INTRODUCCIÓN
Con el planteamiento de la concepción “Gaia”,
primero Diosa en la mitología griega y después hipótesis científica de
la posmodernidad, se abre el camino del conocimiento o bien de una nueva
política de vida, dejando de lado de forma muy
ácida el
planteamiento antropológico, en favor de una posición
biocentrista (aunque discutida en parte, en este brevísimo
ensayo hermenéutico).
El planteamiento de
la “Teoría Gaia” que tiene como autores a James
Lovelock y Lynn
Margulis, no es mas que un modelo de una ecología de la mente
para la dinámica planetaria y celular que debe proyectarse –según los
autores- a un estado elevado
de conciencia, es decir, a la búsqueda de una nueva ecología, la “ecología
de conciencia”.
EL
FRACASO DE LOS METARRELATOS
Toda actividad
humana genera una
narrativa verbal o escrita
y nada más fascinante que las narrativas científicas arraigadas y
es un hecho el acto inconsciente del investigador que cree que esta siendo
racional con los datos observados cuando en realidad el científico no
puede menos que heredar las tradiciones
adquiridas de las culturas precedentes.
Se toma así, la oportunidad para
citar al propio Lovelock
(1995) sobre el tema en cuestión:
“...Toda
narrativa es una
estructuración del tiempo y,
por lo tanto, todas están inevitablemente relacionadas con sistemas
inconscientes de ordenamiento. De la sociología
del conocimiento creada por Feuerbach y Marx
hemos aprendido cómo
relacionar estas narrativas con
la situación económica y política de una cultura particular. Yo aceptaría
sus intuiciones pero insisto en que exploraremos más profundamente. La
organización del conocimiento y la organización de la sociedad
están relacionadas a niveles más profundos que los de la
organización de la percepción y de la conciencia. Uno
puede ser kantiano y considerar sean “puros conceptos del
entendimiento”, o puede ser platónico
y considerar que sean formas arquetípicas del mundo inteligible
las que determinan los fenómenos del mundo sensible. Yo me inclino un
poco más hacia el lado platónico y
considero que estas narrativas están
determinadas por ideas arquetípicas
de orden. Pero también me han enseñado nuestros colegas budistas,
presentes aquí esta noche,
que estas ideas platónicas no
se deberían materializar en un empíreo celestial, que está
demasiado implicadas en
una “organización sujeta a
códigos”, que están vacías toda
solidez absoluta.
Toda cosa se funde en “sunyata”, pero no todas
a la misma temperatura. Un objeto se
funde bastante rápidamente, pero un arquetipo se funde más despacio y a una temperatura mucho más alta. Por lo tanto como pueden
observar, soy marxista platónico y budista, un verdadero hijo del último
cuarto del siglo XX...”
Lo anteriormente mencionado no son más
que formas particulares de
narrativas científicas o imágenes,
dejando de lado toda ilusión y hasta
podríamos decir
revelaciones, para concretizar en ideas inconscientes de orden. Así, las
narrativas científicas pueden ser tomadas por factores de convivencias para ciertos grupos, sociales,
políticos o religiosos. En efecto existen dualidades en la
Historia de la Ciencia en donde la narrativa científica se mezcla
con lo religioso y lo político, tal como lo fue, por
ejemplo, en el siglo XIX el paleontólogo francés George
Cuvier creador de la teoría de
la catastrofismo, que fue aceptada socialmente entonces por su orientación religiosa dado que se encargaba
de explicar la diversidad biológica terrestre con conceptos como
la caída del Hombre y la cólera de Yahvé .
En
contraposición a esta
teoría nos encontramos
con el uniformismo de los autores Hutton
y Lyell, (también
en el siglo XIX) que ayudó
al sostenimiento del Darwinismo.
Para Lyell la naturaleza se comportaba igual que un caballero inglés. No
había ningún trastorno vulgar o repentino que alterase el orden natural
del progreso a través de la ciencia y la razón. Ahora bien, bajo la hipótesis
Gaia, la Tierra y todo lo que ella haya contenido o contiene
ha sido parte de un cambio permanente desde principios de la evolución
del espacio exterior.
Aunque esta teoría de por sí no es
nueva, sí lo es el hecho de considerar a nuestro planeta como un
organismo vivo. ¿Cómo se originó esta teoría? La inició el biólogo
británico James Lovelock a fines de la década de los años 60,
cuando se encontraba estudiando para la NASA el régimen de
intercambio de gases de la Tierra; en particular le llamó la atención
que para producir 4.000 megatoneladas de oxígeno (gas oxidante)se
requerían al menos 1.000 megatoneladas de dióxido de carbono (gas
reductor) que sólo podían ser producidas por los seres vivos presentes
en el conjunto total de la biosfera terrestre, ya que un porcentaje
inmenso de la atmósfera terrestre estaba compuesto por nitrógeno, argón
y otros gases raros. A Lovelock le intrigó el cómo podría haber sido la
atmósfera de la Tierra hace unos 5.000 millones de años, poco
antes de la aparición de las primeras formas vivas (bacterias y otros
micro-organismos vivos) sobre la misma. Descubrió y formuló entonces su
revolucionaria teoría de que la biosfera de la Tierra más que un resultado
de los procesos naturales de los diversos ciclos de los elementos (ciclo
del carbono, ciclo del agua, etc.) era el proceso mismo de la vida
sobre el planeta.
Apoyándose en trabajos anteriores de fines de los
cincuenta de astrobiólogos como Carl Sagan y Heinz Müller
en la Universidad de Chicago, sobre la evolución de las atmósferas
en Venus, Marte y otros planetas y satélites naturales del sistema solar,
Lovelock formula entonces la hipótesis de que la Tierra es un sistema
vivo de difícil (aunque no imposible) destrucción, pues ella ha
aguantado más de sesenta grandes impactos de asteroides, meteoros y
cometas a lo largo de su historia natural.
Por
ejemplo, Lovelock cita el gran impacto del Cretáceo (hace 65
millones de años) cuando debido al impacto de un gran asteroide
desapareció el 70% de la vida sobre la Tierra (dinosaurios y otros
grandes reptiles), pero la Tierra en sí misma no
sufrió un daño significativo mayor pues tenía –y tiene- la
capacidad de sobreponerse a varias extinciones masivas de diversas
generaciones de organismos vivos, a través de la modificación continua
de sus sistemas en la búsqueda de un equilibrio no entrópico o al
menos, lo más no entrópico posible. ¿Cómo? Lovelock contesta
que a través del reacomodamiento de los gases de su atmósfera
después de catástrofes semejantes y obligando a los seres
sobrevivientes a participar en la nueva composición atmosférica.
CONCLUSIÓN
James Lovelock sostiene que la composición
actual de la atmósfera, es decir, 78% de nitrógeno, 21%
de oxígeno y 1% de gases como el CO, el CO2,
argón, etc, etc. garantizan el equilibrio homeostático del
sistema, pero que si hubiera un cambio significativo de la temperatura
terrestre hacia arriba o bien hacia abajo, esta composición de gases
pudiera muy bien variar, ocasionando por ejemplo un aumento del oxígeno
atmosférico hasta un 23% o un 24%, lo cual se traduciría
en grandes incendios de vegetación en toda la superficie terrestre,
debido al carácter oxidante de dicho elemento.
Ello lleva entonces, a la conclusión
de que si queremos sobrevivir como actual especie dominante del
planeta debemos tomar en cuenta que la Tierra es un sistema vivo, muy
antiguo y bien organizado, y que si la seguimos provocando como hasta
ahora hemos hecho a través
de la contaminación, las explosiones nucleares, la emisión de
gases destructores de la capa de ozono, etc., simplemente
buscará su nuevo equilibrio ¡¡deshaciéndose de tan molestosos
inquilinos!! (nosotros, los seres humanos) mediante algún cataclismo de
naturaleza interna (marejadas, terremotos, vulcanismo, etc) o mediante uno
que venga de afuera (mega-impactos asteroidales o cometarios) o bien por
una combinación de ambos. Después de todo, ¿qué son para la Tierra
los 2 o 3 millones de años que los humanos tenemos sobre ella, comparados
con los 5.000 millones de años de su propia y continua evolución?
Absolutamente nada.
REFERENCIAS
Lovelock, J., Bateson, G.,
Margulis, L. y otros (1995) “Gaia.
Implicaciones
de la nueva biología.”
3ª. Edición. Colección Nueva Ciencia
Editorial Kairós, Barcelona, España.
(©2.000
Juan Antonio Rodríguez-Barroso. Puede utilizarse este material, citando
al autor con propósitos heurísticos o pedagógicos)
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