RESEÑA DE OBRA POÉTICA
 

 

 

 

Antologia pessoal, de Rodolfo Alonso (Thesaurus Editora, Brasilia, 2003, 195 pgs.)

Una singularidad poética que vale por sí misma
“La gloria es un verso recordado”, sugirió José Pedroni. Cuando leo la poesía de Rodolfo Alonso, no puedo olvidar la voz de mi padre 1 que decía en la noche, en la casa silenciosa, o en una charla de amigos en el café Amadeus, con la luz de la plaza en la mañana, un poema de Alonso, que desde entonces llevo también yo conmigo. Se llama Déjà vu, y, más allá de la circunstancia personal, creo que es justamente memorable: “Una mujer se desnuda en mi memoria / mientras afuera resplandece la ciudad / o llueve y hace frío // Una mujer lava su pelo negro con el agua de mi infancia / una distancia va formándose // Su piel es lenta y fresca como la mañana que acaricia / su voz se hace lejana // Una mujer me alcanza / el primer seno descubierto / el primer seno acariciado // Mientras adentro resplandece la memoria”. Hace unos meses lo he recordado con mis alumnos, en unas clases sobre la poesía argentina de la segunda mitad del siglo XX, y fue uno de los poemas que los estudiantes eligieron para comentar. No sé si lo entendieron del todo, no sé si su profesor lo pudo explicar del todo, pero ya sabemos que “ante la poesía, tanto da temblar como comprender”.
Seguramente no hace falta presentar a los lectores la labor de Rodolfo Alonso pero, por las dudas, digamos unas palabras sobre ella. Nacido en Buenos Aires a fines de 1934, la obra de Alonso incluye más de quince títulos (sin contar antologías); cinco libros de ensayos; dos de narrativa; numerosas selecciones de otros escritores (es de destacar su tarea como fervoroso difusor de la obra de grandes autores de la modernidad) e innumerables traducciones (Pessoa, Pavese, Ungaretti, Éluard, Prévert, Quasimodo, Valéry, Murilo Mendes, Bandeira, etcétera). En su juventud fue el “benjamín” de una revista que en la década del cincuenta congregó y sirvió de vehículo de expresión a una nueva generación, la que suele denominarse con el nombre de esa década. Esa revista, Poesía Buenos Aires (1950-1960), más allá de las naturales diferencias de los autores que aparecían en ella, no era una publicación demasiado ecléctica, meramente compilatoria, sino militante, de tendencia. La militancia de estos jóvenes poetas era por una concepción de la escritura como acto vanguardista, que en rigor historiográfico debemos llamar neovanguardista, dado que buscaba renovar el impulso de las llamadas “vanguardias históricas” de la primera mitad del siglo. En la Argentina, como se sabe, las vanguardias literarias tuvieron una manifestación más bien efímera, en la década del veinte y, salvo casos esporádicos, fueron suplantadas a lo largo de los años treinta y cuarenta por una poesía que buscaba conciliar tradición y originalidad, enlazando sus búsquedas con las experiencias de la poesía modernista y posmodernista. El gran corte con esa tradición vino justamente con la neovanguardia del '50. “Nunca dejaremos la vanguardia”, afirmaba uno de los directores de Poesía Buenos Aires 2 en los inicios de la publicación. De hecho, durante casi toda la segunda mitad del siglo XX la poesía argentina no dejó
la vanguardia o, cuanto menos, el tipo de escritura que desde entonces se identificó con lo nuevo en poesía. En las últimas décadas, sin embargo, la novedad no sólo se avejentó, sino que también tomó un carácter masivo, lo cual ha hecho que en los mejores autores se produjera un redescubrimiento de valores poéticos que habían quedado relegados por el empuje rupturista: por ejemplo, la atención a la estructuración métrica y a la construcción del poema como algo más que una sucesión de fogonazos imaginativos o epigramáticos.
De este proceso es una muestra cabal la obra de Rodolfo Alonso, aunque su valor por cierto no se agote en su carácter de “muestra”, sino que posee una singularidad poética que vale por sí misma. Tanto de esa índole ejemplar (“en cada tramo del camino el poeta que querría hablar de sí 'sin olvidar a nadie' señala el trayecto que todos habían - habíamos- de seguir”, observaba otro poeta dos generaciones más joven 3), cuanto de esa singularidad, el lector puede verificar los signos en esta decantada “antología personal” brasileña bilingüe 4, que va desde su primer libro, Salud o nada (1954), hasta el penúltimo, Música concreta (1994). Tal vez nadie haya visto tan bien y tan pronto como Carlos Drummond de Andrade el conflicto que recorre como un estremecimiento la espina dorsal de esta obra poética. Decía el poeta brasileño en 1969: “Una poesía que no usa las palabras por la sensualidad que desprenden sino por el silencio que concentran: así es la de Rodolfo Alonso”. En efecto, hay en toda su poesía una voluntad de despojamiento, de accesis verbal, que podría tener su enseña en el título de su último libro: El arte de callar (2003). Al mismo tiempo, sin embargo, con idéntica persistencia, la voz de Alonso se ha caracterizado por su tono celebratorio de los dones de la vida. Un título que está en el centro de su obra puede ser una síntesis clara de esta disposición: Señora Vida (1979). Tal celebración no excluye, sin embargo, la percepción del dolor, ya sea personal, ya sea colectivo, que en los últimos libros se va extendiendo como una sombra cada vez más oscura en el ánimo del poeta.
Si tuviera que señalar la índole que más valoro en esta poesía, diría que es la inocencia. Tal vez por momentos ella haya llevado al poeta a cierto candor ligeramente enfático (“Gal Costa canta / y un argentino / siente siente siente / desesperadamente / que la vida podría ser bella / que está prohibido prohibir / que todo es posible / y que el amor la libertad la poesía / aún rigen al mundo...”), pero también es ella la que permite unir presencia plena y plena ausencia, nostalgia infinita e infinito deseo, en un verso como “Una mujer lava su pelo negro con el agua de mi infancia”, o la que consiente entre oír, sabia y humildemente, Esa voz, con la cual -como decía Martí- “el universo habla mejor que el hombre”: “Realmente / no he venido a la tierra / más que a oír ese canto del viento / entre las altas hojas / y pasar como él”. 

Pablo Anadón

1 Alejandro Nicotra. (N. del E.)
2 Nicolás Espiro. (N. del E.)
3 Daniel Samoilovich. (N. del E.)
4 Traducido al portugués por Anderson Braga Horta, José Jeronymo Rivera y José Augusto Seabra. (N. del E.)


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