Edgardo Lois

 




HOJA DE RUTA I (fragmento)

Una vez aparecido el cuaderno de 24 hojas Hit en la casa de las sierras, tuve la idea de consignar una pequeña hoja de ruta que no estuviera formada por una aplicada descripción de los caminos del lugar. No, la hoja de ruta, el mapa a dibujar estará dado por mis dos lecturas seleccionadas para ser recorridas durante la estadía en la casa de los Montergous.
Volví a la casa con dos libros, uno empezado en Buenos Aires, Memorial del convento y para después, Señas de identidad.
Siempre agradezco a Gabriel por haber derribado la traba que me impedía marcar los libros que leía. Ya llevo unos siete años de marcas en lápiz, en tinta de color rojo, siete años de fragmentos subrayados y de anotaciones al margen. Gabriel me hizo ver el valor incalculable de consignar nuestro rastro en los libros. Algo así como dejar nuestras marcas para que en un hipotético futuro de buscador, podamos tener pista del que fuimos o reconocer al que todavía seguimos siendo. Algo así como una invitación a la relectura de ese texto fragmentado por nuestra propia mano, volver al sabor elegido con solo abrir el libro y a través de cada marca poder asomarse a alguno de sus momentos, los notables, aquellas líneas para recordar que sumaremos a los recuerdos, destacados o no, de nuestra vida. Una única alternativa me ofrecen hoy el libro y la vida, la contemplación fragmentada, y es así como vuelvo a ellos. Armado con un lápiz y mi memoria, así leí en la casa de las sierras.

Suele suceder cuando leo a Saramago. De repente no son tantos los fragmentos marcados. Con el portugués ocurre que logra, y no pocas veces, capítulos enteros en los que es imposible elegir unas líneas. Todo el capítulo respira en unidad, provocando la parálisis de mi mano derecha. Hay capítulos completos que figuran en mi ejemplar señalados con un gran signo o con varios signos de admiración, tres es el máximo, porque la escritura simula ser el mejor travelling literario, dónde detener el cochecito de bebé que tiembla en las escaleras de Eisenstein. Sentado a la gran mesa de madera de la casa de las sierras, dejo pasar las hojas del libro. Estuve leyendo bajo el bosquecito de acacias, ahí marqué algunos fragmentos y acomodé tres signos de admiración en un capítulo. 

“Debería bastar esto, decir de alguien cómo se llama y esperar el resto de la vida para saber quién es, si alguna vez llegamos a saberlo, pues ser no es haber sido, haber sido no es será, pero otra es la costumbre, quiénes fueron sus padres, dónde nació, qué edad tiene, y con esto se cree que uno sabe ya más y a veces todo.”


Conocí al Chino Amieva en la librería de Flores donde durante unos años traté de formarme como librero. El Chino, dueño de amplia memoria y un lector inquieto, jamás me preguntó nada personal, nada más hablábamos del placer descubierto a través de la lectura. Al Chino Amieva lo conocí con más de ochenta años. Sabía que él se pasaba medio año en su departamento de Flores y la otra mitad en la casa que tenía en El Trapiche, provincia de San Luis. El Chino no me conocía cuando me ofreció su casa de San Luis para cuando yo estuviera dispuesto. No me conocía, pero me adivinó, me adivinaba, el Chino me sigue adivinando y eso me hace feliz.




Edgardo Lois (Argentina- 1962) integra la Secretaría de Redacción del periódico Desde Boedo y colabora en numerosas revistas. Publicó: Un intento de desalojo en los años 40; Café “Margot”, poemas y relatos, autores varios; Vampiros en la mitología de la tristeza o Del exilio dentro de la misma casa (Tango novelado), novela; México, un refugio en Buenos Aires, textos cortos; Vuelo interno (sobre un espejo y la muerte), novela; Anecdótica historia de la muerte, relatos; Bitácora de lluvia, novela; La Caramba en 24 hojas- Anotaciones en la Villa de Merlo, San Luis (Ediciones El mono armado, Buenos Aires, 2005) al que pertenece el texto trascripto.

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