicaciones que un sistema corporativo de
1970.
Esto tuvo un enorme impacto en todos los aspectos de la vida desde
el campo militar hasta el financiero, desde los transportes y las
comunicaciones hasta la Educación. En este último aspecto de la vida, la
revolución microelectrónica y su consiguiente “softwarización”
trajo consigo la capacidad de diseñar y crear programas educativos e
instrucciónales en casi todas los programas y asignaturas educativas. El
desarrollo del CD primero y el CD-ROM después que tienen la
capacidad de almacenar en un pequeño disco millones de informaciones,
hizo posible la transcripción completa de enciclopedias y libros de
textos a un nuevo formato que permite algo que no permitía el formato
impreso anterior: la interactividad.
Esto se complementa muy bien, a su vez, con el desarrollo de los
medios de exposición como los Data-Show que permiten utilizar todas las
potencialidades de los programas informáticos, preparando presentaciones
para todos los públicos mediante programas tipo Power-Point y similares
que le permiten al orador, conferencista y educador una mejor calidad didáctica
de los contenidos que desarrolle.
Ahora bien, los apologistas de la revolución microelectrónica
llegan hasta el extrema de afirmar que la creciente interactividad tornará
en inútil al docente, por cuento el alumno o estudiante, lo único que
deberá necesitar para educarse será una buena computadora personal y
paquetes educacionales con los diferentes tópicos o asignaturas que se
requieran, desde Matemáticas hasta Historia, sin dejar de mencionar el
Arte, la Literatura, la Música y en general todas las manifestaciones
culturales del espíritu humano.
Sin
embargo, y siguiendo la línea de análisis de Fernando Mires, el salto
tecnológico no produce fácilmente un correspondiente salto
cualitativo en la satisfacción de las necesidades humanas y
personales. La Educación es un proceso muy complejo de socialización y
transmisión intergeneracional de pautas humanas que, desde luego, no se
pueden desarrollar electrónicamente por sus propias características de
falibilidad y fragilidad que caracterizan al ser humano. En otras
palabras, el hecho de que se pueda leer un libro en una pantalla de
computadora como ésta en la que estoy realizando en este momento el
presente ensayo, no significa excluir el propio acto de “leer” o
de lectura de la información que aparece en la misma. Debe leerla con los
ojos y procesarla en el cerebro en la misma forma en que si estuviera cómodamente
acostada en la cama y leyendo un libro. Es más cómodo para mí la
segunda opción, además del hecho de que no me afecta tanto la vista como
si estuviera trabajando por horas al frente de una pantalla.
Por
otra parte, la evolución microelectrónica si bien facilita el uso de
recursos instruccionales también, por las mismas razones puede ser un
obstáculo para la consecución de objetivos educativos, como lo comprueba
las legiones de niños absortos como autómatas jugando “Nintendo”
por horas frente a una pantalla de televisión o gastando el dinero que
sus padres le dan para la merienda en locales especializados en la oferta
de estos tipos de diversión, recreativos muy dudosamente y no educativos
en lo absoluto. Todos sabemos que las pautas de violencia explícita que
tienen estos programas moldean parámetros de agresividad conductual que
explican –en sociedades expuestas a ellos- actos tan bárbaros como la
matanza indiscriminada de alumnos y profesores por sus propios compañeros
de clases, quienes armados hasta los dientes, intentan, en la realidad
alcanzar los pseudoplaceres que alcanzan en la virtualidad, aunque ello
los lleve al asesinato.
En
este sentido, quizás los costos del modo de producción microlectrónico
que propone Mires son tan altos, en un sentido humano, como los obreros
desplazados por las máquinas en la Revolución Industrial y en la
construcción de la Sociedad Moderna.
Conclusiones
El
“modo de producción microelectrónico” a pesar de la
originalidad del planteamiento por parte del autor, no satisface, de
acuerdo a lo leído, los requerimientos que la categoría “modo de
producción” encierra.
Para
Carlos Marx, el modo de producción incluye el ámbito del análisis
de la interrelación de las fuerzas productivas con los instrumentos de
trabajo
y del conjunto de éstos a su vez dentro de complejas relaciones
sociales de producción que abarcan aspectos de la superestructura, como
el derecho, la cultura y la ideología humana.
En
este sentido, todavía sería muy prematuro, a mi modesto entender,
calificar de “microelectrónica” la etapa histórica que
vivimos por más importante que la microelectrónica sea en este contexto.
Creo que es más importante el análisis de que cómo la globalización
financiera y tecnológica afecta a las sociedades humanas en todos sus
aspectos, incluyendo los culturales, recreativos y ecológicos que la
discusión de darle un nombre determinado a uno de dichos aspectos, pero
no el más importante del panorama social y humano actual.
Finalmente
considero que los beneficios de los avances tecnológicos en el campo
educativo tienen el mismo valor que han tenido a lo largo de la historia
humana: el de servir de medios para intentar educar mejor, pero no el de
convertirse en fines por sí mismos. Pensar de otra manera implicaría un
grado consciente de alineación, en el cual el sujeto se divorcia
completamente de la realidad que lo rodea y se convierte él mismo, en
parte integrante del proceso capitalista de producción.
Bibliografía
consultada
v
Mires,
Fernando
(1996)
La revolución
que nadie soñó o la otra
posmodernidad.
Pp.13-37.
Editorial Nueva Sociedad. Caracas, Venezuela.
v
Toffler, Alvin.
(1981) La
tercera
ola.
Editorial Plaza y Janés,
Barcelona,
España. 835 páginas.
v
Drucker, Peter
(1998) La
sociedad
postcapitalista.
Editorial
Norma, Bogotá, Colombia.
© 2.002 por
Juan Antonio Rodríguez-Barroso. El presente material puede
ser utilizado –citando a su autor- con propósitos exclusivamente pedagógicos
o de discusión académica. Cualquier otro uso es contrario a los derechos
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