Introducción
Se dará comienzo al presente excurso
con el siguiente planteamiento: ¿Hay límites en el
conocimiento del hombre de si mismo, de su “lugar” en el mundo, y de
su relación con la otreidad? Puede asegurarse que esta cuestión
corroe la historia del pensamiento y de toda manifestación cultural
humana.
En especial, por amor de la filosofía
y la literatura, los hombres siempre han pretendido acceder al
conocimiento del todo; cada idea vertida en palabras (o, lienzos, o en mármol),
cada frase, fragmento, adquiere diversa significación según se refieran
a esa infinitud, sea en su grandilocuencia, sea en su pequeñez y, sin
embargo, de cara a la satisfacción de ese anhelo faústico, es el propio
cuerpo del discurso cognoscitivo y dador de sentido, quien construye
diversos diques de contención. De hecho, la capacidad especulativa y
creadora siempre ha detentado una actitud a la vez positiva y negativa
frente a lo conocido y asumido como fuente de inspiración: como si de la
necesidad por trascender se oscilara entre el seguir adelante y el temor
por lo que ha de encontrarse. Una coexistencia permanente que delinea los
contornos de toda concepción antropológica y, correlativamente, de toda Weltanschauung.
En este sentido, huelga afirmar el carácter
expresivo de toda gran obra filosófica, literaria o artística, y ¿qué
es lo expresado? Ante todo,
como ya se dijo, lo omniabarcante, el jugar a conocer el todo, lo
universal. Paralelamente se expresa tanto un concepto antropológico
definido (llevada al límite toda filosofía y toda literatura es una
antropología), como una concepción del mundo.
Vistos como instrumentos conceptuales,
y por ello mismo, metodológicos, tales condicionantes permiten determinar
dos cosas: lo esencial en la obra sujeta a interpretación, y la
significación de los elementos particulares inmersos en el conjunto de la
misma.
Así pueden comprenderse a plenitud
tanto el autor y su pensar, como lo pensado.
En todo caso, adviértase que no se trata de un mero ejercicio
especulativo, sino revelación del fenómeno de la conciencia colectiva ES
HISTÓRICA, ESTO ES, DEL AUTOR, DE SU OBRA Y DE SU ENTORNO.
Como bien lo expresa Goldmann (1985,
p. 33) una misma concepción del mundo puede adoptar en diversos siglos
una “función diferente”, como la de ser considerada
“revolucionaria, apologética, conservadora o decadente”. ¿Por qué?.
Porque expresan “la situación histórica transpuesta al plano de los
grandes problemas fundamentales que plantean las relaciones del hombre con
los demás hombres y el universo”.
Pues bien, aceptada la disimilitud en
las respuestas debidas a dichas problemáticas, sólo queda por establecer
cuales han sido las soluciones propuestas.
En el presente ensayo se aspira tratar una de ellas: la visión trágica
del hombre, del mundo y de la relacionabilidad humana. Para ello, se
acudirá a lo comunicado por una de las voces de la tradición: la
tragedia clásica griega, plasmada por uno de sus mayores exponentes,
Esquilo, y en una de sus producciones teatrales más significativos, los
“Siete contra Tebas” (2.000).
Es en el desarrollo de la tragedia clásica
donde se ubica la génesis de toda visión trágica (en vinculación con
la poesía de la época heroica), un cuadro en el cual están
pendularmente dibujadas las vicisitudes de la realidad humana.
Los griegos entendieron muy bien el carácter paradójico del ser
humano, y es mediante el recurso a la tragedia como mejor pudieron
expresar dicha tendencia. Más
allá de su importancia literaria y artística, interesa aquí captar la
forma discursiva como es dada a conocer esa contradicción intemporal.
Se pretende adoptar la visión trágica
como una hermeneútica definida en términos de clarificación filosófica
y no como mera interpretación metodológica de textos clásicos.
En vista de ello, se exige:
1.Una
doctrina que exponga la faz paradójica conflictiva, del ser y del
acontecer humano.
2.Que brinde un
sentido manifiesto a dichas ambigüedades.
3.En fin, que
trastorne esa paradojicidad en característica fundamental y positiva de
toda propuesta interpretativa y comprensiva.
En consecuencia, el objetivo último a
determinar en la presente reflexión estriba en señalar los niveles de
discurso más sobresalientes en la obra en cuestión.
Se trata de acotar el papel del lenguaje en la visión trágica
esquílea. Ellos nos conducirá
a entender el lugar del lenguaje a través de su manifestación retórica,
vista más como una ontológica fundacional que como simple experiencia
lingüística.
Es decir, en palabras de Jaeger
(1974), “... por el lenguaje humano (logos) como palabra pletórica de
sentido, referida a los asuntos que son fundamentales para la vida de la
comunidad humana y que los griegos llamaban «asuntos de la polis»”.
Capítulo
I
Retórica
Y Discurso Trágico Griego
Sería finalidad de una investigación
más extensa delimitar la estructura general de la forma discursiva griega
clásica. Más cercano al
interés de lo aquí expuesto es el señalamiento de la relación entre
lenguaje y retórica en la tragedia esquílea los “Siete contra Tebas”.
Los griegos de los siglos V y IV. Se
relacionaban socialmente por medio de la discusión. Pero, se trata de un
discutir cuyo alcance máximo estará determinado por las fronteras
impuestas por el modo de producción dominante.
Se patentiza una realidad humana y social de las más divididas y
excluyentes en la historia de la humanidad. De hecho, todo intento epocal
por integrar la sociedad sobre un fundamento más humano, conllevó al
fracaso. De acaecer lo
consensual ha de ser en el ámbito de acción propio a la clase
gobernante, y en virtud de su naturaleza racional. Y, sin embargo, se
discutía, abiertamente, sea en el hogar, sea en el ágora.
El macro–escenario: la “Polis” misma.
El micro–escenario: el teatro. El vehículo comunicante más
elitesco: la enseñanza de los “Sophois” . El más
“popular”: la representación de las tragedias.
Así, desde los más grotescos mitos y
leyendas hasta las más sanguinarias de las epopeyas homéricas, eran
objeto de sublimes reflexiones sobre el destino humano y el de la “Polis”.
En las profundidades del alma humana los trágicos encontrarán la génesis
de la grandeza y del egoísmo, del honor y de la fuerza, de la
inteligencia clarificadora y de la oscuridad, del sacrificio y del interés
personal. El discutir
discursivo de los trágicos, Esquilo entre ellos, representaban dichos
condicionantes mediante discusiones excelsas, poéticas y concretas,
acerca de las grandes cuestiones teóricas: ¿Qué es el Hombre?; ¿Qué
es la Verdad?, ¿Qué es la Justicia?; ¿Si hay un bien o un mal, cuál
será la escogencia el hombre?, etc. Y en el fondo de este panorama se
encuentra lo siempre presente y defendible: el orden moral, político y
religioso concretizado en la figura de la “Polis”.
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿Cómo
deducir una visión del hombre y de lo real, de una obra como los
“Siete...” cuyo argumento está construido sobre la base del
desacuerdo violento entre dos hermanos que luchan por un
trono? Por lo mismo, ¿Cuál es el interés de Esquilo por mostrar
con ferviente asuidad los terrores de la existencia humana, el lado
obsceno de los hombres?
A este respecto Jaeger (1974, p. 243)
sostendrá que “la tragedia griega es más bien expresión de un
sufrimiento que de una acción”. En el presente escrito la respuesta
girará en torno a la siguiente hipótesis de trabajo: la verdadera
filosofía, la verdadera moral y, sobre todo, la verdadera política, no
se cumplen más que en una retórica.
De tal modo que antes que mero arte de
las reglas de la palabra y la escritura, la Retórica será asumida aquí
como teoría ontológica del lenguaje. No se trata de un instrumento lingüístico
– comunicacional, sino de una teoría misma de lo verdadero, aquella
cuya máxima aspiración es la de integrar todos los saberes posibles. El
lenguaje será siempre y al mismo tiempo comunicación de sentido y
comunicación de ser. Es el caso que nos compete, el de las tragedias
griegas ellas denotan un lenguaje de persuasión y conciliación. Sentido
y ser, pensamientos y acción tendrán, pues, un carácter unívoco. Dicho
de otra forma: detrás de la retórica presente en los “Siete...”, se
encontrará una concepción del hombre y del mundo (según Esquilo), hecha
lenguaje. Faltará por determinar si es una definición con visos de
perennidad, o si se constriñe a un momento histórico en específico.
Lo que si ha de considerarse con
propiedad es que lo expresado en la tragedia es una prédica constante
sobre diatribas, lo que sintetiza el carácter paradójico del hombre
mismo. Se trata, por ende, de
un problema retórico y no de un moralista o psicológico.
Por medio de la palabra los hombres deciden y decantan una
conducta, para así poder subsanar toda posible contradicción.
En esquilo esa tarea la asume el héroe
Eteocles. En vista de ello,
el autor acude a las dos vertientes que definen al hombre: la razón (o,
lenguaje de las verdades) y la voluntad (o lenguaje de los deseos).
Platón en su diálogo “Gorgias, o
de la Retórica” (1.974.453a, 454b., p. 368) nos informa que la sofística
entenderá a la retórica como “Artesana de la Persuasión”. En medio del discutir trágico, se hace necesario persuadir
en función de esa dualidad entre conocimiento y voluntad señalada. Es un
problema retórico porque esa bifrontidad es vista en su poder persuasivo
sobre el hombre.
Surge un nuevo problema: ¿Cómo
persuaden el entendimiento (verdades) y la voluntad (afecciones)? En
Esquilo el logro de dicho propósito sigue el modelo surtido por la relación
misma entre el lenguaje comunicado (aunque sea emotivo) y sus principios
racionales: ha de razonarse sobre circunstancias irracionales.
En la exégesis tradicional esta
solución es reducida en base al dueto “Sophrosine”- “hybris”
(mesura, desmesura, respectivamente). La tragedia resumiría en su retórica,
la situación del hombre que vive y obra en una “polis”. Así el héroe
que actúa de manera noble y con medida defendiendo a Tebas, llevaría en
sí mismo una semilla de violencia y desmedida tal que atraerá la ruina
sobre él. Eteocles cuida su
ciudad y Polinices el cumplimiento de la palabra empeñada. La diferencia
radica en que para el primero su interés individual se vincula con el
interés de la “Polis”; el segundo – en cambio – exigirá
su derecho aún a costa de la destrucción de Tebas. La solución Esquílea
es realmente trágica: el fraticidio. La ciudad se salva, pero los excesos
de la “hybris” exigen el sacrificio – castigo. En otras
palabras, si bien el orgullo de ambos hermanos es causa de sus propias
muertes, sin embargo, Eteocles salva la “Polis” en su heroísmo.
Retórica, en fin, de lo que podría llamarse conciliación persuadida.
Capítulo
II
Retórica
del héroe y discurso de la “polis”
Lugar (“topos”)
de encuentros y desencuentros, la “Polis” griega era,
normalmente, como dice Rodríguez Adrados (1.975., p.16) “el campo en el
que se desplegaba el esplendor de unas cuantas familias aristocráticas
que las defendían y gobernaban, haciendo de ello un honor y un privilegio
a la vez; que les daban un ideal
de moderación y religiosidad que se aceptaba sin discutir”. En tiempo
de Esquilo Atenas y su ensayo de democracia, se convirtió en un sitio
propicio para que el individuo intentara construir una sociedad
“concorde y humana, unida por conveniencia y orgullo al bienestar y
poderío de la ciudad”. (Ibid., p.16).
Es en tal contexto histórico donde ha
de situarse toda posible lectura acerca del papel de lo retórico en la
cultura griega clásica. Los vasos comunicantes por ella misma abiertos,
concretizados en las representaciones trágicas, reflejan esa tendencia al
establecimiento de un orden (“Kosmos”) dentro de la ciudad, en
estrecha vinculación con la búsqueda del orden al interior del alma del
ciudadano.
Esas finalidades marcadamente prácticas
pueden ser comprendidas en toda su trascendencia si “oímos” lo dicho
por el sofista Protágoras a su interlocutor Sócrates, según narra Platón
en el diálogo “Protágoras, o los sofistas” (1.974., 317a., p. 166):
“El objeto de mi enseñanza es la prudencia que todos debemos tener para
la administración de su casa y, en lo referente a los asuntos de la
ciudad, la capacidad de llevarlas a la perfección por medio de las obras
y las palabras”.
En medio de tan extraña conjunción
de ideas aristocráticas e ideas democráticas, no resulta algo fácil
demarcar las fronteras entre el lenguaje de la “Polis” y el
lenguaje del ciudadano. Muchos menos entre política y moral. De allí la
necesidad por partir de una visión integral de cada una de dichas
esferas. Sin embargo, con antelación, habrá que distinguir entre el
discurso propio a la aristocracia y al referente a la democracia. El
primero estará estructurado en base a las virtudes hereditarias de la
nobleza, a saber, heroísmos fundado en los designios de la “hybris”
y voluntad de poderío. El segundo en el heroísmo imbuido de “sophrosyne”
y en el valor demostrado en defensa de los derechos adquiridos.
Ahora bien, en los “Siete...”
quien pone en práctica el “arte de persuadir” no es el pueblo (en el
sentido de ciudadano de la “polis”), sino el noble, el aristócrata.
Una poco a la manera como describe Platón en el diálogo “Gorgias”
(1.974, 475., p. 363) sobre como los sofistas argumentaban que la retórica
de Solón, en su discurso al pueblo de Atenas, fue lo que permitió la
construcción de las defensas y del puerto de la ciudad, más que la labor
de los arquitectos, así mismo procederá Eteocles al persuadir a su
gobernador acerca de la urgencia en prepararse para la defensa de Tebas.
Textualmente: “Ciudadanos de Cadmo:
Menester es que en la ocasión hable quien vela por la república... Hora
esta de que vosotros todos, el que aún no ha llegado a la flor de la
mocedad y que ha tiempo que salió de ella y el que sustenta un cuerpo
lleno de vigorosa lozanía, cada cual, cuidadoso como debe, defienda la
ciudad y las aras de los dioses patrios”.
El motivo fundamental de la retórica
del héroe de Esquilo es el drama de la ciudad asediada. Más allá de
causales cercanas al interés particular (lucha por el trono y las
riquezas, el lenguaje como expresión de una voluntad de poderío el
fratricidio refleja – como hecho – la consumación de una motivación
ceñidamente humana y social, esto es, la no menor estricta comunión del
hombre con la “Polis”.
Sin duda una simbiosis tal no está
exenta de disyuntivas, sobre todo cuando lo individual sobrepasa (sea por
designio humano, sea divino) las cosas de la ciudad. En los “Siete...”
Esquilo, mejor que nadie, supo captar la inmensidad del sufrimiento y del
padecer humano, en especial cuando el medio en el cual se desenvuelven y
relacionan los seres humanos, esta en peligro.
Así, el elemento trágico esquíleo
(en tanto visión trágica del hombre y del mundo), excede toda
experiencia personal. Se describe con gran fuerza expresiva, imagen sobre
imagen, el acaecer humano, acudiéndose al uso retórico del lenguaje (o,
poder de palabra) con el fin de sobre-coger al espectador con todo el peso
del dolor y de la incertidumbre. El final de la obra es emblemático:
“Horrendo de decir”, exclama Antígona. “Horrendo de mirar”
agrega Ismene.
Conclusiones
De lo dicho pueden extraerse las
siguientes conclusiones:
1.- Un
rasgo esencial del discurso retórico esquíleo presente en los
“Siete...” es el de la persuasión en aras de una conciliación de los
conflictos. Esquilo se representa una “Polis” (o Estado) en el
cual la diversidad en los principios que actúan en la sociedad se
mantengan en sus límites, sin necesidad de motivar de orden material
(deseo de poder de los hermanos). El fatricidio encarna tal conciliación
general en tanto solución armónica entrevista por el castigo y el perdón.
2.- Toda tragedia refleja la
lucha constante entre lo racional y lo pasional. Únicamente mediante la
escogencia debidamente razonada es que la catástrofe puede ser superada.
Es la violencia lo que produce lo trágico, algo que la prudencia podría
evitar.
Bibliografía
Esquilo, (1989) Tragedias
Completas. España: Biblioteca Edaf.
Goldmann L. (1.985). El
hombre y lo absoluto. El Dios Oculto. Barcelona: Península.
Jaeger W. (1.974). “Paideia”.
México. Fondo de Cultura Económica.
Platón (1.974) Obras
Completas. Madrid Aguilar.
Rodríguez
Adrados F. (1975). La Democracia Ateniense. Madrid: Alianza.
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material puede ser reproducido, citando a su autora, con propósitos pedagógicos
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