GIORDANO BRUNO:
Los Heroicos Furores

El heroico furor nace de un estímulo interno y de un fervor natural, suscitado por el amor a la divinidad, a la justicia, a la verdad; suscitado por el fuego del deseo y el soplo de la intención. Son estos fuegos internos los que hacen que el pensador se vuelva él mismo una cosa sagrada y alcance la excelencia de su propia humanidad. El filósofo en ese estado de furor se vuelve algo divino.


Por Humberto Giannini

La entrada en los tiempos modernos - en "la Edad de la Razón"- signi
ficó también el despertar de la conciencia occidental a un conflicto extremo, insuperable para algunos, entre esta razón, sin más apoyos que la experiencia del mundo, y aquella fe tradicional en el más allá del mundo. "Conciencia feliz", conciencia escindida, por lo que más tarde se ha llamado "el conflicto de la doble verdad". Una expresión noble, grandiosa de aquel estado de íntimo desgarro de la cultura moderna será la filosofía de Emmanuel Kant. ("Me ha sido preciso suprimir el saber para dar cabida a la creencia", dice en el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura".)

Se trata, en todo caso, de un viejo entrenamiento: el logos (la razón) contra el mito, entre los griegos; la historia profana frente a la historia sagrada, en el medioevo, y la disputa permanente entre teología y "dialéctica": si hay que creer para llegar a entender o bien si es preciso entender primero lo que propone la fe para llegar a creerlo, etc. Y en el siglo XV la confrontación se renueva, desplazándose al campo de las ciencias físicas a propósito de la "hipótesis heliocéntrica", contundentemente respaldada por "nuevas y sólidas razones".

Galileo, obligado a pronunciarse, describe con un ingenioso juego de palabras este conflicto que en cierto momento pone en peligro su propia vida: "Mis acusadores - dice en una famosa carta a María Cristiana de Lorena- tienen que enseñar a los hombres cómo se va al Cielo (come si va in Cielo), preocupación pastoral respetable que, como cristiano, comparto plenamente. Pero, como físico, mi tarea, mi responsabilidad es otra: averiguar cómo se comporta el cielo (come va il cielo), y esta ocupación es absolutamente ajena e independiente de la otra."

Dos verdades, pues, que se pueden asumir, incluso "practicar" a distintas horas del día y de la semana: una, cuando nos encontramos absorbidos por las tareas propias del gabinete de trabajo, del laboratorio o de los asuntos públicos: la otra, cuando nos entregamos a la intimidad de la vida familiar o personal o, cuando, recogidos en un recinto sagrado como el Convento de Minerva (Florencia), por ejemplo, parecen suspenderse los afanes y las pasiones del mundo externo. De acuerdo a la fresca respuesta del científico italiano se trataría de dos órdenes diversos de realidades cuya pacífica convivencia resulta del hecho de suprimir todo nexo entre ambos; del hecho de que un mismo individuo pueda vivir en un lugar y en un tiempo (en el profano, por ejemplo) lo que en el otro (digamos, en el espacio religioso) se condena y se prohíbe. Por eso es que Galileo podrá abjurar, maldecir, detestar con sinceridad y "fede non finta" los errores de herejía que se le imputan (Acta firmada en Roma, el 22 de junio de 1633). Se trata, por cierto, de errores cometidos en el plano teológico (respecto de un Cielo metafísico); no en el plano de la ciencia (el cielo físico, "real"). E pur si muove... - dirá tal vez, haciendo el camino de vuelta desde el Tribunal a sus labores habituales. Doble verdad, doble moral: la privada y la política; doble discurso: el interior y el público.

Cuarenta años antes, Giordano Bruno había sido encarcelado, juzgado por los tribunales eclesiásticos y, finalmente, después de ocho años de encierro, condenado a la hoguera. Año 1600.

En un principio, el filósofo vacila, busca y rebusca en sí mismo los elementos de concordancia con el cuerpo doctrinario de la institución que lo juzga; intenta salvarse, salvando su propia integridad espiritual. Pero tal reconciliación le resultará imposible. No basta rectificar esto o aquello. Y aquí está el punto en el que nos es posible percibir hoy la distancia que hay entre sus propias intuiciones y los planteamientos de Copérnico y, luego, de Galileo. Y la distancia que hay también entre aquellas intuiciones y la "opinión vulgar".

Una diferencia con Galileo

Giordano Bruno había tomado los hábitos en Nola, su ciudad natal, a los quince años. Trece años más tarde, "desamarra sus perros de caza", huye del convento dominicano, y más que salir a buscar la verdad fuera del claustro, fuera de la tradición aristotélico-tomista, sale a confirmar por el mundo lo que en sus años de estudio y reclusión monástica había venido forjando como un saber nuevo e irrevocable.

Repentinamente - dice- "de hombre común que era, se vuelve raro y heroico, adquiere costumbres y conductas extrañas, y empieza a hacer una vida extraordinaria". Recorre los centros intelectuales 'más movidos' de Europa - Roma, Turín, Ginebra, París, Londres (permanece casi tres años), de nuevo París, Praga, Wittenberg, Frankfort- recogiendo y confrontando ideas y, a propósito de la excentricidad de la tierra propuesta por Copérnico, defendiendo su propia concepción del omnicentrismo; discutiendo, haciéndose de pocos amigos entusiastas que lo protegen, y de muchos enemigos. Y en esta carrera de un lugar a otro, va dejando sus obras: innumerables diálogos metafísicos, morales, poemas cosmológicos, etc. Detiene finalmente su carrera en Venecia. Allí lo espera la Santa Inquisición para juzgar sus actos y sus escritos. Hacia el término de su vida, "exhortado" - según la sentencia- a abjurar de sus ideas, el 21 de diciembre de 1599, Bruno declara que no debe ni quiere hacerlo; que ni siquiera sabe de qué debiera arrepentirse...

"Y tanto perseveró en su obstinación que tuvo que ser conducido por los ministros de la justicia al Campo de las Flores. Allí, desnudo, amarrado a un palo, se le quemó vivo (Actas del jueves 16 de febrero de 1600). Y esta es su diferencia con el gran Galileo. Un científico es sabio por limitación voluntaria de su saber, por dejar convivir en su conciencia dos mundos extraños (enemigos, tal vez) uno respecto del otro, y por 'creer' en ambos, o acomodarse a ellos. Esto lo diferencia del filósofo - de un filósofo poseído por los heroicos furores- cuya vida en todo momento debiera ser, por necesidad de su saber, inequívoco testimonio de un solo pensar reflexivo y valorante. Para decirlo de una sola vez: el filósofo es tal por estar existencialmente complicado, en aquello que explica; implicado, expuesto, en aquello que expone. A Bruno "le iba - como habría dicho Heidegger- en su propio ser la comprensión del ser". (Esto lo afirma también Bruno en Lo Spaccio della bestia trionfante.) Entonces, la doble verdad dejaba de ser un juego de posiciones para ser algo entre lo que hay que jugarse (semejante a la apuesta, de Pascal).

Este será el punto clave y 'subjetivo' para entender 'la perseverancia en la obstinación' de uno y el espíritu conciliador del otro.

Dios es inmanente al mundo

Pero están, además, las que podríamos llamar 'diferencias objetivas' entre una hipótesis físico-matemática y la filosofía del nolano.

Como afirma Augusto Guzzo en un estudio muy completo sobre nuestro autor: "No sería exacto hablar del copernicanismo de Bruno, ya que su cosmografía es 'totalmente diversa' de lo que pudiera entenderse por copernicanismo". (Giordano Bruno, pág. 19).

Cargando un poco las tintas, podría decirse, que 'la revolución copernicana', de la que habla Kant, "cambia las cosas para que no cambien en absoluto". Pues, por muy estremecedor que haya sido para la vanidad humana el desplazamiento del centro del Universo desde la tierra al sol, al fin de cuentas, no fue más que eso: un desplazamiento dentro de un sistema cerrado que seguirá siendo cerrado y decididamente geocéntrico. La pérdida del centro físico resulta ser un hecho relativo. El centro 'verdadero' está allí donde está la conciencia del ser, como la realidad del rebaño como tal está allí donde está el pastor. (Es el hermoso consuelo de Pascal: "el hombre es una caña, la más frágil de la naturaleza... pero es una caña pensante"). Será Kant, por último, quien devuelva muy pronto al hombre la dignidad de legislador de la naturaleza.

Geocentrismo, antropocentrismo, tecnocentrismo de una manera mucho más refinada y arrolladora.

La visión de Bruno debe llamarse 'teocéntrica', pero de un teocentrismo reñido con la doctrina que recibiera en el convento de los dominicos. Para Bruno, Dios es centro interior del mundo. Esto es lo primero. Pero, además, tal centro está en todas partes y en cualquiera (omnicentrismo). Por lo que no existe 'un lugar' privilegiado del cielo - un Empireo- reservado sólo a la divinidad.

Por el momento demos a esta visión suya el nombre genérico de panteísmo.

¿Qué es el panteísmo? El más famoso e influyente en la Edad moderna es el de Spinoza, que escandalizó o puso en aprietos a casi toda la filosofía del siglo XVIII, y al que, en una fórmula un tanto simplista, Jacobi redujo sin más a ateísmo.

La razón principal es que Spinoza identifica a Dios con la naturaleza (Deus sive Natura) y a la naturaleza, con un orden rigurosamente racional (causal) que se sigue de la actividad de Dios. Tal identificación 'sin residuos' será el rasgo más propio del panteísmo; o del ateísmo, según Jacobi.

Si no propiamente panteístas, a muchas corrientes espirituales que llegan al Renacimiento por diversos cauces, se las puede denominar 'panteizantes', en cuanto conciben el mundo, más que una creación, como una constante emanación divina (Plotino, su inspirador).

Ahora bien, puede mostrarse en diversos textos que Giordano Bruno no llega a identificar a Dios con la naturaleza o el mundo. El Artífice interno (il datore delle forme) es en cada momento, y no sucesivamente, todo el poder que tiene. En este sentido el Dios bruniano trasciende esa Naturaleza que anima, ilumina y dirige desde dentro. No cabría, pues, pensarlo como idéntico a su obra.

El gran conflicto con el pensamiento clásico consiste en la afirmación de la infinitud del universo, propiedad rechazada, primero, por Aristóteles y luego por la teología cristiana. Empleando la terminología aristotélica, pero alterando profundamente su contenido, Bruno sostendrá que sería vano e inútil que Dios, pudiendo hacerlo todo, no tuviera en qué hacerlo, privándose a sí mismo del poder que tiene. Para Bruno, el infinito poder del Agente implica, exige, una capacidad también infinita de moldeamiento: exige, como correlato, una naturaleza - una materia- infinita en su disponibilidad para ser.

Así, la correspondencia perfecta entre la infinitud en el hacer y la infinitud en el poder ser, suprime de un golpe la distancia entre Dios y el mundo, entre el dador inagotable de formas y la naturaleza - la materia- que inagotablemente las recibe. Por lo que no parece quedar razón alguna para negar que la Divinidad habite el Universo; razón alguna para temer que éste le quede estrecho, o sea digno de su potencia. Dios es inmanente al mundo - dirá el Nolano- y a las cosas del mundo. Más interior, pero al mismo tiempo más escondido, que mi alma respecto de mí mismo.

Así, por una parte, el Universo, animado, iluminado, conducido desde dentro por la divinidad misma, haciendo salir como semillas las formas de la materia y "no mendigándolas fuera", no necesita ya ser "aquella máquina absurda de motores jerarquizados", imaginada por Aristóteles, artefacto que Copérnico sólo recompone en sus piezas interiores. Por otra parte, al no inter-ponerse ya la máquina mediadora de las esferas celestes, la relación entre Dios y Universo tiende a la identidad.

Y esto es lo que suele llamarse panteísmo, cuando se considera esta identidad como total, sin residuos.

Espiritualismo panteizante

Veamos qué elementos de la tradición que el Nolano hizo suyos autorizan a concebir su filosofía más como un espiritualismo panteizante, distinto del panteísmo monista de Baruch Spinoza.

Bruno conoció a fondo en sus años de estudio de teología en Nápoles, la filosofía peripatética, conservó gran parte de su terminología, pero la reformuló profundamente. En una medida que habría siempre que considerar, la reformuló para reactualizar la filosofía naturalista de los primeros pensadores, tan cercanos a su propio pensamiento en muchos respectos; tan cercanos, incluso territorialmente, si se piensa la vecindad de Nola, su pueblo natal, a las ciudades casi legendarias de Agrigento, de Crotona, de Elea, donde vivieron y pensaron filósofos como Empédocles, Pitágoras, Parménides o Zenón.

Pero, premunido de esa sólida educación aristotélica, lo que hace Bruno primariamente es replatonizarla: abrir con esas llaves terminológicas el mundo que el mismo pensamiento de Aristóteles habría cerrado. Bruno es uno de los grandes neoplatónicos del siglo XVI; tal vez el más grande. Y lo que hace, como neoplatónico, es recoger lo que el maestro fue sembrando en la historia, desde Aristóteles, pasando por Plotino, San Agustín, Dionisio hasta Ficino, en la Academia florentina.

Pienso que es justamente este platonismo, evidenciado sobre todo en Los Heroicos Furores, lo que hace de pensamientos como el suyo (o el de Nicolás de Cusa) una filosofía más bien panteizante y no como la de Spinoza, declaradamente panteísta.

El platonismo de todos los tiempos mantiene una enérgica separación entre naturaleza y espíritu, entre cuerpo y alma, entre causalidad física y causalidad espiritual. Y por eso mismo, todo preguntar teórico queda supeditado a la aspiración al Bien (al bel desio). Se sabe, para Platón el Bien, como suprema realidad está, por encima de las ideas, por encima de los entes y que, por tanto, trasciende todo pensamiento racional, toda filosofía fundada sólo en la capacidad humana de razonar.

El reconocimiento de esta trascendencia insondable en su espiritualidad es lo que impide que el ser de Dios se acerque tanto a la realidad del Universo o de la Naturaleza, que terminen ambos por identificarse.

Pero la aspiración a obtener el Bien absoluto existe y es realizable. No hay aquí una doble verdad sino una sola, alcanzable por muy pocos; sólo por aquellos que llegan a ser poseídos por esa manía divina, de la que habla justamente Platón en el Fedro, y que Bruno llamará heroicos furores.

No se trata - dice el Nolano- del furor causado por "la negra bilis", que nos arrastra por desordenadas tempestades de ánimo (la ira del iracundo).

No se trata, tampoco de ese estado de éxtasis de receptividad en el que el profeta o el místico llegan a ser habitados por un dios y entonces dicen y hacen cosas admirables, sin que ellos mismos sepan lo que dicen. No, pues, como un vaso o instrumento; no como el burro - dice Bruno despectivamente- que lleva los sacramentos.

El heroico furor nace, en cambio, de un estímulo interno y de un fervor natural, suscitado por el amor a la divinidad, a la justicia, a la verdad; suscitado por el fuego del deseo y el soplo de la intención. Son éstos los que encienden la luz racional y hacen que el filósofo, en tal estado, hable y obre como artífice y conocedor de lo que dice. Son estos fuegos internos los que hacen que el pensador se vuelva él mismo una cosa sagrada y alcance la excelencia de su propia humanidad. Son estos fuegos los que hacen que nada tema, que desprecie el mundo y la vida, por amor a Dios.

No se conoce a Dios; el filósofo en este estado de furor se vuelve algo divino; su mente unida a la luz, se hace luz. Entonces, Acteón, que con aquellos perros de caza buscaba fuera de sí el Bien, la sabiduría, transportado ahora, olvidado de sí en virtud de tanta belleza, se ve convertido en aquello que buscaba; se da cuenta de que sus perros, de que su pensamiento, él mismo, venían a ser la caza por la que salió por el mundo. Que él mismo venía a ser el centro (uno de los infinitos centros) por el que Dios se explicita y se hace presente.

I' allargo i miei pensieri ad alta preda, ed essi, a me rivolti, morte mi dan con morsi crudi e fieri.

(Extiendo mis pensamientos/hacia una alta presa, y ellos, devueltos a mí/muerte me dan con mordidas crudas y fieras). Los Heroicos Furores, dial. IV.

LAS DISCULPAS DE LA IGLESIA

El día 12 de marzo pasado se celebró en la Iglesia Católica la jornada del perdón. El Papa Juan Pablo II presidióen la basílica de San Pedro una solemne celebración eucarística, durante la cual se realizó la confesión de las culpas pasadas y presentes en la Iglesia. Durante la oración penitencial, el segundo acápite estuvo dedicado a la "confesión de las culpas cometidas al servicio de la verdad". En ese momento el Papa dijo: "Señor, Dios de todos los hombres, en algunas épocas de la historia los cristianos a veces han transigido con métodos de intolerancia y no han seguido el gran mandamiento del amor, desfigurando así el rostro de la Iglesia, tu Esposa. Ten misericordia de tus hijos pecadores y acepta nuestro propósito de buscar y promover la verdad en la dulzura de la caridad, conscientes de que la verdad sólo se impone con la fuerza de la verdad misma". Esta oración tuvo en mente principalmente a la Inquisición, acusada hasta hoy día por numerosos historiadores de ser una las instituciones más perjudiciales en la historia de la defensa de la fe católica, debido a la ilegitimidad de sus métodos de procesamiento y condena de los herejes. Una de sus víctimas más famosas fue Giordano Bruno.

Unos días antes, con motivo de una invitación recibida por el Vaticano de parte de la Pontificia Facultad de Teología de la Italia Meridional con ocasión del Congreso Docente que se realizaría para celebrar los 400 años de la muerte de Giordano Bruno con el tema "Giordano Bruno: oltre il mito e le opposte passioni. Una Ricognizione storico-teologica", el cardenal Angelo Sodano escribió, en respuesta: "en el marco del año jubilar que celebra la Iglesia, su Santidad ha recibido con gusto que, junto con estos sentimientos, esta Facultad Teológica busca recordar a Giordano Bruno, quien el 17 de febrero de 1600 fue ajusticiado en Roma en el Campo dei Fiori de acuerdo al veredicto pronunciado por el tribunal de la Inquisición Romana. Este triste episodio de la historia cristiana moderna ha sido adoptado ahora por algunas corrientes culturales como ariete y emblema de una áspera crítica en contra de la Iglesia. El estilo del diálogo inaugurado en el Concilio Vaticano II invita a superar toda tentación polémica, para releer también este episodio con espíritu abierto. Es, por tanto, auspicioso, que el Congreso, partiendo de los intereses de una facultad de teología, puede ofrecer una contribución significativa con el fin de valorar la personalidad y vida del filósofo de Nola".

El esfuerzo de rehabilitación de la figura de Bruno que se intenta realizar es posible gracias a la apertura de los archivos de la Inquisición por parte del Vaticano en 1998, entre cuyos legajos se encuentra el proceso llevado a cabo al filósofo italiano. Aunque la Iglesia sigue criticando algunas de las teorías de Bruno como su panteísmo, admite que fue injusto enviarlo a la hoguera.

El perdón de hechos pasados que afectan a la Iglesia ha sido materia de controversia entre historiadores. Carlo Ginzburg, destacado historiador italiano, ha afirmado que la Iglesia no sólo debía pedir perdón, sino que también sentir y manifestar una vergüenza profunda por el tema de la Inquisición. Frente a Ginzburg hubo otras posturas más relativas que insistían en que se debía ponderar el juicio a dicha institución dentro del contexto de las prácticas judiciales de la época. Primó al final el criterio teológico de que los principios básicos de la Iglesia han sido siempre los mismos y que no cambian con la historia. De ahí que los argumentos que intentan establecer una ética más bien situacionista para los errores históricos cometidos por los cristianos no encontraron acogida oficial.

El Mercurio. 30 de abril del 2000.

Humberto Guiannini es profesor de filosofía.

 

 

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