URUK -1-




En el templo burdel de la ciudad de Uruk, los sacerdotes
de la Sumeria no cometen el sacrilegio de yacer
con las ungidas de la diosa Ishtar, la Venus del Eufrates.
Mujeres consagradas al culto de la hospitalidad, reposo y solaz /de los extranjeros.

¡Extranjero, nuncio dichoso de los dioses,
en verdad, él mismo un dios!

Forastero, te sacudes el polvo, ese ungüento del camino, esas partículas
que cubren los senderos, enagua y pátina, esmerilado rocío / de los campos.

Y ahora, en un tono menor, al fin de cuentas, qué tanto oropel
para un pardito de provincia, arriesgás con simple humor
estas líneas: gringo, si el camino te percudió de polvo,
qué polvo te echarás con la elegida.

Y en la escuela secundaria, cuando se leía en Misa
el versículo tercero del Génesis: ”Ya que polvo eres, al polvo
volverás...” Y las miradas cómplices de los pibes y el gesto airado,
el rencor, la amargura de los curas escolapios.

Echarse un polvo, coger (en la acepción diecinueve del Diccionario
de la Academia) modismos rioplatenses; follar, joder,
en España. O, más castizos aún, copular, ayuntarse,
aparearse, preferido por biólogos y antropólogos.
El culpable fornicar y hacer el amor, galicismo de salón.
Ninguna de estas voces te convence, suficiente obstáculo
para disuadirte del comienzo balbuceante.

¿Existe la palabra prohibida, la palabra que el poema rechaza
como un cuerpo extraño?

                                    H. F. Herrera (De Escribas y Meretrices,2001)


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