LA RAÍZ DE LA TECNOLOGÍA.

Lic. ESEQUIEL L. ROJAS T. (UPEL-IPB)

 

 

 

          En el intento de comprensión de la naturaleza del fenómeno tecnológico, frente a su universalidad, la totalización que obra en el mundo humano y las consecuencias que acarrea, no sólo desde el punto de vista material sino también de sentido, conviene preguntarse por la esencia de esta realidad que hoy nos cubre y nos envuelve. El ámbito de la tecnología no puede reducirse sólo a los aparatos, los métodos y las técnicas sino que se extiende a todos los entes en general, incluyendo especialmente al hombre quien es su creador y a la vez el principal sujeto y objeto de su desenvolvimiento.

          Aunque muchos autores modernos y contemporáneos, desde diversos campos del saber, han reflexionado sobre distintos aspectos esenciales, o bien ontológicos, del ser de la técnica; aquí se quiere hacer énfasis en tres dimensiones: su raíz antropológica, su categoría de instrumentalidad y su capacidad para facilitar una de las actividades básicas del ser humano: el conocimiento. Esto, con el interés de resaltar el carácter mediático y no de fin de la tecnología y su capacidad para contribuir en la construcción del mundo verdaderamente humano. 

          Entonces se impone traer a acotación uno de los significados que Martín Heidegger (1994, pp. 15-22) otorga a la técnica, según la cual ésta sería un desocultar o desvelar el Ser al hombre; es decir, por Ser se entiende aquello que es esencial a toda la realidad (todos los entes[1]) que circunda al hombre y que le incluye; y dentro de los entes que componen esa realidad, el hombre, el Dasein[2], tiene un papel privilegiado debido a que es capaz de captar este sentido originario, cosa que no pueden hacer otros entes. Sin embargo, el hombre no siempre logra por sí mismo aprehender al Ser, ni éste último interpela siempre con éxito al hombre, entonces es aquí donde aparece la esencia de la técnica (o la tecnología), en su papel mediador entre el hombre y el Ser, entre el hombre y la esencia de la realidad.[3] 

          Para desmenuzar esto, partamos de la convicción de que el hombre se encuentra situado en una realidad o mundo en la que ha de hacer su vida y desarrollar su existencia, y que esta relación con su entorno no le es accidental sino que forma parte de su misma constitución esencial o existencial[4]. Pero a diferencia de otros seres vivos, el hombre no sólo ha de adaptarse al medio que le circunda, sino que incluso ha de adaptar el ambiente para hacerlo suyo, de forma que le permita realizar su ser como hombre. 

          A esta actividad fundamental Queraltó (1993, p. 20) la llama “asentamiento de la realidad”, e implica que el hombre construya las bases que sustentan su manera de ser en su entorno. Esto significa que el ser humano no sólo está en el mundo, además quiere situarse para permanecer, con proyección para el futuro, para el quehacer total y continuo de sí y de su vida. 

          Y para llevar a cabo esta actividad fundamental, el hombre se sirve de otro quehacer suyo, también primigenio, que deriva de su estructura existencial básica: el conocimiento. Sólo conociendo al mundo podrá asentarse en él; frente al mundo real que le interpela. La respuesta del hombre es la del conocer, por tanto ese conocer es también una mediación entre el hombre y el mundo real, que por un lado le distancia del mundo para que pueda aprehenderlo, y por otro, le acerca el mundo a su intelecto. Además del mundo que rodea al hombre, el conocimiento invita al hombre a adentrarse en sí mismo y autocomprenderse como ser humano, en sus estructuras más profundas y en las que le vinculan con el medio y con lo que es trascendente al entorno físico. Pero para Queraltó (1993, pp. 21-25) ese conocimiento no responde a una intención teorética sino más bien a una condición existencialmente pragmática: su objetivo es conseguir al hombre su asentamiento en la realidad, exige la puesta en práctica de sus resultados.

         Esta puesta en práctica de tales logros la lleva a cabo la actividad técnica, cuya finalidad originaria es la realización de los fines cognoscitivos humanos, dirigidos en primer término y de forma inmediata (física) a producir el asentamiento efectivo del hombre en la realidad.  No se trata simplemente de una mera satisfacción de necesidades, sino que señala a un plano más profundo: emplazarse consistentemente en el mundo, hacer efectivo tal asentamiento. De ahí que la técnica (o la tecnología) no está ligada a una época única de la historia sino que se enraíza en el ser mismo del hombre. En este sentido,  la producción tecnológica contiene a algunos caracteres esenciales:  

-         Adaptada a un fin determinado: el hecho u objeto técnico está diseñado con miras a desarrollar una determinada función, su razón de ser depende inicialmente del hombre, adquiere un valor de servicio para el hombre. 

-         Definida por relaciones externas: es esencialmente “relativa a”, es decir referencial a la consecución de su función propia, la cual le viene impuesta de fuera, por el hombre. 

-         Tiene una dimensión instrumental: Es un medio para conseguir determinados fines, que en principio, se supone rinden un servicio al ser humano, de allí le brota su verdadero y esencial valor. Ahora bien, cuando se pierde esta orientación originaria de mediación entre el hombre y el mundo, la tecnología adquiere autonomía por sí misma y entonces busca la eficacia por la eficacia, el progreso por el progreso; ello supone una reducción en la concepción del valor del ser humano, quien pasa a ser, entonces, un medio más para el progreso tecnológico mismo. Es la demanda que los pensadores citados en los apartados anteriores realizan a la moderna sociedad tecnológica. 

-         Posee un criterio de utilidad: hace referencia al cumplimiento de la función técnica, pero no sólo por el valor de la simple eficacia que ella entrañaría, sino porque esa función se encamina a resolver una problemática humana. De nuevo, cuando la referencia a la utilidad pasa a ser el criterio único, la técnica se convierte en instrumento de dominio, entonces se desvincula por completo de su raíz originaria y se convierte en fin en sí misma. 

          De esta forma, como actividad cognoscitiva y como actividad transformadora de lo real, la técnica supone una determinada forma de acceso epistemológico al mundo, cuyo valor está definido por cuanto descubre un tipo específico de orden en la realidad, siendo, por tanto, una manera de develar los entes. Es decir, se ve en la necesidad de seleccionar los caracteres de lo real que son susceptibles de ser conocidos según los criterios que contribuyan al éxito del asentamiento del hombre. Y la transformación tecnológica de la realidad involucra nuevas posibilidades de comprensión y accesibilidad al mundo, así como el diseño de nuevos modelos instrumentales; por ello, también, todo logro cognoscitivo de la actividad tecnológica influye en la visión de la realidad de su agente, pues supone una modificación permanente de la actividad racional y de su manera de conocer y entender. 

         Ahora bien, Jean Ladrière (1973, pp. 80-85) ve en este “asentamiento de la realidad” del hombre la posibilidad de llegar a una vida feliz, pues es la realización de una tarea que un Logos o Voluntad originaria ha encomendado al hombre para que la realice. Dicha tarea remite a la felicidad pues el resultado específico de la misma es el bienestar del hombre: su enraizamiento en el mundo como su hábitat propio según su naturaleza, su lugar ontológico. Pero esa vida feliz y bienestar no debe referirse únicamente a la dimensión físico-material sino a todo el conjunto de la ubicación existencial del hombre; por ello para Ladrière la felicidad sólo será plena en la medida en que la técnica medie la adecuación de la existencia ético-metafísica del hombre con la Voluntad originaria.

          Para concluir, podemos señalar que para que el hombre pueda alcanzar su bienestar concebido integralmente, es necesario el quehacer tecnológico, pero no como condición suficiente, sino necesaria, como medio por el que el hombre sea capaz de: comprender la misión que le compete en el mundo, conocer la naturaleza del mundo sobre el que ha de asentarse, y transformar su entorno para facilitar su realización existencial en todas sus dimensiones. Si el avance tecnológico pierde de vista esta raíz originaria que le otorga sentido, entonces se cambian los roles, ella pasa a fin y el hombre pasa a ser medio. De esa forma no será el hombre el que deba desplegarse para su realización sino que será la tecnología la que se despliegue con dinamismo propio en el que el hombre sea un instrumento más de su dominio.  

          A la luz de esta visión, si contemplamos y disponemos la producción tecnológica como una contribución a la plenitud de la existencia humana, entonces, el despliegue tecnológico puede ser considerado como una auténtica personalización. En especial si, según la postura Heideggeriana, la tecnología actúa como un desvelar al Ser; y pues el ser que primeramente conocemos es nuestra propia existencia, la tecnología tiene también un papel protagónico en nuestro autoconocimiento. Como una muestra de esta potencialidad podemos encontrar el uso de un sitio web en el que se faciliten actividades y recursos de enseñanza-aprendizaje relacionadas con la comprensión de los problemas fundamentales del hombre, tal como el sitio desde el que lees este ensayo. 

 Referencias:

             Heidegger, M. (1994). Conferencias y Artículos. Barcelona: Serbal. Trad. Borjau, E. 

 

             Heidegger, M. (1998) Ser y Tiempo. Santiago de Chile: Editorial Universitaria. Trad. Riviera, J. E.

 

             Izuzquiza, I. (2000). Caleidoscopios. La Filosofía Occidental en la Segunda Mitad del Siglo XX. Madrid: Alianza Editorial. 

 

Ladrière, J. (1973). Vie Sociale et Destinée. Bélgica: Duculot.

 

               Queraltó, R. (1993). Mundo, Tecnología y Razón en el fin de la Modernidad. ¿Hacia el Hombre “More Técnico”?. Barcelona: Promociones y Publicaciones Universitarias, S. A.

 

 

 

[1] Por ello Heidegger (1998, p. 32) afirma que “ser es siempre el ser de un ente”

[2] “Por consiguiente, elaborar la pregunta por el ser significa hacer que un ente – el que pregunta – se vuelva transparente en su ser. En el planteamiento de esta pregunta, como modo de ser de un ente, está, él mismo, determinado esencialmente por aquello por lo que en él se pregunta, por el ser. A este ente que somos en cada caso nosotros mismos, y que, entre otras cosas, tiene esa posibilidad de ser que es el preguntar, lo designamos con el término Dasein (ser del ahí)” (Heidegger, 1998, p. 30)

[3] Al inicio del párrafo se enfatiza que es esta una de las acepciones que hace Heidegger sobre la técnica, en cuanto es el modo histórico en que el Ser se desvela; pero no es la única: Izuzquiza (2000, p. 46) también comenta que para Heidegger la técnica moderna significa el triunfo del olvido del Ser, pues, “en la técnica, el hombre concibe al ser como un simple material de transformación del que puede disponer a su antojo y no tiene en cuenta que el ser es un ‘acontecimiento’ central, lo que anula cualquier posibilidad de abrirse al sentido del ser y a su luz”.

[4] Cabe acotar que no se afirma con esto que sea la única o principal dimensión constitutiva del ser humano, sino que forma parte de su constitución fundamental. Y se resalta esta por conveniencia a la naturaleza de lo que se quiere demostrar: la raíz antropológica de la técnica o la tecnología. Lo mismo, cabe decir de cada uno de los argumentos derivados de esta primera premisa.

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