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Alberto Claudio Blasetti

BAR EL SPORTMAN
Prólogo

 

El verdadero tema de esta obra está detrás de la obra. Tuve que terminar de escribirla para darme cuenta de que mis preocupaciones eran la ubicuidad y la promiscuidad.
La ubicuidad o relación esencial entre el amor y el espacio. Por ejemplo: cuando uno de los enamorados lleva en la mente al otro y éste, entonces, está en dos lugares al mismo tiempo. Tema que puede repetirse hasta el infinito si se piensan objetos o si se ofrecen las seducciones del nominalismo a una multitud.
Y la libertad, o capacidad de penetración, de alojamiento, que tiene la mente en el seno de la materia. Como se sabe, en la materia predomina lo vacío sobre lo lleno. Esos aparentes vacíos están transidos de libertad en forma de efluvios o estelas que deja el pensamiento. Porque lo que importa es que en el interior de la materia hay psiquismo, capacidad de elección que permite que un átomo se desvíe de su órbita y se acerque a otro. Es el dimanen: desviación o inclinación que termina en enlace bárbaro u origen de cada mundo, pese a lo increado del universo que siempre existió y siempre existirá, salvo los episodios de las transformaciones.
Los personajes se adelantaron y tomaron estas ideas cuando yo no las había hecho conscientes todavía. Y las proyectaron al espacio enriquecido que es un escenario ...
. . .
SONIA: (Levemente sombría...) Los lobos dejan rastros. Aunque se vayan al alba y el perro vigía baje de la empalizada porque ha pasado el peligro. Por lo menos hasta la noche, que llega pronto porque el día es corto. Y de día, se ven las huellas en la nieve.
LA SONÁMBULA: Siempre se ven las huellas. Yo las veo en la costa. Las de Berenice que sigue buscando el Hudson gris que era de su padre; las de Lawson, que se casó en estado de ebriedad y ahora tiene remordimientos; las de los neumáticos del auto de Lunessi, persiguiendo a Lawson porque lo supone contrabandista; hasta El Remero de los Ojos Azules deja huellas en la arena...
SONIA: Por qué decís “hasta”.
LA SONÁMBULA: Vos sabés que está muerto...
(Largo silencio)
(Se enciende el escenario de la derecha.)
ROQUE: ¡Muerto!... Totalmente muerto me sentí cuando sospeché aquello. Pobrecita, no diré que mi novia fuera Beatriz Cenci. Pero sobrellevaba el drama de los Cenci. Por eso en los momentos en que me acercaba a ella la sentía rara, como si le molestaran mis caricias. Si yo hubiese tenido valor, entonces, el valor que tengo ahora, ¡debí haber matado al que iba a ser mi suegro!
LUCIANO: (En cuya voz hay grietas de inseguridad.) Y qué hizo?
ROQUE: Me dediqué a vestirme con elegancia para compensar mi inferioridad. (Pausa.) ¡Todo se me hizo claro y comprendí por qué la tía se había vuelto loca! ¡Y por qué rezaba todo el día! ¡La locura y la oración eran sus únicos refugios! Una noche la crucé mientras avanzaba con la palmatoria por la galería. Oí que murmuraba: “La locura es una casa blanca”. Blanca...
(Se apaga el escenario de la derecha y se enciende el de la izquierda.)
LA SONÁMBULA: La canoa de El Remero de los Ojos Azules era blanca. Una noche me llevó a la isla. A la isla Paulino, que está cerca. Cruzamos la calle Nueva York y bajamos al muelle de madera. Él remaba con una pericia que me hacía dichosa. Sentía el olor de los álamos blancos y adivinaba a los castores construyendo sus subterráneos. Es un olor en el que predomina el complemento de lo nocturno. Alguien cantaba, a lo lejos, y había luces de faroles hamacados por la brisa. Miles de mariposas habanas giraban alrededor de la luz. Y los tucos le colgaban esmeraldas a la noche. Pero no era eso lo más importante...
SONIA: ¿Qué era lo más importante?
LA SONÁMBULA: Que cuando una vivía al lado de un hombre como él, el paisaje se transformaba.
SONIA: Esa es la presencia del amor, que transforma el contorno. Lo hace liviano. Volátil...
LA SONÁMBULA: Y yo me sentía también liviana. Como si flotara. Y era tan dichosa que tenía la sensación de que no me iba a morir nunca. ¡Todo resultaba fácil! ¡Y esos perfumes que salían en vahos del corazón húmedo de la isla! ¿Has sentido alguna vez el aroma incitador de la tierra?
SONIA: Una vez, debajo de un abeto... Pero no quiero acordarme.
LA SONÁMBULA: Yo, sí. No tengo más remedio. No tengo más recurso que el recuerdo. Pasaban los camalotes con un rumor instigador, río abajo. Me sentí oportunidad de mordedura. Gozosamente estaba tirada en el pasto y, arriba, me hacían señales las estrellas. Eso que tiene el verano. Una especie de lasitud
penetrante. Donde vivir es fácil, si una se deja llevar... Yo le quise jurar algo pero me lo impidió.
SONIA: ¿Qué hizo?
LA SONÁMBULA: Me puso una cereza entre los labios. Mordí la cereza y, porque estaba boca arriba, el jugo rodó por mi cuello, como un río chiquitito y siguió bajando, bajando...
SONIA: ¿Y después?
LA SONÁMBULA: Después, empezamos a oír música. Una música clara...
SONIA: ¿Como la seda de los vestidos que vos usás?
LA SONÁMBULA: Una música espumosa. Y risas que se abrían en carcajadas... Todos bebían y bailaban desde hacía días, como si hubiera desaparecido el tiempo.
SONIA: Una fiesta pagana...
LA SONÁMBULA: Parecían semidioses adoradores de la vid, de la ebriedad resarcitoria... El Remero de los Ojos Azules me dijo que era uno de los habituales casamientos de la isla. Debajo de un roble apareció la novia...
SONIA: Estaría ligeramente turbada. Porque la turbación es el signo inequívoco de una novia.
CORO: Tal vez fuera el estío. Eso vagamente nupcial que baja con las corolas de los ríos. Una especie de vaho que adormece porque los árboles, que han visto crecer a la novia, se desprenden de sus mejores nieblas. Y ese efluvio, es el humo con que Eros y Afrodita celebran la llama. Los pretendientes, aquellos que en las noches tórridas imaginaron una vida que no fue, aquellos que lanzaron en las miradas los mascarones de proa de sus navíos, debían oficiar su propio sacrificio.
LA SONÁMBULA: Las amigas la llevaron al cuarto nupcial. Donde había ánforas, ungüentos, óleos. Allí estaban los pretendientes. Ellos, debían desnudar a la novia y, en seguida, retirarse.
SONIA: Qué extraña coincidencia.
LA SONÁMBULA: ¿Por qué decís eso?
SONIA: Mirá. hace unos meses llegó un hombre raro. Un pintor o escultor... Algo así. Era un bohemio que no tenía ni siquiera para comer. Pero hablaba de cosas comunes en forma diferente... Hablaba del equilibrio. Decía que tenía que existir una anti-tierra donde las cosas se hicieran bien. Aseguraba que no teníamos que preocuparnos por nuestros males porque ésta es una playa residual. Y que si existía un sol tenía que existir un anti-sol, para que no se descompensara aquel equilibrio.
LA SONÁMBULA: ¡Qué interesante! Es lo mismo que sugiere El Médico de Mataderos allá, entre Atalaya y Punta de Indio cuando habla de lo que hay que ser para poder ser. ¿Y?...
SONIA: Le dí de comer. Como no le quise cobrar me hizo sobre el vidrio un dibujo raro. Me aclaró que el autor era un tal Duchamp. Sonrió de una manera muy extraña. Me recomendó que tuviera confianza en el futuro. Que todos éramos puro devenir y ya parte de las especies nuevas. Antes de que se fuera le pregunté cómo se titulaba el dibujo...
LA SONÁMBULA: ¿Y qué te contestó?
SONIA: Me dijo que las cosas no tienen que tener obligatoriamente nombre. Pero que si quería, que lo llamara “La novia desnudada por sus propios pretendientes”.
LA SONÁMBULA: Se ve que se refería al sacrificio... / SONIA: ¿A qué sacrificio?
LA SONÁMBULA: Al de la Tierra que va a ser fecundada. / SONIA: ¿La Tierra?
LA SONÁMBULA: ¿Qué te crees que es una mujer?
SONIA: Yo siempre pensé que era un búcaro.
LA SONÁMBULA: No. Es una urna que espera a la imaginación.
SONIA: ¿Para qué?
LA SONÁMBULA: Para salir hacia el otro lado.
. . .
EL REMERO DE LOS OJOS AZULES: ¿Por qué estás triste?
LA SONÁMBULA: Porque uno de los dos se va a morir. Y el otro se va a quedar solo recordando siempre. Y van a pasar los años y va a envejecer pero seguirá presente gracias al recuerdo. Eso es lo importante del amor. Que las cosas puedan estar las unas adentro de las otras. No separadas. Que puedan ser promiscuas. Que los hálitos, los sentimientos, los recuerdos y las evanescencias formen una nube sin fronteras. Vos muerto, yo viva. Vos vivo, yo muerta... y es la misma cosa con tal que haya memoria y emoción. Y la otra gran cosa es la ubicuidad. Por ejemplo, yo estoy aquí y en Buenos Aires al mismo tiempo. Soy alpina, húngara, soy una música de un monte blanco y sigo al mismo tiempo en una costa baya...
(Parte izquierda del escenario) (Nínive hace funcionar la máquina de café express. Sale humo...)
NÍNIVE: Me llamaban Sonia. Pero soy Nínive. Sueño con el Eúfrates. Crecí al pie del monte blanco. Debajo del bosque de abetos, conocí un muchacho que llevaba una pistola Browning, niquelada. Me hablaba de los viajes, de los países del calor, de las grandes hojas de las Islas Fidji donde la sífilis crece como una especie vegetal y sombría. La sed, la siesta... Y el monte blanco, quizá por ese eterno viajero que pasaba del Transiberiano al Oriente Express, terminé aquí. ¿Pero qué quiere decir aquí y allá? Si los efluvios son los mismos. Si las fronteras son mentales. Si mis brazos están hechos para abrazar y abrasar,para temblar y abrazar. Si un sitio es todos los sitios y por un lugar pasan todos los lugares con tal que haya voluptuosas emanaciones de amor... nubes lentas subiendo de la tierra al cielo, ondas que entran por los pulmones, lenguas dulces que buscan la parte acariciable del corazón...
LUCIANO: Yo hacía trampas en el Oriente Express... La peca, la carta marcada y esos grandes industriales perdían en una noche de juego lo que habían robado con sutilezas, con argucias durante una vida. Nunca estuve intranquilo porque me sentía una forma subalterna, pérfida, de la justicia.
NÍNIVE: Nombraste el Oriente Express... Recuerdo que cuando me senté en el vagón que se desprendía del Transiberiano, rodábamos como un trineo hacia una suave columna ferroviaria con abedules, con plantas silenciosas que tenían en sus verdes, flecos de lobos. Había otros pasajeros y otros vagones perdidos. Entre los del Oriente Express y los de Transiberiano hicimos un círculo. Quizá para que no nos atacaran los lobos... Era como una zona de espejos y las estrellas bajaban, descalzas, a una reunión de situaciones translúcidas. Ni la escarcha ni los trineos eran lo más importante. Si no, tal vez, un ánimo de corrección, una gran fe modificatoria.
LUCIANO: No te entiendo bien.
NÍNIVE: Sí, las parejas se iban formando como lo que no había podido tener lugar en el tiempo y significaba, sin embargo, en ese espacio arbitrario y rectificatorio, una forma de lo que debía haber ocurrido para que las cosas fueran distintas y mejores.

Alberto Claudio Blasetti (Buenos Aires, 1923) Poeta, crítico literario, periodista. Por su cultura amplia y actualizada es un auténtico ciudadano del mundo. Ha publicado numerosos libros de poemas y relatos. Los fragmentos transcriptos pertenecen a su libro más reciente: Teatro, Editorial Casandra, Buenos Aires, septiembre del 2004.


                                   

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