ESCRITURA DEL OTRO

por H. F. Herrera


Dobles
Ser otro u otros; vivir otras vidas, porque la nuestra no es lo que esperamos que ella sea; anhelo imposible, decepción que funda nuestro ser. Génesis del doble.

De tarde en tarde, la intuición de una conciencia gemela. En algún lugar distante, otro hombre, ¡mon semblade, mon frère! (Baudelaire), camina con los pasos de mi alma.

La pluralidad del yo, estrategia contra la muerte. No es fácil decapitar al monstruo de cien cabezas. ¿Somos esa Hidra? Ir entregando, poco a poco, como los atenienses al Minotauro su cuota de jóvenes, la suma de nuestros yoes. Sacrificar, capa a capa. nuestras pieles sucesivas; conformar a la muerte, ir ganando prórrogas.

En los sueños, nos vemos actuar desde la platea del preconsciente: el yo que sueña y el yo soñado. También la muerte, ese otro sueño, podría concebirse como el desdoblamiento en el que psíquis contempla su carnadura yacente. La conciencia personal diluyéndose en la conciencia universal mientras el cuerpo cumple su destino mineral. Radical disolución.

El examen de conciencia, audaz ejercicio gótico; la confesión, género autobiográfico, más cilicio que pluma, desdoblamiento del yo: el sujeto observador y el observado, el observador expiando, por la delación del examinado, a su yo pecador.

El ser humano, al desdoblarse, es su doble y su propio espejo; lunas enfrentadas, vértigo de lo ilimitado. Pero burlar al dios Término, ¿depara la fatwa?

Entre nosotros y las cosas se interponen -aporías de lo imposible- nuestros dobles, tanto escollos como fieles nuncios.

El ser humano está compuesto de diversos espíritus; haz de espíritus que, como espermatozoides, pugnan por vencer: sólo uno puede fecundar el yo de cada trance. Anomalía: a veces, como en el caso de los gemelos, varios de ellos pueden aparecer al unísono. Motivo del doble.

La luz duplica la realidad; la cosa y su sombra. La luz engendra su opuesto, la sombra. Si iluminamos una vida, esta vida se desdobla en varios yoes: el luminoso, el oscuro, las gradaciones. A mayor claridad, abundancia de matices. Por sobreabundancia, nacen los heterónimos.

¿Acaso el de hoy es igual al de ayer, al de mañana? Mis dobles son el eco de mi fluir. Las mudas sucesivas del espíritu.

Máscaras
No tenemos cara, sólo calavera y máscaras, 
disfraces para la representación, la actuación que es toda vida, surgida del juego del Hacedor.
Nos ponemos y sacamos las máscaras, como 
un cómico sombreros, como un discreto burgués antifaces para el baile veneciano.
Tristeza, enojo, risa, éxtasis, llanto, grito; 
máscaras talladas en oro de dioses, sus propios fragmentos.
Y de todas nuestras máscaras, la que sonríe 
es la más lograda. El gesto más humano, signo de comunión, espejo de tolerancia, sello personalísimo, imagen de la paz y de la suavidad, del gozo de ser, pero también, el gesto que plagia a los dioses-niños y puede atraer envidias y maleficios.
La risa es la inteligencia y la libertad del hombre. ¡No hay nada de qué reír! -gritan los poderosos. ¡Sean íntegros, sean una sola persona! ¡Sean consecuentes, permanezcan fieles! ¡Sean uno y el mismo! -completan los hipócritas.

Sin embargo, somos uno y somos plurales; las caras cambiantes, las caras que se mudan como la piel de invierno en septiembre. Cada una un rasgo en la memoria del cielo. Somos uno y somos varios, y nos manifestamos entre el ser y el devenir y el no ser.

Hasta su último gesto, su rictus de muerte, el hombre luce varias máscaras; la del horror, la del borramiento de la conciencia, la de la sonrisa pétrea de coloso. Sí, los muertos también ríen; ríen por haberse liberado de la realidad y sus penurias; ríen aliviados, locos de contento por mirar el mundo como astronautas.

Reflejos
Desde niños vemos duplicada nuestra imagen en los espejos, en el agua quieta, ¿y si la imagen fuera, en verdad, un otro? Hay algo de propio y algo de ajeno en esa duplicación. Y ya desde entonces recelamos de esa imagen que, ante nuestros ojos, pretende autonomía.

Lo propio, lo ajeno; el niño se vuelve hombre, y es padre, y reconoce en su hijo, carne de su carne, vestigios del alma y del cuerpo. La herencia es otro espejo; algo empañado por tanto aliento.

Vivimos constantemente reflejados. El mundo de los espejos, espejos comunes, espejos que 
deforman. Nuestros cuerpos se multiplican, acrecen o se afinan, se alargan o se contraen, se hunden, se redondean ante las lentes cóncavas y convexas de la mirada ajena.
O nos inclinamos en un estanque y entre el follaje y las nubes que se mecen en el agua, un rostro escondido como un yacaré entre los camalotes: nuestras facciones boyantes.
Enigma de la fragmentación.

El reflejo y la sombra dicen la dualidad del cuerpo y la psíquis, llaman a superar el yo; la aventura de una visión excéntrica; la salvación en los bordes.

Los otros
Flash de eternidad. Caminamos por la ciudad más ignota y alejada, otra cultura, una lengua incomprensible, diferentes razas y costumbres; nos perdemos en la muchedumbre; tratamos de retener algunas caras, a las que nunca más veremos porque sus dioses no son los nuestros. El gentío, la extranjería, la rapidez con que observamos y olvidamos, todo parece embriagarnos de caducidad. Sin embargo, está ahí, y cómo refulge, la chispa sagrada de lo humano; y nos sentimos semejantes, fraternos.

Huimos de la realidad, de los otros, refugiándonos en nuestro yo plural; y escapamos del yo, de la tiranía de los dobles, yendo hacia los demás.
¿Qué es lo otro? Lo otro es hacia donde vamos escapando de nuestro yo, de nuestra multitud de yoes.

Escribir, arrojar la gota del instante contra el muro de lo eterno. Raspar las cosas, intentar vestirlas de trascendencia. Nuestro dolor, nuestro fracaso, quizá, nuestra corona de escribas.
¿Podría escribirse sin la posibilidad de ser otro?
Porque somos una muchedumbre, podemos ser los otros, cada uno de nuestros yoes, una persona, un personaje. Toda escritura sería así, una escritura del otro.

Fragmentos de su ponencia en el Primer Encuentro Nacional de Escritores de La Plata-2004- Literatura desde la periferia. 


H. F. Herrera: nació en la ciudad de Córdoba, Argentina, el 30 de mayo de 1956 y reside en Buenos Aires desde 1982. Publicó cinco libros de poemas: Conjeturas (1981); Fragmentos del exilio (1997); Notaciones (1999); Escribas y Meretrices (2001) y Oficio de Horas (2003) y mantiene inéditos un libro de relatos y una novela. Ha colaborado en diversas revistas literarias y en suplementos culturales de diarios de la Capital y del interior del país.

fijando vértigos 2006 ® Todos los derechos reservados

Hosted by www.Geocities.ws

1