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Y
DEMÁS/Música IV.
Ringo Starr
AGOSTO,
2005. Su apariencia caricaturesca fue lo que
distinguió a Ringo de otros baterías. También era muy carismático y,
conocedor de sus limitaciones musicales, su apoyo fue parte importante
en la magia del grupo. Hoy es imposible pensar en los Beatles sin Ringo
Starr, tanto así como Disneylandia sin Mickey Mouse o el Louvre sin la
Mona Lisa. Pero
cuando Ringo Starr se animaba a componer lo hacía de un modo pegajoso,
irresistible al ritmo. ¿Cuántos de nosotros no hemos tarareado su “Octopus
Garden”, “Yellow Submarine” o “With a Little Help from my
Friends”? Sus canciones tenían ese toque infantil, de inocencia, y
quizá por ello quienes vivimos la beatlemanía como niños de los
setenta lo recordamos con tanto cariño. Starr fue el reemplazo de Pete
Best en la batería de los Beatles, y resultaría hasta ocioso especular
cómo habría sido la historia del cuarteto sin Ringo. Pero los
resultados ahí está, y fueron inmejorables. Richard
Starkey fue siempre un chico solitario; como hijo único, bien pronto
supo valerse por sí mismo. Su afición por el rock & roll que
llegaba de Norteamérica no le impresionó tanto como a Lennon o
McCartney pero desde entonces sabía que tenía buen oído musical. Más
que nada para matar el aburrimiento, Starkey se aficionó a tocar los
tambores. Apenas adolescente fue reclutado en Roven Store, un grupo de
covers de los que abundaban en Gran Bretaña, y después pasó por The
Hurricanes. Debido a los anillos que llevaba en sus dedos se ganó el
apelativo que habría de inmortalizarlo pero no fue sino hasta la
grabación de “Please Please Me” cuando se unió a los Beatles.
Su contribución al estilo del grupo fue esencial: esos cambios de ritmo
que escuchamos en los tambores son cortesía del gusto que Ringo tenía
por la música de Ray Charles y que también encantaba a McCartney. “I
Feel Fine”, uno de sus hits tempraneros más importantes, tiene un
giro de batería muy similar al “What I’d Say” del legendario
Charles.
Es cierto que, como batería, Ringo no era muy bueno al principio pero
evolucionó vertiginosamente hasta superar a colegas suyos como Charlie
Watts de los Rolling Stones y Keith Moon de los Who. Su estilo ya era
inconfundible en temas como “Strawberry Fields Forever” así como en
Abbey Road donde ejecutó su primer (y último) solo de batería con el
cuarteto. Sin embargo y pese a su carácter tranquilo Ringo fue el
primero en querer abandonar al grupo, harto de las discrepancias durante
la grabación del White Album, pero también fue el que quedó en
buenas relaciones con los otros tres elementos una vez desintegrado el
grupo, al punto en que participó con George Harrison en la grabación
del All Things Must Pass, y también lo hizo en proyectos con
Lennon y con McCartney.
Starr ya
era un multimillonario despreocupado en 1970 pero decidió lanzarse como
solista y lo hizo con Sentimental Journey con canciones que le
gustaban a su mamá. Quedaba claro para todos que Ringo no alcanzaría
en calidad a sus excompañeros y sin embargo todas sus canciones
alcanzaron el Top Ten norteamericano e incluso dos de ellas (“Photograph”
y “You’re Sixteen”) llegaron al primer lugar. De los otros beatles
sólo McCartney lo superó en tal hazaña. Y es que, para los fans,
Starr no quedó en medio del fuego héroes-villanos ni tampoco perdió a
su público fiel; éste conocía las limitaciones del músico y no iba a
pedirle prodigios ni asombrosas innovaciones.
La vida, pues, parecía tranquila para Ringo Starr. Pero debajo de la
superficie había problemas: su disquera Ognis, cuyo propósito era
impulsar nuevos talentos, no pudo despegar; invirtió muchísimo dinero
en negocios que resultaron infructuosos o quebraron y, para colmo, se
aficionó a la bebida como signo de su desesperación. Un día se miró
al espejo y enseguida se cortó al rape. Para fines de los setenta Ringo
estaba totalmente inactivo; su siguiente álbum Stop and Smell the
Roses (1981) tenía olor a obligación contractual más que genuina
inspiración.
Cuando más sumido estaba en la depresión conoció a Barbara Bach, una
modelo inglesa quien acababa de participar The Spy Who Loved Me,
una cinta de la serie James Bond. Poco después se casó con ella,
ingresó a Alcohólicos Anónimos e incluso produjo la película Caveman,
filmada en México pero que no tuvo éxito en taquilla. A partir de
entonces se dedicó en participar en programas de televisión y como
narrador en caricaturas británicas, también aceptó la invitación de
McCartney para actuar en Give my Regards to Broadstreet (otro
fracaso) pero como la colaboración siempre ha sido uno de sus hábitos
participó con Joe Walsh y Billy Preston en la All Generations Tour y
cerró la década con The All Starr Band, un proyecto más para
divertirse con los amigos y de los cuales Starr siempre ha tenido
muchísimos.
En 1994 tomó parte en las antologías y la grabación de dos “nuevos”
sencillos de los Beatles. Para el efecto utilizó la misma batería y se
aplicó al misma tecnología de los años sesenta (uno de los más
grandes temores de los fanáticos del grupo estribaba en que los
tambores fueran electrónicos o, peor aún, apareciera por ahí una caja
de ritmos) y el resultado fue bastante bueno: en “Free as a Bird”
los tambores de Ringo suenan frescos aunque en “Real Love” apenas y
son perceptibles.
Así pues, Ringo Starr, el narigón simpático del grupo, ha tenido una
vida privilegiada y sin duda forma parte del Olimpo de los inmortales.
Llegará el día en que sus aportaciones sean completamente valoradas
por los musicólogos. La tarea no va a ser sencilla dado que compartió
la fama escarabaja con otros tres gigantes pero veámoslo por el lado
amable. ¿Cuántos baterías decidieron tomar ese camino tras escuchar
ese retumbe en medio de la mejor música que se grabó en el siglo XX? Lea
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