Raúl Alberto Schnabel



EL RELOJ

                              
“Nunca estamos más lejos de nuestros deseos
                                        que cuando imaginamos poseer lo deseado”.


                                                   
Johann Wolfgang Goethe


 La mirada nublada de Pedro Errázuri sólo atiende las baldosas del piso. De campera negra y nariz filosa, el hombre abre la puerta de calle del conventillo donde durmió la última noche y no lo perturba el pampero frío que tergiversa la mañana del 31 de diciembre de 1999. Camina con las manos en los bolsillos desde el Mercado por Sarandi hasta la placita, y dobla hacia el puerto por Solís. Duda un instante, pero el azar lo asiste,porque si no hubiera hallado monedas en la campera no se dirigiría ahora a la cabina de teléfonos. Disca, lo hace sonar dos... tres... cuatro... cinco... diez veces. Pero nadie responde.
 Valeria Alonso no ha regresado al departamento que comparten en Malvín. La última vez que hablaron, una semana antes, ella dijo que pasaría la Navidad en casa de sus tíos en Tacuarembó, pero dejó entrever a Errázuri que estaría de vuelta para Año Nuevo con una media palabra de reconciliación. Es probable que hayan hablado de encargar un hijo. Sin embargo él está convencido de que ella lo traiciona. La indiferencia del teléfono lo penetra como puñaladas que lo atragantan. Al llegar a la Rambla del puerto, las sospechas de traición se vuelven una certeza para Pedro Errázuri.
 Había pasado los días anteriores en el atelier de su hermano, en el barrio viejo, pues no soporta el vacío del departamento de Malvín. Hubiera preferido aturdirse, aunque salió de putas sólo esta última noche.
 Pedro Errázuri avanza por Cuestas, gira por Sarandi hasta la Rambla que nace en la escollera y encara para el lado de Ramírez sin rumbo fijo la ira lo perturba- camina durante horas hasta que se decide entrar a un bar recién en Pocitos, pasadas las diez. Pide un café y lee la sección deportiva del diario. La Rambla se está templando con un sol indeciso y el ajetreo del último día del año. Piensa... otro ensayo del fin de los tiempos.
 Mientras entra al ascensor, el teléfono suena por última vez en el departamento del cuarto piso, un poco después del mediodía. La tarde transcurrirá en silencio. Afuera, los rumores del jolgorio acecharán la quietud del interior. El teléfono no sonará más.
 Cerca de las seis de la tarde, Errázuri había bebido media botella de whisky. Una renovada serenidad se apropia de su ánimo cuando recuerda el viejo 32 que ganó al póquer la noche que ella partió, allí en el cajón del medio del escritorio. Petardos y bengalas arreciarán más y más a medida que se acerquen las doce. Se le dibuja en la cara una mueca de satisfacción por el modo del desquite, cuando a las seis y media toma las llaves y saca el revólver del escritorio. Carga las seis balas con delicadeza de relojero y se acuesta en la cama matrimonial del otro ambiente. Necesita vencer el sueño, mientras el alivio acompaña sus pensamientos. Se dice entonces qué pena no haber vivido con la libertad que ahora gozo. Con luminosidad repasa tramos enteros de su vida y se detiene en la dicha de los primeros tiempos. Por un momento piensa en el dolor de Valeria y en que sus sospechas podrían ser infundadas. Pero comprende pronto que la duda no es buena compañía en estas circunstancias. No deja nada escrito porque no es su costumbre. Se despedirá de Valeria Alonso con un murmullo interior y afirmará el arma contra la sien derecha.
 Valeria Alonso se despierta a las nueve y media al encenderse las luces del ómnibus, antes de entrar a la terminal de Tres Cruces con dos horas de retraso. Por fin está llegando feliz a su casa de Malvín cargada de regalos. Se detiene ante las penumbras y la luz avara del escritorio. Al acercarse al velador, Valeria Alonso percibe pasos por detrás. Siente que la puerta de entrada se cierra. Llama a Pedro, pero nadie contesta. Desilusionada, deja los bultos y sale a caminar por la costa del río, que en Montevideo rumorea como el mar.
 Cerca de la medianoche vuelve a refugiarse en la soledad de su departamento, porque no tolera las insidiosas explosiones del júbilo general. Mientras se aproxima a la cama comprende que ama ya sin reparos a Pedro Errázuri y que por fin tendrán un hijo.



Raúl Alberto Schnabel nació en Bernal, Provincia de Buenos Aires en 1951. Por sus poemas y cuentos obtuvo numerosos premios. “El reloj” , incluido en su antología “Inmortalidades 13 relatos breves” (Ediciones El mono armado, Buenos Aires, 2005) obtuvo Mención del Jurado en el concurso organizado por la Cámara de Comercio de San Nicolás. 2004, con motivo de la Feria del Libro de esa ciudad de la Provincia de Buenos Aires.

 

 

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