Enrique Blanchard


 


Mal informa una leyenda fundando los signos prístinos en el caparazón de una tortuga casi inmóvil. ¡De celeridad es todo lenguaje! Y fue en el Este enceguecido y en el plumaje variopinto del pájaro enigmático -supremo el despliegue de su undívaga capa en undísono océano- donde el fantasma mudo tuvo la revelación del símbolo. ¿Quién donó cárcel de luz a su aventura? ¡Coreutas!, si existe un mundo, existe en ese vuelo. Lar de la mar, de palma en el bravo espejo fractal. ¡Ese vuelo, coreutas, sin permuta posible!: completo el mundo no era su isla. ¡Y sin regreso!: de su isla expulsado, encierro es todo el mundo.



No profana cartas de suicida. Puja con las distintas muertes de su vida. Ahora llega del océano y del encierro. Y del encierro en el océano. Y del océano del encierro. Nombre siamés de nada: jamás. Ya no hay padres ni hay hijos. Sólo voces para la ilusión ajena. ¡Máscara alguna oculte el vacío! Va por el oblicuo duelo, su paga de hasta nunca. El muñeco es huésped de ausencias. Y el hombre de cubierta tiene a las nubes por familia.



Si hay una voz hay una comunidad fantasmal. ¡Ser el jardinero de un silencio! ¡El plantaflor de un vacío eterno! Cada historiador produce un caso de óptica: solo alcanza la visión de lejos. ¡Industrial agónico este artesano que manufactura el manco aullido en su fraseo! En su derredor el tiempo inocuo y acorralado es por el sonsonete inicuo. Piruetas y tumbos para el deseo. No debería sorprendernos que parte de su biografía se haya reducido a peregrinos incordios con los imprenteros. Oriente altivo, sus dorados párpados negados: conoce hasta los tuétanos la zozobra que el signo prístino padece. Sin embargo, una tormenta verbal sucedida por detritus de susurros fue su suerte alguna vez. ¡Un omnipotente Otro que no conociese la tinta de ocultar! El infinito del deseo. ¡El bucle imposible del deseo! Hilo que se babea: gusano. Vuelve. Y del polvo será otra vez. Do un sucesivo celar de ser lo haga volar. Murciélago o lepidóptero. Cuando lar polvo y silueta sean él. Que quiso ser.

De Escenas en las estaciones terminales

Enrique Blanchard (Buenos Aires, 1944- 2001) Publicó: El fantasma y su límite, Silueta de polvo, El distraz del cuerpo (1982), Función del ventrílocuo, Ídolo de niebla (1984), Reo de Redes (1986), Figura de cera, El locutor físico (1989), Retrato de Antifaz; Gaucho concreto; Guascalia o el éxtasis esquimal (1990), Desnudo de espectro (1991), Escenas en las estaciones terminales; Viajero de una mano (1994), Physicus Loquutor-Libro Uno- El fantasma y su límite (1995), Physicus Loquutor -Libro Dos- Función del ventrílocuo (1997). Dirigió desde 1985 la editorial de poesía Nuevo Milenio.

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