La voz "ente"
deriva del término latino ens, que, como el vocablo
griego ón, significa simplemente
lo
que es, lo que tiene ser.
Ahora bien, la palabra "ser"
puede, a su vez, tomarse en dos sentidos. En efecto, una veces la utilizamos
para atribuir a alguna cosa un cierto modo o manera de consistir, que
se da en ella; y así, pongamos por caso, aplicamos a Roma la índole
de ciudad, empleando para esto el verbo "ser" en su tiempo presente
("Roma es una ciudad"). Pero, otras veces en cambio, nos valemos
del verbo "ser" para expresar el hecho de la existencia, el
existir, tal como ocurre, por ejemplo, al afirmar que "quien piensa
tienen, sin duda, ser" (en el sentido de que, evidentemente, está
existiendo). Incluso cabe que no conozcamos bien qué es una cosa,
por no saber con exactitud en qué cosiste y, sin embargo, estemos
seguros de que es, en la acepción de que existe. Y, a la inversa,
cabe que sepamos bien qué es una cosa, sin que estemos seguros
de su ser en tanto que no tenemos la certeza de que realmente exista.
Así, pues, la palabra "ser" puede funcionar como sinónimo
de la voz "consistir" (en esto, o en aquello,
o en la de más allá) y también puede resultar equivalente
al vocablo "existir". ¿En cuál de estos
dos sentidos se la toma cuando se dice que ente quiere decir lo que es,
lo que tiene ser?
Supongamos que se la usa en la acepción de existir. En ese caso,
la palabra "ente" significa "existente". Sin embargo,
si nos fijamos bien en este término, comprobaremos con facilidad
que el existir no se presenta con él como algo aislado. "Existente"
no significa "existir", sino algo que existe, algo que tiene
existencia, y ese algo ha de tener también un consistir, pues no
cabe que existe lo que en nada consiste o lo que consiste en nada. Por
tanto, hay que tener alguna esencia, algún modo de consistir, para
estar dotado de existencia.
Sobre esta base, y como ya se dijo, "ente" equivale
a "existente", pero no, en cambio a existencia.
La existencia no existe, ni tampoco puede existir, por la bien clara razón
de que no es una esencia.
El concepto del ente es, en principio, el de la estructura bipolar de
la esencia y de la existencia. Esta estructura es ontológica. En
ella cabe acentuar o destacar, como hemos hecho hasta aquí, el
polo de la existencia, pero sin aislarlo enteramente. No podemos por menos
de concebir la existencia como existencia de una cierta esencia. Pero,
a la inversa, también si se destaca o acentúa el otro polo
estructural del ente, no por ello lo aislamos por completo. Concebimos
la esencia como una esencia de un ente, de un existente en acto o en potencia.
No cabe ninguna esencia, ningún modo de ser, que lo sea de un ente
absolutamente imposible. Tal esencia sería la de la nada, es decir,
no sería esencia alguna. Y aunque una esencia puede ser concebida
sin incluirla en un ente que la esté poseyendo, lo que entonces
ocurre es que la concebimos como una entidad completa: la tratamos "como
si fuera" una esencia existente, no por juzgar que lo sea,
sino por concebirla de ese modo.
De ello resulta que, aunque el concepto del ente nos muestra una estructura
bipolar, es, sin embargo, el más simple de todos nuestros conceptos.
Sólo de un modo aparente son más simples que él las
nociones de esencia y existencia, porque, como ya se ha señalado,
lo más que cabe destacar o acentuar en una de ellas, sin que la
otra deje de estar connotada. De ahí la clásica distinción
entre el ente tomado como nombre y el ente usado como participio. En cuanto
nombre, denota el ente la esencia, connotando, no obstante, la existencia
(efectiva o posible). Y, en tanto que participio, denota, en cambio, la
efectiva existencia, pero sin dejar de connotar la esencia. Se trata de
algo comparable a lo que ocurre con la palabra "estudiante"
-es el ejemplo que se suele poner-. Como nombre se aplica a alguien
a quien compete estudiar, aunque no esté estudiando, mientras que
como participio se la usa para destacar o subrayar el efectivo acto del
estudio, aunque sin dejar de connotar en él un sujeto que lo realiza.
Lo mismo puede ocurrir, por poner otro ejemplo, con la voz "cognoscente".
No siempre el cognoscente está ejerciendo el acto de conocer, pero
no cabría llamarle de ese modo si estuviese privado de la respectiva
aptitud. De un modo similar, se llama ente, tomando esta palabra como
nombre, a lo que tiene aptitud para existir, aunque de hecho no exista,
mientras que, usado como participio, ente denota sólo lo que existe,
y justo en tanto que existe. En ambos casos se da la estructura de la
esencia y de la existencia: algo que puede existir y el existir de ese
algo.
Por el contrario, un absoluto imposible no tiene ninguna esencia ni ninguna
existencia (ni siquiera de un modo potencial). En virtud de ello, y hablando
con propiedad no se le llama ente. De un modo impropio, cabe llamarlo
así, pero entonces se trato sólo de un puro y simple
"ente de razón" o mera ficción mental,
no de un ente efectivo, por más que lo podamos concebir -no juzgar
con verdad- como si lo fuera. Y de algún modo, sin duda, hemos
de pensarlo, ya que lo distinguimos del auténtico ente. Lo concebimos
"como si lo fuera" (ad instar entis). De lo contrario,
no podríamos juzgar que no lo es (para juzgar hay que pensar lo
juzgado)