Compendium Theologie

SANCTI THOMAE AQUINATIS

 

El Compendium Theologie - que según el Index Thomisticus consta de 69.896 vocablos- es una sinopsis teológica redactada por S. Tomás, con el objeto de ofrecer a su compañero y secretario Fray Reginaldo de Piperno un resumen de la doctrina cristiana..

La división y numeración de los capítulos ,corresponde a la ofrecida por la edición latina de Raymundo Verardo. SANCTI THOMAE AQUINATIS, Opuscula Theologica, Ed Marie ( Taurini-Romae 1954).

Cap.1.Presentación.

Cap.2.Orden de las cuestiones sobre la fe.

Cap.3.Dios existe.

Cap.4.Dios es inmóvil.

Cap.5.Dios es eterno.

Cap.114.¿Qué es lo que se entiende por el bien o el mal en las cosas?

Cap.119.El doble género del mal.

Cap.136.Sólo Dios puede obrar milagros.

Cap.138.¿Si existe el destino, qué es?.

Cap.149.¿Cuál es el fin último del hombre?.

Cap.201.De las otras causas de la Encarnación del Hijo de Dios.

Cap.215.La gracia de Cristo es infinita.

 

  1. Presentación y objetivo del C.T

(CT; Cap 1, Nos 1-2) (1) El Verbo del Padre Eterno, que en su inmensidad abarca todas las cosas, quiso reducirse a nuestra humilde pequeñez sin despojarse de su majestad, para levantar al hombre caído por el pecado y remontarle a la excelsitud de su divina gloria. Y, con el fin de que nadie pudiera excusarse de no conocer la doctrina de la palabra divina, encerró en un compendio sucinto, para utilidad y provecho de aquellos que tienen poco tiempo, todas las nociones que con extensión y lucidez están consignadas, para los hombres de ciencia, en los diferentes libros de la Sagrada Escritura.

Como se sabe, la salvación del hombre consiste y se funda en el conocimiento de la verdad, para que el entendimiento humano no se oscurezca con los diversos errores; también consiste en la búsqueda del fin debido, para que no se extravíe de la verdadera felicidad buscando fines indebidos; e igualmente se funda en el cumplimiento de la justicia, para que no se mancille con los vicios. Por consiguiente, Dios ha compendiado en pocos y sucintos artículos de fe la enseñanza de la verdad necesaria para la salvación del hombre, tal como dice el Apóstol a los romanos: "Palabra abreviada hará el Señor sobre la tierra" (Rom 9,28); y ésta es la palabra de fe que nosotros predicamos. Dios ha rectificado también la intención del hombre por medio de una oración corta, mediante la cual, no sólo nos enseñó a orar, sino que, al mismo tiempo, nos mostró el fin al que debemos dirigir nuestra intención y en el que debemos fundar nuestra esperanza. Y Él ha resumido en un solo precepto de caridad toda la justicia humana, que consiste en el cumplimiento de la ley (Rom 13,10). Por esta razón, al dirigirse el Apóstol a los corintios les enseña que toda la perfección de la vida presente se podría compendiar en tres capítulos que son la fe, la esperanza y la caridad. Y así, les dice: " Ahora permanecen estas tres virtudes, la fe, la esperanza y la caridad" (1 Cor 13,13); las tres cosas en que, como señala S. Agustín, está basado el culto a Dios.

(2) Con el fin de ofrecerte, mi querido hijo Reginaldo, un compendio de la doctrina cristiana para que puedas tener siempre a la vista, me propongo tratar en la presente obra de tres cosas: primero, de la fe; segundo, de la esperanza; tercero, de la caridad. Este es el orden que nos enseñaron los Apóstoles, el más conforme también con la recta razón. Pues, en efecto, no puede haber amor puro y recto si no se determina al fin legítimo de la esperanza, ni puede haber esperanza si falta el conocimiento de la verdad. Es necesario, por consiguiente: primero, la fe, por la cual se conoce la verdad; segundo, la esperanza, que dirige nuestros deseos a su legítimo fin, y tercero, la caridad, que ordena totalmente los afectos.

·  2. Orden de las cuestiones sobre la fe.

(CT; Cap 2, Nº 3) (3) La fe es cierto goce anticipado de aquel conocimiento que nos hace bienaventurados en la felicidad futura. Por eso dice el Apóstol (Heb 11,1) que la fe es "el fundamento de las cosas que se esperan", como si ya existieran incoadas en nosotros las cosas que esperamos, es decir, la bienaventuranza futura. Nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado que este conocimiento generador de la felicidad consiste en el conocimiento de dos verdades: la Divina Trinidad (caps 3-184) y la Humanidad de Cristo (caps 185-246). Por ello, dirigiéndose a su Padre, dice: "Y la verdad eterna consiste en conocerte a Ti, un solo Dios verdadero y a Jesucristo, a quien tu enviaste" (Io 17,3).

La Divina Trinidad y la Humanidad de Cristo son las dos verdades sobre las que estriba la fe; lo cual no debe causarnos admiración, porque la Humanidad de Cristo es la vía por la que se va a Dios. El hombre, por consiguiente, tiene necesidad de conocer, durante su peregrinación terrena, aquel camino recto que ha de conducirle al fin de su viaje. Y en la Patria en la que es llamado, el reconocimiento y la acción de gracias de los elegidos hacia Dios no serían suficientes, si no conocieran el camino que es principio de su salvación. No fue otra la razón por la que el Salvador dijo a sus discípulos: "Ya sabéis a dónde voy, y sabéis asimismo el camino" (Io 14,4). Por lo que respecta a la Divinidad, conviene conocer tres cosas: primero la unidad de esencia (caps 3-36); segundo, la trinidad de Personas (caps 37-67); tercero, los efectos de la Divinidad (caps 68-184).

3.Dios existe

(CT; Cap.3, Nº4)(4) Lo primero que debemos creer sobre la unidad divina es que existe Dios, verdad que la misma razón humana percibe con la mayor evidencia. En efecto, vemos que todas las cosas que se mueven son movidas por otras: las inferiores por las superiores, como los elementos por los cuerpos celestes. Entre los mismos elementos, el que más fuerte mueve al que es más débil; y, en los cuerpos celestes, los inferiores son movidos por los superiores. Esta comunicación de movimientos no puede prolongarse hasta el infinito porque, como todo lo que es movido por otro es como un instrumento del primer motor, no habiendo primer motor, sería instrumento todo lo que comunica el movimiento. Si la comunicación del movimiento fuera infinita no existiría el primer motor; y si así fuera, no habría más que instrumentos en esa serie infinita de seres que mueven y son movidos. No hay hombre, por ignorante y sencillo que sea, que no conozca cuán absurdo y ridículo sería suponer que un instrumento tiene actividad propia para moverse, sin haberla recibido de un agente principal. Esto equivaldría al intento de aquel que se propusiera construir un arca o un lecho, dejando que obraran solas las sierras y demás instrumentos, sin la acción del carpintero. Es, por consiguiente, absolutamente necesario que exista un primer motor, principio de todo movimiento. Y a ese primer motor es al que llamamos Dios

4. Dios es inmóvil

(CT; Cap.4, Nº 5-6)(5).De lo que acabamos de decir se deduce claramente que, así como es necesario que haya un Dios que dé movimiento a todas las cosas, también es necesario que Dios sea inmóvil. Si Dios, que es el primer motor, recibiera movimiento, o lo recibiría de Sí mismo, o de un agente extraño. Si Dios recibiera el movimiento de otro agente, habría un motor superior a él; y esto repugna a la naturaleza del primer motor. Y si lo hiciera de Sí mismo, lo recibiría en virtud de una de esas dos hipótesis: o porque sería motor y movido bajo un mismo aspecto, o porque sería motor según un aspecto, y movido bajo otro. La primera de estas hipótesis es imposible, porque todo lo que es movido está, por lo mismo, en potencia, y todo lo que mueve, en acto. Si Dios fuera motor y movido, bajo un mismo aspecto, debería estar bajo la misma razón en potencia y en acto, lo cual es imposible. Tampoco es admisible la segunda hipótesis: porque si fuese un aspecto motor y bajo otro movido, no sería primer motor suyo por sí mismo, sino en virtud de aquella parte suya que tiene la fuerza motriz. Pero, como lo que es por sí mismo es anterior y preferente a lo que no lo es, no puede ser primer motor suyo, si sólo lo es en virtud de aquella parte que tiene fuerza motriz. De aquí resulta que el primer motor ha de ser entera y absolutamente inmóvil.

(6) Lo mismo podemos afirmar considerando las cosas que mueven y son movidas. Todo movimiento procede de un agente inmóvil o causa, que no tiene en sí un movimiento de la misma naturaleza que el que comunica. Así, vemos que las alteraciones, generaciones, corrupciones de los cuerpos inferiores se refieren a un cuerpo celeste como su primer motor, que no está bajo la influencia de un movimiento de la misma naturaleza, puesto que no es susceptible ni de generación ni de corrupción, ni de alteración. Es necesario, por consiguiente, que lo que es primer principio de todo movimiento, sea entera y absolutamente inmutable.

 

·  5. Dios es eterno

(CT; Cap.5, Nº 7)(7) Resulta de lo que precede que Dios es eterno, porque todo lo que empieza a existir o deja de existir, nace muere por movimiento o mutación; y como antes hemos demostrado que Dios es inmutable, necesariamente hay que deducir que Dios es eterno.

·  114.¿Qué es lo que se entiende por el bien o el mal en las cosas?

(CT; Cap.114, Nº 223)(223) Debemos considerar que, así como entendemos por bien la perfección del ser, por mal se entiende la privación de esta perfección. Pero, como la privación propiamente dicha es la privación de un bien debido, que le pertenece en un tiempo y de un modo determinado, es evidente que una cosa es llamada mala porque carece de una perfección que debe tener. Por ejemplo, el que el hombre esté privado del sentido de la vista es un mal para él, pero no lo es para la piedra, porque no es propio de esta ver.

·  119.El doble género del mal.

(CT; Cap.119, Nº 235)(235)Al ser el mal una privación y un defecto, como hemos dicho antes (Caps.111 y 112), puede sobrevenir a una cosa no solamente en cuanto a su naturaleza, sino también en cuanto que por la acción está dispuesta a un fin. Por consiguiente, el mal es de dos maneras: primero, con relación al defecto producido en la misma cosa, como la ceguera es un mal del animal; segundo con relación al defecto de la acción defectuosa. El mal de una acción dispuesta para un fin al que no puede llegar de una manera conveniente, se llama pecado (peccatum), tanto en las cosas voluntarias como en las naturales. Peca el médico en su acción cuando no procede de un modo conveniente para conseguir el restablecimiento de la salud; la naturaleza peca también en sus operaciones cuando no conduce la cosa engendrada a la disposición y forma conveniente como cuando nacen monstruos en la naturaleza.

·  136.Sólo Dios puede obrar milagros

(CT; Cap.136, Nº 275-277) (275)Puesto que todo el orden de las segundas causas y su virtud proceden de Dios, y puesto que el mismo no produce sus efectos necesariamente, sino por libre voluntad, como antes se ha dicho (Cap. 96); es evidente que puede obrar al margen (praeter) de las causas segundas, como curar a los que no pueden ser curados según la operación de la naturaleza, o hacer otras cosas que no son conformes al orden de las cosas naturales y que, sin embargo, lo son respecto al orden de la Providencia divina. Por que, lo que Dios hace algunas veces fuera del orden de las cosas naturales por El establecido , lo hace para algún fin. Cuando acontecen divinamente hechos de esta clase fuera del orden de las causas segundas, se les da el nombre de milagros, porque es maravilloso (mirum) ver un efecto e ignorar su causa. Por ser Dios cosa al margen de las segundas causas que no son conocidas, estamos en presencia de un milagro propiamente dicho (simpliciter miraculum). si, por el contrario, produce un efecto cuya causa es desconocida para éste o para aquél, a este efecto no se le llama propiamente milagro, porque sólo lo es para aquel que ignora la causa. Por ello, una cosa que a uno le parece maravillosa, no lo es para otro quien conoce la causa.

(276)Solo Dios tiene el poder de obrar fuera de las causas segundas, porque Dios es el que lo ha establecido, y no está subordinado a este orden. Los demás seres, por el contrario, están sometidos a este orden, y, por esto, sólo El puede obrar milagros, según las palabras del Salmista "Sólo El hace maravillas" (Sal 71,18). Cuando parece que alguna cristura hace milagros, o no son milagros verdaderos, porque son producidos por los demonios, que son efecto del arte mágico; o, si son milagros verdaderos, han sido impetrados de Dios por alguno, a quien le ha concedido el poder para hacerlos. Por consiguiente, como estos milagros no son obrados más que en virtud del poder divino, con razón son tomados como pruebas de fe (argumentum fidei), porque sólo se fundan en Dios. Pues en todo lo que el hombre produce por la voluntad divina, no hay nada en que esté más claramente impreso este sello divino que en las obras que sólo Dios puede hacer.

·  138.¿Si existe el destino, qué es?

(CT; Cap.138, Nº 279)(279) Algunos (Cicerón) no quieren referir a una causa que los ordena los muchos efectos que proceden de la consideración de las causas segundas. Y así todo lo atribuyen a la casualidad. Polemizando con ellos, habremos de negar la casualidad.

Otros, en cambio, han querido referir estos efectos, que parecen casuales y fortuitos, a una causa superior que los ordena, y sin salir del orden de las cosas corporales, atribuyeron esta acción ordenadora a los primeros cuerpos, es decir, a los cuerpos celestes. Los que esto afirmaban decían que le destino dependía de la posición de los astros, de la que provenía los efectos de este género. Pero, como ya hemos demostrado antes, el entendimiento y la voluntad, que son los principios propios de los actos humanos, no están sometidos a los cuerpos celestes; luego no se puede decir que lo que parece acontecer en las cosas humanas de una manera casual y fortuita, se refiera a los cuerpos celestes como a su causa ordenadora. Solo hay destino y hado en aquellas cosas humanas que se da la fortuna. Pues, en efecto, sobre estas cosas se pregunta cuando se quiere conocer el porvenir, y sobre ellas dan sus respuestas los adivinos.

Por esta razón el destino es llamado hado, y, por consiguiente, esta noción del destino -como lo absolutamente fortuito- es ajena o contraria a la Fe.

Pero como no solamente las cosas naturales, sino también las cosas humanas que parecen casuales, están sometidas a la Providencia divina, es necesario referirlas todas a la acción ordenadora de ésta. Hablar de destino, por tanto, equivale también a sostener que todo está sometido a la divina Providencia. El destino entendido en este sentido es un efecto de la Providencia divina

·  149. ¿Cuál es el fin último del hombre?

(CT; Cap.149, Nª 298)(298) La consumación del hombre consiste en la posesión del último fin, que es la bienaventuranza o felicidad perfecta, la cual consiste en la visión de Dios, según se demostró antes. La inmutabilidad de la inteligencia y de la voluntad se alcanza por la visión de Dios.

La inmutabilidad de la inteligencia, porque cuando se ha llegado a la primera causa en que pueden ser conocidas todas las cosas, cesa la investigación de la inteligencia.

La movilidad de la voluntad cesa también, porque una vez conseguido el fin último, que encierra la plenitud de toda la bondad, no queda ya nada que desear, pues la voluntad se muda porque desea alguna cosa que no tiene todavía. Luego es evidente que la consumación última del hombre consiste en un reposo perfecto o inmovilidad del entendimiento y de la voluntad

·  215. De las otras causas de la Encarnación del Hijo de Dios

(CT; Cap.201, Nª 380-384) (380)Hay además otras razones de la Encarnación divina. Como el hombre se había alejado de las cosas espirituales y se había entregado enteramente a las cosas corporales - de las cuales no podía desprenderse por sí mismo para volver a Dios-, la sabiduría divina, que había hecho al hombre, tomando la naturaleza corporal le visitó cuando estaba adherido a las cosas corporales para atraerle a las cosas espirituales por el misterio de su Cuerpo.

(381)Fue, pues, necesario que Dios se hiciera hombre para demostrar al género humano la dignidad de la naturaleza humana, y para que de este modo el hombre no estuviese sometido ni a los demonios ni a las cosas corporales.

(382)Haciéndose hombre, Dios demostró, al mismo tiempo, la inmensidad de su amor hacia los hombres, a fin de que en lo sucesivo estuviesen sometidos a Dios no por el temor de la muerte, que el primer hombre había despreciado, sino por los afectos de la caridad.

(383)Además, por este medio Dios dio al hombre un signo de aquella feliz unión que por la operación de la inteligencia existirá entre el entendimiento creado y el espíritu creado. Después de que Dios se ha unido al hombre asumiendo su naturaleza ya no resulta increíble que el entendimiento de la criatura pueda estar unido a Dios en la visión de su esencia.

(384)Por la Encarnación, en fin, toda la obra de Dios alcanza, en cierto modo, su perfección porque el hombre, que es lo último que fue creado, vuelve a su principio por una especie de círculo, al unirse con el principio de todas las cosas por la obra de la Encarnación.

 

·  215. La gracia de Cristo es infinita

(CT; Cáp.215, Nª 431-433) (431) Es propio de Cristo tener una gracia infinita, porque, según el testimonio de San Juan Bautista, Dios no dio con medida los dones del Espíritu Santo a Cristo hecho hombre (confróntese Jn 3,34). En cambio, a los demás se les da con medida la gracia, como dice el Apóstol en su carta a los de Efeso:"A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia a medida de la donación de Cristo"(Ef 4,7). No hay duda de que la gracia de unión ha sido concedida de un modo finito a los hombres y de modo infinito a Cristo, porque ha sido concedido a los santos ser dioses o hijos de Dios por participación, como don, el cual, por ser criatura debe necesariamente ser limitado, como son las demás criaturas. Cristo, sin embargo, revestido de la naturaleza humana, fue Hijo de Dios no por participación sino por naturaleza; luego, en virtud de la misma unión, Cristo recibió un don infinito, por lo que, sin duda alguna, su gracia de unión es infinita.

(432)En cambio podría dudarse de si es infinita la gracia habitual de Cristo. Siendo esta gracia un don creado, habría que convenir necesariamente en que tiene una esencia finita. Sin, embargo, puede llamarse infinita de tres modos. Primero,  por parte del que la recibe. En efecto, es evidente que la capacidad de una naturaleza creada es finita, porque, aunque pueda recibir un bien infinito por el conocimiento y el goce, no lo recibe de una manera infinita (cfr. Cap.106) cada criatura tiene, según su especie y naturaleza, una medida determinada de capacidad, sin que esto sea obstáculo para que el poder divino pueda hacer otra criatura de una capacidad superior, en cuyo caso no sería de la misma naturaleza según la especie -a la manera que si se añadiera la unidad al número tres, resultaría un número de otra especie-. Cuando no se da a alguno toda la bondad divina de que es capaz naturalmente según su especie, parece que se le concede este don con cierta medida; pero cuando se llena toda la capacidad natural, en este caso no hay medida en la concesión, porque aún cuando la haya por parte del que recibe, no la hay por parte del que da, que está dispuesto a darlo todo, del mismo modo que quien va al río con un vaso encuentra agua sin medida, aún cuando él la tome con medida por causa de la capacidad determinada del vaso. Así, pues, la gracia habitual de Cristo es finita según la esencia; pero se dice que ha sido dada de una manera infinita y sin medida, porque fue dada según toda la capacidad de la naturaleza creada. En segundo lugar, la gracia es llamada infinita con relación al don recibido. Debemos ahora considerar que no hay obstáculo alguno en que una cosa sea finita, según la esencia, y sea, sin embargo, infinita en razón de cierta forma. En efecto, es infinito en esencia lo que posee toda la plenitud del ser, lo cual sólo conviene a Dios, que es el Ser mismo (ipsum esse). Si se supone una forma especial cualquiera no existente en un sujeto, como la blancura o el calor, esta forma no tendría una esencia infinita, porque su esencia estaría limitada al género o a la especie; pero poseería, sin embargo, toda la plenitud de tal especie y, por consiguiente, por razón de la especie no tendría ni término ni medida, poseyendo todo lo que puede pertenecer a tal especie. Cuando la blancura y el calor se encuentran en un sujeto cualquiera, este no posee siempre todo lo que siempre y necesariamente pertenece a la razón de esta forma, sino sólo en el grado de perfección en que puede tenerla ese sujeto, a saber, de tal manera que el modo de poseerla se adecue a la capacidad de las cosas poseídas. La gracia habitual de Cristo, que ha sido finita según la esencia, sin embargo, no ha tenido límite ni medida, porque Cristo recibió todo lo que puede pertenecer a la gracia. Los demás no reciben todo, sino que unos lo reciben de una manera y otros de otra, porque hay diversidad de gracias (cfr. 1 Cor 12,4). En tercer lugar, la gracia habitual de Cristo es infinita respecto de la causa. La causa contiene, en cierta manera, el efecto. Por consiguiente, todo aquello cuya causa tiene un poder infinito de influencia posee esa influencia sin medida, y en cierto modo de una manera infinita; por ejemplo, el que poseyera una fuente cuya agua pudiera correr siempre tendría agua sin medida y, en cierto modo, de una manera infinita. Así, pues, el alma de Cristo posee una gracia infinita y sin medida, porque está unida al Verbo, que es el principio indeficiente de la emanación (emanatio: con éste término designó la acción por la cual surgen toda las cosas del Verbo, como principio indeficiente de ellas) de todas las criaturas.

(433)Por ser infinita la gracia singular del alma de Cristo, de la manera que hemos dicho, se deduce, con la mayor evidencia, que también su gracia como cabeza de la Iglesia es infinita porque da de aquello que tiene. De ahí que, habiendo recibido sin medida los dones del Espíritu Santo, tenga poder para dar sin medida lo que pertenece a la gracia capital. De tal modo que su gracia, no sólo es suficiente para la salvación de algunos hombres, sino para la de todo el género humano, según aquellas palabras de San Juan: " El es la víctima de propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también los de todo el mundo"(1 Jn 2,2), y aún podría añadirse "y por la de muchos mundos", si muchos existieran.

 


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