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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

Y demás/Historia

 

Los días previos al final


Los últimos días de Hitler es una cinta que aclara lo que ocurrió poco antes del final de dictador. Aquí presentamos un complemento de las postrimerías del Tercer Reich

NOVIEMBRE, 2005. Albert Speer, quien fuera ministro suyo, sostenía que Adolfo Hitler había sido objeto de 25 atentados desde que se hizo del poder en Alemania. El que estuvo más cerca fracasó por un detalle increíble: alguien cambió de posición la maleta que contenía los explosivos, colocada debajo de una mesa, y ello cambió la dirección del estallido. Hitler quedó parcialmente sordo del oído izquierdo pero logró sobrevivir. "Él nos dijo que lo había salvado la Providencia", señaló Speer, "pero luego dedujimos que más bien lo protegía un ente malévolo".

Hitler también lanzó otras predicciones que entonces se veían patrióticas pero luego se evidenciaron como macabras pues había asegurado que el pueblo alemán alcanzaría la victoria o de lo contrario, "no vivirá para sufrir la derrota". Por eso decidió llevar a su propio pueblo hacia la aniquilación y exigió que niños de 12 ó 13 años fueran llevados al frente una vez que las "tropas selectas" fueran brutalmente diezmadas. Y también por eso, porque el conflicto no iba a ningún lado --y porque terminaron de convencerse que el Führer había enloquecido-- fue que varios de sus ministros y generales conspiraron para eliminarlo. Von Paulus, el que planeó ese último atentado, fue descubierto y ejecutado. El Jurado de Nüremberg habría luego de reconocerle su intento por detener a Hitler.

Desde enero de 1945 dentro del gabinete nazi se sabía que la guerra estaba perdida. Por el Oeste se acercaban las tropas inglesas, francesas y estadunidenses mientras que por el este se aproximaban las entonces tropas soviéticas. A éstas era las que más temía Hitler pues sabía que la furia de Stalin sería implacable con él por haber roto el pacto de no agresión que ambos habían firmado en 1939. "Los rusos nunca me agarrarán vivo, ni tampoco disfrutarán ver mi cadáver", señaló por ese tiempo.

Hitler lucía más como un despojo humano. Padecía los principios del mal de Parkinson, los nervios habían minado su sistema digestivo de modo que cuando consumía cualquier alimento le producía fuertes retortijones estomacales; en menos de cinco años su cabello había encanecido y sus ataques de ira eran cada vez más frecuentes. Eso era en lo exterior pues por dentro. Sin embargo había rehusado deshacerse de dos cosas, de su ridículo bigotito y de su Luger, arma que llevaba en todo momento dentro de su chaquetín gris.

Las discusiones entre los generales y Hitler siempre habían sido acaloradas. Cada vez que alguno de ellos cuestionaba alguna estrategia suya era suficiente para que su jefe lo declarara "simpatizante de la judería mundial"; de hecho se refería a ellos como "el último reducto judío en Alemania". Y es que, de acuerdo a la documentación recabada desde entonces, la mayoría de los generales de alto mando nazis, entre ellos Von Paulus, Von Beck y el almirante Canaris, futuros conspiradores, habían existido lazos entre ellos y familias judías. Cuando se agudizó el antisemitismo en el país, éstos utilizaron sus influencias y les otorgaron salvoconductos para que abandonaran en país.

Inclusive Hermann Göering, el voluminoso "tercero de a bordo" del régimen, había convivido con personas de origen judío durante sus años de bohemio en Nüremberg y Berlín. El único que abiertamente consideraba "raza inferior" a los judíos era el siniestro Joseph Goebbels, quien, por cierto, carecía de carrera militar. Pero Magda, su segunda esposa, había cultivado amistades judías antes de la guerra.

Fue éste, así como Martin Bormann y otros incondicionales quienes acompañaron a Hitler hasta el final. Aunque en el fondo estaban convencido que todo había concluido, Hitler ya vivía en otra dimensión pese a que las malas noticias le llegaban una tras otra: la aprehensión de Mussolini y su posterior fusilamiento, la desintegración del frente este, con los rusos a menos de tres kilómetros del búnker, la pérdida de Erwin Rommel "el zorro del desierto" quien tomó una pastilla con cianuro antes que enfrentar la humillación militar al señalársele como complotista, la "traición" de Rudolph Hess quien sin autorización había viajado a Inglaterra para ofrecer un acuerdo de paz, o el cuñado de Eva Braun, fusilado cuando se le descubrió como conspirador.

                                          Epílogo en el búnker

Para algunos historiadores, el búnker originalmente era el proyecto de una nueva cancillería mientras que para otros se había diseñado como el sótano de algún ministerio. Pero durante un tiempo se le utilizó como sitio donde los altos mandos se escondían para beber y fumar (hábitos que irritaban profundamente a Hitler), a escuchar discos de jazz, prohibidos en Alemania, y a realizar orgías.

Hitler lo escogió una vez que sus servicios de Inteligencia le confirmaran que los aliados desconocían la ubicación precisa si bien estaban al tanto  que "en alguna parte de Berlín" se hallaba el escondite secreto. Stalin supo dónde se localizaba a mediados de marzo del 45 por medio de sus "contactos" y había prometido "volarlo en pedazos" a los generales británicos y norteamericanos. Las tropas aliadas acordaron entonces que serían los rusos los primeros en llegar al búnker pues aunque pensaban que Hitler se refugiaba en un chalet más conocido como "casa en las nubes", poco después de bombardearlo descubrieron que ya estaba vacía.

Hitler recibió ofertas para salir del país y refugiarse en algún país sudamericano. Hanna, una capitana aviadora, le prometió llevarlo a Argentina o Paraguay, país cuyo gobierno había mostrado amplias simpatías hacia el nazismo. Pero Hitler se rehusó. Con excepción de Eva Braun, ordenó a quienes se encontraban con él en el bunker que lo abandonaran en cuanto pudieran. "Por primera vez desobedezco al Führer y voy a quedarme", dijo Goebbels, quien junto con su esposa habían decidido morir allí junto con sus seis hijos. Para el efecto ya tenían preparadas unas jeringas con veneno.

El 28 de abril de 1945 corrió la voz en el bunker de que Hitler se casaba con Eva Braun, una mujer a quien Anna María Sigmund describe magistralmente (1) e hija de un militar nazi de mediano rango. El Ministerio de Información había obligado a los diarios a difundir la nota de que el Führer no tenía tiempo para distracciones terrenales, incluidas las mujeres, de modo que toda foto de Hitler junto con su amante fue censurada, a excepción de una que, de acuerdo con Sigmund, circuló por descuido. La censura funcionó tan bien que la opinión pública alemana no supo de Eva Braun sino hasta meses después de terminada la guerra.

 

Con frecuencia Eva pedía a Goebbels que le facilitara cintas de Hollywood pues éste poseía una enorme colección, muchas de ellas prohibidas el Alemania. Le encantaba el jazz, la música de Glenn Miller y soñaba con viajar a Estados Unidos, quizá al terminar la guerra.    

        Eva Braun y Hitler

 

Cándidamente, Braun pensaba que Hitler podía utilizar sus influencias para que ella triunfara en Hollywood pues era fanática del cine. Con frecuencia pedía a Goebbels que le facilitara esas cintas pues éste poseía una enorme colección, muchas de ellas prohibidas el Alemania, como El Gran Dictador y Tiempos Modernos, de Chaplin. Le encantaba el jazz, la música de Glenn Miller y soñaba con viajar a Estados Unidos, quizá al terminar la guerra.

 

En la madrugada del 30 de abril de 1945 Hitler y Eva Braun se casaron. Hubo una cena donde se sirvió vino y carnes frías selectas. Poco después de las 2 de la mañana se fueron a dormir mientras al fondo se escuchaban los cañonazos de la artillería rusa.

Alrededor de las 10 de la mañana Hitler salió de su habitación, dio algunas órdenes, exigió a las tropas cercanas al búnker que "resistieran aunque sea medio día más" y luego pidió a Goebbels de que quemara su cadáver. Poco después de la una de la tarde Hitler y Eva Braun se despidieron de todos tras lo cual entraron al despacho del dictador y cerraron la puerta. Poco después se escuchó un disparo. Eva había consumido una cápsula con cianuro mientras que Hitler, aunque también ingirió una cápsula, colocó el cañón de  su Lúger en la boca y se voló los sesos.

Al día siguiente tocó el turno a Goebbels. Sus hijos ya habían muerto tras inyectárseles veneno. El que fuera ministro de Propaganda también se disparó a la sien mientras su esposa consumió veneno casi de inmediato. Los cadáveres de Hitler, Braun, Goebbels y su esposa fueron parcialmente destruidos por el fuego aunque al llegar las tropas soviéticas al búnker aquella misma noche lograron recuperar algunos restos. El búnker fue destruido hasta sus cimientos.

Poco después de desaparecida la URSS, los archivos de la KGB fueron desclasificados de modo que se supo que los restos del dictador habían sido enterrados cerca de donde alguna vez estuvo el búnker. Yuri Andropov, por entonces director de la KGB, había ordenado en 1976 que los restos fueran exhumados y luego destruidos en su totalidad "para evitar que puedan convertirse en objeto de culto" con lo cual quedaban descartadas las versiones que indicaban que el Führer había escapado a Sudamérica y que su cuerpo se encontraba enterrado en Paraguay.

Eva Braun no era la única que había estado escondida de los reflectores durante el nazismo. A poco de terminada la guerra el mundo se enteró con horror cuál había sido el destino de los judíos enviados a campos de trabajo forzado, una operación que Henrich Himmler macabramente había denominado "solución final". Cientos de miles de cadáveres esqueléticos habían sido encontrados en campos de concentración ubicados en Polonia, Alemania y Austria. Los más famosos son los de Büchenwald y Auschwitz pero hubo decenas  más. Se contabilizaron seis millones de judíos asesinados en los campos de  concentración pero, como dijo alguna vez Simon Wiesenthal, el recientemente  fallecido cazanazis: "La cantidad real quizá nunca se sepa. Es deber de todos que la humanidad jamás olvide esto para que no tengamos que hacer otro  recuento como el que hicimos entonces".

(1) Anne Marie Sigmund, Las Mujeres de los Nazis, Plaza y Janés, 2001

 

 

 

 

 

 

 

 

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