LA AGONÍA DE UNA PALABRA... UNA RETÓRICA MÁS

Prof. Elda María Rodríguez

Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Instituto Pedagógico de Barquisimeto
"Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa"

 

 

          “Habla si vas a hablar o enmudece de una vez”  tempranamente  se acoge esta máxima al querer silenciar cada palabra en este escrito.  ¿Por qué? Cándidamente, porque el pensamiento increpa la intención de desempolvar la palabra, si se quiere histórica, cuyo eco angustia, impugna y desconstruye la sobriedad del discurso. Situación tentadora que compromete cualquier existencia apacible. Antes de proseguir con este “y que ensayo “se ha pensado en el lector.  Las posibilidades que este escrito culmine en la hoguera antes de que se silencie, son todas. No obstante, se apelará por una opción extrema. Usted se quedará en su sillón, un “tiempo” más. 

          Osadamente, la categoría tiempo, no aparece por casualidad. La distorsión temporal, en este escenario permitirá desnudar las voces del pasado. Puesto que no resulta conquistable, en estos tiempos de revolución tecnocientífica, aproximarse a discursos retóricos sin que sus corolarios delineen los contornos cotidianos de esta nueva era. La confesión de una antigüedad, podría explicar algunos  palabreos del presente. 

Detrás de esta confidencia, se encontrará que lo controlable y lo mudable de la palabra en esta contemporaneidad viene, seguramente, dado por lo coyuntural. No es nada nuevo asegurar que se habla, no sólo a través de emisiones de sonidos, sino también a través de un lenguaje corpóreo, que se adapta, rechaza o a medias tintas repela la especificidad de su contexto. Ojalá que la ignorancia como aliada, atenúe cualquier aberración por lo que se va a dictar:  palabra y cuerpo forman una unidad, un todo indivisible, un ....,  especulando, sería algo así como una comunicación del ser (el con qué, para qué,  o con quiénes  se relaciona el ser, por favor, cada uno respóndase a su antojo). Dado que todo pensar (razón materializada en palabra) responde al llamado emblemático del efecto. Un efecto visiblemente codificado por un actuar. 

De resultar ciertas esas premisas, la antigüedad hablará sin voz.

Todos los inicios históricos guardan en sí una fascinación. Un comienzo podría ser a partir de la obra de Sófocles: Edipo Rey. Un descifrador de enigmas, que traicionado por un destino inexorable  (parricidio y el incesto) se arranca los ojos, luego de escuchar la retoricidad del adivino, quién pronuncia palabra tras palabra, la suerte que correrá el Rey.  Lo bueno y lo justo desaparecen para dar paso al infortunio, a la desesperación, al efecto.

Paralelo a este producto literario, distorsionado el tiempo,  se abre paso al Cerco de Numancia, de Cervantes, en la cual todos los numantinos mueren de hambre, por no doblegarse ante el despotismo del gobernador romano, quién decide levantar un muro alrededor de la ciudad para impedir el paso rebelde de los habitantes de Numancia a Roma.  Interpretando este hecho, se encuentra que es de nuevo la palabra la que gobierna, tiraniza, arremete contra los desvalidos. Sentencia y aniquila vidas, en nombre de una verdad. ¿Cuál verdad?. La del limitado animal, perdón, la del llamado hombre. Se trataría, entonces, de una palabra que nombra la justicia sin sentirla, que nombra la libertad para sacrificarla, que nombra la voluntad para relativizarla al olvido.

Aunque resultase muy apresurado hablar de fatalidad en estos textos.  La palabra ostenta el titulo de fatalidad, pues el hombre como artífice de su destino se atemoriza ante las fuerzas que agitan su interior sumergiéndolo en el desenfreno, en la inmoralidad, en la locura. Cada palabra profetizada por los dioses encierra  el misterio del dolor heredado de antiguas culpas que arrastran al héroe a la desolación. Y si no miremos un momento el caso de los hijos de Edipo, Eteócles y Polinice, (en “Los Siete sobre Tebas”, de Esquilo),  quiénes terminarán en el fratricidio, por la salvaguarda de la ciudad-estado Tebas. Un trozo de esta tragedia nos lo deja saber el espía, quién comunica el mensaje  que le manda Polinice a su hermano:

“... que correrá a encontrarse contigo; y que te matará, aunque muera sobre tu mismo cuerpo, o que si vives se ha de vengar de ti con un deshonroso destierro como aquel con que tu le afrentaste” (p. 96).

Polinice quiso desestabilizar el orden de su tierra,  no lo logró, pero a cambio encontró y sintió su propia “Moira” (destino): la  destrucción de sí mismo. Nació para sufrir y aunque no hubiera querido morir, murió, y es este el sentimiento trágico de su vida, como lo diría Unamuno (1913). No obstante, la muerte de este hombre viene a crear en Tebas, perturbación. Se promulga un bando (por parte de Creonte), cuyo discurso, pretende amenazar y controlar  el sentir del  ciudadano. El cuerpo inerte no debe enterrase ni llorarse, debe sufrir la expiación, el sacrilegio y servir  como sabrosa presa a las aves de rapiña.

Se sabe que el discurso trágico era un elemento de acción sugestivo, puesto que lograba que los espectadores compartieran el dolor de los actores, padecieran con ellos y fueran osados y desdeñosos ante lo ininteligible  o inverosímil. Además, provocaba en ellos una liberación o catarsis tanto de sus angustias como de sus pasiones. Así, la palabra se convierte en un rito purificador que sana desgracias, que acude a la armonía y a la no perturbación del ser. En este sentido, el lenguaje adquiere dimensiones mágicas  que colindan con el efecto, es decir, la acción de cambio

Retomando nuevamente la obra, surge lo siguiente: ¿Cómo evitar el desatino del pueblo ante la disyuntiva de enterrar o no el cuerpo? O ¿cómo desafiar la ley y escuchar la voz del afecto como en el caso de Antígona (de Sófocles)? Estas y otros planteamientos surgirían sin parar. Si analizamos, sincrónicamente la situación de esta hija de Edipo con La Hojarasca de Gabriel García Márquez, se encontrará que el suicidio del médico, es causa de repulsión por parte del pueblo, quién no desea darle sepultura; esta realidad también incluye a la iglesia,  cuya instancia rechaza el entierro: el cadáver debe permanecer insepulto.

En ambos casos, el conflicto es complejo. La situación política (leyes) se ve entremezclada con lo afectivo. Se evidencia una suficiencia de palabras. Se necesita algo más que un discurso retórico para oponerse al deber ser, para quebrantar lo establecido, lo normado, para obstaculizar lo permitido y dar paso a la confusión, al deseo sentido y amado. Se reclama a la vida, entonces, una palabra que aflore los fundamentos legítimos o no, de nuestra existencia. ¿Acaso la conoces?. Eres parte de ella. Se le llama contradicción y al igual que el lenguaje es inseparable al mundo del hombre. Esta idea conduce a otro sitio el discurso.

Dobles razones: bien, mal; bello, feo; justo e injusto; verdadero falso; locura, prudencia; ignorancia, saber, ciencia; virtud...y otras que se quieran agregar forman parte del torneo humano. Siguen un curso impelido por el sentido, significado, pero que constituyen un eslabón adicional en la invención o construcción de las ideas de un discurso, sea hablado o escrito, oponiendo  juicios y  aprovechando momento útiles, tal y como lo hiciera  Prótagoras, Gorgías, Polo, quiénes le  imprimieron su propio estilo al lenguaje.

Posiblemente, la retórica como discurso permitió a los doctos, es decir, sofistas, disciplinar la habilidad de enseñar al prójimo el lenguaje de la sabiduría.  Además, de enseñar la ciencia del buen consejo en los asuntos privados u públicos, es decir, la virtud. Una virtud; incrustada en la prudencia. Prudencia para disciplinar la pequeñez y la grandilocuencia; prudencia para doblegar las pasiones humanas y prudencia para equilibrar con ética, las tensiones entre la materia y el espíritu. Sin embargo, el papel de la retórica no culmina allí. En nuestros días hay retóricos por doquier, con titulo en mano o sin el, explayan sus mejores argucias. Necesitan, al igual que los primeros retóricos,  fraguar espacios sociales y políticos medibles, subyugar el comportamiento del ciudadano en la polis; persuadir, sin verdad, pero con clase. 

 Es fácil reconocerlos. Algunas veces hemos tenido sus diferentes mascaras en el aula, en la calle, en el hogar. Ojalá podamos distinguirnos, algún día no por nuestras palabras, sino por el compromiso con y para con los otros. Tal vez sea esta nuestra salvedad cuando, finalmente, nos pongamos el uniforme de madera.               

                                                           Tenías las palabras necesarias

                                                                                                  las que exoneran,

 las reconciliantes, 

las que dan al misterio,

 las que horadan sin brillar,

 las que manan de una construida pobreza,

las únicas que pueden quebrantar el desoir

Cadenas

Referencias Biliográficas

Cervantes, M. (s.f.) Obras Completas.  España.  

Esquilo (1989) Tragedias Completas. España: Biblioteca Edaf.

Márquez, G. (s.f.). La Horajasca: Colombia.

Motta, J. (1958). Las siete tragedias de Sófocles. Bogotá. 

Obras Completas de Platón (1973). Gorgias o de la Retórica.

España, Editorial Aguilar. 

Unamuno, M. (1913/1983).  Del sentimiento trágico de la vida. España, Bruguera. 

 

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